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[Jorge Orlando Melo, Historia mínima de Colombia. El Colegio de México-Turner. Bogotá, 2018. 330 p.]
RESEÑA / María Gabriela Fajardo
Esta historia de Colombia escrita por Jorge Orlando Melo destaca por su evidente esfuerzo de neutralidad política. Se mencionan los procesos, las continuidades y las rupturas históricas de la nación sin traslucir ningún tipo de tendencia partidista. El autor procura mantenerse imparcial al narrar los eventos que han llevado a Colombia a donde hoy se encuentra. Eso convierte la obra de Melo –nacido en Medellín en 1942, historiador de la Universidad Nacional de Colombia y consejero presidencial para los derechos humanos en 1990– en especialmente adecuada para lectores sin un especial conocimiento de la historia colombiana, pues pueden juzgar por ellos mismos el devenir de la creación de una nación donde primero fue el Estado. Ese es justamente el propósito de la colección de “historias mínimas” encargada desde el Colegio de México.
Gran parte de la obra se dedica a la época colonial, remarcando así la importancia de la memoria histórica en el proceso de formación del país y en sus cambios actuales. No se trata, pues, del habitual recorrido lineal a través de acontecimientos políticos, sino que más bien fija la atención en la evolución cultural de aquella memoria forjada tempranamente y que se desarrolla en sucesivas dinámicas sociales.
Por otro lado, el papel de las regiones es un elemento clave en la formación de la sociedad colonial, cuyo legado es un poder central ineficiente, en un país donde hay leyes que parecen ser negociables, la sociedad está dividida en diversos estratos sociales, la tierra pertenece a unos pocos y se da una constante polarización política a manos de gobiernos clientelistas.
Esto sucede en una Colombia en la que el papel de la geografía ha sido determinante para los procesos de desarrollo de la nación. Melo habla de zonas aisladas de difícil acceso, de muy diverso tipo: “islas de prosperidad, seguridad o salubridad en medio de un océano de pobreza, violencia y enfermedad”. Ese océano ha disminuido en la actualidad, pero hay islas que siguen siendo la ruta perfecta para el narcotráfico.
Las luchas ideológicas en Colombia han sido intensas: a la Hegemonía Conservadora, de 32 años, le siguió Hegemonía Liberal, de 13; luego se dio la era del Frente Nacional, durante la cual conservadores y liberales se alternaron en cada periodo, creando un ambiente de equilibrio y relativa tranquilidad por un corto plazo de tiempo. “La pugna entre liberales y conservadores fue, más que un enfrentamiento político por el triunfo electoral, una guerra santa por modelos sociales diferentes”, escribe Melo. Sin embargo, eso generó exclusión política y llevó a la formación de grupos al margen de la ley, levantados contra el Gobierno y financiados por el narcotráfico. El enfrentamiento hizo visibles las debilidades institucionales y apenas dejó espacio para la Justicia. La violencia entonces se volvió rutinaria y acabó siendo el mayor fracaso histórico de Colombia, con responsabilidad especial de aquellos que promovieron la violencia como herramienta eficaz de cambio social.
Para Melo, es la “agencia humana” –es decir, la manera en que las personas usan sus recursos para adaptarse a las circunstancias– lo que define la historia; son los hombres y mujeres quienes, en su acción conjunta, generan cambio y son los constructores de su historia. A diferencia la postura más común sobre la historia colombiana, Melo no cae en el determinismo: no hace referencia a una cultura de violencia innata que de forma natural condene a los colombianos a pelearse. Por el contrario, deja claro que eventos como el 6 de abril, el golpe de estado de Rojas Pinilla en 1953 o la sangrienta toma del Palacio de Justicia en 1985, deben verse en perspectiva y ser considerados como momentos de un proceso social.
El Estado colombiano no logró ser nación propiamente hasta finales del siglo XX, cuando se logró el “sueño de los creadores de la nación” de que todo el territorio estuviera cubierto por la ley, un solo mercado y un sistema político. La historia singular de Colombia arrancó con la Patria Boba, como suele llamarse la etapa entre el grito de independencia y la batalla de Boyacá, cuando los criollos lograron efectivamente la independencia. Desde entonces hubo una gran falta de unidad, manifestada en un sinfín de revoluciones, reformas y constituciones. Colombia vivió un agotador, desgastante y a la vez violento proceso orientado a lograr que todo ese país sumamente diverso, con una geografía que lo segmenta en regiones, con grupos humanos variados y dispersos, pudiera cohesionarse política, jurídica, económica y culturalmente.
Pero ese pasado no prejuzga el futuro. El lector llega al final de esta “Historia mínima de Colombia” con la conciencia de un futuro abierto para el gran país sudamericano. Colombia, que ha llegado a ser uno de los países más violentos, ahora tiene un Nobel de Paz, está en un proceso de postconflicto y ha empezado a ser tenido en cuenta en mayor medida por la comunidad internacional por sus grandes avances.
[Bruce Riedel, Kings and Presidents. Saudi Arabia and the United States since FDR. Brookings Institution Press. Washington, 2018. 251 p.]
RESEÑA / Emili J. Blasco
Petróleo a cambio de protección es el pacto que a comienzos de 1945 sellaron Franklin D. Roosevelt y el rey Abdulaziz bin Saud a bordo de USS Quincy, en aguas de El Cairo, cuando el presidente estadounidense regresaba de la Conferencia de Yalta. Desde entonces, la especial relación entre Estados Unidos y Arabia Saudí ha sido uno de los elementos claves de la política internacional. Hoy el fracking hace menos necesario para Washington el petróleo arábigo, pero cultivar la amistad saudí sigue interesando a la Casa Blanca, incluso en una presidencia poco ortodoxa en cuestiones diplomáticas: el primer país que Donald Trump visitó como presidente fue precisamente Arabia Saudí.
Los altos y bajos en esa relación, debidos a las vicisitudes mundiales, especialmente en Oriente Medio, han marcado el tenor de los contactos entre los distintos presidentes de Estados Unidos y los correspondientes monarcas de la Casa de Saúd. A analizar el contenido de esas relaciones, siguiendo las sucesivas parejas de interlocutores entre Washington y Riad, se dedica este libro de Bruce Riedel, quien fue analista de la CIA y miembro del Consejo de Seguridad Nacional estadounidense como especialista en la región, y ahora dirige el Proyecto Inteligencia del think tank Brookings Institution.
En esa relación sorprende la posición central que ocupa la cuestión palestina. A veces podría pensarse que la invocación que muchos países árabes hacen del conflicto palestino-israelí es retórica, pero Riedel constata que en el caso de Arabia Saudí ese asunto es fundamental. Formó parte del pacto inicial entre Roosevelt y Abdulaziz bin Saud (el presidente estadounidense se comprometió a no apoyar la partición de Palestina para crear el Estado de Israel sin contar con el parecer árabe, algo que Truman no respetó, consciente de que Riad no podía romper con Washington porque necesitaba a las petroleras estadounidenses) y desde entonces ha aparecido en cada ocasión.
Los avances o estancamientos en el proceso de paz árabe-israelí, y la distinta pasión de los reyes saudís sobre este asunto, han marcado directamente la relación entre las administraciones estadounidenses y la Monarquía saudí. Por ejemplo, el apoyo de Washington a Israel en la guerra de 1967 derivó en el embargo petrolero de 1973; los esfuerzos de George Bush senior y Bill Clinton por un acuerdo de paz ayudaron a una estrecha relación con el rey Fahd y el príncipe heredero Abdalá; este, en cambio, propició un enfriamiento ante el desinterés mostrado por George Bush junior. “Un vibrante y efectivo proceso de paz ayudará a cimentar una fuerte relación entre rey y presidente; un proceso encallado y exhausto dañará su conexión”.
