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Embriones y mitocondrias
Comentario al experimento de “trasplante mitocondrial”

Gonzalo Herranz, Departamento de Humanidades y Ética Médica, Universidad de Navarra
Colaboración para CiViCa, Pamplona, 4 de septiembre de 2009

Nature acaba de publicar, en versión virtual anticipada, un trabajo (Tachinaba et al. Mitochondrial gene replacement in primate offspring and embryonic stem cells. Doi:10:1038/nature08368) que merece ser comentado. Y lo merece también el editorial que lo acompaña (The ethics of egg manipulation. Cell research reopens the debate on embryo destruction, egg donation and what is natural. Nature 2009;460:1057), que encabeza el último número de agosto de 2009 de la revista.

El artículo, a pesar de llegar ya casi terminadas las vacaciones veraniegas, ha sido difundido con alborozo estos días pasados por muchos medios de comunicación. Los medios han recogido declaraciones de científicos y bioéticos, que conviene glosar.

La transferencia del complejo huso mitótico-cromosomas (ST): un experimento animal sin tacha

En una admirable exhibición de virtuosismo técnico, Tachinaba et al han producido un trabajo perfecto, sin fisuras, que, confirmando brillantemente sus expectativas, les lleva a la conclusión de que es factible el tratamiento eficaz de las enfermedades debidas a mutaciones del DNA mitocondrial.

Los investigadores del Centro Nacional de Investigación en Primates de Oregon han conseguido aislar, de ovocitos en metafase II de Macaca mulatta, el complejo huso mitótico-cromosomas, para luego transferirlos y fusionarlos, con ayuda de un extracto de virus Sendai, con citoplastos homólogos (ovocitos en metafase II, cuyos complejos huso mitótico-cromosomas habían sido extraídos previamente). Los embriones así obtenidos (embriones ST) demostraron poseer una más que satisfactoria capacidad de desarrollo, tal como revelaron dos pruebas distintas: de un lado, fueron capaces de originar dos líneas estables de células troncales embrionarias, con un rendimiento del 25% (similar al de los embriones controles); y, de otro, fueron igualmente capaces de ser gestados a término: de 15 embriones ST transferidos a la trompa de macacas nacieron cuatro animales, dos de ellos resultado de una gestación gemelar.

El artículo viene abastecido de una convincente, por no decir que apabullante, Información suplementaria. En el epígrafe que esa Información dedica a Métodos suplementarios se lee que “Todos los procedimientos sobre los animales fueron aprobados por el Comité Institucional de Cría y Uso de Animales”. Ahí está concentrada toda la ética explícita del artículo: la ética administrativa exigida para la experimentación animal.

Implicaciones humanas

Pero eso es sólo una parte del problema. Porque, aunque estamos ante una investigación sobre animales, y no sobre seres humanos, las implicaciones humanas del trabajo son notorias: hay mucha ética “intencional” en el artículo. Se nos habla ya en su primer párrafo de las enfermedades mitocondriales del hombre y de los procedimientos diseñados para tratarlas, poco eficaces hasta el momento. Los autores consideran que la técnica que ofrecen podría ser aplicada en clínica humana: “Para tal fin, podría extraerse, de un ovocito de la paciente que contiene mutaciones del mtDNA, el material genético nuclear para trasplantarlo a un ovocito enucleado que, donado por una mujer sana, tenga su mtDNA normal”.

Aunque los autores reconocen que los procedimientos analíticos de hoy no son totalmente fiables, se inclinan a pensar que su procedimiento parece libre del riesgo de transferir mitocondrias enfermas, es decir, no infecta de modo apreciable al citoplasto receptor con mitocondrias anormales. Señalan, prudentemente, que serán necesarios estudios preclínicos a largo plazo antes de que la técnica pueda aplicarse a los seres humanos.

Pero es justamente ahí, ante la posible aplicación de la técnica a seres humanos, donde empiezan los problemas éticos. El editorialista de Nature, que profesa una ética débil y sentimental, se lamenta: “Demostrar que eso puede hacerse de modo seguro exigirá investigaciones que resultarán conflictivas – y, en muchos países, legal o prácticamente imposibles. La necesidad de crear embriones humanos exclusivamente para fines de investigación, lo que muchos consideran una violación de la santidad de la vida humana, es el escollo mayor”. Pero no: para el editorialista de Nature, el escollo verdaderamente serio está en la extraordinaria dificultad de obtener ovocitos humanos para producir embriones experimentales. No abundan las mujeres que quieran pasar por la prueba dura de la hiperestimulación ovárica y donar después gratuitamente sus ovocitos para producir embriones humanos para fines experimentales. Tampoco parece ofrecer perspectivas muy halagüeñas para la investigación la paradójica “donación pagada”: aparte de que el mercado de los ovocitos humanos está dominado por las clínicas de reproducción humana asistida, hay una dificultad legal: fuera del Estado de Nueva York, la venta de ovocitos para investigación está prohibida.

Por último, el editorialista apunta un argumento muerto, un argumento del pasado: la repugnancia que en otro tiempo se expresó a lo “innatural” de ser uno hijo de tres progenitores. La expansión incontenible de la combinatoria de donantes, gestantes y nuevos tipos de familia, provocada por la revolución reproductiva, ha demostrado la futilidad de las prohibiciones.

