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[Edgar A. Porter & Ran Yin Porter, Japanese Reflections on World War II and the American Occupation. Amsterdam University Press. Amsterdam, 2017. 256 p.]
REVIEW / Rut Natalie Noboa Garcia
World War II has provided much inspiration for an entire genre of literature. However, few works fail to capture Asian perspectives on the beginning, development, end, and consequences of World War II. Additionally, the attitude and outlooks of defeated parties are often left out of popularized discussions of conflicts. Because of these two factors, Japanese perspectives during the war and occupation have often served as only minor discussions in World War II literary work.
This sets the stage for Edgar A. Porter and Rin Ying Porter’s Japanese Reflections on World War II and the American Occupation, which presents the experiences of ordinary Japanese citizens during the period. The book specifically focuses on the rural Oita prefecture, located on the eastern coast of the island of Kyushu, a crucial yet critically unacknowledged place in Japan’s role in World War II. Hosting the Imperial Japanese Navy base that served as the headquarters for the Pearl Harbor attack, being the hometown of the two Japanese representatives that signed the terms of surrender at the USS Battleship Missouri, serving as the place for the final kamikaze attack against the United States, and providing much of Japan’s foot soldiers for the conflict, Oita is ripe with unchronicled, raw, and diverse accounts of the Japanese experience.
The collective stories of the 43 interviewees, who lived through the war and occupation present the varied perspectives of soldiers, sailors, and pilots, who are often at the center of war discussions and experiences, but also that of students, teachers, nurses, factory workers and more, providing a multidimensional portrayal of the period.
The book begins with the early militarization of the Oita prefecture, specifically in Saiki, the location for one of the most crucial bases for the Japanese Imperial Navy. This first chapter features the perspectives of young Saiki citizens raised during the period who still see the Pearl Harbor attack with a conflicted yet enduring pride, setting the stage for following interesting discussions on Japanese post-war sentiment.
Another important aspect addressed by the Porters in this work is the mass censorship and indoctrination that took place in Japan during the war period. During this time, media censorship and military-based education helped to obscure the actual happenings of the conflict, particularly in its earlier years, as well as rallying the population in support for the Japanese navy. As well as presenting censored portrayals of the war itself, local Oita editorials both highlighted and encouraged public support for the war and the glorification of death and martyrdom. This indoctrination is also acknowledged by the Porters in relation to traditional Japanese Shinto beliefs on the emperor, specifically his divine origins. Japan's media portrayals of the conflict concerning to the state and emperor as well as its moral education curriculum feed into each other, applying moral pressure to the support of war efforts.
Japanese Reflections on World War II and the American Occupation also provides particularly interesting insights on East Asian regionalism, particularly from the perspective of Imperial Japan, which viewed itself as an “older brother leading the newly emerging members of the Asian family towards development” and promoted the idea that the Japanese were racially superior to other Asian ethnic groups. The first-hand accounts of many of the atrocities committed by Japanese in cities such as Nanjing and Shanghai as well as their glorification by the Japanese press add to the book’s depth and relevance.
As the war approached an end, conflict reached Oita. The targeting of civilians and the bombing of factories during American air raids lowered Oita morale. Continued air raids on Oita City, the prefecture’s capital city, rapidly fueled the region’s fear and resentment towards American soldiers.
In conclusion, Japanese Reflections on World War II and the American Occupation manages to present important first-hand accounts of Japanese life during one of the most consequential moments in modern history. The impact of these events on current Japan is particularly interesting when it comes to Japanese culture, especially when it comes to the glorification of war in Japanese education as well as the rising tide of Japanese nationalism.
[Angela Stent, Putin’s World: Russia Against the West and with the Rest. Twelve. New York, 2019. 433 p.]
RESEÑA / Ángel Martos
Angela Stent, directora del Centro para Estudios de Eurasia, Rusia y Europa del Este de Georgetown University, presenta en este libro un profundo análisis de la naturaleza de Rusia en estos comienzos del siglo XXI. Para comprender lo que sucede hoy, nos muestra previamente las líneas maestras históricas que dieron forma al masivo heartland que los estadistas rusos han consolidado a lo largo del tiempo.
Rusia aprovechó el escaparate global que suponía la organización del Mundial de Fútbol de 2018 para presentar una imagen renovada. La operación de venta de la marca nacional de Rusia tuvo cierto éxito, como reflejaron las encuestas: muchos espectadores extranjeros (especialmente estadounidenses) que visitaron el país para el torneo de fútbol se llevaron una imagen mejorada del pueblo ruso, y viceversa. Sin embargo, lo que se presentaba como una apertura al mundo, no ha tenido su manifestación en la política nacional o internacional del Kremlin: no se ha aflojado en lo más mínimo el control de Putin sobre el régimen híbrido que gobierna Rusia desde el colapso de la Unión Soviética.
Muchos expertos no pudieron predecir el destino de esta nación en los años 90. Después del colapso del régimen comunista, muchos pensaron que Rusia comenzaría un largo y doloroso camino hacia la democracia. Estados Unidos mantendría su condición de superpotencia única y conformaría un Nuevo Orden Mundial que abarcara a Rusia como potencia menor, igual a otros estados europeos. Pero esas consideraciones no tenían en cuenta la voluntad del pueblo ruso, que entendía la gestión de Gorbachov y Yeltsin como “errores históricos” que debían corregirse. Y esta perspectiva puede verse en los principales discursos de Vladimir Putin: un sentimiento nostálgico por el pasado imperial de Rusia, el rechazo a ser parte de un mundo gobernado por Estados Unidos y la necesidad de doblegar la soberanía de las una vez repúblicas soviéticas. Este último es un aspecto crucial de la política exterior de Rusia que, en distinta medida, ya ha aplicado a Ucrania, Bielorrusia, Georgia y otros.
¿Qué ha cambiado en el alma de los rusos desde el colapso de la Unión Soviética? ¿Han sufrido altibajos las relaciones con Europa a lo largo de la historia del Imperio ruso? ¿Cómo son esas relaciones ahora que Rusia no es un imperio, tras perder casi todo su poder en cuestión de años? La autora nos lleva de la mano por esas cuestiones. La Federación de Rusia, tal como la conocemos ahora, solo ha sido gobernada por tres autócratas: Boris Yeltsin, Dmitry Medvedev y Vladimir Putin, aunque podríamos argumentar que Medvedev ni siquiera cuenta propiamente como presidente, ya que durante su mandato Putin era el líder intelectual que estaba detrás de cada paso adoptado en el ámbito internacional.
