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Pekín ha anunciado la construcción de una quinta base, igualando en número las que tiene Estados Unidos

Si bien existe un amplio seguimiento internacional sobre la toma de posiciones de las grandes potencias en el Ártico, dado que el calentamiento global abre rutas de comercio y posibilidades de explotación de recursos, los movimientos geopolíticos en torno a la Antártida pasan más desapercibidos. Congelada cualquier reivindicación nacional por los acuerdos vigentes sobre el continente del polo Sur, los pasos que dan las superpotencias son menores, pero también significativos. Como en el Ártico, China es un nuevo jugador, y está incrementando su apuesta.

Campamento compartido para la investigación científica en la Antártida [Pixabay]

▲ Campamento compartido para la investigación científica en la Antártida [Pixabay]

ARTÍCULOJesús Rizo

La Antártida es el continente más meridional y al mismo tiempo más extremo por sus condiciones geográficas y térmicas, que limitan seriamente su habitabilidad. La presencia humana es casi imposible en la llamada Antártida Oriental, situada a dos mil metros de altura sobre el nivel del mar y que constituye más de dos tercios del continente, siendo este, pues, el de mayor altitud media. Además, como la Antártida no es un océano, como ocurre con el Ártico, no se ve afectada, más que en su perímetro continental, por el incremento de la temperatura de los mares a causa del cambio climático.

A esas dificultades para la presencia humana se añaden las limitaciones impuestas por las disposiciones internacionales, que han aplicado una moratoria para cualquier reivindicación de soberanía o explotación comercial, algo que no sucede en el Ártico. La actuación en la Antártida está fuertemente determinada por el Tratado Antártico (Washington, 1959) que, en sus artículos I y IX, reserva el continente para investigación científica y actuaciones de carácter pacífico. Además, prohíbe las explosiones nucleares y la eliminación de desechos radiactivos (artículo V), y toda medida no pacífica de carácter militar (artículo I).

Este tratado lo complementan y desarrollan tres documentos más: la Convención para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos (CCRVMA, Canberra, 1980), la Convención para la Conservación de las Focas Antárticas (CCFA, Londres, 1988) y el Protocolo del Tratado Antártico sobre Protección del Medio Ambiente (Madrid, 1991), el cual prohíbe “cualquier actividad relacionada con los recursos minerales, salvo la investigación científica” hasta 2048. En definitiva, el llamado Sistema del Tratado Antártico (STA) “blinda” la región antártica frente a la explotación de sus recursos y al incremento de las tensiones internacionales, puesto que, además de lo anterior, congela las reclamaciones territoriales mientras tenga vigencia. No obstante, esto no impide que las potencias globales también busquen tener un pie en la Antártida.

La actuación más reciente corresponde a la República Popular China, que aspira a tener gran protagonismo en la zona, como ocurre en el Ártico. Contando ya con cuatro bases científicas en el continente austral (las bases antárticas Gran Muralla, Zhongshan, Kunlun y Taishan, las dos primeras permanentes y las dos últimas funcionales en verano), el noviembre pasado anunció la construcción de su quinta base (igualando así en número a Estados Unidos). La nueva instalación, en el mar de Ross, estaría operativa en 2022.

En relación con estas estaciones científicas, desde la llega al poder de Xi Jinping en 2013, China está buscando crear una Zona Antártica Especialmente Administrada, para la protección del medioambiente en torno a la base de Kunlun, algo a lo que se resisten sus vecinos regionales, puesto que daría a Pekín dominio sobre las actividades que allí se llevan a cabo. Esta es la base china con mayor protagonismo, esencial para sus estudios en materia astronómica y, por ende, para el desarrollo del BeiDou, sistema chino de navegación satelital, fundamental para la expansión y modernización de sus fuerzas armadas y que rivaliza con los sistemas GPS (Estados Unidos), Galileo (UE) y GLONASS (Rusia). A este respecto y en vista de las implicaciones militares que posee la Antártida, el Tratado estableció la posibilidad de que cualquier país realizara inspecciones a cualquiera de las bases allí presentes, como una forma de asegurar el cumplimiento de las predisposiciones del acuerdo (artículo VII). Sin embargo, la peligrosidad y coste de estas inspecciones han hecho que se reduzcan considerablemente, por no mencionar que la base de Kunlun se encuentra en una de las regiones climatológicamente más hostiles del continente.