¿Seguirá siendo esta cuestión algo determinante para las nuevas generaciones de príncipes saudís? “La causa palestina es profundamente popular en la sociedad saudí, especialmente en el establishment clerical. La Casa de Saúd ha convertido la creación de un estado palestino, con Jerusalén como su capital, en algo emblemático de su política desde la década de 1960. Un cambio generacional es improbable que altere esa postura fundamental”.
Además de este, existen otros dos aspectos que se han mostrado disruptivos en la entente Washington-Riad: el Wahabismo impulsado por Arabia Saudí y el requerimiento de Estados Unidos de reformas políticas en el mundo árabe. Riedel asegura que, dada la fundacional alianza entre la Casa de Saúd y esa estricta variante suní del Islam, que Riad ha promovido en el mundo para congraciarse con sus clérigos, como compensación cada vez que ha debido plegarse a las exigencias del impío Estados Unidos, no cabe ninguna ruptura entre ambas instancias. “Arabia Saudí no puede abandonar el Wahabismo y sobrevivir en su forma actual”, advierte.
Por ello, el libro termina con una perspectiva más bien pesimista sobre el cambio –democratización, respeto de los derechos humanos– que a Arabia Saudí le plantea la comunidad internacional (ciertamente que sin mucha insistencia, en el caso de Estados Unidos). No solo Riad fue el “principal jugador” en la contrarrevolución cuando se produjo la Primavera Árabe, sino que puede ser un factor que vaya contra una evolución positiva de Oriente Medio. “Superficialmente parece que Arabia Saudí es una fuerza de orden en la región, alguien que está intentando prevenir el caos y el desorden. Pero a largo plazo, por intentar mantener un orden insostenible, aplicado a la fuerza por un estado policial, el reino podría, de hecho, ser una fuerza para el caos”.
Riedel ha tratado personalmente a destacados miembros de la familia real saudí. A pesar de una estrecha relación con algunos de ellos, especialmente con el príncipe Bandar bin Sultan, que fue embajador en Estados Unidos durante más de veinte años, el libro no es condescendiente con Arabia Saudí en las disputas entre Washington y Riad. Más crítico con George W. Bush que con Barack Obama, Riedel también señala las incongruencias de este último en sus políticas hacia Oriente Medio.
[Simon Reich and Peter Dombrowski, The End of Grand Strategy. US Maritime Operations In the 21st Century. Cornell University Press. Ithaca, NY, 2017. 238 pages]
RESEÑA / Emili J. Blasco [Versión en inglés]
El concepto de Gran Estrategia no es unívoco. En su sentido más abstracto, utilizado en el campo de la geopolítica, la Grand Strategy se refiere a los imperativos geopolíticos de un país y determina aquello que necesariamente debe hacer un Estado para conseguir su propósito primario y fundamental en su relación con otros, normalmente en términos de poder. En un menor grado de abstracción, la Gran Estrategia se entiende como el principio que debe regir el modo con que un país afronta los conflictos del escenario internacional. Es lo que, en el caso de Estados Unidos, suele denominarse Doctrina de un presidente y aspira a crear una norma para la respuesta, especialmente la militar, que deba darse a los retos y amenazas que se presenten.
Este segundo sentido, más concreto, es el utilizado en The End of Grand Strategy. Sus autores no cuestionan que haya imperativos geopolíticos que deban marcar una determinada actuación de Estados Unidos, constante en el tiempo, sino que se pretenda dar una respuesta estratégica única a la variedad de riesgos de seguridad con los que se enfrenta el país. “Las estrategias deben ser calibradas de acuerdo con las circunstancias operacionales. Existen en plural, no en una singular gran estrategia”, advierten Simon Reich y Peter Dombrowski, profesores de la Universidad de Rutgers y del Naval War College, respectivamente, y ambos expertos en asuntos de defensa.
Para ambos autores, “la noción de una gran estrategia supone la vana búsqueda de orden y coherencia en un mundo cada vez más complejo”, “la misma idea de una sola gran estrategia que sirve para todo tiene poca utilidad en el siglo XXI. De hecho, a menudo es contraproducente”.
A pesar de las doctrinas que en ocasiones se invocan en algunas presidencias, en realidad a menudo coexisten diferentes aproximaciones estratégicas en un mismo mandato o incluso hay específicas estrategias que trascienden presidencias. “Estados Unidos no favorece una estrategia dominante, ni puede hacerlo”, advierten Reich y Dombrowski.
“El concepto de gran estrategia se debate en Washington, en la academia y en los medios en 'singular' en lugar de en 'plural'. La implicación es que hay un camino para asegurar los intereses de Estados Unidos en un mundo complicado. Los que debaten incluso tienden a aceptar una premisa fundamental: que Estados Unidos tiene la capacidad de controlar acontecimientos, y que de esta forma se puede permitir no ser elástico ante un entorno estratégico cambiante y cada vez más desafiante”, escriben los dos autores.
El libro examina las operaciones militares estadounidenses en lo que va de siglo, centrándose en las operaciones navales. Como potencia marítima, es en ese dominio donde la actuación de EEUU tiene mayor expresión estratégica. El resultado de ese examen es una lista de seis estrategias, agrupadas en tres tipos, que EE.UU. ha operado de modo “paralelo” y “por necesidad”.
1. Hegemonía. Se apoya en el dominio global de Estados Unidos: a) las formas primacistas están comúnmente asociadas al unilateralismo estadounidense, que en el siglo XXI ha incluido la variante neoconservadora del nation building (Irak y Afganistán); b) estrategia de liderazgo o “seguridad cooperativa” está basada en la coalición tradicional en la que Estados Unidos asume el papel de primer inter pares; busca asegurar una mayor legitimidad a las políticas estadounidenses (ejercicios militares con socios de Asia).
2. Patrocinio. Implica la provisión de recursos materiales y morales en apoyo de políticas básicamente defendidas e iniciadas por otros actores: a) estrategias formales, que están específicamente autorizadas por la ley y los protocolos internacionales (colaboración contra piratas y terroristas); b) estrategias informales, que responden a la petición de una coalición laxa de estados u otros emprendedores en lugar de estar autorizadas por organizaciones intergubernamentales (capturas en el mar).
3. Atrincheramiento: a) el aislacionismo quiere retirar las fuerzas estadounidense de las bases exteriores, reducir los compromisos de EEUU en alianzas internacionales y reasegurar el control estadounidense mediante un estricto control de la frontera (barrera contra el narcotráfico procedente de Sudamérica); b) contención, que implica participación selectiva o equilibrio desde fuera (Ártico).
La descripción de todas esas distintas actuaciones demuestra que, frente al enfoque teórico que busca un principio unificador, en realidad hay una variedad de situaciones, como saben los militares. «Los planificadores militares, por el contrario, reconocen que una variedad de circunstancias requiere un menú de elecciones estratégicas”, dicen Reich y Dombrowski. “La política estadounidense, en la práctica, no replica ninguna estratégica única. Refleja todas ellas, con la aplicación de aproximaciones estratégicas diferentes, dependiendo de las circunstancias”.