Las complicadas relaciones de Rusia con los países europeos tienen un ejemplo notorio en el caso de Alemania, que el libro compara con una montaña rusa (expresión que en castellano es especialmente elocuente). Alemania es la puerta de la Federación hacia Europa, una puerta metafórica que, a lo largo de la historia contemporánea, ha estado entreabierta, abierta de par en par o cerrada, como en este momento. Tras la toma de Crimea las relaciones de la Alemania de Merkel con Moscú se han limitado estrictamente a cuestiones comerciales. Vale la pena resaltar las enormes diferencias que podemos encontrar entre la Ostpolitik de Willy Brandty y la actual Frostpolitik de Angela Merkel. Aunque Merkel se crió en Alemania Oriental, donde Putin trabajó como agente de la KGB durante cinco años, y ambos pueden entenderse tanto en ruso como en alemán, ese vínculo biográfico que los une no se ha reflejado en su relación política.
Alemania pasó de ser el mayor aliado europeo de Rusia (hasta el punto de que el canciller Gerhard Schröder, tras dejar el cargo, fue nombrado después de dejar el cargo de presidente del consejo de administración de Rosneft), a ser una amenaza para los intereses rusos. Después de las sanciones que se impusieron a Rusia en 2014 con el apoyo del gobierno de Alemania, las relaciones entre Putin y Merkel están en su peor momento. Sin embargo, algunos podrían argumentar que Alemania actúa de manera hipócrita dado que ha aceptado y financiado el gasoducto Nordstream, que perjudica fuertemente la economía de Ucrania.
Además de la UE, el otro oponente principal para los intereses rusos es la OTAN. En cada punto del mapa en el que el Kremlin desea poner presión la OTAN ha reforzado su presencia. Bajo el mando de Estados Unidos, la organización sigue la estrategia estadounidense de intentar mantener a raya a Rusia. Y Moscú percibe a la OTAN y a EEUU como el máximo obstáculo para recuperar su esfera de influencia en “near abroad” (Europa del Este, Asia Central) y en Oriente Medio.
La fijación de Putin con las exrepúblicas soviéticas no se ha desvanecido en absoluto con el tiempo. En todo caso, ha aumentado después de la exitosa anexión de la península de Crimea y la guerra civil que se encendió en el Donbass. La nostalgia de Rusia de lo que alguna vez fue parte de su territorio no es más que un pretexto para intentar neutralizar cualquier gobierno disidente en la región y subyugar tanto como sea posible a los países que componen su zona de amortiguación, por razones de seguridad y financieras.
Oriente Medio también juega un papel importante en la agenda de asuntos internacionales rusos. El objetivo principal de Rusia es fomentar la estabilidad y combatir las amenazas terroristas que pueden surgir en lugares escasamente controlados por los gobiernos de la región. Putin ha estado luchando contra el terrorismo islámico desde la amenaza separatista de Chechenia. Sin embargo, sus posibles buenas intenciones en la zona a menudo se malinterpretan debido a su apoyo en todas las formas posibles (incluso bombardeos aéreos) a algunos regímenes autoritarios, como el de Assad en Siria. En esta guerra civil en particular, Rusia está repitiendo el juego de guerra proxy de la Guerra Fría contra EEUU, que por su parte ha estado apoyando a las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF) y a los kurdos. El interés de Putin es mantener a su aliado Assad en el poder, junto con la ayuda de la República Islámica de Irán.
Angela Stent dibuja una descripción precisa del pasado reciente de Rusia y su relación con el mundo exterior. Sin ser parcial, logra resumir críticamente lo que cualquier persona interesada en la seguridad debe tener en cuenta al abordar el tema de las amenazas y oportunidades de Rusia. Porque, como declaró el propio Vladimir Putin en 2018, “nadie ha logrado frenar a Rusia”. Aún no.
[Myra MacDonald, Defeat is an Orphan. How Pakistan Lost the Great South Asia War. Penguin. London, 2016. 313 p.]
RESEÑA / Ramón Barba
Podría pensarse que el libro de Myra McDonald más bien confunde al lector, por cuanto el título habla de una Gran Guerra en el subcontinente indio de la que como tal no existe constancia. En realidad, la obra ayuda a entender –especialmente al lector occidental, más alejado del marco cultural e histórico de esa parte del mundo– la complejidad de las relaciones entre India y Pakistán. Corresponsal de Reuters durante más de treinta años, con larga experiencia en la región, McDonald sabe sumar datos concretos, sin quedarse en la anécdota, e ir rápidamente a la fuerza de fondo que hay detrás de ellos.
Su tesis es que desde que nacieron los dos Estados con la partición de la Joya de la Corona, al deshacerse el Imperio Británico, paquistaníes e indios han protagonizado una larga confrontación, que incluso ha tenido sus momentos de fuego real. Ha sido una prolongada y enconada enemistad entre los dos países, con sus esporádicas batallas: una Gran Guerra, según la autora, que finalmente Pakistán ha perdido.
Por lo general, mientras que India ha buscado su afirmación nacional en el ejercicio de la democracia, Pakistán ha basado su idiosincrasia nacional en el Islam y en el conflicto con India, el cual tiene en la disputa por el control de Cachemira su manifestación más sangrienta. Esa fijación con India, de acuerdo con McDonald, ha llevado a Islamabad a valerse del apoyo a grupos yihadistas para crear inestabilidad al otro lado de la línea de partición, hundiéndose el propio Pakistán en un abismo del que por ahora no ha conseguido salir. McDonald sigue una argumentación generalmente objetiva, pero el libro parece estar escrito desde India, sin apenas simpatía por los paquistaníes.
El relato arranca con el episodio del secuestro del avión de Indian Airlines que tuvo lugar entre Nochebuena y Nochevieja de 1999 por parte de cinco guerrilleros cachemires, con 155 personas a bordo, y que supuso un serio conflicto entre Islamabad y Nueva Delhi, al interpretar el Gobierno indio que la operación había contado con cierto respaldo del país vecino. El episodio sirve para describir los dramáticos estándares de la pugna estratégica entre los dos países, que el año anterior culminaron su desarrollo de la bomba atómica.
El libro presta especial atención a esa carrera por lograr el arma nuclear –los indios porque los chinos la tenían, los paquistaníes porque veían que los indios la estaban alcanzando– y que venía a plantear una duda clave de la proliferación nuclear: ¿cabe el uso de las armas a menor escala entre dos países mortalmente enemigos cuando ambos disponen de la bomba atómica? Se ha visto que sí, y no solo eso, argumenta McDonald: la falta de miedo de Pakistán a un ataque indio nuclear, dado que este se ve disuadido por el propio arsenal paquistaní, habría hecho que Islamabad se viera más confiada a la hora de alentar ataques terroristas contra India.
A principios de la década de 1960 la situación en India era un tanto delicada: en 1964 China había detonado la bomba atómica, lo cual aunado a la presión paquistaní en Cachemira ponía a la mayor democracia del mundo en una complicada coyuntura. Ello dio lugar al lanzamiento por parte de India del Smiling Buddha en 1974 (como bomba sin carga) y al inicio de una estrecha competición con Pakistán por entrar en el reducido club nuclear, como consecuencia de la lógica dialéctica que entonces regía su relación. Aunque se creía que la bomba podía estar en el haber de una de las partes, no fue hasta las tardías detonaciones de 1998 que ello quedó patente.
