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Marzo y abril de 2020 serán recordados en la industria petrolera como los meses en los que ocurrió la tormenta perfecta: un descenso de más de un 20% de la demanda mundial al mismo tiempo que se desataba una guerra de precios que incrementaba la oferta de crudo generando una situación de abundancia sin precedentes. Esta situación ha puesto en evidencia el fin del dominio de la OPEP sobre el resto de productores y consumidores de petróleo tras casi medio siglo.

Estructura de bombeo en un campo de petróleo de esquisto [Pixabay]

▲ Estructura de bombeo en un campo de petróleo de esquisto [Pixabay]

ANÁLISIS / Ignacio Urbasos Arbeloa

El pasado 8 de marzo, ante el fracaso de las negociaciones del denominado grupo OPEP+, Arabia Saudí ofrecía su crudo con descuentos de entre 6 y 8 dólares en el mercado internacional al tiempo que anunciaba el incremento de su producción a partir del día 1 de abril hasta la cifra record de 12 millones de barriles diarios. El movimiento saudí fue imitado por otros productores como Rusia, que anunciaba un incremento de 500.000 barriles por día (bpd) a partir de la misma fecha, cuando expiran los acuerdos previos del cártel. La reacción de los mercados fue inmediata con un descenso histórico en los precios de más de un 30% en todos los índices internacionales y la apertura de titulares que anunciaban el comienzo de una nueva guerra de precios. El mundo del petróleo contemplaba atónito el colapso del precio del crudo, que alcanzó mínimos históricos el 30 de marzo, al descender el precio del barril de WTI por debajo de los 20 dólares, barrera psicológica que demostraba la crudeza del enfrentamiento y las consecuencias históricas que podría tener para un sector de especial sensibilidad geopolítica.

Experiencias previas

Arabia Saudí, líder mundial de la industria petrolera por sus vastas reservas y su enorme producción orientada mayoritariamente a la exportación, ha recurrido tres veces a una guerra de precios para obtener compromisos de otros productores para que se realicen recortes de oferta que estabilicen los precios internacionales. El mercado petrolero, acostumbrado a un precio artificialmente alto, cuando carece de restricciones en su oferta disponible tiende a sufrir dramáticos descensos en sus precios. Debido a la inestabilidad económica y política que estos precios generan en los países productores, se suele producir un rápido retorno de los mismos a la mesa de negociación, en la cual siempre les espera Arabia Saudí y sus socios del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG).

La primera experiencia de este tipo se produjo en 1985, tras la guerra Irán-Iraq y la crisis petrolera de los setenta, el Rey saudí Fahd bin Abdulaziz Al Saud tomó la decisión de incrementar la producción unilateralmente para recuperar la cuota de mercado que había perdido ante el surgimiento de nuevas regiones productoras como el Mar del Norte o el Golfo de México. La experiencia llevó a un descenso de los precios del 50% tras más de un año de producción sin restricciones que terminaron con un acuerdo en diciembre de 1986 de 12 países de la OPEP para realizar los recortes exigidos por Arabia Saudí y sus aliados.

En 1997, ante la preocupación de Arabia Saudí por el creciente desplazamiento que estaba sufriendo su petróleo entre las refinerías norteamericanas en favor del crudo venezolano y mexicano, el recién llegado monarca saudí Abdalá bin Abdulaziz decidió anunciar en medio de una cumbre de la OPEP en Yakarta que procedía a incrementar su producción sin restricciones. La estrategia saudí no contaba con que al año siguiente estallaría una crisis económica entre los mercados emergentes con especial virulencia en el Sudeste Asiático y Rusia, lo que hundió los precios de nuevo un 50% hasta que se alcanzó un nuevo acuerdo en abril de 1999.

Con el siglo XXI, llegó la bonanza petrolera con el denominado súper ciclo de las commodities (2000-2014) que mantuvo los precios del petróleo en cifras desconocidas por encima de los 100 dólares entre 2008 y 2010-2014. Esta bonanza permitió incrementar la inversión en exploración y producción, generando nuevas técnicas de extracción hasta entonces desconocidas o simplemente inviables económicamente. EEUU vivía en 2005 una crisis petrolera preocupante, con la producción en mínimos históricos de tan solo 5,2 millones de bpd frente a los 9,6 millones bpd de 1970. Además, la dependencia energética de aproximadamente 6 millones de bpd era solventada con cada vez más costosas importaciones de crudo desde el Golfo Pérsico, que tras el 11-S era observado con mayor escepticismo, y Venezuela, que ya contaba con Hugo Chávez como líder político. Los alto precios petroleros permitieron recuperar ideas anteriormente frustradas como la fractura hidráulica, que contó con permisos masivos para desarrollarse a partir de 2005 con el objetivo de mitigar la otra gran crisis energética del país: el rápido descenso de la producción doméstica de gas natural, una commodity mucho más cara y difícil de importar para EEUU. La fractura hidráulica, también conocida como fracking, permitió un crecimiento inesperado de la producción de gas natural, que pronto atrajo la atención del sector petrolero norteamericano. Para 2008, una variante del fracking pudo ser aplicada para la extracción de petróleo, técnica posteriormente denominada como shale, dando lugar a una revolución sin precedentes en Estados Unidos que permitió incrementar la producción del país en más de 5 millones de barriles diarios en el periodo 2008-2014. El cambio en el panorama energético estadounidense fue tal, que en 2015 Barack Obama retiró una ley de 1975 que prohibía a EEUU exportar petróleo producido domésticamente.

