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[Parag Khanna, The Future is Asian. Simon & Schuster. New York, 2019. 433 p.]
RESEÑA / Emili J. Blasco
El libro de Parag Khanna puede acogerse de entrada con recelo por el aparente carácter axiomático de su título. Sin embargo, la rotunda aseveración de la portada queda suavizada cuando se comienzan a leer las páginas interiores. La tesis de la obra es que el mundo se encuentra en un proceso de asianización, no de chinización; además, ese proceso es presentado como otra mano de pintura al planeta, no como un color que vaya a ser claramente predominante o definitivo.
Es posible que el debate sobre si Estados Unidos está en declive y si será sustituido por China como superpotencia preeminente impida ver otros desarrollos paralelos. Quienes observan el ascenso de Pekín en el orden mundial, escribe Khanna, “a menudo han estado paralizados por dos puntos de vista: o bien China devorará el mundo o bien está al borde del colapso. Ninguno es correcto”. “El futuro es asiático, incluso para China”, asegura.
Khanna considera que el mundo está yendo hacia un orden multipolar, algo que también se da en Asia, por más que con frecuencia el tamaño de China deslumbre.
Es posible que en este juicio influya el origen indio del autor y también su tiempo vivido en Estados Unidos, pero para apoyar sus palabras ofrece cifras. De los 5.000 millones de personas que viven en Asia, 3.500 no son chinos (70%): China, pues, tiene solo un tercio de la población de Asia; además cuenta con algo menos de la mitad de su PIB. Otros datos: la mitad de las inversiones que salen del continente no son chinas, y más de la mitad de las inversiones exteriores van a países asiáticos distintos de China. Asia, por tanto, “es más que China plus”.
No es únicamente una cuestión de dimensiones, sino de voluntades. “Una Asia dirigida por China no es más aceptable para la mayoría de los asiáticos que la noción de un Occidente dirigido por Estados Unidos lo es para los europeos”, dice Khanna. Rechaza la idea de que, por la potencia de China, Asia se encamine hacia una especie de sistema tributario como el regido en otros siglos desde Pekín. Precisa que ese sistema no fue más allá del extremo Oriente y que se basó sobre todo en el comercio.
El autor tranquiliza a quienes temen el expansionismo chino: “China nunca ha sido una superpotencia indestructible presidiendo sobre toda Asia como un coloso”. Así, advierte que mientras las características geográficas de Europa han llevado históricamente a muchos países a tener miedo a la hegemonía de una sola potencia, en el caso de Asia su geografía la hace “inherentemente multipolar”, pues las barreras naturales absorben la fricción. De hecho, los enfrentamientos que ha habido entre China e India, China y Vietnam o India y Pakistán han acabado en tablas. “Mientras que en Europa las guerras han ocurrido cuando hay una convergencia en poder entre rivales, en Asia las guerras han tenido lugar cuando se da la percepción de ventaja sobre los rivales. Así que cuanto más poderosos sean vecinos de China como Japón, India o Rusia, menos probabilidad de conflicto entre ellos”.
Para Khanna, Asia será siempre una región de civilizaciones distintas y autónomas, y más ahora que asistimos a un ‘revival’ de viejos imperios. El futuro geopolítico de Asia no estará dirigido por Estados Unidos ni por China: “Japón, Corea del Sur, India, Rusia, Indonesia, Australia, Irán y Arabia Saudí nunca se juntarán bajo un paraguas hegemónico o se unirán en un solo polo de poder”.
No habrá, entonces, una chinización del mundo, según el autor, y la asianización que se está dando –un giro del peso específico del planeta hacia el Indo-Pacífico– no tiene tampoco que verse como una amenaza para quienes viven en otros lugares. Así como en el siglo XIX se dio una europeización del mundo, y una americanización en el siglo XX, en el siglo XXI estamos asistiendo a una asianización. Khanna ve esto como “el sustrato de sedimentación más reciente en la geología de la civilización global”, y en tanto que “capa” no supone que el mundo renuncia a lo anterior. “Ser más asiáticos no significa necesariamente ser menos americanos o europeos”, dice.
El libro analiza el peso y el encaje de diferentes países asiáticos en el continente. De Rusia afirma que hoy se encuentra estratégicamente más cerca de China que en ningún otro momento desde su pacto comunista de la década de 1950. Khanna cree que la geografía aboca a ese entendimiento, como invita a Canadá a mantener buenas relaciones con Estados Unidos; prevé que el cambio climático abrirá más las tierras de Siberia, lo que las integrará más en el resto del continente asiático.
En cuanto a la relación de India y China, Khanna cree que ambos países tendrán que aceptarse como potencias con mayor normalidad. Por ejemplo, a pesar de las reticencias de India hacia la Ruta de la Seda china y los propios proyectos de conectividad regional indios, al final los corredores preferidos de ambos países “se solaparán e incluso se reforzarán unos a otros”, garantizando que los productos del interior de Asia lleguen al océano Índico. “Las rivalidades geopolíticas solo acelerarán la asianización de Asia”, sentencia Khanna.
A la hora de valorar la importancia de Asia, la obra incluye el petróleo de Oriente Medio. Técnicamente, esa región forma parte del continente, pero constituye un capítulo tan aparte y con dinámicas tan propias que cuesta verlo como territorio asiático. Lo mismo ocurre cuando se pone esa etiqueta a Israel o el Líbano. Puede dar la impresión de que el autor mete todo en el mismo saco para que las cifras sean más imponentes. A eso alega que Oriente Medio depende cada vez menos de Europa y de Estados Unidos y mira más hacia el Este.