La autora considera que los dos países llegaron ese año en un nivel muy parejo: India, más grande, tenía que solventar pequeñas crisis internas para poder avanzar, mientras que Pakistán gozaba de cierta estabilidad. No obstante, la consecución de la bomba atómica hizo que Pakistán, tras una mala lectura de la realidad, no supiese aprovechar sus oportunidades en la etapa de la globalización que entonces se abría, y se quedase estancado en una lógica belicista, mientras India daba el estirón que le ha hecho ganar un indudable peso como potencia mundial. Esa es la “derrota” paquistaní de la que habla el título de la obra.
Además de esa atención a las décadas más recientes, el texto también se retrotrae a 1947, cuando nacieron ambos estados independientes, para explicar muchas de las dinámicas de la subsiguiente relación entre ambos. Asimismo se abordan las relaciones con China, aliada de Pakistán, y con Estados Unidos, que tuvo más cercanía de intereses con Pakistán y ahora es más próximo a India.
[Xulio Ríos. La China de Xi Jinping. De la amarga decadencia a la modernización soñada. Editorial Popular. Madrid, 2018. 300 p.]
RESEÑA / María Martín Andrade
Dado el crecimiento globalmente conocido de China en los últimos años y la incertidumbre que causan en el plano internacional sus pasos de gigante en un periodo de tiempo más bien reducido, conviene examinar qué sustenta el proceso de modernización chino para poder determinar su solidez. Xulio Ríos, experto en sinología y director del Observatorio de la Política China (dependiente conjuntamente de Igadi y Casa Asia), lleva a cabo ese análisis en La China de Xi Jinping, con un enfoque que abarca los planos político, económico y social. Ríos aborda el papel de China en la globalización y cómo la toma de mando del poder en 2012 por parte de Xi Jinping ha acelerado aún más la rápida modernización del país.
Ríos comienza identificando las tres claves para el éxito de China en el proceso de modernización: el empleo de una política económica acertada, la aplicación de una estrategia propia y una identidad fuerte capaz de adaptar las grandes corrientes de pensamiento internacional a las singularidades del país. Dicha adecuación ha sido el núcleo esencial del proceso de modernización de China, cuyos desafíos en los próximos años consisten en pasar de una economía de imitación a una economía de innovación, invertir en políticas justas orientadas a la corrección de las desigualdades a las que el país se enfrenta, y hacerse un hueco en el sistema internacional sin tener que abandonar su identidad.
El sueño chino es el principal elemento que caracteriza esta nueva senda que Xi Jinping intenta seguir desde que se convirtiera en secretario general del PCCh; un sueño que hace referencia a la ilusión y las aspiraciones de un pueblo que ha visto entorpecido su camino hacia la modernización. A diferencia del maoísmo, donde la cultura tradicional se veía como expresión de la antigua sociedad, Xi destaca la importancia de resaltar algunos de los valores de la cultura popular que puedan ayudar a consolidar la conciencia de la nación en este siglo.
El autor no deja de constatar que los principales obstáculos de esta rápida evolución china son los elevados costes sociales de las últimas transformaciones y la quiebra medioambiental que tantos gravosos daños está provocando. Por ello, sin apartar nunca la vista del sueño chino, el secretario general del PCCh y presidente del país asegura pretender una China bella, ambiental, rica y poderosa, con influencia mundial, pero sin abandonar nunca su perfil propio.
Como parte de la reforma de la gobernanza del partido, Xi Jinping persiste, como ningún otro presidente anterior, en la importancia del imperio de la ley como expresión de la modernización en la forma de gobierno. En sintonía con esto, la reforma judicial se ha convertido en uno de los ejes principales de su mandato para combatir el desequilibrio de la administración de justicia en todo el país. Dentro del plano económico, el papel atribuido a la economía privada en lo tocante a modernización está convirtiendo a China en la primera economía del mundo. La diversificación de su inversión en reservas extranjeras y la evolución en sectores como el automóvil están resultando una alternativa al modelo occidental que va dirigido a conseguir tomar el mando del liderazgo de la globalización.
Así pues, las cuatro modernizaciones de la gobernanza de Xi se centran en la industria, la agricultura, la ciencia y tecnología y la defensa. Estos avances pretenden ser complementados con un destacable ánimo por fortalecer la multipolaridad, aumentando la presencia en los mercados exteriores y buscando un reconocimiento global de su actualización mediante nuevos objetivos, como la revitalización de las Rutas de la Seda, la creación de corredores económicos o el Banco Asiático de Inversión e Infraestructuras.
Una vez desglosados los distintos elementos que configuran el cambio de imagen que China está experimentando, el autor concluye puntualizando que, a pesar del desarrollo económico y el aumento de la confianza política, el país puede participar más y asumir más responsabilidades. Sin embargo, debido a sus circunstancias estructurales y sus conflictos domésticos, China todavía no está lo suficientemente preparada para sustituir a EEUU o a Occidente en el liderazgo global. No obstante, nada impide destacar la distinguida maniobra de Xi Jinping, en comparación con otros líderes chinos, de hacer valer los intereses de forma más notoria y visible, siendo la Ruta de la Seda un claro ejemplo de la ambición del proceso chino.
[Jim Sciutto, The Shadow War: Inside Russia's and China's Secret Operations to Defeat America. Hasper-Collins. New York, 2019. 308 p.]
RESEÑA / Álvaro de Lecea
Con el fin de la Guerra Fría, en la cual se enfrentaron la antigua Unión Soviética y Estados Unidos de América, país que salió vencedor, el sistema internacional pasó de ser bipolar a una hegemonía liderada por esta segunda potencia. Con Estados Unidos en cabeza, Occidente se centró en la extensión de la democracia y la globalización comercial y si algo concentró su preocupación geoestratégica fueron los ataques de Al-Qaeda contra las Torres Gemelas del 11-S, de modo que el foco de atención cambió y la actual Rusia fue dejada en un segundo plano. Sin embargo, Rusia continuó reconstituyéndose lentamente, a la sombra de su antiguo enemigo, que ya no le mostraba demasiado interés. A Rusia se le sumó China, que comenzó a crecer a pasos agigantados. Llegados a este punto, Estados Unidos empezó a percatarse de que tiene a dos grandes potencias pisándoles los talones y de que se encuentra enzarzado en una guerra que ni sabía que existía: la Shadow War.