La reacción saudí no se hizo esperar, y lanzó en la sede de Viena de la OPEP en noviembre de 2014 una nueva campaña de producción sin restricciones que permitiese al Reino recuperar parte de su cuota de mercado. Los efectos en los mercados internacionales fueron más dramáticos que nunca con un descenso del 50% del precio en tan solo 7 meses. Las multinacionales petroleras (IOC) y las compañías nacionales de petróleo (NOC) redujeron dramáticamente sus beneficios viéndose obligadas a realizar recortes desconocidos desde comienzos de siglo. Los países exportadores también padecieron los efectos de unos menores ingresos fiscales con muchos mercados emergentes sumidos en déficit fiscales inasumibles, inflación e incluso recesión; con el caso particular de Venezuela que entró a partir de ese año en el caos socioeconómico que conocemos hoy. Para desesperación de Arabia Saudí, la industria del shale norteamericano demostró una resiliencia inesperada al mantener una producción de 4 millones de barriles diarios para 2016 del pico de 5 millones en 2014. Arabia Saudí no comprendía que el shale oil, a diferencia del petróleo convencional, no era una industria madura, sino una en plena expansión y desarrollo. Los productores norteamericanos lograron incrementar la tasa de recuperación de petróleo del 5% al 12% entre 2008-2016, el equivalente a incrementar la productividad en 2,4 veces. Además, la eliminación de las compañías menos competitivas permitió una reducción en el coste de los servicios y mayor facilidad para acceder a la infraestructura de transporte. La naturaleza del shale, con una maduración de los pozos de entre 18 meses y 3 años, en comparación con los 30 años o más de un pozo convencional, permitían parar la producción en un periodo de tiempo lo suficientemente corto como para minimizar el impacto de unos menores precios, optando por mantener aquellos pozos más competitivos. Arabia Saudí se rindió y optó por un giro de 180 grados en su estrategia, eso sí, logrando atraer a la mesa de negociaciones a Rusia. La guerra de precios más larga de la historia, tras casi 22 meses, terminaba con un acuerdo sin precedentes entre los países de la OPEP con la incorporación de Rusia y su esfera de influencia energética, grupo denominado como OPEP+. Una Rusia herida por las sanciones internacionales y la debilidad de su divisa había cedido ante Arabia Saudí que, sin embargo, no había conseguido derrotar la revolución petrolera del shale estadounidense.

 

 

La producción del shale norteamericano no ha parado de crecer, siendo a pesar de su efectividad la única región del mundo con una industria similar, creciendo a un ritmo de más de un millón de barriles diarios al año. Esta situación ha dotado a EEUU de una robusta seguridad energética al no depender de las importaciones de crudo venezolano o del Golfo. El país alcanzó a finales de 2019 exportaciones netas de petróleo positivas por primera vez en más de medio siglo, lo que se sumaba al ser exportador neto de gas natural, carbón y productos refinados. Buena parte del repliegue geoestratégico ejercido por la Administración Trump en Oriente Medio responde a una independencia energética creciente del país que reduce sus intereses en la región.

La ruptura del grupo OPEP+:

Como se ha mencionado, durante la primera semana de marzo la OPEP+ se reunía en Viena buscando un acuerdo para un nuevo recorte de unos 1,8 millones de barriles diarios para paliar los efectos de la cuarentena por el COVID-19 en China. El malestar entre los productores era evidente, tras haber ejecutado un recorte similar en diciembre de 2019. Arabia Saudí trataba de repartir lo máximo posible la distribución de los recortes de producción cuando el ministro de energía ruso Alexander Novak dijo “niet”, aduciendo solvencia económica para un descenso en los precios, haciendo naufragar cualquier tipo de acuerdo. Se desconoce si la negativa rusa respondía a un plan meditado o simplemente era un farol para ganar terreno en las negociaciones, sin embargo, supuso el comienzo de una nueva guerra de precios. Tal y como se puede apreciar en el gráfico inferior, el descenso del precio del crudo en el primer mes ha sido histórico, sin una referencia similar en la historia de las negociaciones entre productores. Al incremento en la disponibilidad de petróleo en los mercados por la estrategia saudí de cargar petroleros con crudo de sus reservas estratégicas, se une una parada en seco de la economía y la demanda de petróleo, generando una depresión de precios súbita hasta el momento desconocida en el sector. Las anteriores guerras de precios normalmente contaban con el elemento estabilizador de que, a menor precio de productos derivados del petróleo el consumo aumentaba en el corto plazo. Sin embargo, debido a los efectos económicos de la cuarentena, ese contrapeso del mercado desaparece, generando en un mes lo que en otras ocasiones hubiese requerido entre 12 y 15 meses.