Khanna está en condiciones de defenderse razonablemente de la mayor parte de objeciones que pueden hacerse a su texto. Lo más controvertido, sin embargo, es la justificación, cercana a la defensa, que hace de la tecnocracia como sistema de gobierno. Más allá de la actitud descriptiva de un modelo que en algunos países ha acogido un importante desarrollo económico y social, Khanna parece incluso avalar su superioridad moral.
[John West, Asian Century on A Knife Edge: A 360 Degree Analysis of Asia’s Recent Economic Development. Palgrave Macmillan. Singapore, 2018. 329 p.]
RESEÑA / Gabriela Pajuelo
El título de esta obra parece contribuir al coro generalizado de que el siglo XXI es el siglo de Asia. En realidad, la tesis del libro es la contraria, o al menos pone esa afirmación “en el filo de la navaja”: Asia es un continente de gran complejidad económica y de intereses geopolíticos contrapuestos, lo que plantea una serie de retos cuya resolución determinará en las próximas décadas el lugar de la región en el mundo. De momento, según defiende John West, profesor universitario en Tokio, no hay nada asegurado.
El libro arranca con un preámbulo sobre la historia reciente de Asia, desde la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad. Ya al comienzo de ese periodo se estableció el liberalismo económico como la doctrina estándar en gran parte del mundo, también en la mayor parte de los países asiáticos, en un proceso impulsado por la puesta en marcha de instituciones internacionales.
A ese sistema, sin renunciar a sus doctrinas internas, se sumó China al ingresar en 2001 en la Organización Mundial del Comercio. Desde entonces se han producido algunos shocks como la crisis financiera de 2007-2008, que afectó gravemente a la economía estadounidense y tuvo repercusiones en el resto del mundo, o las recientes tensiones arancelarias entre Washington y Pekín, además de la presente crisis mundial por la pandemia de coronavirus.
Los principios de proteccionismo y nacionalismo desplegados por Donald Trump y un mayor recurso estadounidense al hard power en la región, así como una política más asertiva de la China de Xi Jinping en su entorno geográfico, igualmente recurriendo a posiciones de fuerza, como en el Mar del Sur de China, han perjudicado el multilateralismo que se había ido construyendo en esa parte del mundo.
El autor proporciona algunas ideas que invitan a la reflexión sobre los desafíos que enfrentará Asia, dado que los factores clave que favorecieron su desarrollo ahora se han deteriorado (principalmente debido a la estabilidad proporcionada por la interdependencia económica internacional).
West examina siete desafíos. El primero es obtener una mejor posición en las cadenas de valor mundiales, ya que desde la década de 1980 la fabricación de componentes y la elaboración de productos finales se realiza en diferentes partes del mundo. Asia interviene en gran medida en esas cadenas de suministros, en campos como la producción de tecnología o de indumentaria, pero está sujeta a decisiones comerciales de multinacionales cuyas prácticas en ocasiones no son socialmente responsables y permiten el abuso de los derechos laborales, que son importantes para el desarrollo de clases medias.
El segundo desafío es aprovechar al máximo el potencial de la urbanización, que ha pasado del 27% de la población en 1980 al 48% en 2015. La región es conocida por las megaciudades, densamente pobladas. Ello acarrea algunas dificultades: la población que emigra a los centros industriales generalmente pasa de trabajos de baja productividad a otros de alta productividad, y se pone a prueba la capacidad de atención sanitaria. Pero también es una oportunidad para mejorar las prácticas medioambientales o fomentar la innovación mediante las tecnologías verdes, por más que hoy gran parte de Asia se enfrenta aún a elevados niveles de contaminación.
Otro de los desafíos es dar a todos los asiáticos iguales oportunidades en sus respectivas sociedades, desde las personas LGBT a mujeres y comunidades indígenas, así como a minorías étnicas y religiosas. La región igualmente afronta un importante reto demográfico, pues muchas poblaciones envejecen (como la china, a pesar de la corrección que supone la “política de dos hijos”) o bien siguen expandiéndose con presumibles problemas futuros de abastecimiento (como es el caso de India).
West hace referencia, asimismo, a las barreras que para la democratización existen en la región, con el destacado inmovilismo de China, y a la extensión del crimen económico y la corrupción (falsificación, piratería, narcotráfico, trata de personas, cibercrimen o lavado de dinero).
Finalmente, el autor habla del reto de que los países asiáticos puedan vivir juntos, en paz y armonía, al tiempo que China se consolida como líder regional: si existe una apuesta china por el soft power, mediante la iniciativa Belt and Road, también hay una actitud de mayor confrontación por parte de Pekín respecto a Taiwán, Hong Kong y el Mar del Sur de China; mientras que actores como India, Japón y Corea del Norte quieren mayor protagonismo.
En general, el libro ofrece un análisis exhaustivo del desarrollo económico y social de Asia, y de los retos que tiene por delante. Además, el autor ofrece algunas ideas que invitan a la reflexión, argumentando que “un siglo asiático”, así proclamado, es poco probable debido al retraso del desarrollo económico de la región, ya que la mayoría de los países no han alcanzado a contrapartes occidentales en términos de PIB per cápita y sofisticación tecnológica. No obstante, deja abierto el futuro: si se resuelven con éxitos los desafíos planteados, efectivamente puede llegar el momento de una centuria asiática.