Ese el término que utiliza Jim Sciutto, corresponsal jefe de seguridad nacional de CNN, para designar lo que a lo largo de su libro describe con detalle y que en gran medida ha dado en llamarse también guerra híbrida o de zona gris. Sciutto prefiere hablar de Shadow War, que se podría traducir como guerra en la sombra, porque así se denota mejor su carácter de invisibilidad ante el radar de la guerra abierta o convencional.
Esta nueva guerra la comenzaron Rusia y China, no como aliados, sino como potencias con un enemigo en común: Estados Unidos. Es un tipo de guerra híbrida, por lo que contiene métodos tanto militares como no militares. Por otro lado, no contempla un enfrentamiento directo militar entre ambos bloques. En The Shadow War: Inside Russia's and China's Secret Operations to Defeat America, Sciutto explica siete situaciones en las cuales se puede observar claramente las estrategias que están siguiendo China y Rusia para derrotar a Estados Unidos y así conseguir convertirse en las mayores potencias mundiales y poder imponer sus propias normas internacionales.
En primer lugar, es importante destacar que Rusia y China, aun siguiendo estrategias similares, son diferentes tipos de adversarios: por un lado, China es un poder creciente, mientras que Rusia es más bien un poder decreciente que está tratando de volver a lo que era antes. No obstante, ambos comparten una serie de similitudes. En primer lugar, ambos buscan ampliar su influencia en sus propias regiones. En segundo lugar, sufren una crisis de legitimidad dentro de sus fronteras. En tercer lugar, ambos buscan corregir los errores de la historia y restaurar lo que perciben como las posiciones legítimas de sus países como líderes mundiales. Y por último, poseen una gran unidad nacional, por lo que la mayoría de su población haría lo que fuese necesario por su nación.
En la guerra en la sombra, gracias a las normas establecidas por Rusia y China, cualquiera gran actor puede ganar, independientemente del poder que tenga o de la influencia que ejerza sobre el resto de actores internacionales. Siguiendo las teorías de las relaciones internacionales, se podría considerar que esas normas siguen un patrón muy realista, ya que, en cierto modo, todo vale para ganar. El poder de la mentira y del engaño es el pan de cada día, y se cruzan líneas que se creían impensables. Ejemplos de esto, como explica y profundiza el libro, son la militarización de las islas artificiales construidas por China en el Mar de la China Meridional cuando el propio Xi Jinping había prometido no hacerlo, o el hackeo del sistema informático del Partido Demócrata en la campaña de las elecciones estadounidenses de 2016 por parte de hackers rusos, que podría haber ayudado a alzarse victorioso a Donald Trump.
A todo esto hay que sumarle una parte esencial de lo que está sucediendo en este contexto de guerra no tradicional: la idea especialmente equivocada que tiene Estados Unidos sobre todo lo que está ocurriendo. Para empezar, el primer error de Estados Unidos, como explica Sciutto, fue dejar de lado a Rusia como foco relevante en el ámbito internacional. Creyó que, al haberlo derrotado en la Guerra Fría, el país ya no volvería a resurgir como potencia, y por eso no vio las claras pistas que mostraban que estaba creciendo poco a poco, liderado por el presidente Vladimir Putin. Del mismo modo, no supo entender las verdaderas intenciones del Gobierno chino en situaciones como la del Mar de la China Meridional o en la carrera de submarinos. Todo esto se puede resumir con que Estados Unidos creyó que todos los actores internacionales jugarían con las normas establecidas por Washington tras la Guerra Fría, sin imaginarse que crearían un nuevo escenario. En conclusión, Estados Unidos no entendió a sus contrincantes.
En su último capítulo, Sciutto deja claro que actualmente Estados Unidos está perdiendo la guerra. Su mayor error fue no darse cuenta de la situación hasta que la tuvo delante y ahora se encuentra con que está jugando en un escenario en desventaja. Es cierto que Estados Unidos sigue siendo el líder mundial en muchos aspectos, pero Rusia y China le están adelantando en otros, siguiendo las nuevas normas que ellos mismos han establecido. No obstante, un cambio de actitud en las políticas estadounidenses podría girar totalmente las tornas. Así, el autor propone una serie de soluciones que podrían ayudar a Estados Unidos a volver a ponerse en cabeza.
Las soluciones que propone se centran, en primer lugar, en el total conocimiento del enemigo y de su estrategia. Esta ha sido en todo momento su gran desventaja y sería el primer paso para comenzar a controlar la situación. Del mismo modo, recomienda una mayor unidad dentro del bloque aliado, así como una mejora de sus propias defensas. También recomienda conocer mejor el nuevo escenario en el que está sucediendo toda la contienda, por lo que una serie de tratados internacionales que regulasen estos nuevos espacios, como lo es el ciberespacio, serían de gran ayuda. Más adelante, propone fijar unos límites claros a las acciones enemigas, elevando los costes y las consecuencias a dichas acciones. Y por último, anima a Estados Unidos a ejercer un liderazgo claro.
En conclusión, la tesis de Sciutto es que Estados Unidos se encuentra luchando una guerra cuya existencia acaba de descubrir. Es un tipo de guerra a la que no está acostumbrado y con una serie de normas ajenas a lo que predica. Aun siendo todavía el líder del sistema internacional actual, se encuentra perdiendo la partida porque China y Rusia han sido capaces de descubrir los puntos débiles de su rival y utilizarlos a su favor. El mayor error de Estados Unidos fue ignorar todas las señales que evidenciaban la existencia de esta guerra en la sombra y no hacer nada al respecto. Se han introducido escenarios nuevos y se han cambiado las normas del juego, por lo que Estados Unidos, si quiere darle la vuelta a la situación y alzarse una vez más como vencedor, según argumenta el autor, deberá unirse más que nunca internamente como nación y afianzar sus alianzas, y conocer mejor que nunca a sus enemigos y sus intenciones.
En cuanto a una valoración del libro, puede afirmarse que logra transmitir de forma clara y concisa los puntos más relevantes de esta nueva contienda. Consigue dejar claro los puntos fuertes y débiles de cada actor y hacer un balance general de la situación actual. No obstante, el autor no consigue ser demasiado objetivo en sus juicios. Aunque admite los fallos cometidos por Estados Unidos, ofrece una imagen negativa de sus rivales, dando por sentado quiénes son los buenos y quiénes son los malos. Falta esa objetividad en algunos casos, ya que ni los buenos son siempre tan buenos ni los malos son siempre tan malos. Dicho esto, Sciutto realiza un gran análisis de la situación internacional actual en la que se encuentran las mayores potencias mundiales.
[Barbara Demick, Querido líder. Vivir en Corea del Norte. Turner. Madrid, 2011. 382 páginas]
RESEÑA / Isabel López
Todas las dictaduras son iguales hasta cierto punto. Regímenes como el de Stalin, Mao, Ceaucescu o Sadam Husein compartieron haber instalado estatuas de esos líderes en las principales plazas y sus retratos en todos los rincones... Sin embargo, Kim Il-sung llevó más lejos el culto a la personalidad en Corea del Norte. Lo que le distinguió del resto fue su capacidad para explotar el poder de la fe. Es decir, comprendió muy bien el poder de la religión. Utilizó la fe para atribuirse poderes sobrenaturales que sirvieron para su glorificación personal, como si fuera un Dios.
