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Las aspiraciones georgianas de integración en la Unión Europea y en la OTAN se topan con el temor occidental de una reacción desmesurada de Rusia

Vista de Tiblisi, la capital de Georgia, con el palacio presidencial al fondo [Pixabay]

▲ Vista de Tiblisi, la capital de Georgia, con el palacio presidencial al fondo [Pixabay]

ANÁLISIS / Irene Apesteguía

En tiempos griegos, Jasón y los Argonautas emprendieron un viaje en busca del Vellocino de Oro, con una dirección clara: las actuales tierras de Georgia. Más adelante, en época romana, estas tierras estuvieron divididas en dos reinos: Cólquida e Iberia. De ser un territorio cristiano, Georgia pasó a ser conquistada por los musulmanes y sometida posteriormente a los mongoles. En esta época, en el siglo XVI, la población se vio reducida debido a las continuas invasiones persas y otomanas.

En 1783, el reino georgiano y el imperio ruso acordaron el Tratado de Gueórguiyevsk, por el que ambos territorios se comprometían a brindarse mutuo apoyo militar. Este acuerdo no logró evitar que la capital georgiana fuera saqueada por los persas, algo que fue permitido por el zar ruso. Y fue este, el zar Pablo I de Rusia, quien en 1800 firmó la correspondiente incorporación de Georgia al imperio ruso, aprovechándose del momento de debilidad georgiano.

Tras la desaparición de la República Democrática Federal de Transcaucasia y gracias al colapso ruso iniciado en 1917, el primer estado moderno de Georgia fue creado: la República Democrática de Georgia, que entre 1918 y 1921 luchó con el apoyo de Alemania y las fuerzas británicas contra el imperio ruso. La resistencia no duró y la ocupación del Ejército Rojo ruso llevó en 1921 a la incorporación del territorio georgiano a la Unión de Repúblicas Soviéticas. En la Segunda Guerra Mundial, setecientos mil soldados georgianos tuvieron que luchar contra sus antiguos aliados alemanes.

En esos tiempos estalinistas, Osetia fue dividida en dos, constituyéndose la parte sur como región autónoma perteneciente a Georgia. Más tarde, se repitió el proceso con Abjasia, y así se formó la actual Georgia. Setenta años después, el 9 de abril de 1991 la República Socialista Soviética de Georgia declaró su independencia con el nombre de Georgia.

Cada tiempo tiene su “caída del Muro de Berlín”, y este se caracteriza por la desintegración de la antigua Rusia. No creó por tanto ninguna sorpresa el gran conflicto armado que se desenvolvería en 2008 como consecuencia de los conflictos paralizados entre Georgia y Osetia del Sur y Abjasia desde los inicios del pasado siglo.

Desde la desintegración de la URSS

Tras la desintegración de la URSS, la configuración territorial del país llevó a la tensión con Rusia. Con la independencia hubo disturbios civiles y una gran crisis política, ya que no se tuvo en cuenta el parecer de la población de los territorios autónomos y se violaron las leyes de la URSS al respecto. Como hermanas gemelas, Osetia del Sur deseaba unirse a Osetia del Norte, es decir, a una parte rusa, siguiendo Abjasia de nuevo sus pasos. Moscú reconoció a Georgia sin modificación de fronteras, quizás por miedo a una actuación similar al caso checheno, pero durante dos largas décadas actuó como padre protector de las dos regiones autónomas.

Con la independencia, Zviad Gamsajurdia se convirtió en el primer presidente. Tras un golpe de Estado y una breve guerra civil llegó al poder Eduard Shevardnadze, un político georgiano que en Moscú había colaborado estrechamente con Gorbachov en la articulación de la perestroika. Bajo la presidencia de Shevardnadze, entre 1995 y 2003, se produjeron guerras étnicas en Abjasia y Osetia del Sur. En torno a unas diez mil personas perdieron la vida y miles de familias abandonaron sus hogares.

En 2003 la Revolución de las Rosas contra el desgobierno, la pobreza, la corrupción y el fraude electoral facilitó la restauración de la integridad territorial, el retorno de los refugiados y la aceptación de las distintas etnias. Sin embargo, las reformas democráticas y económicas que se plantearon no dejaron de ser un anhelado sueño.

Uno de los líderes de la Revolución de las Rosas, el abogado Mijail Saakashvili, llegó a la presidencia un año después, declarando la integridad territorial georgiana e iniciando una nueva política: la amistad con la OTAN y la Unión Europea. Esa aproximación a Occidente, y especialmente a Estados Unidos, puso sobre aviso a Moscú.