Los autores concluyen que “si los observadores aceptaran que ninguna gran estrategia es capaz de prescribir respuestas a todos las amenazas a la seguridad de Estados Unidos, reconocerían necesariamente que el propósito primario de una gran estrategia es solo retórico –una declaración de valores y principios a los que les falta utilidad operacional”. “Por definición, el diseño arquitectónico de cualquier estrategia única y abstracta es relativamente rígido, si no estático de hecho –intelectual, conceptual, analítica y organizacionalmente. Y sin embargo se espera que esa única gran estrategia funcione en un contexto que reclama una enorme adaptabilidad y que rutinariamente castigo la rigidez (...) El liderazgo militar es mucho más consciente que los académicos o los políticos de este problema inherente».
¿Cuáles son los beneficios de una pluralidad de calibradas estrategias? Según los autores, subraya a los políticos y los ciudadanos los límites del poder de Estados Unidos, muestra que EEUU también está influido por fuerzas globales que no puede dominar del todo y atempera las expectativas sobre lo que puede conseguir el poder militar estadounidense.
[Omar Jaén Suárez, 500 años de la cuenca del Pacífico. Hacia una historia global. Ediciones Doce Calles, Aranjuez 2016, 637 páginas]
RESEÑA / Emili J. Blasco
En solo treinta años, entre la llegada de Colón a América en 1492 y el regreso de Elcano a Cádiz tras su vuelta al mundo en 1522, España agregó a sus dominios no solo un nuevo continente, sino también un nuevo océano. Todos sabemos de la dimensión atlántica de España, pero con frecuencia desconsideramos su dimensión pacífica. Durante el siglo XVI y principios del XVII, el océano Pacífico estuvo fundamentalmente bajo dominio español. España fue la potencia europea presente durante más tiempo y con mayor peso en toda la cuenca de lo que comenzó llamándose Mar del Sur. Española fue la primera Armada que patrulló con regularidad sus aguas –la Armada del Sur, con base en El Callao peruano– y española fue la primera ruta comercial que periódicamente lo cruzó de lado a lado –el galeón de Manila, entre Filipinas y México.
En “500 años de la cuenca del Pacífico. Hacia una historia global”, el diplomático e historiador panameño Omar Jaén Suárez no se limita a documentar esa presencia española y luego hispana, en un vasto espacio –un tercio de la esfera de la Tierra y la mitad de sus aguas– cuyo margen oriental es la costa de Hispanoamérica. Lo suyo, como indica el título, es una historia global. Pero abordar el último medio milenio quiere decir que se parte del hecho del descubrimiento del Pacífico por los españoles y eso determina el enfoque de la narración.
Si la historiografía anglosajona habría quizás utilizado otro prisma, en este libro se pone el acento en el desarrollo de toda la cuenta del Pacífico a partir de la llegada de los primeros europeos, con Núñez de Balboa a la cabeza. Sin olvidar los hechos colonizadores de otras potencias, el autor detalla aspectos que los españoles sí olvidamos, como la base permanente que España tuvo en Formosa (hoy Taiwán), los intentos de la Corona para quedarse con Tahití o las travesías por Alaska en busca de un paso marítimo al norte de América, que tuvieron como punto logístico la isla de Quadra y Vancouver, la gran ciudad canadiense hoy conocida solo por la segunda parte de ese nombre (de hecho, España descuidó poblar Oregón, más interesada en Filipinas y el comercio con las Molucas: todo un pionero “giro hacia Asia”).
Ser de Panamá otorga a Omar Jaén, que ha vivido también en España, una sensibilidad especial por su materia de estudio. El istmo panameño fue siempre la llave del Mar del Sur para el Viejo Mundo; con la construcción del canal, además, Panamá es punto de tránsito entre Oriente y Occidente.
La cuidada edición de esta obra le añade un valor incontestable. Casi ochocientos mapas, gráficos, grabados y fotografías la hacen especialmente visual. Esa cantidad de ilustraciones, muchas a todo color, y el buen gramaje del papel engrosan el tomo, en una impresión que constituye un lujo para cualquier interesado en el Pacifico. Ediciones Doce Calles ha querido esmerarse con este primer título de una nueva colección, Pictura Mundi, dedicada a celebrar viajes, exploraciones y descubrimientos geográficos.
[Robert Kaplan, Earning the Rockies. How Geography Shapes America's Role in the World. Random House. New York, 2017. 201 pages]
REVIEW / Iñigo Bronte Barea
Despite rising powers in conventional geopolitics, the United States today remains unopposed due to geography as an overwhelming advantage for the US. As such, the country is blessed with a trifecta of comparative advantages. The country is bound by oceans on both sides, lacks any real threat from its neighbors, and contains an almost perfect river network.
Throughout the book, Author Robert D. Kaplan guides the reader as he travels the US, portraying how geography impacts the livelihood of its population, analyzes the concerns of its citizens, and studies how the country achieved its current composition from a historical lens.
The author introduces the topic by arguing that the world´s security during the 20th and 21st century largely depended on the political unity and stability of the United States. Kaplan crosses the country to study how geography helped the US attain the position that they have in the world. The title of his book, “Earning the Rockies,” emphasizes the importance of the fact that in order to achieve western part of nowadays US, it would be necessary to first control the East, the Midwest, and the Great American Desert.
During his travels, Kaplan brought three books to reinforce his personal experiences on the road. His first book was “The Year of Decision: 1846” from the DeVoto trilogy of the West. From this text, Kaplan learns that America´s first empirical frontier was not in the Caribbean or Philippines, but earlier in the western part of the country itself. Kaplan also stresses the idea that the solitude and dangers of the old West are today very present in the common American character. In particular, he argues such values remain manifested in the extremely competitive capitalist system and the willingness of its population for military intervention. The last and most important idea that Kaplan gleans from DeVoto was that the defining feature of US greatness today is based ultimately on the country being a nation, an empire and a continent, all rolled into one.
Kaplan starts his journey in the spring of 2015 in Massachusetts. He wanted to contemplate the American continent and its international role, and the one that must be expected for it in the coming years; he wanted to discover this while hearing people talking, to discover what are their real worries.
Back on the East coast, Kaplan traces the country’s origins after the independence of the thirteen colonies in 1776. Kaplan starts his eastern journey by examining the US from a historical perspective and how it grew to become a global force without equal. Primarily, Kaplan argues that the US did so by first becoming an army before the US became a nation. For the author, President Theodore Roosevelt was the one who realized that the conquest of the American West set the precedent for a foreign policy of active engagement worldwide.
Kaplan continues his travels through the Great Lakes region; Lancaster, Pittsburgh, Ohio, and West Virginia. His travel is set in the context of the Presidential primary season, in which he examines the decline of the rural middle class from the staple of the American workforce to near poverty. As such, the devolution of the social process ended with the election of Donald J. Trump. Despite a legacy of success in globalization and multilateralism, America quickly became a nation enthralled with a renewed sense nationalism and isolationism.
From his travels, Kaplan deduces several types of groups based on the founding fathers. He categorizes them as following: elites in Washington and New York were Wilsonian (who seek to promote democracy and international law), Hamiltonians (who are intellectual realists and emphasize commercial ties internationally) or Jeffersonians (who emphasize perfecting American democracy at home more than engaging abroad). Surprisingly, the huge majority of the American people were actually Jacksonians: they believe in honor, faith in God, and military institutions.