Así se ve en Querido líder. Vivir en Corea del Norte, de la periodista Barbara Demick, que trabajó como corresponsal de Los Angeles Times en Seúl. El libro relata la vida de seis norcoreanos de la ciudad de Chongjin, situada en el extremo septentrional del país. A través de estos seis perfiles, desde personas pertenecientes a la clase más baja, llamada beuhun, hasta la clase más privilegiada, Demick expone las diferentes etapas que han marcado la historia de Corea del Norte.
Hasta la conquista y ocupación de Japón en la guerra de 1905 regía el imperio coreano. Durante el mandato del país vecino, los coreanos se veían obligados a pagar elevados tributos y los jóvenes eran llevados con el ejército japonés para combatir en la guerra del Pacífico. Tras la retirada de las tropas japonesas en 1945, se planteó un nuevo problema puesto que la Unión Soviética había ocupado parte del norte de Corea. Esto llevó a que Estados Unidos se involucrara para frenar el avance de los rusos. Como consecuencia, se dividió el territorio en dos zonas: la parte sur ocupada por Estados Unidos y la parte norte ocupada por la Unión Soviética. En 1950 ambas fracciones se vieron envueltas en la guerra de Corea, finalizada en 1953.
Después del armisticio se produjo un intercambio de prisioneros por el cual las fuerzas comunistas pusieron en libertad a miles de personas, de las cuales más de la mitad eran surcoreanas. Sin embargo, otros miles nunca volvieron a casa. Los prisioneros liberados eran introducidos en vagones que partían de la estación de Pyongyang con la presunta intención de devolverlos a su lugar de origen en el sur, pero en realidad fueron conducidos a las minas de carbón del norte de Corea, en la frontera con China. Como consecuencia de la guerra la población se había mezclado y no era posible la distinción entre los norcoreanos y surcoreanos.
Al terminar la guerra, Kim Il-sung, líder del Partido de los Trabajadores, comenzó por depurar a todos aquellos que podían poner en peligro su liderazgo, basándose en un criterio de fiabilidad política. Entre 1960 y 1970 se instauró un régimen que la autora describe como de terror y caos. Los antecedentes de cada ciudadano eran sometidos a ocho comprobaciones y se establecía una clasificación basada en el pasado de sus familiares, llegando a convertirse en un sistema de castas tan rígido como el de India. Esta estructura se basaba en gran parte en el sistema de Confucio, aunque se adoptaron los elementos menos amables de él. Finalmente, las categorías sociales eran agrupadas en tres clases: la principal, la vacilante y la hostil. En esta última se encontraban los adivinos, los artistas y los prisioneros de guerra, entre otros.
Los pertenecientes a la clase más baja no tenían derecho a vivir en la capital ni en las zonas más fértiles y eran observados detenidamente por sus vecinos. Además, se crearon los llamados inminban, término que hace referencia a las cooperativas formadas por unas veinte familias que administraban sus respectivos barrios y que se encargaban de transmitir a las autoridades cualquier sospecha. Era imposible subir de rango, con lo cual este pasaba de generación en generación.
A los niños se les enseñaban el respeto por el partido y el odio por los estadounidenses. La educación obligatoria era hasta los 15 años. A partir de aquí solo los niños pertenecientes a las clases más altas eran admitidos en la educación secundaria. Las niñas más inteligentes y guapas eran llevadas a trabajar para Kim Il-sung.
Hasta el fin de los años sesenta Corea del Norte parecía mucho más fuerte que Corea del Sur. Esto provocó que en Japón la opinión pública se alineara en dos bandos, los que apoyaban a Corea del Sur y los que simpatizaban con el Norte, llamados Chosen Soren. Miles de personas sucumbieron a la propaganda. Los japoneses que emigraban a Corea del Norte vivían en un mundo diferente al de los norcoreanos puesto que recibían dinero y regalos de sus familias, aunque debían de dar parte del dinero al régimen. Sin embargo, eran considerados parte de la clase hostil, puesto que el régimen no se fiaba de nadie adinerado que no fuera perteneciente del partido. Su poder dependía de su capacidad de aislar totalmente a los ciudadanos.
El libro recoge la relación de Japón con Corea del Norte y su influencia en el desarrollo económico de esta. Cuando a principios del siglo XX Japón decidió construir un imperio ocupó Manchuria y se hizo con los yacimientos de hierro y carbón próximos a Musan. Para el transporte del botín se escogió la ciudad de Chongjin como puerto estratégico. Entre 1910 y 1950 los japoneses levantaron enormes acerías y fundaron la ciudad de Nanam, en la que se construyeron grandes edificios: empezaba el auténtico desarrollo de Corea del Norte. Kim Il-sung exhibió el poder industrial atribuyéndose los méritos y no reconoció ninguno a Japón. Las autoridades norcoreanas tomaron el control de la industria y luego instalaron misiles apuntando a Japón.
La autora también describe la vida de las trabajadoras de las fábricas que sustentaban el desarrollo económico del país. Las fábricas dependían de las mujeres por la falta de mano de obra masculina. La rutina de una trabajadora de fábrica, que era considerado como una posición privilegiada, consistía en ocho horas diarias los siete días de la semana, más las horas añadidas para continuar con su formación ideológica. También, se organizaban asambleas como la de las mujeres socialistas y sesiones de autocrítica.
Por otro lado, se enfatiza el hecho de hasta qué punto eran moldeadas las personas, que eran regenerados para ver a Kim Il-sung como un gran padre y protector. En su propósito de rehacer la naturaleza humana Kim Il-sung desarrolló un nuevo sistema filosófico apoyado en las tesis marxistas y leninistas llamado el Juche, que se traduce como confianza en uno mismo. Hizo ver al pueblo coreano que era especial y que había sido el pueblo elegido. Este pensamiento cautivaba a una comunidad que había sido pisoteada por sus vecinos durante siglos. Enseñó que la fuerza de los seres humanos provenía de la capacidad de someter su voluntad individual a la colectiva y esa colectividad debía de ser regida por un líder absoluto, Kim Il-sung.
No obstante, esta idea no le bastaba al líder, que además quería ser querido. La autora afirma que “no quería ser visto como Stalin sino como Papa Noel”: se le debía de considerar como un padre en el estilo confuciano. El adoctrinamiento empezaba desde la infancia en las guarderías. Durante los siguientes años no escucharían ninguna canción, no leerían ningún artículo que no estuviera divinizando la figura de Kim Il-sung. Se repartían insignias de solapa con su rostro, que eran obligatorias de llevar en la parte izquierda, sobre el corazón, y su retrato debía de estar en todas las casas. Todo era distribuido gratuitamente por el Partido de los Trabajadores.
