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La necesidad de conocer y de poner en práctica el Código de Deontología Médica

Gonzalo Herranz, Grupo de trabajo de Bioética. Facultad de Medicina. Universidad de Navarra
Conferencia pronunciada en el Colegio de Médicos de Álava
Vitoria, 26 de Junio de 1987

Introducción

Cuando, hace unos días, mi querido colega y antiguo discípulo, el Dr. Díaz de Otazu, me invitó en nombre de la Junta Directiva a acompañaros en este día de fiesta, no dudé en venir ni tampoco en proponerle el tema de mi charla de hoy. Lo justificaré por partes. Para aceptar la invitación, no tuve que hacer ningún esfuerzo, aunque con ello sufriera la agenda, siempre demasiado cargada, de un profesor a final de curso: me agrada mucho acudir a los Colegios y hablar con los colegas. Pienso que estas ocasiones son la contribución más eficaz que yo tengo a mi alcance para fortalecer la vida colegial. Para hablar del tema elegido tampoco necesito hacer un esfuerzo especial. Creo que es muy necesario hoy recordar a todos, y recordarme a mí mismo, que existe un Código que debe inspirar nuestra conducta profesional, un Código que hay que estudiar y discutir con el propósito de difundir su conocimiento y contribuir a mantenerlo al día, enriqueciéndolo continuamente. Esta tarea es para mí una necesidad urgente de la vida colegial. No faltarán ocasiones de recordarlo a lo largo de mi charla.

Lo que me propongo es bien sencillo. Trataré de demostrar que el Código de Deontología tiene riquezas inexplotadas, que conviene descubrir, extraer y distribuir. Estoy persuadido de que si los médicos tuviéramos un conocimiento más extenso y profundo de los capítulos del Código, si cumpliéramos sus preceptos con atención más fiel, si aplicáramos con prudente energía las normas disciplinarias, nuestra profesión ganaría en dignidad y en eficiencia. Es decir, sería todavía más apreciada por los enfermos, mucho más respetada por el poder público, más compensadora para nosotros mismos, si no en dinero, al menos en valores espirituales.

Antes de entrar en materia, me parece necesario responder a una pregunta. Está difundida por el ámbiente la idea de que la Deontología médica es una antigualla, una especie de fósil inservible. Muchos se preguntan, ¿son de verdad necesarios los Códigos de Deontología médica? ¿Por qué razón existen? No hace muchos días, en una revista de amplia circulación entre los médicos, y pienso que de las más leídas, la Junta Directiva de un Sindicato médico provincial declaraba, con la imprecisión característica del lenguaje político cuando se propone sencillamente levantar sospechas, que el “código deontológico tiene múltiples aspectos posiblemente ilegales y puede dar pie a decisiones anticonstitucionales, lo que pensamos es inaceptable en un estado de Derecho. Urge la promulgación de una nueva ley de Colegios Profesionales”. Como vemos, algunos de nuestros colegas piensan que el Código es, al menos, sospechoso de ilegalidad, que no debe existir, que debe ser sustituido por una ley, que la Ética deberá retirarse al ámbito privado de la conciencia personal y que la legislación debe establecer nuestra norma de conducta.

Estas acusaciones nos obligan a dar respuesta a la pregunta ¿Son necesarios, deben existir los Códigos de Deontología médica? No es pequeño el desafío. La respuesta podría hacerse muy complicada si lleváramos el tema al espinoso terreno de la Metaética y admitiéramos que los códigos son la cristalización del deontologismo, es decir, de la teoría que sostiene que el deber es la fuente de la moralidad, que hay que hacer lo que está mandado y porque está mandado, pues quienes mandan tienen siempre razones muy serias y poderosas para hacerlo. La justificación del deontologismo, como teoría ética, es asunto muy espinoso y queda, evidentemente, fuera del propósito de esta charla.