Kaplan continues his path towards the Pacific by crossing Kentucky and Indiana, where the transition zone leads him to the arid grasslands. During his voyage, Kaplan finds that the people did not really care about ISIS, the rise of China, the Iraq War or any other international issues, but instead their worries on their work, health, family, and basic economic survival. This is in fact because of their Jacksonian way of seeing life. This in turn means that Americans expect their government to keep them safe and to hunt down and kill anyone who threatens their safety. Related to this, was the fact that isolationism was an American tradition, which fits well within the current political landscape as multilateralism has lost much of its appeal to people in the heartland.
The native grasses and rich soil of the temperate zone of this part of the country, such as Illinois, promote the fertility of the land that goes on for hundreds and hundreds of miles in all directions. For Kaplan, this is ultimately what constitutes the resourceful basis of continental wealth that permits America’s ambitious approach to the world.
West of Lincoln, the capital city of Nebraska, it could be said that you enter the real West, where roads, waterways and urban cities rapidly disappears. At this point, Kaplan begins to make reference to the second book that he read for this part of the journey. This time, author Welter P. Webb in “The Great Plains” explains that the history of the US relies on the history of the pioneers adapting to life in the Great American Desert. This author argues that the Great Plains stopped slavery, prompting the defeat of the Confederacy. He states so because for Webb, the Civil War was a conflict between two sides whose main difference was largely economic. The Southern system based on the plantation economy with huge, “cash” crops and slave labor. On the other hand, the Northern economic system was based on small farms, skilled labor, and a rising industrialized system. While the Great Plains were a barrier for pioneers in general, that wall was greater for the Southern economy than for the industrializing North, which could adapt to aridity unlike the farming economy of the south.
The last book that Kaplan reads while crossing the country is “Beyond the Hundredth Meridian” by Wallace Stenger. The author of this book stresses the importance of the development limitations in immense areas of the western US due to a lack of water. This desert provided a big challenge for the federal government, which manages the little resources available in that area with the construction of incredible dams, such as the Hoover Dam, and turnpike highway system. It remains quite clear that the culmination of American history has more to do with the West than with the East. Stenger is well aware of the privileged geographic position of the US, without dangerous neighbors or other inland threat. In addition, the US contains an abundance of inland waterways and natural resources that are not found on such a scale anywhere else. This characteristic, helps provide the US with geographical and political power unlike any other in modern history. As Stenger stipulates, the fact that World War II left mainland America unscathed, which inly shows how geography has blessed the US.
One of the key aspects that Kaplan realized along his trip was the incredible attachment that Americans have to their military. For Kaplan, this feeling becomes more and more romanticized as he headed westward. In Europe, despite the threats of terrorism, refugees, and Russia, the military is seen locally as merely civil servants in funny uniforms, at least according to Stenger. On the contrary, America, which faces less physical threats than Europe, still maintains a higher social status and respect for military personnel.
In summation, the radical landscape of the west provided Americans with a basis for their international ambition. After all, if they could have conquered and settled this unending vastness, they settle the rest of the world too. However, the very aridity of the western landscape that Kaplan faces at the end of his voyage, requires restraint, planning, and humility in much of what the government had to invest in order to make the west inhabitable and successful. But despite the feeling that they could conquer the world, America faces huge inequalities, real and imagined, that force US leaders to focus on domestic issues rather than foreign affairs. Therefore, elites and leaders in Washington tend to be centrist and pragmatic. In such, they do not dream about conquering the world nor opt to withdraw from it either. Instead, they maintain America’s “pole position” place within its global affairs.
At the end, it could be said that American soil itself is what in fact really orients the country towards the world. Despite all the restraint and feelings for the heartland, what really matters are the politicians and business leaders that enable the new American reality: the world itself is now the final, American frontier.
[Javier Lesaca, Armas de seducción masiva. Ediciones Península, 2017. 312 páginas]
RESEÑA / Alejandro Palacios Jiménez
¿Qué es lo que le lleva a un joven a abandonar a sus amigos y familia y a despojarse libremente de sus sueños para unirse al Estado Islámico? Con esta pregunta en mente, Javier Lesaca nos sumerge en esta narrativa en la que se disecciona el aparato comunicativo que utiliza el ISIS para ganar adeptos y extender sus ideas e influencia a través del Califato virtual.
Gracias a su amplia trayectoria profesional, el autor muestra en Armas de seducción masiva un alto grado de profundidad y análisis, el cual no está reñido con una narrativa amena y convincente. Javier Lesaca Esquiroz (Pamplona, 1981), licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra, trabaja como investigador en el Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo. Su amplio conocimiento sobre el tema le ha permitido desempeñar labores en organismos como el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo o el Gobierno de Navarra. Experiencias laborales que complementa con la participación en foros como el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) o el Diálogo Euro-Árabe de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
Su principal hipótesis es que la crisis de credibilidad en las instituciones tradicionales, potenciada por la crisis económica y financiera de 2008 y palpable en el movimiento 15-O, unido a la revolución tecnológica del siglo XXI, ha permitido al Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés; o Dáesh, por su nomenclatura árabe) influir de una manera nunca antes vista en las percepciones de los ciudadanos occidentales, en concreto en las de los millenials. Estos, que no se sienten representados por sus respectivas instituciones estatales, buscan sentirse importantes y participar en un proyecto nuevo que les ayude a dar sentido a sus vidas y a levantarse cada día por una causa por la que valga la pena luchar. Y Dáesh les ofrece justamente eso.
Pero, ¿qué es Dáesh? Lejos de explicaciones históricas y religiosas, Lesaca nos presenta una respuesta inédita: el Estado Islámico encarna lo que se denomina el terrorismo moderno, el cual utiliza instrumentos propios de las nuevas generaciones para hacer llegar sus mensajes. En otras palabras, Dáesh se presenta como un movimiento social global que utiliza campañas de comunicación locales que se difunden en todo el mundo y cuyos actos terroristas se usan como mera “performance” dentro de toda una estrategia de comunicación más amplia. Así, Dáesh se define como un movimiento sin líderes que, paradójicamente, se aleja de los elementos más puramente religiosos para adecuarse así a las inquietudes de la audiencia juvenil a la que planean seducir.
El hecho de ser un movimiento descabezado no implica que internamente no esté organizado. Al contrario, el ISIS es un grupo terrorista que utiliza las redes sociales de manera muy eficaz y que cuya estructura interna le permite no solo influir, sino también estar en posesión de algunos medios de comunicación. Su estrategia consiste tanto en desarrollar medios propios como en utilizar lo que se llaman los “medios ganados”. Los primeros hacen referencia a la gran estructura comunicativa de Dáesh fundamentada en: notas de prensa, infografías, reportajes fotográficos, revistas en diferentes idiomas, la agencia de noticias Al Amaaq, radio Al Bayan, producciones musicales Ajnabá, la página web Isdarat (clausurada), productoras audiovisuales y el marketing offline en algunos lugares de Irak y Siria (vallas, carteles publicitarios o cibercafés). Por su parte, los medios ganados se miden en función de las veces que el grupo terrorista consigue que sus acciones condicionen la agenda de los medios de comunicación tradicionales.