No parece impropio pensar que el mensaje último del artículo editorial de Nature es que se viviría mejor con una sencilla inspección administrativa, no con normas éticas o leyes.

Lo que los medios difundieron

Los técnicos de la reproducción asistida, ¿serán capaces de respetar la prohibición del Convenio de Oviedo de producir embriones humanos para fines experimentales? Para cumplir una norma de Helsinki, ¿esperarán para iniciar sus ensayos clínicos el tiempo necesario para reunir la necesaria, imprescindible, información preclínica? No parece probable. Oviedo y Helsinki tienen en España fuerza obligante: no pasa eso en Estados Unidos.

Una prueba: en contradicción con lo que había afirmado en el artículo de Nature sobre la necesidad de estudios preclínicos a largo plazo, Shoukhrat Mitalipov, investigador principal del trabajo que comentamos, enfatizaba, en unas declaraciones a la BBC, que la tecnología está lista para ser aplicada al hombre y que, en consecuencia, había solicitado ya la autorización para empezar a trabajar con embriones humanos. Más aún, abriga la esperanza de que pronto pueda hacerlo con pacientes.

¿Qué hay detrás de esa premura? ¿Una mente científica, ávida de conocimientos y comprobaciones? ¿Un corazón compasivo, que arde en deseos de ahorrar sufrimientos a toda costa? ¿Una muy humana ambición de fama y prestigio? ¿La demasiado humana auri sacra fames? ¿Una emotivista mezcla de todo, que enturbia el análisis ético, que apetece el reconocimiento social? No se puede olvidar que, en investigación biomédica, se practica mucho el arte de apelar a los sentimientos del público, de atizar la pena que el buen pueblo siente ante el sufrimiento, en especial del de los niños. Mitalipov dijo a la BBC: “Se calcula que cada 30 minutos nace un niño con una devastadora enfermedad [mitocondrial] y pienso que deberíamos evitarlo”. La cruzada está lanzada. Pero no es fácil saber si lo dicho es cierto o es una piadosa exageración. No hay todavía datos fiables acerca de la incidencia de las mutaciones mitocondriales “devastadoras”, que, además, parecen ir precedidas de una elevadísima tasa de abortos espontáneos, de segundo y tercer trimestre. Pero que Mitalipov haya usado una cronología de alta resolución (“cada 30 minutos”, no “cada media hora”, o “más de 20 niños cada día”) presta al dato una máscara de precisión “científica” que induce al oyente a prestar su anuencia: un uso impropio de la autoridad científica.

Un comentario “sucio”

En la información ofrecida por la BBC sobre el artículo de Tachinaba et al., se incluían también unas declaraciones del Profesor Robin Lovell-Badge, un embriólogo británico, muy conocido por sus investigaciones sobre determinación del sexo, en especial por haber identificado el gen SrY. Lovell-Badge es un gran comunicador de la ciencia, que sostiene que, al dirigirse al público, los científicos han de usar metáforas, y describir las cosas en colores vivos, con palabras simples. No es extraño, por tanto, que a él recurran con frecuencia los medios para que comente noticias bioéticas de mucho impacto.

Dijo Lovell-Badge, a propósito de la aplicación al hombre del experimento de Tachinaba: “La gente no tendría que preocuparse demasiado de las alteraciones de la línea germinal. En fin de cuentas, las mitocondrias no confieren cualidades específicamente humanas. Sería lo mismo que cambiar las bacterias de nuestros intestinos, de las que, sospecho, nadie se cuida”.

Obviamente, la comparación, por chocante y original, impacta fuertemente. Pero, ¿es adecuada, oportuna? ¿Es ética? Creo que en bioética el buen humor debe jugar un papel más importante. Conviene compensar la acrimonia que con tanta frecuencia contamina sus interminables debates. Los bioéticos están crónicamente necesitados de buen humor, socráticamente irónico, no sofísticamente frívolo. Pero se ha de evitar que el buen humor degenere en puya irreverente, en vejación de cosas y personas.

Mas allá de su carácter fecal, la metáfora de Lovell-Badge es sofista: viene a decirnos que no hay que preocuparse de las mitocondrias humanas, ni, para el caso, de los embriones humanos: nada admirable hay en ellos de digno y respetable.

Queda así la cuestión resuelta. No hay problema, porque experimentar con la línea germinal, que quiere decir destruir embriones humanos, es asunto por el que no que hemos de pasar cuidados.

Eso es un modo de actuar muy típico de ciertos científicos. Ya Chesterton, en 1910, escribía: “Algunos hombres de ciencia pasan por encima de las dificultades tratando sólo de la parte fácil: y así, dirán del primer amor que es instinto sexual, y llamarán instinto de auto-conservación al temor a la muerte. Pero eso es escamotear la realidad […] Que haya un fuerte elemento físico tanto en el enamoramiento como en el Memento mori los hace, si fuera posible, más desconcertantes que si fueran fenómenos puramente intelectuales. […] Que estas cosas sean animales, pero no totalmente animales, es justo la razón por la que comienza el baile de las dificultades. Los materialistas analizan la parte fácil, niegan que exista la difícil, y se van a casa a tomar el té”.

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