La importancia estratégica de Georgia se debe a su centralidad geográfica en el Cáucaso, pues se halla en medio del trazado de nuevos oleoductos y gaseoductos. La seguridad energética europea avalaba el interés de la UE por una Georgia no supeditada al Kremlin. Saakashvili hizo guiños a la UE y también a la OTAN, aumentando el número de efectivos militares y el gasto en armamento, algo que en 2008 no le vino nada mal.

Saakashvili tuvo éxito con sus políticas en Ayaria, pero no en Osetia del Sur. El mantenimiento de la tensión en esa zona y diversas disputas internas generaron una gran inestabilidad política que motivó la renuncia del mandatario.

Al terminar el mandato de Saakashvili en 2013, pasó a ocupar la presidencia el comentarista y político Giorgi Margvelashvili, como cabeza de lista de Sueño Georgiano. Margvelashvili mantuvo la línea de acercamiento a Occidente, tal como ha hecho desde 2018 la actual presidenta, Salome Zurabishvili, una política nacida en Francia, también de Sueño Georgiano.

Lucha por Osetia del Sur

La guerra de 2008 fue iniciada por Georgia. Rusia también contribuyó a crear malas relaciones previas, embargando importaciones de vino georgiano, repatriando inmigrantes indocumentados georgianos e incluso prohibiendo vuelos entre ambos países. En el conflicto, que afectó a Osetia del Sur y a Abjasia, Saakashvili contó con un Ejército modernizado y preparado, y también con el apoyo absoluto de Washington.

Las batallas comenzaron en la principal ciudad de Osetia del Sur, Tsjinval, cuya población es mayoritariamente de origen ruso. A los bombardeos aéreos y terrestres del Ejército georgiano siguió la entrada en el territorio de los tanques rusos. Moscú logró el control de la provincia y expulsó a las fuerzas georgianas. Tras cinco días, la guerra terminó con un balance de entre ochocientos y dos mil muertos, según los distintos cómputos de cada bando, y múltiples violaciones de las leyes de guerra. Además, numerosos informes encargados por la Unión Europea mostraron que las fuerzas de Osetia del Sur “destruyeron deliberada y sistemáticamente aldeas de etnia georgiana”. Estos informes también afirmaron que fue Georgia la que inició el conflicto, si bien la parte rusa había realizado múltiples provocaciones y además reaccionado de forma desmesurada.

Tras el alto al fuego del 12 de agosto, las relaciones diplomáticas entre Georgia y Rusia quedaron suspendidas. Moscú retiró sus tropas de parte del territorio georgiano que había ocupado, pero permaneció en las regiones separatistas. Desde entonces Rusia reconoce a Osetia del Sur como territorio independiente, al igual que hacen algunos aliados rusos como Venezuela o Nicaragua. Los propios osetios no reconocen tener lazos culturales e históricos con Georgia, sino con Osetia del Norte, es decir, con Rusia. Por su parte, Georgia insiste en que Osetia del Sur está dentro de sus fronteras, y el mismo gobierno se encargará de ello como una cuestión de orden público, solucionando así un problema calificado de constitucional.

Dado el acercamiento de Georgia a la UE, el conflicto bélico dio pie a la diplomacia europea a tener un papel activo en la búsqueda de la paz, con el despliegue de doscientos observadores en la frontera entre Osetia del Sur y el resto de Georgia, en sustitución de las tropas de paz rusas. En realidad, la UE pudo haber intentado antes una reacción más contundente frente a las acciones de Rusia en Osetia del Sur, lo que algunos observadores creen que hubiera evitado lo que después pasó en Crimea y el este de Ucrania. En cualquier caso, a pesar de haber iniciado el conflicto, esto no afectó a la relación de Tiflis con Bruselas, y en 2014 Georgia y la UE firmaron un Acuerdo de Asociación. Actualmente podemos asegurar que Occidente ha perdonado a Rusia su comportamiento en Georgia.

La guerra, aunque corta, tuvo un claro impacto negativo en la economía de la región osetiana, que en medio de las dificultades se hizo dependiente de Moscú. No obstante, las ayudas financieras rusas no llegan a la población debido al alto nivel de corrupción.

La guerra terminó, pero no los roces. Además de un problema de refugiados, también se da un problema de seguridad, con asesinatos de georgianos en las fronteras con Osetia del Sur. La cuestión no está cerrada, pero a pesar de que el riesgo sea leve, todo queda en manos de Rusia, que además de controlar e influir en la política, dirige el turismo en la zona.