El uso de tal cantidad de vías de comunicación con el objetivo de crear un mundo paralelo, que sus activistas llaman el Califato, y de segmentar geográficamente a la audiencia para modificar el encuadre del mensaje –todo ello amparándose en torticeras interpretaciones del Corán–, es lo que se conoce como terrorismo transmedia. Para hacer que esta estrategia sea lo más eficaz posible, nada se deja a la improvisación. Un ejemplo que se muestra en el libro es el del control que el todopoderoso productor ejecutivo sirio Abu Mohamed Adnani, amigo del líder del califato, Abu Bakr al Baghdadi, ejercía sobre sus subordinados, a los cuales les supervisaba y aprobaba los contenidos y mensajes que ISIS transmitía a la opinión pública. Tanto es así que Adnani fue considerado por Occidente como el hombre que de facto ejerció el verdadero liderazgo diario dentro de la organización terrorista hasta su muerte en 2016.
Toda esta estrategia comunicativa es desgranada en el libro de manera precisa gracias a la gran cantidad de ejemplos concretos que el autor aporta sobre matanzas que Dáesh ha llevado a cabo desde su existencia y de la manera en que estas han sido transmitidas. En este sentido, Lesaca pone énfasis en la eficacia con la que el ISIS, haciendo uso de los nuevos medios de comunicación, camufla ejecuciones reales entre imágenes de videojuegos (Call of Duty) o de películas de ficción (Saw, Juegos del hambre, Sin City) para así difuminar la línea que separa la realidad de la ficción, creando lo que se denomina una narrativa transmedia. La idea es simple: ¿cómo te van a parecer crueles estas imágenes si son parecidas a las que ves en una sala de cine comiendo palomitas?
En última instancia, Javier Lesaca intenta definir una estrategia útil para hacer frente al terrorismo del futuro. Él asegura que no está claro de qué herramientas se deben dotar los Estados para hacer frente a esta nueva forma de terrorismo. Sin embargo, una buena forma de hacerlo sería poniendo de moda la democracia, es decir, reforzar los valores que han permitido la construcción de la sociedad del bienestar y el desarrollo del mayor periodo de prosperidad de nuestra historia. “El Estado Islámico ha conseguido ganar la victoria de la estética, es por ello que debemos conseguir que valores como la democracia, libertad e igualdad sean productos culturales atractivos”, afirma Lesaca. Pero no sólo basta con esto, dice. Además, “debemos impulsar el fortalecimiento institucional mediante la erradicación de la corrupción y la puesta en marcha de políticas que permitan crear una economía capaz de absorber todo el talento de las nuevas generaciones y conseguir una gestión eficaz de los servicios públicos”.
En resumen, se trata de un libro de conveniente a lectura para todos aquellos que se quieran familiarizar con la organización interna y estructuras del poder de Dáesh, sus objetivos y los medios que este grupo utiliza para su consecución. Además, resulta una guía valiosísima para el estudio y posterior reacción de Occidente a las campañas de comunicación no solo del Estado Islámico, sino también de posteriores organizaciones terroristas las cuales formarán parte de lo que ya se denomina el terrorismo moderno.
[Pedro Baños, Así se domina el mundo. Desvelando las claves del poder mundial. Ariel, Barcelona 2017, 468 páginas]
RESEÑA / Albert Vidal
La gran mayoría de las guerras que se libran en el mundo tienen siempre un trasfondo económico vital, aunque se suelen usar otros motivos (políticos o religiosos, por ejemplo) para velar esos intereses económicos. Que los intereses económicos son los que rigen las relaciones internacionales es la tesis principal, ilustrada con gran número de ejemplos, que mantiene el libro Así se domina el mundo, del analista e investigador Pedro Baños, exjefe de Contrainteligencia y Seguridad del Cuerpo de Ejército Europeo, con experiencia en diversas misiones internacionales (UNPROFOR, SFOR y EUFOR).
“Estados Unidos sigue intentando dominar el mundo. Pero su gran competidor es China. Sobre todo en lo referente al ámbito económico. Por eso se hacen la guerra económica, y también a través de actores interpuestos en muchos escenarios. Todo tiene un sustrato económico”, escribe el coronel Baños. China, por su parte, está decidida a asestar un golpe al dólar. Beijing está preparando un nuevo formato de contrato para las transacciones del crudo en el que se emplee el yuan, el cual sería totalmente convertible en oro en las bolsas de Shanghái y Hong Kong. Si esto llegara a ocurrir, daría lugar a la principal referencia del mercado del petróleo asiático, y permitiría a los exportadores de crudo sortear las referencias dominadas por el dólar.
Afganistán es otro ejemplo de la primacía de la economía en la geopolítica. EEUU decidió volver a Afganistán, en donde casualmente la producción de opio se ha multiplicado. Esta había sido rebajada por los talibanes a niveles mínimos, pues prohibieron el cultivo de opio y los afganos pasaron a producir algodón. Pero entonces, según cuenta Baños, surgió una fuerte oposición de los productores de algodón estadounidenses, de forma que algunos estados de EEUU se rebelaron por considerar que la competencia de un algodón afgano barato les podría arruinar. Baños apunta que existen informes del Pentágono recomendando dicha intervención. Además, Afganistán es riquísimo en minerales. Es por eso que Donald Trump declaró que “China está haciendo dinero en Afganistán con los minerales raros mientras que Estados Unidos hace la guerra”.
Estas apreciaciones confirman el modo realista y pragmático con que Baños interpreta los acontecimientos que pasan en el mundo. Su visión de la geopolítica se integra en el realismo político, próximo a la interpretación de Maquiavelo. Tiene una visión hobbesiana del escenario internacional. Define la geopolítica actual como “la actividad que se desarrolla con la finalidad de influir en los asuntos de la esfera internacional, entendido este ejercicio como la aspiración de influencia a escala global, evitando, al mismo tiempo, ser influidos”.
Este libro es una grandísima oportunidad para enriquecer nuestras perspectivas acerca del escenario internacional. Con un lenguaje sencillo, Baños consigue transmitir conceptos complejos a través de distintas imágenes. Una de ellas, central para la tesis del libro, es la comparación del escenario internacional con un patio de colegio: en el patio (el mundo), las grandes potencias (los matones) gozan de aliados circunstanciales (niños cobardes que deciden integrarse en la corte de aduladores); luego hay parias (que sufren la malicia de los matones) y otros que simplemente se resisten a la presión del grupo o deciden aislarse del conjunto de alumnos. La hipocresía, como bien describe el autor, es una constante en las relaciones internacionales.
Principios geopolíticos, geoestrategias y errores
Baños presenta cuatro principios geopolíticos inmutables que, en esencia, siempre han estado presentes en la historia (aunque existan cambios accidentales). Se podrían resumir en los siguientes:
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El Estado es un ser vivo, que tiene necesidades vitales y existenciales, así como de desarrollo y evolución.
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La economía es la que manda, vertebra los conflictos y es la fuente de las tensiones. Se trata de unos intereses económicos muchas veces relacionados con la industria armamentística.
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El determinante peso de la historia, con repetición de los mismos escenarios, como por ejemplo Afganistán (su orografía ha supuesto un cementerio de imperios y superpotencias) y Rusia (con un invierno que arruinó los planes de Napoleón y Hitler).
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No hay aliados eternos, sino intereses permanentes. Los intereses crean extrañas alianzas, y estas alianzas suelen ser efímeras. Por ejemplo, Arabia Saudí es uno de los principales aliados de EEUU, cuando sus valores, en principio, son totalmente contradictorios.