 

 

Y es que los efectos del COVID-19 en la demanda mundial de petróleo se han estimado en un descenso del 12,5% en marzo y se espera que alcancen el 20% en abril. En las zonas de Europa más afectadas por la cuarentena, la caída en la venta de combustible en estaciones de servicio alcanza el 75%, una cifra que muy probablemente se replique en el resto de las economías avanzadas conforme se vayan endureciendo las medidas y que ya empieza a dejar atrás China tras dos meses de confinamiento. El caso del transporte aéreo es particular al consumir 16 millones de bpd y encontrarse en la actualidad totalmente suspendido, sin una fecha clara en el retorno a la normalidad de la aviación internacional. La paralización parcial de la producción industrial, cuyo alcance es todavía desconocido, puede implicar descensos todavía mayores en el consumo. Una situación como esta no requeriría de incrementar la producción para generar un colapso en los precios, que con la presión añadida por el lado de la oferta están generando unos niveles de estrés en la capacidad de almacenamiento, transporte y refino sin precedentes.

Un acuerdo histórico:

A comienzos de abril, Donald Trump temeroso de que un exceso de petróleo pudiese hundir aún más los precios y destrozar la industria de los hidrocarburos norteamericana, tomó la iniciativa de hablar telefónicamente con los líderes de Arabia Saudí y Rusia. En un movimiento paradójico, el Presidente de los Estados Unidos lograba acercar posturas entre los principales productores para establecer nuevos recortes que pusiesen fin a la guerra de precios. El 9 de abril, tras varias semanas de especulaciones se reunía el mayor grupo de productores de todos los tiempos, incluyendo los miembros de la OPEP y 10 países no miembros entre los que destacaban Rusia, Kazajistán y México. Tras varios días de negociaciones, se acordó recortar un 23% de la producción en 20 países con una producción combinada de más de 40 millones de barriles, lo que dejaba casi 10 millones de barriles fuera del mercado, a partir del primer día de mayo. Las negociaciones fueron coordinadas por la OPEP y el G20, que en ese momento presidía Arabia Saudí. De esta forma, se alcanzó un pintoresco acuerdo por el que se reducían los mencionados 10 millones de barriles entre los miembros de la OPEP+, incluidos en la tabla inferior, y se estimaban otros 5 millones de barriles a reducir de forma indeterminada entre EE.UU., Canadá, Brasil y Noruega. Estos últimos recortes, por la naturaleza de sus sectores, se realizaría por medio del libre mercado y está por ver de qué forma se materialicen.

 

 

En el sector y los mercados existe cierto escepticismo sobre la efectividad que tendrán estos recortes, que suponen entre un 10- 15% del petróleo consumido a nivel global antes de la crisis del COVID-19. El consumo ha descendido cerca de un 20% y la capacidad de almacenamiento de petróleo empiezan a agotarse, lo que reduce el margen para absorber el petróleo excedentario. Además, los recortes comenzarán a aplicarse el 1 de mayo, dejando tres semanas de margen que pueden hundir todavía más los precios. La naturaleza del acuerdo, de carácter voluntario y de difícil monitoreo, deja abierta la puerta a no cumplir con los recortes establecidos, que muchas veces son difíciles de aplicar por las condiciones geológicas de ciertos pozos antiguos o la existencia de contratos que obliga a una compensación económica si se interrumpe el suministro. En general, el nivel de cumplimiento de los acuerdos de la OPEP ha sido escaso, siendo de mayor incidencia en los países que exportan por vía marítima y de menor incidencia en aquellos que oleoductos, que a diferencia del cargamento marítimo no puede ser controlado satelitalmente.