Esta no resolución del conflicto dificulta la estabilización de la democracia en Georgia y con ello la posible entrada a la institución europea, dado que las minorías étnicas alegan falta de respeto y protección de sus derechos. A pesar de que los mecanismos de gobierno siguen siendo escasos en estos conflictos, se observa claramente que las reformas adquiridas últimamente en el sur del Cáucaso han llevado a promover el diálogo inclusivo con las minorías y a una mayor responsabilidad estatal del asunto. 

Últimas elecciones

El noviembre de 2018 se celebraron las últimas elecciones presidenciales por sufragio directo en el país, pues desde 2024 ya no serán los ciudadanos los que voten a su presidente, sino los legisladores y ciertos compromisarios, debido a una reforma constitucional que transforma el país en una república parlamentaria.

En 2018 se enfrentaron en la segunda vuelta el candidato del Movimiento Nacional Unido, Grigol Vashdze, y la candidata de Sueño Georgiano, Salome Zurabishvili. Con el 60% de los votos, la candidata de centro izquierda se convirtió en la primera mujer en ocupar la presidencia de Georgia. Ganó con una apuesta europea: “más Europa en Georgia y Georgia en la Unión Europea”. Su toma de posesión fue acogida con manifestantes que alegaban irregularidades en las elecciones. La Organización para la Seguridad y Cooperación Europea (OSCE) avaló el proceso electoral, aunque señaló la falta de objetividad de los medios públicos durante la campaña.

Algunos medios georgianos consideran que Sueño Georgiano gozó de una “ventaja indebida”, por la intervención en la campaña del exprimer ministro Bidzina Ivanishvili, hoy un adinerado financiero, quien anunció públicamente un programa de ayuda para seiscientos mil georgianos. Quedó en evidencia que Ivanishvili tira de los hilos y las palancas de poder en el país. Ese cuestionamiento de la limpieza de la campaña llevó a que Georgia haya bajado en calidad democrática en los índices de 2018.

 

Acto público presidido en enero por Salome Zurabishvili en el palacio presidencial georgiano [Presidencia de Georgia]

Acto público presidido en enero por Salome Zurabishvili en el palacio presidencial georgiano [Presidencia de Georgia]

 

LA APROXIMACIÓN A OCCIDENTE

Desde las políticas llevadas a cabo por la presidencia georgiana desde la llegada de Saakashvili al poder, Georgia se ha adentrado de modo decidido en el mundo occidental. Gracias a todas las nuevas medidas que Tiflis está implementando para ajustarse a los requisitos y peticiones occidentales, Georgia ha logrado perfilarse como el idóneo candidato para su entrada en la Unión Europea. No obstante, a pesar de los anhelos europeístas y atlantistas del partido gobernante, Sueño Georgiano, y de buena parte de la sociedad georgiana, el país podría acabar rindiéndose ante la presión de Rusia, como ha pasado con varios territorios exsoviéticos que previamente habían intentado una aproximación occidental, véase Azerbaiyán o Kazajstán.

Adecuación a la Unión Europea

Devenido en el país más favorecido del Cáucaso para entrar en la Unión Europea, con la que tiene una cercana y positiva relación, Georgia ha firmado diversos tratados vinculantes con Bruselas, siguiendo la aspiración de los ciudadanos georgianos de más democracia y derechos humanos. En 2016 entró en vigor el Acuerdo de Asociación entre la UE y Georgia, algo que permite dar serios pasos en integración política y económica, como la creación de la Zona de Libre Comercio de Alcance Amplio y Profundo (ZLCAP). Este régimen de comercio preferencial convierte a la UE en el principal socio comercial del país. El ZLCAP ayuda a Georgia a reformar su marco comercial, siguiendo los principios de la Organización Mundial del Comercio, al tiempo que elimina aranceles y facilita un amplio y mutuo acceso. Esa adecuación al marco legal de la UE supone una preparación del país para una eventual adhesión.

En cuanto al Acuerdo de Asociación, se debe mencionar que Georgia es un país miembro de la Asociación Oriental dentro de la Política Europea de Vecindad. Mediante esta asociación, Bruselas emite informes anuales sobre los pasos dados por un determinado Estado para llegar a una mayor adecuación con la UE. El Consejo de Asociación es la institución formal que se dedica a supervisar esas relaciones asociacionistas; en sus reuniones se han destacado los progresos alcanzados y la creciente cercanía entre Georgia y la UE.