Tras la descripción de los principios geopolíticos, el libro repasa 27 geoestrategias que se han usado recurrentemente en el escenario internacional. Esta sección es muy útil para comprender muchos de los movimientos o sucesos que ocurren en el mundo. Algunas ejemplos de dichas geoestrategias son:
–La intimidación de un país fuerte hacia otros débiles, usándolos para sus propios intereses.
–El cerco y contracerco.
–La patada a la escalera. Ejemplos son la negativa de las potencias atómicas a que otros ingresen en ese club nuclear y la obligación que los países desarrollados imponen a las economías sub-desarrolladas a abrirse al libre mercado.
–La debilitación del vecino.
–El breaking point.
–El fomento de la división mediante la siembra de cizaña.
–El fervor religioso como herramienta para obtener seguidores.
–El buenismo. En la guerra de Siria, hemos visto matanzas del Estado Islámico, pero se han ocultado sistemáticamente las matanzas de la coalición internacional, que a nuestros ojos parecen los rescatadores del pueblo sirio.
¬La creación de la necesidad. La necesidad de comprar armas se ampara en conceptos como guerra al terrorismo, estrategia preventiva, y otros, que resultan en un fabuloso negocio de compra y venta de armas.
–La dominación indirecta. Entre 1946 y 2000 la Casa Blanca ha interferido en 81 elecciones realizadas en 45 países, según un los documentos desclasificados de la CIA.
–La creación del enemigo. La OTAN y EEUU fomentan la enemistad de los países occidentales con Moscú, para que estos se subordinen a la OTAN y le pidan protección y le compren armas,
–El loco. Esta es una estrategia utilizada por Corea del Norte, amenazando con consecuencias catastróficas para evitar ser atacado.
Baños también expone los errores que muchas veces cometen las potencias en su actuación internacional. Un par de ellos son:
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Ignorar la idiosincrasia de pueblos. El mundo occidental está compuesto, a lo sumo, por 900 millones de personas. El resto del mundo acoge a 6.600 millones. Por otro lado, la globalización es básicamente anglosajona: no todos los pueblos quieren necesariamente participar de ella. Y dada la visión sesgada que tenemos del mundo, muchas veces tenemos una concepción equivocada de otros pueblos. La triste realidad es que muchas intervenciones en el exterior son llevadas a cabo sin ningún tipo de estudio o examen de las potenciales consecuencias en las culturas y pueblos afectados.
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El exceso de autoconfianza. No hay enemigo pequeño, ni siquiera el asimétrico. Con tácticas de guerrillas, hasta un grupo de campesinos puede convertirse en una verdadera amenaza hacia los planes de una gran potencia. De hecho, la historia ha demostrado repetidamente como aquellos que han actuado con demasiada confianza han sido vencidos por sus adversarios, más prudentes.
Post-verdad y desinformación
Pedro Baños destaca la importancia de las narrativas. Según el autor, tener un relato propio es ganar la partida. El relato hace mutar la realidad. Y las narrativas se convierten en un instrumento de control emocional de la población, que sirven para justificar lo que le conviene.
Por otro lado, hace referencia a la verdad, que corre el riesgo de volver a construirse para justificar intereses nacionales o empresariales. La ciudadanía, dice el coronel Baños, debe estar atenta: "los que deciden por nosotros lo hacen sutilmente, incluso recurriendo a la así llamada 'pos-verdad', que no es sino una gran mentira disfrazada de verdad". Como destaca el autor, la clave del poder es influir en un mundo deliberadamente desinformado, en el que se entremezclan muchos conflictos de intereses entre estados, personas, empresas, lobbies y familias poderosas, intentando ejercer todos ellos la mayor influencia posible.
El mundo cibernético es el nuevo gran escenario para esa batalla. Allí se está librando una intensísima guerra psicológica y de propaganda, liderada por las fake news y la desinformación. Estos dos mundos (uno físico y otro virtual) están conectados por la mente humana. Por eso, es vital estar precavido ante ataques que, aunque no nos demos cuenta, tienen lugar cada día, veladamente o no. Las potencias están en continua acción, con un solo propósito, como concluye Baños: “controlar el mundo y evitar caer subyugado por otro poder. Ese es el único objetivo”.
[Michael E. O’Hanlon and James Steinberg, A Glass Half Full?: Rebalance, Reassurance, and Resolve in the US-China Strategic Relationship. The Brookings Institution Press, Washington D.C., 2017, 104 pages]
REVIEW / María Granados
This short book follows a longer book published in 2014 by the same authors, Strategic Reassurance and Resolve. In the new publication, Michael E. O’Hanlon and James Steinberg —both academics and senior policy makers— update and review the policies they suggest in order to improve the relations between China and the United States. The relationship between both countries, established in the early 1970s, has been subject to changing times, and it has suffered several crisis, but it has nonetheless grown in importance in the international sphere.
The short and straight-forward strategic review of the ongoing action provides an insight into the arsenals and plans of the two powers. Moreover, through graphs and numerical tables, it depicts the current situation in terms of strength, potential threat, and the likelihood of destruction if a conflict was to arise.
It also gives an overview of the diverse security matters that need to be monitored carefully, in the realms of space, cybernetics, and nuclear proliferation. These essential matters need not to be disregarded when planning defense strategies; instead officials should cast an eye over historical tensions such as Taiwan, North Korea and the South China Sea, and remember to use the tools that have already been established in the region to prevent the use of hard power, i.e.: ASEAN (The Association of Southeast Asian Nations).
Not only does the paper carefully consider the action taken by President Obama and his predecessors, but also cautiously suggests steps ahead in the path opened by Nixon four decades ago. O’Hanlon and Steinberg use bulletpoints to give directions for further developments in the Sino-American relationship, stressing the need for transparency, mutually beneficial exchanges, cooperation, and common ends in common projects.
Some of the ideas are summarised briefly in the following paragraphs:
–True rebalance moves away from mere ‘containment’ and into a trustworthy alliance. Joint operations that ensure cooperation and reassurance are a key aspect of that objective.
–Confidence building in the area of communications must be reinforced in order to prevent espionage and the spread of piracy, as well as other illegal tactics to gather private information.
–The neutral trend in the broad topic of space, cybernetics and nuclearisation has to advance into a firm and close cooperation, especially in view of the threat that the Democratic People's Republic of Korea poses to the global community as a whole. Intelligence and the recent accusations of Russia’s manipulation through the use of the Internet and other technological means can be a target to pursue further negotiations and the signing of international treaties such as The Budapest Memorandum on Security Assurances.
–To abstain from any risks of escalation, the following policies must be regarded: the leveling of military budget growth, and of the development and deployment of prompt- attack capabilities, restraining modernisation, in favour of dialogue and the exchange of information, providing notice of any operation.
The authors conclude that the relationship is not free from conflict or misunderstanding; it is indeed a work in progress. However, they are positive about that progress. The overall outlook of the Sino-American relation is, as the title suggests “A Glass Half Full”: there is of course work to be done, and the path has plenty of potential problems that both countries will have to face and resolve in the least damaging way to advance on the common interest; in spite of the aforementioned, half of it has already been done: both China and the US have a goal to fight for: the prevention of war, which would be short and detrimental for all international actors alike.
