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Actas del Congreso Internacional de Bioética 1999. Bioética y dignidad en una sociedad plural

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Conclusiones

Susana Aulestiarte.
Secretaria de las Jornadas Internacionales de Bioética.
Miembro del Grupo Interdisciplinar de Investigación Bioética de la Universidad de Navarra.

En representación del Comité Organizador de estas Jornadas Internacionales de Bioética, en las que hemos afrontado desde un punto de vista interdisciplinar algunos de los problemas bioéticos que con mayor urgencia se plantean en el contexto de una sociedad plural, parece conveniente, al terminar, proceder a una breve recapitulación de lo expuesto en estos días.

La primera jornada, dedicada especialmente al examen de los problemas bioéticos que se presentan en la fase inicial de la vida, se abrió con la intervención del profesor D'Agostino, que disertó sobre el concepto de dignidad humana y su papel en la reflexión bioética actual. Como señaló, la Bioética parece no querer, o al menos, no poder adoptar otro lenguaje que el de la dignidad. Pero parece que, al mismo tiempo, es consciente de que este lenguaje pide una continua y fatigosa revisión. Se puso así de evidencia la necesidad de una resemantización de la idea de dignidad humana y su aplicación al ser humano en su estado embrionario, amenazado por la ley positiva, así como la importancia de no relegar esta resemantización exclusivamente al consenso político. La necesidad de esta reflexión, podemos añadir, resulta de la ambigüedad que a menudo rodea el concepto de dignidad, ambigüedad que, con frecuencia, se traslada a los textos jurídicos elaborados a la sombra del pluralismo moral, y que terminan limitando poderosamente la misma labor crítica de la Bioética.

Un ejemplo de esta limitación lo tenemos en el tema abordado por el profesor Melina, quien disertó sobre el estatuto biológico, antropológico y jurídico del embrión humano. efectivamente, se trata de una cuestión que ha sido sistemáticamente censurada en el debate público y ello porque, a través de variadas decisiones legislativas, ha sido considerada como ya resuelta de una vez por todas. Con todo, se trata de una cuestión que, al ser solucionada inadecuadamente en el nivel legislativo, se revela como un peligroso principio de disolución para todo el ordenamiento jurídico de la sociedad, por mucho que se presente como un modo de resolver pacíficamente conflictos, por lo demás inevitables, nacidos en una sociedad plural.

En este contexto, y frente a planteamientos que hacen depender la dignidad personal de la posesión efectiva y constatable de ciertas cualidades, llámese conciencia, llámese vida psíquica desarrollada o calidad de vida, el profesor Melina recordó, siguiendo a Robert Spaemann, que la dignidad de la persona debe reconocerse a todo ser biológicamente humano.

También, en esta primera jornada, el profesor May examinó los aspectos éticos implicados en las nuevas tecnologías reproductivas, exponiendo y argumentando analíticamente la postura del Magisterio de la Iglesia Católica, según la cual, no son aceptables éticamente las técnicas reproductivas que sustituyen al acto matrimonial.

Tras un detallado análisis de cada una de estas técnicas, el profesor May llamó la atención escuetamente sobre un aspecto central cuando pasamos al ámbito de la discusión pública: la inexactitud del concepto de derecho cuando se habla vulgarmente de derecho a tener un hijo. A ello objeta el profesor May que esposos y esposas tienen derecho a realizar una clase de acción de suyo apta para recibir una nueva vida humana: el acto matrimonial; pero no tienen derecho a tener un hijo. Su deseo de criar y mantener un hijo es noble y legítimo, pero este deseo no justifica ni algunos ni todos los medios para lograr su cumplimiento.

En la segunda jornada, dirigimos nuestra atención hacia varios problemas bioéticos con implicaciones éticas y jurídicas durante el transcurso mismo de la vida humana. En esta línea, la profesora Aparisi abordó las implicaciones éticas y jurídicas del proyecto Genoma humano, con el que se pretende la secuenciación de los aproximadamente cien mil genes que componen el genoma de nuestra especie para el año 2003, fecha en la que será posible acceder a la información contenida en nuestro genoma.

Buena parte de las reflexiones éticas y jurídicas en torno a este proyecto se centran precisamente en el uso que se va a hacer de esta información. Previendo los posibles abusos que se pueden dar en ese terreno, la doctora Aparisi señaló la necesidad de reconocer un derecho humano a la intimidad genética. Por otro lado, y pensando en las posibilidades que se abren para la ingeniería genética, la doctora Aparisi llamó la atención sobre la necesidad de reconocer un derecho a la integridad genética, dirigido a evitar las manipulaciones genéticas no directamente terapéuticas en línea germinal.

Por otro lado, la intervención del Dr. Thomas, centrada en la exposición del debate social actual en torno a la ética de los trasplantes, permitió incidentalmente arrojar luz sobre uno de los principios más invocados últimamente en Bioética: el principio de autonomía. Reconociendo que ni siquiera una actuación apropiada del médico puede imponerse en contra de la voluntad del paciente, el profesor Thomas resaltó que también es cierto lo contrario: el médico no puede hacer depender su actuación, sin más, de lo que el paciente quiera. El paciente puede exigir que se deje de hacer algo, pero no puede exigir que se actúe de una manera determinada. También el médico es un sujeto ético. La voluntad del paciente es importante para él, pero como instancia subordinada. Ayuda a elegir la solución definitiva entre varias alternativas cuando éstas están permitidas éticamente. La voluntad del paciente no puede justificar una acción éticamente reprochable. Esto es válido en la cuestión central de la Medicina de trasplantes: la voluntad del donante no sustituye una justificación ética objetiva.