[Eric Rutkow, The Longest Line on the Map: The United States, the Pan-American Highway and the Quest to Link the Americas. Scribner. New York, 2019. 438 p.]
REVIEW / Marcelina Kropiwnicka
Though the title tries to convince the reader that they will merely be exploring the build-up to the largest link between the United States of America and its southern neighbors, The Longest Line on the Map: The United States, the Pan-American Highway and the Quest to Link the Americas covers much more. The book is written in more of a novel-fashion than a textbook-fashion. Author Eric Rutkow, rather than simply discussing the nitty-gritty development of the highway alone, is able to cover historical events from political battles in the homeland of the US to economic hardships encountered among the partner countries. Divided into three main blocks, the book chronologically introduces the events that took place during the Pan-American Highway’s construction, beginning with the dream that a railway would connect the two hemispheres.
With the New World just barely beginning to grasp its potential, writer Hinton Rowan Helper’s first-hand experience of traveling from the United States to Argentina in the mid-1800s made him come to the realization that there must be an alternative method of traveling between the two countries. After enduring the long voyage, he came to the conclusion, “Why not by rail?” The first quarter of the book hence explains the early attempts made towards linking the wide span between North America and Southern Argentina through the use of a railroad. Thus, when in 1890 the Intercontinental Railway Commission was created, the idea of a Pan-American railway began to flourish and preliminary work began.
The idea was passed on from one indefatigable supporter to another, keeping in mind the cooperative aim of pan-Americanism and the potential for US economic expansion. Yet still by the early 1900s, over half of the projected length of the railway remained unassembled. Despite multiple attempts and investment in building and rebuilding the rail (mainly due to logistical purposes), the project came to a final halt with the realization that the Pan-American Railway was beginning to look like what it was: an unfeasible dream. President Theodore Roosevelt had concluded similarly in 1905, when he gave preference to developing the Panama Canal, regulating the rules of the railway and building the US Navy. In the subsequent and comparatively short chapter of the book, Rutkow introduces the era when automobiles and bicycles were on the rise, causing a demand for the increased construction of roads and exhaustive efforts to build decent thoroughfare within the US. Also made note of in the book was the diverging attention from the rail as a result of the outbreak of the First World War. These events combined would ultimately cease continuation of the railway’s assembly.
The second half of the book is dedicated to the continuation of the dream of connecting the two spheres using a different method: the building of the Pan-American Highway. Although only a sister to the railway project, the two ideas arise from the same ideal. The new project seemed especially tangible due to the growth of the ‘motoring generation’ and the strengthened advocacy of Pan-Americanism. The belief was that the highway would foster “closer and more harmonious relations” among the nations in the Americas. Nevertheless, the highway remains unfinished due to a mere 50-mile wide gap, known as the Darien Gap, located between Panama and Colombia (“mere” considering the highway today stretches more than 20,000 miles, connecting Alaska to the southern tip of Argentina).
The most engaging part of the book emerges in the last chapter, when Rutkow attempts at connecting the missing link between the two worlds, but isn’t able to, which reminds us that the road remains unfinished. The chapter, which is committed to the Darien Gap, is able to give light to the idea that once, the two spheres had a dream of connecting, contrasting to what we see today with the pressure of erecting walls along the southern US border. Though the dream continues to overcome the gap and finish the road, a new challenge had finally emerged: Panama had changed its policy and refused to finish the pavement.
As for such a well-researched book of one of the largest projects on the American continent, there’s a peculiar laxity: the coverage on South America is far less complete in comparison to all the focus that the United States’ government efforts to organizing and funding the link received. In terms of critiquing the book as a literary piece, not every quotation within the book would be considered absolutely necessary to telling the story. Ironically there’s a certain scarcity when it comes to describing the road itself or its surrounding environment. Perhaps the author makes up for this blunder with his meticulous choosing of maps and images to provide the reader with a context of the environment and era in which the dream was being pursued.
[Michael E. O´Hanlon, The Senkaku Paradox: Risking Great Power War over Small Stakes. Brookings Institution Press. Washington, 2019. 272 p.]
RESEÑA / Jimena Puga
Tras el fin de la Guerra Fría, en la que confrontó al bloque de la Unión Soviética defendiendo los valores del orden occidental, Estados Unidos quedó en el mundo como el país hegemónico. En la actualidad, sin embargo, se ve rivalizado por Rusia, que a pesar de su débil economía lucha por no perder más influencia en la escena internacional, y por China, que aunque todavía potencia regional aspira a sustituir a Estados Unidos en el pináculo mundial. El reto no es solo para Washington, sino para todo Occidente, pues sus mismos valores se ven cuestionados por el avance de la agenda de Moscú y Pekín.
Occidente tiene que responder de manera firme, pero ¿hasta dónde debe llegar? ¿Cuándo debe decir basta? ¿Está dispuesto a una guerra aunque los pasos acumulativos que dé Rusia o China sean en sí mismos relativamente menores o bien ocurran en la periferia? Es lo que se plantea Michael E. O´Hanlon, investigador de Brookings Institution, en The Senkaku Paradox: Risking Great Power War over Small Stakes. El libro aborda una serie de posibles escenarios en el contexto de un cambio hegemónico mundial y la competición entre las principales potencias mundiales por el poder.
Los escenarios planteados por O´Hanlon consisten, por un lado, en una posible anexión de Estonia o Letonia por parte de Rusia, sin previo consentimiento y mediante un ataque militar. Y, por otro, la conquista militar por parte de China de una de las islas más grandes que conforman las Senkaku, nombre que da Japón a un archipiélago que administra en las proximidades de Taiwán y que Pekín denomina Diaoyu. En ambos casos, es difícil evaluar qué bando contaría con una mejor estrategia militar o predecir cuál de los dos ganaría una hipotética guerra. Además, existen muchas variables no conocidas acerca de las vulnerabilidades cibernéticas, las operaciones submarinas o la precisión de los ataques con misiles a infraestructuras estratégicas de cada país.
Así, el autor se pregunta si tanto Estados Unidos como sus aliados deberían responder directamente con una ofensiva militar, como respuesta a un ataque inicial, o si tendrían que limitarse a dar una respuesta asimétrica, centrada en prevenir ataques futuros, combinando dichas respuestas con represalias económicas y determinadas acciones militares en distintos escenarios. Lo que está claro es que al tiempo que se mantienen vigilantes ante la posible necesidad de reforzar sus posiciones en el tablero internacional, los países occidentales deben mantener la prudencia y dar respuestas proporcionadas a posibles crisis, conscientes de que sus valores –la defensa de la libertad, de la justicia y del bien común–, son las mayores ventajas de sus sistemas democráticos.