[Michael Reid, Forgotten Continent: A History of the New Latin America. Yale University Press, New Haven, 2017. 425 pages]
RESEÑA / María F. Zambrano
La historia reciente de Latinoamérica tiene mucho de progreso, aunque en ocasiones solo trasciendan algunos pasos atrás. A los importantes cambios ocurridos desde la década de 1980, cuando la región abrazó la democracia, comenzó a superar el proteccionismo económico y domó el problema de la inflación, se ha sumado más recientemente una etapa de aceleración económica –la conocida como década dorada, debida al boom de las materias primas– que entre 2002 y 2012 ha supuesto un notable impulso social: 60 millones de personas escaparon en esos años de la pobreza, de forma que, aunque siguen existiendo grandes desigualdades, al menos la clase media se extiende ya al 50% de la población. Eso ha generado sociedades mejor educadas, que han reconocido la primacía del derecho sobre el paternalismo del caudillo. Pero los cuantiosos ingresos que muchos estados obtuvieron en esa década de oro también condujeron a cursos negativos.
Este optimismo moderado sobre Latinoamérica –sin ignorar las dificultades, pero sin desconocer tampoco los avances–, es el que transmite el libro Forgotten Continent: A History of the New Latin America, de Michael Reid, editor de América Latina en The Economist, donde escribe la columna Bello. Corresponsal durante casi 35 años en la región, en la que ha vivido la mayor parte de este tiempo, Reid es una de las voces con mejor conocimiento sobre la múltiple realidad continental. Fruto de esa experiencia personal es Forgotten Continent, que Reid publicó en 2007 (entonces con el subtítulo de “La batalla por el alma de Latinoamérica”) y que ahora ofrece de nuevo en una edición revisada y actualizada, con amplios cambios respecto a la primera versión.
¿Qué es lo que ha ocurrido en Latinoamérica en estos diez años para que Reid haya visto la necesidad de una nueva presentación de su libro? Aunque hay diversos elementos, como el fin del boom de las materias primas, que ha traído dificultades económicas a algunos países, y ciertos cambios de orientación política (Kirschner por Macri, o Temer por Rousseff), quizá lo más notorio es que, en términos democráticos, Latinoamérica se ve hoy con menos esperanza que una década atrás. Hace diez años, el nuevo populismo de izquierda podía parecer un mero paréntesis en la progresiva consolidación democrática de las sociedades latinoamericanas; hoy ciertamente el bolivarianismo ya ha dado muestras de fracaso, pero puede tener mayor continuidad de la esperada al insertarse con la corriente de populismo de diverso género que aflora en muchos otros lugares del mundo.
Reid constata la fallida senda emprendida por Chávez, seguida también por otros dirigentes vecinos del mismo corte: “Hay lecciones para la región en el catastrófico fracaso del chavismo. Un accidente en la historia –la subida del precio del petróleo de 2001 en adelante– dio durante un tiempo espuria plausibilidad en algunos lugares a un curso alternativo al que los latinoamericanos parecía haber dado la espalda no hacía mucho tiempo. La 'alternativa bolivariana' estaba basada en premisas erróneas (...) En su encantamiento con el bolivarianismo y la renovada consideración por Cuba, mucha de la izquierda olvidó las permanentes lecciones del final de la Guerra Fría: que la planificación central había fracasado y que el comunismo era tiranía, no liberación”. En cualquier caso, la experiencia bolivariana ha demostrado que Latinoamérica no entró al final de sus dictaduras militares en una era de democracia asegurada, como ahora vemos que tampoco lo hizo el resto del mundo con la caída del muro de Berlín, a pesar de la percepción de entonces. El riesgo en la región quizá sea mayor, debido a la persistencia de fuertes diferencias sociales: como dice Reid, el chavismo es “otro recordatorio de que la extrema desigualdad ofrece tierra fértil al populismo”.
Retos por delante
En una era post-Chávez y post-boom del precio de las commodities, Latinoamérica afronta una serie de retos, que ciertamente vienen de atrás pero que en algunos casos revisten mayor urgencia. El doble objetivo de alcanzar instituciones fuertes y un desarrollo económico y sostenible pasa por resolver desafíos importantes, entre los que Reid destaca varios.
Uno de ellos es el de la seguridad. El crimen y la violencia se han convertido en una epidemia. En 2013, ocho de los diez países y 42 de las 50 ciudades con mayor violencia del mundo, fuera de escenarios de guerra, estaban en la región. Reid apunta la necesidad de control territorial por parte de las fuerzas armadas, la profesionalización de los cuerpos policiales, una cooperación más estrecha entre la policía y los jueces y una clara rendición de cuentas de esas de esas instancias ante la sociedad.
Otro reto es la consolidación de la nueva clase media. Hay avances en la educación primaria y secundaria, pero la preparación tanto de alumnos como de profesores queda muy por debajo de sus pares de países desarrollados. En el informe PISA de 2015, los alumnos latinoamericanos de 15 años se encontraba en el tercio inferior de la clasificación mundial. Si la situación no evoluciona favorablemente con un incremento de la calidad de la enseñanza pública, advierte Reid, las entidades privadas pasarían a ser la primera alternativa del nuevo estrato social, que se sometería incluso a endeudamientos sin garantías de calidad. Es un fenómeno que también se da en la atención sanitaria.
En la lucha contra la desigualdad social muchos gobiernos han promovido diversas fórmulas de Transferencia Condicionada de Recursos (TCR), que son programas de asistencia social que persiguen elevar estándares de actitudes, como la matriculación escolar de niños, a cambio de subsidios. Algunos programas han contribuido acertadamente al desarrollo social, pero en muchos casos transfieren recursos sin lograr avances a largo plazo, amén de convertirse en ciertos países en un claro cultivo de un voto cautivo. Al tener dos sistemas de seguridad social paralelos, el gobierno está gravando al sector formal, mientras que subsidia al sector informal.
Esperanza
Para superar esos retos, Forgotten Continent plantea la necesidad de avanzar en la integración regional, la diversificación de la economía y la superación de los dogmatismos políticos. Así, una verdadera integración regional permitiría una competencia que estimulara economías de escala y cadenas de suministro regionales. Para superar, al menos en parte, las barreras naturales que dificultan esa integración, es necesaria una inversión real en infraestructuras que vaya más allá del actual 3% del PIB.
Las materias primas seguirán siendo un motor económico importante de la región, pero no debieran ser el único. La producción agrícola debiera aportar un valor añadido, derivado de la aplicación de tecnologías innovadoras, como los avances que está habiendo en Argentina y Brasil con la “siembra directa” y “agricultura de precisión”. Para eso se requiere un aumento de la inversión en investigación y desarrollo, que hoy es solo un 0,5% del PIB. Latinoamérica también cuenta con múltiples recursos naturales que son propicios para el del desarrollo del turismo, o la expansión de industrias manufactureras.
El autor plantea romper con el debate histórico entre el libre mercado sin restricciones y el proteccionismo, y dejar de alimentar la cultura corporativista de ver el poder como un patrimonio personal. «Para llegar ahí se requiere un nuevo tipo de política: frente a la polarización y confrontación ofrecida por populistas (y a veces por sus oponentes), Latinoamérica necesita construcción de consensos, donde el estado, el sector privado y la sociedad civil trabajen juntos para fijar metas a medio plazo y responsabilicen al gobierno de su cumplimiento”.