En mi opinión, los Códigos de Deontología médica son algo muy práctico. No son un producto de la elucubración teórica, que alguien, sentado en la butaca del filósofo, se ha sacado de la manga. Estimo que, tanto histórica como psicológicamente, son como un destilado del buen juicio profesional. Nacieron como guías prácticas para orientar la conducta profesional, como una exigencia del nivel de calidad que, de común acuerdo, debería tener el trabajo de los colegas que hubieran de ser aceptados en el colegio. Al igual que toda actividad humana, el trabajo profesional del médico no puede dejar de inspirarse en normas e ideales éticos. En fin de cuentas, la sociedad ha concedido a los Colegios médicos el monopolio de la práctica de la Medicina: los Colegios asumen voluntariamente la obligación de velar por la calidad profesional y ética de sus miembros. Esta función social es el fundamento de la Deontología: esta existe, los Códigos están vigentes, porque lo exige la sociedad. Esta quiere ser servida con competencia y rectitud, exige ciencia para tratar la enfermedad y respeto para tratar a las personas. Y cuanto más avanza la Medicina, cuanto más extiende su atención y la hace llegar hasta el último rincón de la sociedad, tanto más se intensifica su compromiso ético. Nunca como ahora ha podido afirmarse con más fundamento que la sensibilidad y la responsabilidad éticas son para el médico algo tan consustancial a su trabajo como lo son su competencia científica y su habilidad técnica.

Esto ha sido siempre así. En efecto, cuando con Hipócrates nació la Medicina occidental, nacía despojada, por una parte, del primitivismo mágico. Dejaba de ser brujería para convertirse en una actividad basada en la ciencia natural, esto es, en la observación empírica, en la experimentación y en la estadística. Pero, por otro lado, nacía vinculada voluntariamente a un código de exigentes ideales éticos. El Juramento hipocrático es el hermano gemelo de la ciencia. Justamente cuando el Médico se hace consciente del poder que le confiere la ciencia médica, se obliga a moderar ese poder y se fija ciertos límites éticos que jamás traspasará. La Deontología médica nace, pues, de la necesidad de dar respuesta ética a la confianza que la sociedad entera y cada enfermo en particular ponen en la profesión médica y en cada uno de los médicos.

El Juramento hipocrático cimentó la Deontología médica en la honestidad moral, en la entrega al servicio del enfermo y en la exigencia de calidad en el trabajo. Este es el germen inicial del que nació la Deontología, que ha ido creciendo y desarrollándose a lo largo de los tiempos con los principios morales del Cristianismo y con las contribuciones de la sociedad moderna. La sustancia ética del Juramento forma el núcleo de todos los Códigos modernos y viene inspirando en gran medida las Declaraciones de la Asociación Médica Mundial, que tanto ha hecho por elevar el nivel ético de la Medicina a partir de la segunda guerra mundial.

¿Qué tienen de particular los Códigos de Deontología que les permite sobrevivir en una época que se ha mostrado muy poco respetuosa con los valores morales tradicionales y que ha establecido como principio fundamental el autonomismo ético?

Pienso que, desde el punto de vista ético-filosófico, en realidad no tienen nada de particular. La Medicina no tiene ni necesita una Ética sui generis. A los médicos nos obliga la Ética común. Pero suceden dos cosas que justifican, en mi opinión, la existencia y la vigencia de los Códigos.

En primer lugar, a los médicos se nos presentan en la práctica, de modo repetido, ciertas cuestiones morales. Para facilitarnos la rápida y prudente solución de esos problemas, se han ido codificando las respuestas pertinentes, consideradas en cada momento como las más congruentes con el ethos de la Medicina.

En segundo lugar, aunque al médico le obliga la Ética común, el Médico no trata con gente común. La relación médico/enfermo no es una relación equilibrada, simétrica. El médico dispone cada día que pasa de técnicas y conocimientos más eficaces y complejos, que aplica a hombres debilitados por el dolor, la enfermedad o el simple miedo a la minusvalía o a la muerte. Esto da al médico una posición de ventaja de la que es fácil llegar a abusar. Por eso, la conducta del médico ha de ser regulada, su poder ha de ser moderado. Hay ciertamente en los Códigos algunas medidas de control. Pero lo propio de los Códigos, en general, es invitar a una conducta exigente, a una conciencia delicada. Por encima de la moralidad mínima que la sociedad exige con sus leyes, por encima del plano de la legalidad civil, la Deontología impone una ética de moralidad elevada que prevenga al médico contra la tentación de abusar del poder y de los privilegios que la sociedad le ha concedido.

Así, pues, los Códigos, además de ser sencillos recetarios para la solución de dilemas o conflictos éticos, son, sobre todo, normas para inspirar a los médicos un comportamiento moral más exigente, una conducta que está sensiblemente por encima de la moralidad social que marcan las leyes y que impone ciertos deberes de respeto a la vida, a la integridad personal del paciente y a la salud de la colectividad. Los preceptos, positivos o negativos de los códigos, sus mandatos o prohibiciones, están para limitar el poder potencialmente abusivo del médico, pero sobre todo deberían inspirar su capacidad de hacer el bien.