En 2016 el Comité de Representantes Permanente de la UE confirmó el acuerdo del Parlamento Europeo acerca de la liberación de visados con Georgia. Dicho acuerdo se basaba en la no necesidad de visado para ciudadanos de la UE que cruzaran las fronteras del país, y para ciudadanos georgianos que viajasen a la UE para estancias de hasta 90 días.

Georgia, sin embargo, se ha visto decepcionada en sus expectativas cuando desde la UE se han expresado dudas sobre la conveniencia de su incorporación. Algunos países miembros alegaron el peligro que podían suponer los grupos criminales georgianos, algo que varios partidos prorrusos del país aprovecharon para realizar una enérgica campaña contra la UE y la OTAN. La campaña tuvo sus resultados y la opinión contraria a Rusia disminuyó, lo que llevó a Moscú a una mayor afirmación con maniobras militares, si bien en las elecciones de 2016 siguió el respaldo ciudadano a Sueño Georgiano.

A pesar de que no hay una perspectiva de próxima adhesión, la UE sigue ofreciendo esperanzas, como en la gira por el Cáucaso que la canciller alemana, Angela Merkel, hizo el verano pasado. En su visita a Georgia, Merkel comparó el conflicto georgiano con el ucraniano debido a la presencia de tropas rusas en las regiones separatistas del país. Visitó la localidad de Odzisi, situada en la frontera con Osetia del Sur, y en un discurso en la Universidad de Tiflis dijo que tanto ese territorio como Abjasia son “territorios ocupados”, lo que no fue bien recibido por Moscú. Merkel se comprometió a hacer lo posible para que esa “injusticia” siga presente en la agenda internacional.

La presidenta georgiana, Salome Zourachvili, considera además que la salida del Reino Unido de la Unión Europea puede ser una gran oportunidad para Georgia. “Obligará a Europa a reformarse. Y como soy una optimista estoy segura de que nos abrirá nuevas puertas a nosotros", ha dicho.

Esperanza en la Alianza Atlántica

El comportamiento de Rusia en los últimos años, además de incentivar el acercamiento de Georgia a la UE, ha dado sentido de urgencia a su deseo de incorporación a la Alianza Atlántica.

En 2016 hubo en el Mar Negro varias maniobras conjuntas entre la OTAN y Georgia, donde recaló una flota de la coalición. Era evidencia de una creciente aproximación mutua que Georgia esperaba que condujera a su adhesión a la organización en la cumbre que la OTAN celebraba ese mismo año en Varsovia. Pero a pesar de la gran preparación que recibió el país en términos de defensa, seguridad e inteligencia, no fue allí invitada a entrar en el club: no se quería incomodar a Rusia.

La OTAN aseguraba, no obstante, mantener su política de puertas abiertas a los países del este y estimaba que Georgia seguía siendo un candidato ejemplar. A la espera de decisiones futuras, a Tiflis le quedaba reforzar la cooperación militar, ofreciendo como incentivación el “formato del Mar Negro”, una solución de compromiso que incluye a la OTAN, a Georgia y a Ucrania y que aumenta la influencia de la Alianza en la región del Mar Negro.

Georgia, siendo el capital aliado de la OTAN y la Unión Europeo en la zona del Cáucaso, aspira a una mayor protección de la Alianza Atlántica frente a Rusia. Desde el centro político europeo se observan los esfuerzos de la población georgiana por ingresar en la organización internacional y se opta por una estrategia de paciencia para la zona caucásica, como en los años de la Guerra Fría.

Acercarse a las fronteras rusas es problemático, y múltiples críticas han surgido hacia la OTAN acerca de la sencilla incorporación georgiana debido a su situación geoestratégica. Rusia ha expresado repetidas veces su preocupación por esa cooperación conjunta entre Estados Unidos, la OTAN y su vecina Georgia.

 

Intervención de la presidenta Zurabishvili en los actos celebrados en enero en Jerusalén en recuerdo del Holocausto [Presidencia de Georgia]

Intervención de la presidenta Zurabishvili en los actos celebrados en enero en Jerusalén en recuerdo del Holocausto [Presidencia de Georgia]

 

UNA RUSIA VIGILANTE

Las heridas de la guerra de Osetia del Sur de 2008 no han terminado de cerrarse en la sociedad georgiana. Y es que, a pesar de los intentos políticos de Georgia de acercamiento a las instituciones occidentales, Rusia se mantiene en guardia con suspicacia, de forma que las relaciones entre los dos países no dejan de ser conflictivas. Así, el verano pasado se registró un último episodio de tensión, que llevó a la presidenta de Georgia a calificar a Rusia de “enemiga y ocupante”.