Estos elementos propositivos de Reid llegan al final de un libro que sobre todo es una descripción del alma de América Latina. Se trata de un continente que no ha sido lo suficientemente pobre, ni peligroso, ni ha crecido lo suficientemente rápido económicamente, como para atraer la mirada internacional. De ahí el título del libro. Este comienza exponiendo las dificultades estructurales, geográficas y culturales que ha tenido que afrontar la región en su intento de establecer democracias duraderas y superar sus desequilibrios. Continúa con un análisis de los ciclos políticos y económicos, desde las independencias hasta las últimas dictaduras. Y finalmente concluye con un diagnóstico. Aunque los problemas de Latinoamérica ya estaban bien diagnosticados en la primera edición, hace diez años, es en esta parte final del libro donde el autor ha cambiado más páginas. Su conclusión no varía mucho, pero el tono es ligeramente más sombrío; no obstante, Reid prefiere terminar el relato con la misma cita esperanzadora del liberal argentino Bautista Alberdi: “Las naciones, como los hombres, no tienen alas; hacen sus viajes a pie, paso a paso”.
[Riordan Roett, Guadalupe Paz (Eds.). Latin America and the Asian Giants: Evolving Ties with China and India. Brookings Institution Press, 2016, 336 páginas]
RESEÑA / Ignacio Urbasos Arbeloa
El comercio entre América Latina y la región de Asía-Pacífico ha crecido durante la última década a un vertiginoso ritmo del 21% anual[1]. Sin embargo, el protagonismo de China ha eclipsado y concentrado la gran mayoría de los análisis académicos, dejando a otros actores tan relevantes como India en un segundo plano. Este libro de Riordan Roett, Guadalupe Paz y otros colaboradores de diferentes partes del mundo ofrece una interesante comparativa entre los dos “gigantes asiáticos” en sus relaciones con los países latinoamericanos en un nuevo contexto global. Esta reseña, va a centrarse en el ascenso de India en la región, si bien las referencias a China son ineludibles.
Los lazos históricos entre América Latina e India, aunque débiles, han existido desde el periodo colonial. A día de hoy un millón de personas[2] descendientes de migrantes indios viven en el Caribe, un hecho que puede considerarse una oportunidad para generar canales de diálogo, sin embargo la magnitud de la diáspora India elimina todo rasgo de excepcionalidad. Otro elemento interesante relaciona directamente a India y Brasil, dos países que comparten en cierta medida el legado portugués y han sido abanderados de la cooperación Sur-Sur hasta el día de hoy, un planteamiento que han compartió tanto Lula y Dilma como Modi. En el apartado histórico, la relevancia de India es mucha mayor que la de China, la cual carece de relevantes referencias socio-culturales en la región.
La creciente presencia económica de los dos gigantes asiáticos en Latinoamérica no ha pasado desapercibida en el debate político. Históricamente, lo sectores de izquierda han apoyado en mayor medida el incremento de las relaciones comerciales con China al considerarlo una vía para lograr la emancipación e independencia del continente con respecto de los Estados Unidos. La derecha, por el contrario, se ha mostrado reacia a una mayor presencia de China, alineándose en el caso de los países de la Alianza Pacífico con el TPP, el cual hasta la llegada de Trump pretendía ser un tratado de libre comercio orientado a incrementar la presencia del continente americano en Asía-Pacífico al margen de China[3]. En opinión de los autores, América Latina carece de una narrativa y estrategia cohesionada sobre China, reduciendo así drásticamente su capacidad de negociación e influencia sobre el país asiático. El caso de India es diferente, al ser todavía el volumen de comercio una décima parte que el chino, tratarse de un país democrático, aliado de EEUU y con una mejor imagen en el continente.
A pesar de que la gran mayoría de las exportaciones latinoamericanas hacía Asia se componen de commodities y las importaciones, de productos manufacturados, existen sutiles diferencias que explican la mejor imagen de India en la región. En primer lugar, las importaciones chinas están mucho más diversificadas que las indias, generando una percepción general de destrucción del tejido industrial y empleos locales debido a la mayor competitividad por las economías de escala y la distorsión del yuan. Igualmente, lo que India exporta a Latinoamérica son productos valorados socialmente (como es el caso de los fármacos genéricos, que han permitido reducir el precio de los medicamentos) y vehículos baratos, al tiempo empresarios indios instalan compañías de la información, que han generado 20.000 empleos en la región.
Por lo que se refiere a las importaciones, tanto India como China concentran sus compras en productos naturales, siendo el perfil de India más energético y el chino más minero. Ambos países concentran una enorme demanda de soja, un producto que de acuerdo con Riordan Roett será gradualmente cada vez más importante debido a su versatilidad como alimento, pienso y origen de biocombustibles. Es importante remarcar, que América Latina es una de las claves en la seguridad energética y alimentaria de estos países, los cuales afrontan este enorme reto derivado del tamaño de su población de forma diferente: India apuesta por la inversión privada y China por acuerdos de compra a largo plazo a sus empresas públicas. Una posible colisión entre los dos gigantes asiáticos por acceder a estos mercados no puede ser descartada, con las implicaciones geopolíticas que eso conlleva.
En cuanto al posicionamiento financiero de India en América Latina, la realidad muestra una presencia casi testimonial en comparación con el de China. Sin embargo, cabe destacar que a inversión y los préstamos indios son vistos con mucho mejores ojos que los chinos. En general, India actúa como un socio transparente y acostumbrado a las prácticas latinoamericanas, algo que no ocurre con China, cuyos actores están más acostumbrados a tratar con una compleja burocracia más que con un sistema democrático. Igualmente los préstamos chinos, cada vez más presentes en ciertas economías como la venezolana o ecuatoriana han demostrado ser menos ventajosos que los de los organismos internacionales como FMI o BID al tener mayores intereses y estar ligados a estrictas condiciones de compra de bienes. Todo esto hace de India un socio más amable para la opinión pública: un reto que deberá afrontar conforme incremente su presencia en la región y con ello se pueda apreciar su verdadera forma de actuar en el exterior, todavía una incógnita.
En definitiva, el papel de India en la región es prometedor aunque todavía de alcance limitado. El crecimiento anual del comercio entre ese país y Latinoamérica fue de un 140% entre 2009-2014[4] y además India ya ha firmado los primeros tratados de libre comercio (con MERCOSUR y Chile), aunque de escasa magnitud. Hay que destacar que se trata principalmente de un comercio de naturaleza interindustrial, en el que los países latinoamericanos exportan productos primarios y manufacturas basadas en recursos naturales e importan manufacturas de distintas intensidades tecnológicas, lo que limita el potencial para establecer relaciones económicas más profundas entre ambas regiones[5] y las condena a las fluctuaciones en precio de las commodities. El hecho de que un carguero necesite entre 45 y 60 días en llegar desde la costa chilena a los puertos indios supone una verdadera barrera para el comercio, sin embargo existen muchos motivos para esperar de India una mayor presencia regional, como sus excelentes relaciones con Brasil, las expectativas de crecimiento anual de más del 7% de su PIB y la ineludible importancia de América Latina para garantizar la seguridad energética y alimentaria de la creciente población del país asiático.
[1] CELAC: International Trade and Regional Division DATA.
[2] NRIOL: Non Residents Indian Online DATA
[3] Wilson, J. D. (2015). Mega-regional trade deals in the Asia-Pacific: Choosing between the TPP and RCEP?. Journal of Contemporary Asia.
[4] CEPAL, N. (2016). Fortaleciendo la relación entre la India y América Latina y el Caribe.
[5] CEPAL, N. (2012). La India y América Latina y el Caribe: oportunidades y desafíos en sus relaciones comerciales y de inversión.
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