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[Ming-Sho Ho, Challenging Beijing’s Mandate of Heaven. Taiwan's Sunflower and Hong Kong's Umbrella Movement. Temple University Press. Philadelphia, 2019. 230 p.]
RESEÑA / Claudia López
El Movimiento Girasol de Taiwán y el Movimiento de los Paraguas de Hong Kong alcanzaron una gran notoriedad internacional a lo largo de 2014, cuando retaron el ‘mandato del Cielo’ del régimen chino, por usar la imagen que da título al libro. Este analiza los orígenes, los procesos y también los resultados de ambas protestas, en un momento de consolidación del ascenso de la República Popular China. Challenging Beijing’s Mandate of Heaven ofrece una visión general y a la vez detallada sobre dónde, por qué y cómo estos movimientos se gestaron y alcanzaron relevancia.
El Movimiento Girasol de Taiwán se desarrolló en marzo y abril de 2014, cuando manifestaciones ciudadanas protestaron contra la aprobación de un tratado de libre comercio con China. Entre septiembre y diciembre de ese mismo año, el Movimiento de los Paraguas protagonizó en Hong Kong 79 días de protestas exigiendo el sufragio universal para elegir a la máxima autoridad este enclave de especial estatus dentro de China. Estas protestas llamaron la atención internacionalmente por su organización, pacífica y civilizada.
Ming-Sho Ho comienza describiendo el trasfondo histórico de Taiwán y Hong Kong desde sus orígenes chinos. Luego analiza la situación de ambos territorios en lo que va del presente siglo, cuando Taiwán y Hong Kong han comenzado a encontrar mayor presión por parte de China. Además, repasa las similares circunstancias económicas que produjeron las dos oleadas de revueltas juveniles. En la segunda parte del libro, se analizan los dos movimientos: las contribuciones voluntarias, el proceso de toma de decisiones y su improvisación, el cambio de poder interno, las influencias políticas y los desafíos de la iniciativa. La obra incluye apéndices con la lista de personas de Taiwán y Hong Kong entrevistadas y la metodología utilizada para el análisis de las protestas.
Ming-Sho Ho nació en 1973 en Taiwán y ha sido un observador directo de los movimientos sociales de la isla; durante su época de estudiante de doctorado en Hong Kong también siguió de cerca el debate político en la excolonia británica. En la actualidad está investigando iniciativas para promover la energía renovable en las naciones de Asia Oriental.
El hecho de ser de Taiwán le dio acceso al Movimiento Girasol y le permitió entablar una estrecha relación con varios de sus principales activistas. Pudo presenciar algunas de las reuniones internas de los estudiantes y llevar a cabo entrevistas en profundidad con estudiantes, líderes, políticos, activistas de ONG, periodistas y profesores universitarios. Eso le proporcionó una variedad de fuentes para llevar a cabo su investigación.
Si bien son dos territorios con características distintas –Hong Kong se encuentra bajo soberanía de la República Popular China, pero goza de autonomía administrativa; Taiwán sigue siendo independiente, pero su condición de estado se ve desafiada–, ambos suponen un reto estratégico para Pekín en su consolidación como superpotencia.
La simpatía del autor hacia estos dos movimientos es obvia en todo el libro, así como su admiración por el riesgo asumido por estos grupos de estudiantes, especialmente en Hong Kong, donde muchos de ellos fueron declarados culpables de ‘molestia pública’ y de ‘alteración del orden público’ y, en numerosos casos, acabaron condenados a más de un año de prisión.
Los dos movimientos tuvieron un comienzo y un desarrollo parecidos, pero cada cual terminó de manera muy distinta. En Taiwán, gracias a la iniciativa, el tratado de libre comercio con China no prosperó y fue retirado, y los manifestantes pudieron convocar un acto de despedida para celebrar esa victoria. En Hong Kong, la represión policial logró ir ahogando la protesta y se produjo una última redada masiva que supuso un final decepcionante para los manifestantes. No obstante, es posible que sin la experiencia de aquellas movilizaciones no hubiera sido posible la nueva reacción estudiantil que a lo largo de 2019 y comienzos de 2020 ha puesto contra las cuerdas en Hong Kong a las máximas autoridades chinas.