En la actualidad, los sistemas democráticos occidentales se encuentran bajo una fuerte presión populista, si bien nada hace pensar que países con democracias muy consolidadas como la francesa, la alemana o la española vayan a generar conflictos entre ellos, mucho menos en el ámbito de la Unión Europea, que es garantía de paz y de estabilidad desde la década de 1950. Por su parte, sería recomendable que la Administración Trump reaccionara con mayor prudencia en ciertas situaciones, para evitar una escalada de tensión diplomática que innecesariamente aumente los riesgos de conflicto, cuando menos regional o económico.
Ni Moscú ni Pekín suponen hoy una amenaza inmediata para la hegemonía mundial estadounidense, pero China es la potencia con el crecimiento más rápido de los últimos cincuenta años. Un crecimiento tan veloz pude llegar a hacer que China prescinda del multilateralismo y la cooperación regional y que la influencia regional la lleve a cabo por la vía de la imposición económica o militar. Eso convertiría a la República Popular en una amenaza.
Aunque es cierto que Estados Unidos cuenta con la mejor fuerza militar, se prevé que alrededor del año 2040 exista una paridad tanto militar como económica entre el Imperio del Centro y el país americano. Así pues, Europa y Estados Unidos, ante una posible agresión de China –o de Rusia, a pesar de su estado de declive gradual– deberían dar una respuesta adecuada y, como dice la Casa Blanca, ser “estratégicamente predecibles, pero operacionalmente impredecibles”. Y todo ello buscan do aliados a nivel internacional y presionando militarmente al agresor en regiones comprometidas para este.
Como defiende el autor, la Casa Blanca necesita opciones mejores y más creíbles para diseñar una defensa asimétrica basada en planes de disuasión y contención, que cuenten con el uso de la fuerza como opción. Por ejemplo, el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte no es la mejor arma de disuasión para EEUU y sus aliados, ya que supone un peligro para la estabilidad y no deja margen de actuación en el caso de que falle la disuasión. No obstante, con el nuevo tipo de defensa que se propone, los países miembros de la OTAN no estarían obligados a “disparar la primera bala”, por lo que cabrían otras acciones colaterales, sin necesidad de recurrir a un enfrentamiento directo para frenar una posible escalada de hostilidades más serias.
Lo que está claro, argumenta O´Hanlon, es que tanto China como Rusia buscan desafiar el orden internacional mediante cualquier tipo de conflicto y Occidente debe adoptar estrategias encaminadas a prever los posibles escenarios futuros, de manera que puedan estar preparados para afrontarlos con garantías de éxito. Estas medidas no tienen por qué ser solo militares. Por ejemplo, deberán prepararse para una larga y dolorosa guerra económica por medio de medidas defensivas y ofensivas, al tiempo que EEUU frena la imposición de aranceles sobre el aluminio y el acero a sus aliados. Además, EEUU tiene que tener cuidado a la hora de utilizar en exceso las sanciones económicas aplicadas a las transacciones financieras, especialmente la prohibición de acceso al código SWIFT del sistema de comunicación bancaria, porque si no, los países aliados de Washington acabarán por crear alternativas al SWIFT, lo cual supondría una desventaja y una muestra de debilidad frente a Moscú y Pekín.
[Sheila A. Smith, Japan Rearmed. The Politics of Military Power. Harvard University Press. Cambridge, 2019. 239 p.]
RESEÑA / Ignacio Yárnoz
En la actualidad Japón se enfrenta a una situación de seguridad nacional delicada. Por el norte, el país se ve constantemente sometido a los acosos de la República Popular Democrática de Corea en forma de ensayos con misiles balísticos que a menudo aterrizan en aguas territoriales japonesas. Por el este y sudeste, la soberanía de Japón en sus aguas territoriales, incluyendo las disputadas Islas Senkaku, se ve amenazada por una China cada vez con más interés por mostrar músculo económico y militar.
Y por si esto fuera poco, Japón ya pone en tela de juicio la seguridad que Estados Unidos pueda o quiera proporcionarle ante un eventual conflicto regional. Si en el pasado Japón temía ser arrastrado a una guerra a causa de la predisposición estadounidense al uso de fuego para resolver ciertas situaciones, ahora lo que Tokio teme es que Estados Unidos no le acompañe a la hora de defender su soberanía.
Ese dilema de seguridad nacional es el que aborda Japan Rearmed. The Politics of Military Power, de Sheila A. Smith, investigadora del Council on Foreign Relations de Estados Unidos. El libro recoge las diferentes visiones en torno a esta cuestión. La postura del gobierno nipón es que Japón debería confiar más en sí mismo de cara a mantener su propia seguridad. Pero es aquí donde surge el mayor obstáculo. Desde su derrota en la Segunda Guerra Mundial y posterior dominio estadounidense del país hasta 1952, las Fuerzas Armadas nacionales han estado rebajadas a “Fuerzas de Autodefensa”. La realidad es que la Constitución de 1947, específicamente su artículo número 9, sigue limitando las funciones de las tropas niponas.
Introducido directamente por el mando estadounidense, el artículo 9, nunca enmendado, dice: “Aspirando sinceramente a una paz internacional basada en la justicia y el orden, el pueblo japonés renuncia para siempre a la guerra como derecho soberano de la nación y a la amenaza o al uso de la fuerza como medio de solución en disputas internacionales. (2) Con el objeto de llevar a cabo el deseo expresado en el párrafo precedente, no se mantendrán en lo sucesivo fuerzas de tierra, mar o aire como tampoco otro potencial bélico. El derecho de beligerancia del estado no será reconocido”.
Este artículo, novedoso en la época, pretendía abrir una era a salvo de tendencias belicistas, en la que el proyecto de Naciones Unidas sería la base para la seguridad colectiva y la solución pacífica de controversias. Sin embargo, la propia historia demostró cómo en cuestión de pocos años los propios arquitectos de dicha Constitución llamaron al rearme de Japón en el contexto de la Guerra de Corea; entonces era ya demasiado tarde para un replanteamiento de las limitaciones fundacionales del nuevo Japón.
Tras los cambios en la geopolítica de Asia en los últimos 30 años después del fin de la Guerra Fría, Japón ha dado pasos para recobrar su presencia internacional, pero aún hoy sigue tropezando con el encorsetamiento de su Constitución. Como bien describe Smith, son muchos los obstáculos legales que las Fuerzas de Autodefensa de Japón han tenido que superar desde 1945. Temas como la actuación de Japón en el exterior bajo bandera de Naciones Unidas, su ausencia en la 1ª Guerra del Golfo, el debate sobre la capacidad de resiliencia tras un ataque de Corea del Norte o la actuación de Japón en la 2ª Guerra del Golfo son todos discutidos y analizados en este libro. Además de esto, la autora trata de explicar las razones y argumentos en cada uno de los debates concernientes al artículo 9, tales como la legítima defensa, el rol de las Fuerzas de Autodefensa y la relación con Estados Unidos, asuntos que enfrentan a la elite política nipona. Son ya varias las generaciones de líderes políticos que han intentado resolver el dilema de garantizar la seguridad e intereses de Japón sin limitar las capacidades de sus fuerzas armadas, aunque hasta ahora no ha existido un consenso para cambiar ciertos presupuestos constitucionales, dirección en la que está empujando el primer ministro Shinzo Abe.