Por otro lado, China cuenta actualmente con dos rompehielos, el Xue Long I y el Xue Long II, este último construido íntegramente en territorio chino con la asistencia de la finlandesa Aker Arctic. Los expertos consideran que, tras la construcción de este buque, la República Popular podría estar cerca de la construcción de rompehielos de propulsión nuclear, algo que actualmente solo lleva a cabo Rusia y que tendría consecuencias de alcance global.

Pero la importancia de la Antártida para China no sólo se refleja en los avances técnicos y tecnológicos que está realizando, sino también en sus relaciones bilaterales con países próximos al continente austral como Chile o Brasil, el primero con estatus consultivo original, y con reclamación territorial en el STA; el segundo con estatus consultivo únicamente. El pasado septiembre, el país andino mantuvo con la República Popular la primera reunión del Comité Conjunto de Cooperación Antártica, en la cual, entre otros asuntos, se trató el uso del puerto de Punta Arenas por parte de China como base para el abastecimiento de personal y materiales a sus instalaciones antárticas, conversaciones que requerirán de mayor profundización. En cuanto a Brasil, la empresa china CEIEC (China National Electronics Import & Export Corporation) financió en enero una nueva base antártica brasileña por valor de 100 millones de dólares.

 

Ubicación aproximada de las principales bases antárticas. En azul, las bases de Estados Unidos; en rojo, las de Rusia, y en amarillo, las de China.

Ubicación aproximada de las principales bases antárticas. En azul, las bases de Estados Unidos; en rojo, las de Rusia, y en amarillo, las de China.

 

Por último, cabe analizar el peso estadounidense y ruso en la Antártida, aunque previsiblemente será China quien adquiera mayor importancia en la región, al menos hasta la apertura del Protocolo de Madrid para su revisión en 2048. Estados Unidos posee tres bases permanentes (las bases McMurdo, Amundsen-Scott South Pole Station y Palmer) y dos únicamente de verano (las bases Copacabana y Cabo Shirreff), por lo que la construcción de la nueva base china igualará el número total de las bases estadounidenses.

Por su parte, Rusia, potencia dominante del Ártico, lo es también de su contraparte meridional, al menos en cuento el número de bases, ya que cuenta con seis, de las cuales cuatro son de funcionamiento anual (Mirni, Novolazárevskaya, Progrés y Vostok) y las otras dos únicamente en período estival (Bellingshausen y Molodiózhnaya). No obstante, conviene precisar que Rusia no ha abierto ninguna base antártica desde que cayó la URSS, siendo la más reciente Progrés (1988), si bien es cierto que ha intentado, por ejemplo, reabrir la base soviética Russkaya, sin éxito. También Estados Unidos estableció la mayoría de sus bases antárticas en plena Guerra Fría, en los años 50 y 60, salvo las dos de período estival (Copacabana en 1985 y Cabo Shirreff en 1991).

China, por el contrario, abrió la base Gran Muralla en 1985, la base Zhongshan en 1989, la Kunlun en 2009 y la Taishan en 2014 y, como ya se ha dicho, tiene una nueva pendiente para 2022.

Además de los países mencionados, otra veintena dispone de bases de investigación en la Antártida, entre ellos España, que tiene estatus consultivo en el Tratado Antártico. España cuenta con dos bases estivales en las islas Shetland del Sur, la base Juan Carlos I (1988) y la Gabriel de Castilla (1998). También cuenta con un campamento científico temporal situado en la Península Byers de la Isla Livingston.

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El deshielo ha provocado el desprendimiento de icebergs que pueden ser un riesgo para la navegación, pero en la Antártida la geopolítica está parcialmente congelada

El aumento de las temperaturas está abriendo el Ártico a las rutas comerciales y a la disputa entre diversos países por el futuro control de las riquezas de su subsuelo. En la Antártida, con temperaturas más bajas y un deshielo más lento, lo que hay bajo el manto blanco no es un océano, sino un continente alejado de las líneas de navegación y de los intereses directos de las grandes potencias. Hay razones para que los principales actores internaciones prefieran seguir dejando en la nevera todo reclamo sobre el Polo Sur.