Pasemos a hablar ya de nuestro Código. Aunque para algunos puede resultar superfluo, incluso humillante, quiero hacer primero un breve recuerdo de la Anatomía del Código. Pido perdón de antemano, porque esta descripción anatómica está hecha del mismo pan duro, nutritivo pero ingrato, que la Anatomía descriptiva de nuestro primer año de estudios. Después haré una especie de esbozo de cuáles son las actitudes de los médicos ante el Código. Por último, trataré de dar algunos ejemplos de cómo el conocimiento del Código debería traducirse en una práctica de sus preceptos y de los positivos beneficios que para médicos, enfermos y sociedad se derivaría de ello. Entonces habrá llegado la hora de dialogar sobre lo dicho.

Anatomía del Código

Es curioso. El Código español aparece como una sucesión, no del todo ordenada, de 19 capítulos más un artículo adicional. Carece de la clásica división en Títulos que tienen los Códigos de muchos otros países, en los que se distinguen ciertos grandes sectores titulados Deberes generales, Deberes hacia los enfermos, Relaciones interprofesionales, etc. En nuestro Código, tras la obligada referencia preliminar a la definición y ámbito de aplicación de que trata el Capítulo I, se nos instruye en el Capítulo II acerca de los deberes generales del médico. Las relaciones médico-enfermo son tratadas en varios capítulos: el III (Del médico al servicio del paciente), el IV (La calidad de la atención médica), el V y el VI establecen normas sobre las historias clínicas y el secreto profesional del médico. El VII trata de las visitas y las consultas.

Las relaciones interprofesionales son objeto del Capítulo VIII que trata de la confraternidad profesional.

Los aspectos económicos de la profesión son regulados en los Capítulos IX (De la publicidad) y X (De los honorarios) y las cuestiones relativas al lugar del ejercicio en los Capítulos XI (Del Consultorio médico) y XII (Del Hospital y otras instituciones). Las modalidades del ejercicio profesional son objeto de los Capítulos XIII (De los médicos sustitutos), XIV (De la Medicina en equipo) y XVIII (De los Médicos funcionarios y peritos). El Capítulo XV regula “Las relaciones con otras profesiones sanitarias y personal auxiliar”. Los tres Capítulos restantes están consagrados a tres grandes temas: a la Investigación médiva (el XVI), al Respeto a la vida (el XVII) y a la Dignidad de la persona humana (el XIX).

El Artículo adicional señala la obligación de comprobar la eficacia del Código y de actualizarlo para que sea útil y fiel a los principios que contiene.

En cumplimiento de este precepto, se han modificado en los últimos tres años el texto de un buen número de artículos. Y ahora, por encargo del Consejo, se va a proceder a una revisión a fondo del Código para dar cabida a la doctrina sobre ciertos nuevos problemas.

Creo que no puedo omitir unos detalles complementarios pero significativos. El texto del Código, en su actual edición, va precedido de algunos e interesantes documentos. El primero es copia de un oficio del Ministerio de Sanidad y Seguridad social que declara (Abril de 1979) la utilidad profesional y pública de las normas del Código y acuerda su publicación y difusión. Es una forma amable, pero mínima, de refrendo oficial, pero que no concede al Códgo valor jurídico en el ordenamiento legal del estado. Sigue al documento ministerial una antología de textos escogidos de la tradición deontológica, entre llos que se encuentran el Juramento hipocrático, la Oración de Maimónides, la Declaración de Ginebra y el Código de Londres.

Esta es la anatomía del Código. Pasemos ahora a considerar una cuestión más entretenida: una caracterización, breve y en unos pocos trazos, de las actitudes que los médicos adoptan ante el Código

Las actitudes ante el Código

Si yo interrumpiera aquí mi conferencia y la sustituyera por una prueba escrita para medir el conocimiento del Código de Deontología médica que tienen los circunstantes, una prueba que consistiera en señalar el contenido de alguno de sus capítulos o en comentar unos pocos artículos y en solicitar de cada uno una evaluación global del Código en sí mismo y en relación con su vigencia real entre los médicos, ¿qué resultados obtendría? No lo sé. Pero probablemente reuniría material para verificar la hipótesis de que los médicos tenemos unas pocas actitudes típicas ante la Deontología y el Código. Trataré de describirlas en cuatro trazos.