Por lo que hace a esta justificación ética, y aun tomando en consideración las ambigüedades que rodean al estado de muerte cerebral, el doctor Thomas afirmó con claridad que el peculiar estatuto epistemológico de la muerte cerebral cumple esta condición, bajo la cual es válida la donación de órganos a un enfermo curable como un acto legítimo. Tal afirmación abrió un debate sobre el concepto de muerte cerebral que se ha prolongado durante el día de hoy, y que ha puesto de relieve la necesidad de potenciar el trabajo interdisciplinar sobre esta cuestión.

Por su parte, en su intervención, el profesor Méméteau hizo constar la importancia de la figura de la objeción de conciencia en bioética, por cuanto permite plantear la necesidad de una reflexión crítica sobre las cuestiones de compromiso y de consenso que, con tanta frecuencia, anestesian las conciencias. Como él mismo se encargó de subrayar, la posibilidad de la cláusula de conciencia da por supuesta la existencia de amenazas contra valores humanos fundamentales, así como la insuficiencia del derecho positivo para detener tales amenazas. Ocurre, efectivamente, que en muchos casos el derecho ha dejado de cumplir la función protectora del débil. Es palmario el caso del aborto. Pero no lo es menos el uso de embriones humanos para investigación.

A menudo el pluralismo moral se invoca como justificación de legislaciones semejantes. En este sentido, no deja de resultar paradójico que sea precisamente el pluralismo lo que, según el profesor Méméteau, se eche en falta en la discusión bioética, que en muchos casos se ampara en la fuerza persuasiva de sus opiniones, de su autoridad moral, de la compleja técnica de decisiones de sus comités, para plantear normas paralelas a las del Estado. El profesor Méméteau consideró conveniente alertar sobre uno de los aspectos sombríos del pluralismo, a saber, la tendencia a producir cierta indiferencia o escepticismo ante la moralidad de las acciones que, a partir de entonces, pasarán a ser juzgadas únicamente con criterios de eficacia. Con estos presupuestos se llegan a cuestionar de mil maneras la dignidad humana, confundida entre tanto con la calidad de vida.

La intervención del profesor Méméteau fue completada por la Dra. Durán y el Prof. Escrivá, quienes subrayaron la importancia de la objeción de conciencia en una sociedad plural, destacando la necesidad de distinguir un derecho a la objeción de conciencia específicamente distinto al derecho a la libertad ideológica y religiosa.

En esta tercera y última jornada, estaba previsto examinar los problemas bioéticos que se plantean en la fase terminal de la vida. Comenzó el Dr. Shewmon exponiendo las controversias que rodean la identificación de muerte cerebral y muerte de la persona. El interés para la bioética de estas controversias reside en que cualquier variación del diagnóstico médico de la muerte podría afectar, al menos de entrada, a los criterios de trasplante. Como se ha puesto de relieve en la discusión, el diagnóstico de la muerte ha cambiado a lo largo de la historia. En la actualidad existe un amplio consenso médico en torno a la muerte cerebral. Este consenso destaca que, en estado de muerte cerebral, la cesación de las funciones cardiacas y respiratorias llega a ser irreversible. Basándonos en esta irreversibilidad es, cuando menos, dudoso que la traslación del criterio de muerte a un momento posterior pudiera añadir alguna consideración relevante desde el punto de vista ético.

Por su parte, el profesor Herranz disertó esta mañana sobre la eutanasia y la dignidad del morir. En su conferencia llamó nuevamente la atención sobre la ambigüedad que rodea hoy al empleo del término dignidad, que él remitió a dos posiciones polares. Para una, todas las vidas humanas, en toda su duración, desde la concepción a la muerte natural, están dotadas de una dignidad intrínseca, objetiva, poseída por igual por todos. Para la otra, en cambio, la vida humana es un bien precioso, dotado de una dignidad excelente, que se reparte en medida desigual entre los seres humanos y que, en cada individuo, sufre fluctuaciones con el paso del tiempo, hasta el punto de que puede extinguirse y desaparecer. Esta última postura equipara dignidad y calidad de vida y es desde esta perspectiva desde donde algunos reclaman la eutanasia como un derecho.

El único punto en común entre las dos posturas es la condena que ambas hacen del llamado encarnizamiento terapéutico. Tras una exposición de lo que comporta la práctica de cada una de esas dos posturas, el profesor Herranz desarrolló algunas consideraciones acerca de la peculiar dignidad del paciente terminal, argumentando cómo es precisamente en esta situación donde profesiones como la Medicina y la Enfermería redescubren su vocación originaria: salir en socorro de la vida humana debilitada.

Finalmente, el profesor Ollero nos mostró esta misma mañana la cara jurídica del debate sobre la eutanasia. Tras repasar rápidamente algunos de los argumentos esgrimidos habitualmente para apoyar la despenalización de la eutanasia, el profesor Ollero destacó los inconvenientes que, desde el punto de vista jurídico, presentan tales argumentaciones. Indirectamente, señaló también el riesgo que se seguiría para las profesiones biosanitarias, pues la despenalización acabaría afectando sensiblemente a la actitud de respeto a la vida, característica del personal sanitario, y a la confianza que éste merece al enfermo.

El profesor Ollero también mostró su desacuerdo con la postura que hace de la reclamación de la muerte un derecho. Aunque desde el punto de vista jurídico pudiéramos hacer todo aquello que no está expresamente penado por la ley, tal posibilidad no nos autoriza a reclamar la muerte como un derecho.

Tras este resumen, no me queda más que agradecerles, en nombre de la Universidad de Navarra, su atención y su participación en estas Jornadas, y espero que esta ocasión de diálogo pueda ser el inicio de coloquios interdisciplinares sobre temas de Bioética.

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