Taiwán llega a importar hasta cuatro veces más que China desde los países centroamericanos que le reconocen como Estado
De los casi doscientos países que existen en el mundo, solo 19 tienen relaciones diplomáticas con Taiwán (y, por tanto, no las tienen con China). De ellos, cinco están en Centroamérica y cuatro en el Caribe. El reconocimiento de Taipéi tiene algunas ventajas para esos países, aunque han ido quedando neutralizadas por el peso comercial de China. Panamá estableció relaciones con Pekín en 2017 y República Dominicana lo acaba de hacer ahora. Aquí examinamos el interés que aún tiene la preferencia por Taiwán para ciertos países de Centroamérica.
ARTÍCULO / Blanca Abadía Moreno
La especial relación de Taiwán con Centroamérica se remonta al período que siguió a la salida de Taiwán en 1971 de la Organización de las Naciones Unidas, donde la China nacionalista fue desplazada por la República Popular de China. Varios países latinoamericanos habían establecido relaciones con Taiwán en la década de 1960, pero la mayoría pasaron paulatinamente a reconocer a Pekín tras el cambio en la ONU. Taiwán retuvo, no obstante, el apoyo de las naciones centroamericanas y en la década de 1980 ganó además el de pequeñas islas del Caribe que entonces adquirieron la independencia.
La emergencia de China como gran socio comercial internacional ha ido restando reconocimientos diplomáticos a Taiwán. Costa Rica estableció plenos vínculos con China en 2007, Panamá en 2017 y República Dominicana el pasado 1 de mayo. Aun así, de los 19 países que siguen optando por Taipéi frente a Pekín, cinco están en Centroamérica: Guatemala, Belice, Honduras, El Salvador y Nicaragua (este país con un hiato de cinco años, de 1985-1990). Otros cuatro se encuentran en el Caribe: Haití y tres minúsculas naciones de las Antillas menores. Si se tiene en cuenta que el resto de países que reconocen a Taiwán tienen poca importancia comercial, salvo Paraguay (se trata del Vaticano, Burkina Faso, Suazilandia y seis microestados de Polinesia), se entiende que Centroamérica absorba el interés diplomático de Taiwán.
Dado que la teoría constitutiva de la estadidad define un Estado como una persona de derecho internacional si, y solo si, es reconocido como soberano por otros, Taiwán se esfuerza en asegurarse que esos países sigan reconociéndolo como sujeto de pleno derecho en el concierto de las naciones; perder su apoyo afectaría directamente a la legitimidad de sus alegaciones como Estado soberano.
Para ello, Taipéi fomenta la relación comercial con ellos, les procura inversiones y utiliza lo que se llama la “diplomacia de la chequera”: la entrega de regalos (y sobornos) para que se mantengan esas relaciones. Los países centroamericanos reciben un promedio de 50 millones de dólares anuales de cooperación no reembolsable declarada. Taiwán orienta la ayuda hacia sus aliados Latinoamericanos por medio del Fondo de Desarrollo y Cooperación Internacional (ICDF), con programas que van desde la construcción de infraestructura hasta la producción de café. Así, Taiwán ha financiado y construido diversos edificios gubernamentales en Nicaragua y El Salvador.
Además, la nación asiática contribuye a programas del Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE) y es país observador en el Parlamento Centroamericano y otras organizaciones regionales.
Ese esfuerzo, no obstante, no ha impedido que en los últimos años se hayan dado bajas entre los países centroamericanos que le veían dando reconocimiento diplomático. El desarrollo económico de Costa Rica llevó en 2007 a este país a querer mejorar sus cifras comerciales mediante una aproximación a China, que supuso la apertura de una embajada en Pekín y el cierre de la que tenía en Taipéi. Por el mismo motivo, Panamá también optó en 2017 por romper con las relaciones diplomáticas con Taiwán, afirmando que China, un destacado usuario del canal panameño, “siempre ha jugado un papel relevante en la economía de Panamá” y había que eliminar cualquier restricción que lo impidiera seguir siendo.