ARTICULO /  Alona Sainetska [Versión en inglés]

La Antártida es un continente con cordilleras y lagos, rodeado de un océano y con una superficie total de 14 millones de kilómetros cuadrados. Por su ubicación en polos opuestos, la Antártida es frecuentemente comparada con la masa de hielo del Oceano Ártico que es, en cambio, un mar helado rodeado de tierra. En esas partes septentrionales de Eurasia y América, al norte del paralelo del círculo polar ártico, viven alrededor de 4 millones de personas. En contraste, la Antárdida, con su promedio de -49° C de temperatura,  es absolutamente inhabitable y es considerado hoy un santuario natural que concita la atención de numerosos países de la comunidad internacional.

A pesar de no presentar, a simple vista, elementos importantes de conflicto en el conjunto del sistema global,  la soberanía de su territorio nunca ha estado exenta de disputas y reclamaciones territoriales por parte de países como Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda, Noruega, Francia, Argentina y Chile. Aunque dejadas luego en suspenso, las reclamaciones de esos países no interferían unas con otras, salvo en el caso de Argentina y Chile, cuyas pretensiones se producían sobre terrenos que presentan mayores concentraciones de camarón antártico o krill y que ya habían sido reclamados total o parcialmente por Inglaterra.

En esta cuestión se produjo una trascendental coincidencia de intereses de los países anteriormente mencionados y también de las superpotencias no reclamantes, como fue el caso de Estados Unidos y la URSS, que mostraron poco deseo de convertir tanto el continente como el espacio marítimo en objeto de enfrentamientos político-militares. Este hecho facilitó mucho las negociaciones sobre el futuro estatus jurídico que tendría “el continente helado”.

El primer intento para establecer un régimen jurídico especial para la Antártida fue de Estados Unidos, en 1948. Sin embargo, esta idea fracasó al enfrentarse con la oposición de los países que deseaban extender su soberanía a territorios de la Antártida. Solo dos años más tarde el continente volvió a suscitar interés en las grandes potencias cuando la URSS anunció que no aceptaría ningún acuerdo sobre la Antártida en el que ella no estuviera representada.

Ante la necesidad de llegar a un consenso, y como fruto de los enormes esfuerzos de la comunidad científica mundial, nació un clima de cooperación y diálogo internacional sobre la Antártida que permitió el libre acceso de científicos de cualquier nacionalidad al continente, así como el intercambio de los resultados de sus investigaciones. Este nuevo contexto propició la firma el 1 de diciembre de 1959 del Tratado sobre la Antártida (TA), que entró en vigor el 23 de junio de 1961. Cualquier posible modificación, por mayoría, se aplazó hasta una conferencia prevista para 30 años después de su puesta en vigencia; cuando llegó 1991 no solo no se aplicaron cambios, sino que se añadieron salvaguardas.

En el TA, los países implicados se comprometían a reconocer  un régimen jurídico especial de la Antártida, dándole un estatus de “terra nullius”. Además, se establecía la desmilitarización del continente antártico, lo que reservaba el espacio helado exclusivamente para fines pacíficos y prohibía el establecimiento de bases militares.

Por otro lado, se proclamaba la congelación de todas las pretensiones de soberanía territorial sobre la Antártida, no pudiendo durante el periodo de vigencia del tratado hacerse nuevas reclamaciones o ampliar las anteriormente hechas.

De la misma manera, se establecía el derecho de nombrar observadores con el fin de asegurar el cumplimiento de los objetivos del tratado y se determinaba la celebración de reuniones periódicas de los estados originalmente firmantes del TA, más otros estados a los que se ha concedido carácter consultivo por realizar misiones científicas importantes en la Antártida.

Potencial científico y económico

En el año 1991 se dio un paso más allá en la conservación del gigante helado. Con el objetivo de responder a las cuestiones como el cambio climático y la necesidad de proteger el especial ecosistema que el continente representaba se firmaba en Madrid el llamado Protocolo “complementario” al TA sobre protección del medio ambiente. La condición para su entrada en vigor fue que lo ratificaran todos los miembros consultivos del Tratado Antártico. Prohibía cualquier tipo de explotación de los recursos minerales ajena a los fines científicos. Esta prohibición sólo podía ser levantada por acuerdo unánime y alejaba al continente de posibles rapiñas de sus grandes recursos naturales. La Antártida se convertía así en un lugar único en el mundo para la coexistencia entre hombre y naturaleza.