Tras algún acercamiento en 2013 que supuso un aumento del comercio de alimentos y del turismo ruso que llegaba al país, Moscú ha pasado a una estrategia de intento de acercamiento a nivel religioso y político. Con esa intención, un pequeño grupo de legisladores rusos viajó a la capital georgiana para la Asamblea Interparlamentaria de la Ortodoxia. Esta organización internacional, liderada por Grecia y Rusia, es la única que reúne a los órganos legislativos de los países ortodoxos. El encuentro tuvo lugar en el salón plenario del Parlamento de Georgia, donde el diputado ruso Sergei Gabrilov, ocupó el asiento del presidente de la Cámara. Varios políticos de la oposición no vieron esto con buenos ojos y movilizaron a miles de ciudadanos, que protagonizaron graves desórdenes públicos en un intento de asalto al Parlamento. La delegación rusa a se vio obligada a abandonar el país, pero quedó claro el intento de influencia rusa a través de la religión, cuando hasta entonces la Iglesia se había mantenido apartada de todas las controversias políticas.

Los disturbios, en los que hubo numerosos heridos, motivaron que los miembros del Gobierno cancelaran todos sus desplazamientos al extranjero y que la presidenta interrumpiera su viaje a Bielorrusia, donde iba a asistir a la apertura de los Juegos Europeos, una presencia que se consideraba importante a ojos occidentales. Los manifestantes protestaron contra la sede de Sueño Georgiano, donde quemaron y asaltaron dependencias. Los diez días de revueltas no solo se justificaban por el incidente ocurrido en la Asamblea, sino también como reacción a la ocupación rusa. Además, también pudo contribuir el conflicto entre Sueño Georgiano y los partidos opuestos liderados por Saakashvili, actualmente exiliado en Ucrania.

La crisis terminó con la marcha del primer ministro Mamuka y el nombramiento de Georgi Gaharia como su sucesor, a pesar de las críticas que este había recibido por su gestión de los disturbios como ministro del Interior.

Las revueltas, aunque pudieran estar bien intencionadas, van contra los intereses de Georgia, según consideró la presidenta del país, pues lo que este necesita es “tranquilidad y estabilidad interna”, tanto para progresar internamente como para ganar simpatías entre los miembros de la UE, que no quieren más tensión en la región.  Salome Zurabishvili advirtió de los riesgos de cualquier desestabilización interna que pueda provocar Rusia.

Con motivo de las protestas de junio, el Kremlin promulgó un decreto en el que se prohibía el transporte de nacionales a Georgia por aerolíneas rusas. Con ello decía querer garantizar “la seguridad nacional y la protección de los ciudadanos”, pero estaba claro Moscú estaba reaccionando frente a una revuelta de tinte anti-ruso. La decisión redujo la llegada de visitantes de Rusia, que venían constituyendo uno de cada cuatro turistas, lo que según el Gobierno podía significar una pérdida de mil millones de dólares y una reducción del 1% en del PIB.

La tensión llegó a los medios televisivos de la capital georgiana. Días después de las revueltas, el presentador del programa “Post Scriptum” de la cadena Rustavi 2 intervino en la emisión hablando en ruso y vertió varios insultos contra el presidente Vladimir Putin, algo que Rusia calificó como inaceptable y “rusofobia”. La cadena se disculpó, admitiendo que se habían vulnerado sus estándares éticos y editoriales, al tiempo que diversos políticos georgianos, incluida la presidenta, condenaron el episodio y lamentaron que hechos así no hacen más que aumentar las tensiones entre las dos naciones.

Los sucesos del pasado verano muestran el rechazo de los georgianos a una enemistad con Rusia que, además de acentuar la tensión con el gran vecino del norte, puede incidir en la relación de Georgia con la UE y otros organismos internacionales occidentales, pues estos no van a pisar sobre arenas movedizas, y menos teniendo a la gran Rusia enfrente.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

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Cornell S. E. & Starr, F. The Guns of August 2008. Russia’s War in Georgia. London: M.E. Sharpe, 2009

De la Parte, Francisco P. El imperio que regresa. La Guerra de Ucrania 2014-2017: Origen, desarrollo, entorno internacional y consecuencias. Oviedo: Ediciones de la Universidad de Oviedo, 2017

Golz, Thomas. Georgia Diary: A Chronic of War and Political Chaos in The Post-Soviet Caucasus.New York: Taylor and Francis, 2006

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