Relaciones comerciales
Las relaciones comerciales entre Taiwán y los países centroamericanos que le reconocen como Estado se incrementaron significativamente gracias a la apertura en 1997 de la Oficina Comercial de Centroamérica (CATO) en Taiwán, la incorporación de este país al BCIE y la entrada en vigor de varios tratados comerciales. Así, Taiwán firmó tratados de libre comercio con Guatemala (2006), con Honduras y El Salvador (2006) y con Nicaragua (2008).
Esos tratados han facilitado especialmente la exportación centroamericana a Taiwán. Como ocurre con la mayoría de países latinoamericanos, Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua tienen a China como uno de los principales orígenes de sus importaciones (el 1º sigue siendo Estados Unidos). Su alineamiento político con Taiwán no les impide ser clientes de la producción de China. De esta forma, en 2016, China estuvo entre los puestos 2º y el 3º como mercado de procedencia, mientras que Taiwán se situó muy abajo en la tabla (entre el puesto 14º y el 23º). Sin embargo, la particular relación con Taipéi hace que Taiwán iguale o sobrepase a China como destino de las exportaciones de los cuatro países centroamericanos mencionados. Ese es el beneficio comercial que obtienen del reconocimiento diplomático a la isla asiática.
De este grupo de países, Nicaragua es el que en 2016 más exportó a Taiwán (83,7 millones de dólares) en comparación con las exportaciones a China (21,5 millones), en una proporción de cuatro a uno. Los principales productos nicaragüenses exportados fueron camarón, azúcar, carne bovina y café.
Honduras exportó a Taiwán por valor de 24,7 millones de dólares –principalmente productos textiles, café y aluminio– frente a los 18,5 millones colocados a China. Por su parte, El Salvador envió a Taiwán cargas por valor de 53,3 millones –sobre todo azúcar–, y de 46,5 millones a China. Guatemala, cuya economía tiene un volumen mayor, fue el único país en vender más a China (75,5 millones), pero en cifras muy similares a las de Taiwán (74 millones), a donde envió sobre todo café, papel y cartón.
Con estas relaciones diplomáticas y comerciales Taiwán pretende mostrar a la sociedad internacional que es un aliado capaz y responsable para la cooperación internacional. Así como hacer ver al mundo que la diplomacia taiwanesa existe pese a los intentos de asilamiento de China. El hecho de que China tenga un especial interés por mercados que le faciliten el acceso a materias primas hace que el gigante asiático esté más atento a las relaciones con diversos países de Sudamérica, ricos en minerales; es ahí donde Pekín concentra sus inversiones latinoamericanas.
Centroamérica, con menor actividad extractiva, se escapa de esta forma de la prioridad china (el interés por el Canal de Panamá es un caso aparte), y queda de momento para la acción de Taiwán. No obstante, el carácter cada vez más residual del apoyo a la isla y el peso mismo de las relaciones con China hacen prever que los países centroamericanos seguirán dándose de baja, uno tras otro, de este particular club.
DOC. DE TRABAJO / Iñigo González Inchaurraga
RESUMEN
El principal, aunque no el único, elemento de contención entre Estados Unidos y China es Taiwán. Mientras que Washington mantiene una política de una sola China, Pekín defiende el principio de “una sola China”, proclamando que solo hay una China en el mundo y que tanto la isla de Taiwán como la zona continental son la misma República Popular China. Las autoridades chinas también sostienen que la soberanía y el territorio chino no pueden dividirse. A los ojos de Pekín, Taiwán es una provincia renegada surgida de la guerra civil china, por lo que la reunificación es la única opción de futuro para la isla. Esta reunificación, preferiblemente, debería producirse de manera pacífica, pero el uso de la fuerza tampoco puede descartarse si Taiwán pretendiese una independencia de jure. Por su parte, el Gobierno de Taipéi reclama su estatus como Estado soberano. El caso es que estando a finales de la década de 2010, resulta complicado seguir pidiendo a China que cumpla con el Derecho Internacional en relación, por ejemplo, a la resolución del Tribunal Permanente de Arbitraje y las disputas territoriales en el Mar de la China Meridional, mientras que Taiwán sigue siendo una anomalía que atenta contra ese mismo Derecho Internacional que Pekín debe cumplir ateniéndose a las normas de la ONU sobre el Derecho del Mar.
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