Sin embargo, las últimas décadas han introducido muchos cambios estratégicos que han originado serias dudas y preocupaciones en cuanto a la eficacia del TA. Su potencial científico y económico, junto con su enorme biodiversidad y riqueza en recursos naturales, han incrementado notablemente la importancia de la Antártida. La mayor interacción e interdependencia de los distintos actores nacionales, internacionales y transnacionales que integran la comunidad mundial ha multiplicado también el deseo de influir y participar, por diferentes vías, en la prosecución de intereses particulares en esta zona del mundo.

Así, junto a proyectos para garantizar las condiciones medioambientales, como la discusión sobre la creación de una gran zona de preservación natural en el mar de Ross, en ocasiones se lanzan polémicas iniciativas para el aprovechamiento de los recursos antárticos, como la sugerida por los Emiratos Árabes para remolcar hasta Oriente Medio icebergs que se desprendan de la masa de hielo antártico, con el fin de combatir la sequía y atender las necesidades de su población (la Antártida contiene el 80% de reservas de agua dulce del planeta).

Esos icebergs, por otra parte, pueden suponer una amenaza para la navegación y el comercio, especialmente si son de gran tamaño, como puede ocurrir con la plataforma de hielo Larsen C, cada vez más próxima a un colapso, lo que dejaría a la deriva un inmenso iceberg de 5.800 kilómetros cuadrados.

Países con diferente peso

Aunque una posible explotación de la Antártida no se contempla a corto o medio plazo y de momento se queda en un terreno hipotético, gracias a las desventajas resultantes de la lejanía del continente y sus duras y desfavorables condiciones, existe el riesgo de un futuro despliegue de actividad económica en la región de la Antártida a nivel mundial. Esto último dependerá de alineamientos internacionales que puedan surgir.

Los alineamientos en relación a la Antártida toman pie de la estructura de administración impuesta por el Tratado, que incluye tres categorías de miembros:

  • Los firmantes originarios (Argentina, Australia, Bélgica, Chile, Francia, Japón, Nueva Zelandia, Noruega, República Sudafricana, Unión Soviética, Gran Bretaña y Estados Unidos) que participan de pleno derecho en las reuniones consultivas del TA donde se adoptan las decisiones.

  • Aquellos Estados que desean adherirse y que, habiendo desarrollado actividades científicas importantes, obtienen el consentimiento para participar en las Reuniones Consultivas (por ejemplo: Polonia, Alemania, India, Brasil, China y Uruguay).

  • Los Estados que se adhieren, pero que, al no realizar una actividad científica significativa, no pueden participar en la toma de decisiones (Checoslovaquia, Cuba, Hungría, Bulgaria, Perú, Italia, Nueva Guinea, España, Suecia, Países Bajos, Dinamarca, Rumania y Finlandia).  

Una situación similar  de colisión de intereses  por parte de los actores internacionales se da en el polo opuesto de la Tierra, el Ártico. Sus condiciones climáticas presentan unas temperaturas mucho más cálidas que permiten la descongelación de su sensible capa de hielo. Así pues, el deshielo provocado por el calentamiento global hace cada vez más accesible la riqueza energética del Ártico (se estima que alberga el 13% del petróleo y el 30% del gas natural que queda en el planeta) y, por tanto, recrudece la batalla por los derechos a explotarla por países como Dinamarca, Canadá, Estados Unidos, Noruega y Rusia. Por otra parte está China, para quien el deshielo tiene múltiples consecuencias positivas, como la apertura de nueva ruta de navegación interoceánicas entre el norte de Europa y Shanghái mucho más corta, o el fácil acceso a la minería en zonas como Groenlandia.  

La abundancia de minerales esenciales en la tecnología, la apertura de nuevas rutas para el transporte marítimo y el hecho de que las tierras situadas en el círculo polar ártico sean habitables, con unas condiciones benévolas y de un acceso cada vez más fácil, hacen muy probable que el Ártico se integre antes en la estructura económica mundial que la Antártida.

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