Esta muy extendida la que podríamos llamar “ignorancia benigna”. Son muchos los médicos que piensan que lo que realmente vale es tener el buen sentido moral que dan el deseo de ser una buena persona y la prudencia experimentada que van dando los años; que son suficientes el buen caráctar y la buena intención para salir airosos de los dilemas éticos que puedan presentarse y para cumplir ejemplarmente con los deberes que impone la buena práctica profesional. Desconfían de que leer libros de Ética médica ayude a mejorar a nadie. Es más, piensan que muchos de los nuevos problemas éticos son artificiales, se producen en sociedades que nada tienen que ver con lo que ocurre entre nosotros. Se sienten felices y suficientes con su experiencia y confían en que su buen sentido moral les ayudará a salir airosos de los pasos difíciles.

Hay otros médicos, y no son pocos, que se muestran escépticos sobre el valor de la Deontología. Unos son escépticos de la variante nostálgica, que echan de menos los viejos tiempos, cuando los médicos no necesitaban de la Deontología, o porque eran buenos por instinto o porque eran unos pillos sin remedio, por los que la Deontología nada podía hacer. Otros son escépticos porque piensan que todo en Ética es demasiado subjetivo, que la fragilidad moral del médico es inevitable y que la tendencia general lleva a encallecer la conciencia, a hacer la vista gorda y a que, en fin de cuantas, la Deontología es una hipocresía. No se sienten felices con unas normas escritas en papel mojado, que son olvidadas o burladas de ordinario y que sólo son traidas a colación para defender ciertos privilegios. Son, por desgracia, cada día más los escépticos que piensan que la Deontología es música celestial, que no está hecha para este mundo ni para estos tiempos nuestros tan complicados.

Hay, por último, una pequeña y ruidosa fracción de médicos que ante el Código muestran un rechazo absoluto. Sus razones son, más que éticas, políticas. Y están en los dos extremos del espectro ideológico. Unos pretenden obtener con la derogación de la Deontología una autonomía absoluta del médico que podría entonces campar por sus respetos en una sociedad abandonada al laissez-faire moral. Otros van en busca de la total sumisión política dentro de un rígido sistema sanitario de monopolio estatalista. El Código se presenta para unos como un obstáculo a la inmoralidad comercialista; para los otros, como un escollo para la manipulación de la Medicina como instrumento para la revolución social.

Creo que deberían ser más los médicos que, repudiando estas actitudes de benigna ignorancia, de escepticismo y de rechazo, piensan que ante la Deontología médica cabe una actitud sincera de conocimiento y aceptación. Por desgracia, no estamos haciendo mucho por favorecer ese conocimiento y esa práctica. La mayoría de nuestras Facultades de Medicina están fomentando entre las jóvenes generaciones de Médicos el analfabetismo ético. Mientras en Norteamérica y en muchos países de la Comunidad europea, la Ética médica vive un momento de inusitado esplendor, aquí está muy apagada. Cuando los países avanzados vienen de vuelta del abstencionismo ético, nosotros vamos caminando todavía hacia él.

Desde hace unos años me ha correspondido formar parte de un tribunal para la selección de los médicos extranjeros, no procedentes de la CEE, que quieren practicar la Medicina en España. El Consejo General los somete a un examen serio que incluye fundamentalmente cuestiones deontológicas y de derecho médico. Saben de eso mucho más que los jóvenes licenciados españoles, a los cuales ha de tolerarse la inscripción en los Colegios con una ignorancia muy completa de la Deontología. Suele dárseles en algunos Colegios, con el Carnet de Colegiado, un ejemplar del Código y otro de los Estatutos de la Organización Médica Colegial, pero no se exige para la Colegiación el conocimiento de ambos importantísimos y prácticos documentos. ¡Qué fuerte es el contraste con lo que ocurre, por ejemplo, en Francia, donde el Artículo 89 de su Código establece que: “Todo médico, al inscribirse en la lista de Colegiados, debe afirmar ante el Consejo Departamental de la Orden médica que conoce el presente Código y que se compromete bajo juramento y por escrito a respetarlo”!

Para ganar algunos prosélitos para esta tarea honrosa de dar a conocer y de hacer aprecio del Código, paso a la última parte de mi charla.

(No se conserva el tercer apartado de la disertación)

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