Japan rearmed es un análisis en 360 grados donde el lector encuentra un completo análisis sobre los obstáculos principales a los que se enfrentan las Fuerzas de Autodefensa de Japón y sobre cuál puede ser su desarrollo futuro. En un marco más amplio, el libro también afronta el rol de las Fuerzas Armadas en una democracia, la cual debe hacer compatible su rechazo a la violencia con la obligación de garantizar la defensa colectiva.
[Glen E. Howard and Matthew Czekaj (Editors), Russia’s military strategy and doctrine. The Jamestown Foundation. Washington DC, 2019. 444 pages]
REVIEW / Angel Martos Sáez
This exemplar acts as an answer and a guide for Western policymakers to the quandary that 21st century Russia is posing in the international arena. Western leaders, after the annexation of Crimea in February-March 2014 and the subsequent invasion of Eastern Ukraine, are struggling to come up with a definition of the aggressive strategy that Vladimir Putin’s Russia is carrying out. Non-linear warfare, limited war, or “hybrid warfare” are some of the terms coined to give a name to Russia’s operations below the threshold of war.
The work is divided in three sections. The first one focuses on the “geographic vectors of Russia’s strategy”. The authors here study the six main geographical areas in which a clear pattern has been recognized along Russia’s operations: The Middle East, the Black Sea, the Mediterranean Sea, the Arctic, the Far East and the Baltic Sea.
The chapter studying Russia’s strategy towards the Middle East is heavily focused on the Syrian Civil War. Russian post-USSR foreign-policymakers have realized how precious political stability in the Levant is for safeguarding their geostrategic interests. Access to warm waters of the Mediterranean or Black Sea through the Turkish straits are of key relevance, as well as securing the Tartus naval base, although to a lesser extent. A brilliant Russian military analyst, Pavel Felgenhauer, famous for his predictions about how Russia would go to war against Georgia for Abkhazia and South Ossetia in 2008, takes us deep into the gist of Putin’s will to keep good relations with Bashar al-Assad’s regime. Fighting at the same time Islamic terrorism and other Western-supported insurgent militias.
The Black and Mediterranean Seas areas are covered by a retired admiral of the Ukranian Navy, Ihor Kabanenko. These two regions are merged together in one chapter because gaining access to the Ocean through warm waters is the priority for Russian leaders, be it through their “internal lake” as they like to call the Black Sea, or the Mediterranean alone. The author focuses heavily on the planning that the Federation has followed, starting with the occupation of Crimea to the utilization of area denial weaponry (A2/AD) to restrict access to the areas.
The third chapter concerning the Russia’s guideline followed in the Arctic and the Far East is far more pessimistic than the formers. Pavel K. Baev stresses the crucial mistakes that the country has done in militarizing the Northern Sea Route region to monopolize the natural resource exploitation. This tool, however, has worked as a boomerang making it harder for Russia nowadays to make profit around this area. Regarding the Far East and its main threats (North Korea and China), Russia was expected a more mature stance towards these nuclear powers, other than trying to align its interests to theirs and loosing several opportunities of taking economical advantage of their projects.
Swedish defense ministry advisor Jörgen Elfving points out that the BSR (acronym for Baltic Sea Region) is of crucial relevance for Russia. The Federation’s strategy is mainly based on the prevention, through all the means possible, of Sweden and Finland joining the North Atlantic Alliance (NATO). Putin has stressed out several times his mistrust on this organization, stating that Western policymakers haven’t kept the promise of not extending the Alliance further Eastwards than the former German Democratic Republic’s Western border. Although Russia has the military capabilities, another de facto invasion is not likely to be seen in the BSR, not even in the Baltic republics. Instead, public diplomacy campaigns towards shifting foreign public perception of Russia, the funding of Eurosceptic political parties, and most importantly taking advantage of the commercial ties (oil and natural gas) between Scandinavian countries, the Baltic republics and Russia is far more likely (and already happening).
The second section of this book continues with the task of defining precisely and enumerating the non-conventional elements that are used to carry out the strategy and doctrine followed by Russia. Jānis Bērziņš gives body to the “New Generation Warfare” doctrine, according to him a more exact term than “hybrid” warfare. The author stresses out the conscience that Russian leaders have of being the “weak party” in their war with NATO, and how they therefore work on aligning “the minds of the peoples” (the public opinion) to their goals in order to overcome the handicap they have. An “asymmetric warfare” under the threshold of total war is always preferred by them.
Chapters six and seven go deep into the nuclear weaponry that Russia might possess, its history, and how it shapes the country’s policy, strategy, and doctrine. There is a reference to the turbulent years in which Gorbachev and Reagan signed several Non-Proliferation Treaties to avoid total destruction, influenced by the MAD doctrine of the time. It also studies the Intermediate-Range Nuclear Forces (IMF) Treaty and how current leaders of both countries (Presidents Trump and Putin) are withdrawing from the treaty amid non-compliance of one another. Event that has sparked past strategic tensions between the two powers.
Russian researcher Sergey Sukhankin gives us an insight on the Federation’s use of information security, tracing the current customs and methods back to the Soviet times, since according to him not much has changed in Russian practices. Using data in an unscrupulously malevolent way doesn’t suppose a problem for Russian current policymakers, he says. So much so that it is usually hard for “the West” to predict what Russia is going to do next, or what cyberattack it is going to perpetrate.
To conclude, the third section covers the lessons learned and the domestic implications that have followed Russia’s adventures in foreign conflicts, such as the one in Ukraine (mainly in Donbas) and in Syria. The involvement in each one is different since the parties which the Kremlin supported are opposed in essence: Moscow fought for subversion in Eastern Ukraine but for governmental stability in Syria. Russian military expert Roger N. McDermott and analyst Dima Adamsky give us a brief synthesis of what experiences Russian policymakers have gained after these events in Chapters nine and eleven.
The last chapter wraps up all the research talking about the concept of mass mobilization and how it has returned to the Federation’s politics, both domestically and in the foreign arena. Although we don’t exactly know if the majority of the national people supports this stance, it is clear that this country is showing the world that it is ready for war in this 21st century. And this manual is here to be a reference for US and NATO defense strategists, to help overcome the military and security challenges that the Russian Federation is posing to the international community.
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