Los principales actores:

Arabia Saudí:

En medio del naufragio de las negociaciones de la OPEP+, el 6 de marzo Mohamed Bin Salman (MBS) dirigió nuevo golpe palaciego en el que el ex heredero al trono saudí Mohammed bin Nayef y otros miembros de la familia real fueron arrestados y acusados de planear contra el príncipe heredero MBS y su padre Salmán bin Abdulaziz. Todo ello en un momento en el que el heredero al trono saudí parecía querer asentar su poder con una nueva estrategia arriesgada tras el absoluto fracaso de la Guerra de Yemen y el plan de modernización nacional Visión Visión 2030.

El indiscutible liderazgo de Arabia Saudí para dirigir el mercado de petróleo se basa en su capacidad para incrementar en menos de 6 meses su producción en varios millones de barriles, algo que ningún otro país del mundo es capaz de realizar. El incremento en la producción le permite además compensar parcialmente el descenso en los precios por barril, lo que sumado a sus reservas de divisas y su acceso a crédito barato permite a Arabia Saudí afrontar una guerra de precios con una aparente resistencia muy superior al de cualquier otro país de la OPEP. El bajo coste de producir un barril de petróleo en el país, en torno a los 7 dólares, también permiten mantener los ingresos en casi cualquier contexto del mercado.

Sin embargo, las reservas de divisas, que ascienden a 500.000 millones de dólares, son un 30% menores que las de 2016, y pueden ser insuficientes para mantener la paridad dólar-rial por más de dos años sin los ingresos petroleros, algo fundamental para una sociedad acostumbrada a una opulencia dependiente de las importaciones. Además, el déficit fiscal viene siendo un gran problema para el país que ha sido incapaz de reducirlo por debajo del 4% tras alcanzar un pico del 16% en 2016 como resultado de una recuperación insuficiente en el precio del petróleo y los costes de la guerra en Yemen. La dominancia energética del petróleo tiene fecha de caducidad y las finanzas de Arabia Saudí son adictas a una actividad que supone el 42% de su PIB y genera el 87% de los ingresos fiscales. Por el momento, el ministro de economía saudí ya ha anunciado un recorte del 5% en el presupuesto para 2020, muestra de que el acuerdo petrolero no asegura un escenario optimista. En cualquier caso, Arabia Saudí ha sido uno de los grandes ganadores de la guerra de precios. En las fracasadas negociaciones de marzo, Arabia Saudí producía 9.7 millones de barriles diarios, cifra que en las negociaciones de abril había ascendido a 11 millones. Como los recortes se establecen de forma proporcional, en tan solo un mes el reino saudí obtuvo un incremento de 1.3 millones de barriles en su cuota de mercado. Igualmente, el fondo soberano saudí Petroleum Investment Fund (PIF) ha realizado compras de acciones en Eni, Total, Equinor, Shell y Repsol durante el mes de abril, en un contexto de caídas bursátiles de estas compañías.

Federación Rusa:

Rusia se mantuvo firme al comienzo de la guerra de precios, destacando la resiliencia del sector energético ruso y el volumen de las reservas soberanas del país, inferiores a las saudíes pero que ascienden a 435.000 millones de dólares y un fondo de estabilización de otros 100.000 millones: un 33% más que en 2014. Paradójicamente las sanciones internacionales sobre el sector petrolero ruso han reducido su dependencia del exterior, permitiendo que la devaluación del rublo; de libre convertibilidad, no afecte a la producción y permita compensar parcialmente los menores precios. La capacidad rusa para incrementar la producción en el corto plazo, a diferencia de Arabia Saudí, es inferior a 500.000 bpd, lo que deja a Rusia sin poder compensar menores precios con mayor producción, principal motivo para que el país aceptase el resultado de las negociaciones de abril.

El liderazgo de Vladimir Putin es incuestionable con una posible reforma constitucional que permitiese una ampliación de su mandato retrasada a causa del COVID-19. Las buenas relaciones de la élite política rusa con la oligarquía petrolera permiten la unidad de acción en un país con una mayor atomización y presencia de capital privado en sus empresas. La estrategia de Alexander Novak parece ir en consonancia con la de Igor Sechin, CEO de Rosneft, que apuestan por un contexto de precios bajos que termine por dañar profundamente a la industria del shale norteamericano. Existen especulaciones sobre una posible intervención diplomática de EE.UU. con el gobierno ruso en favor del acuerdo OPEP+ de abril. El último movimiento de la rusa Rosneft, abandonando Venezuela al vender todos sus activos a una empresa controlada por el gobierno ruso, puede ser una explicación a esta concesión de Moscú a aceptar un acuerdo que durante un mes trató, al menos retóricamente, de evitar. El desarrollo de las futuras sanciones norteamericanas sobre el sector petrolero ruso serán un buen indicador de este posible acuerdo.

Estados Unidos:

Para EEUU los descensos en el precio del petróleo suponen una de las mayores rebajas fiscales de todos los tiempos, en palabras de su presidente, con un precio menor a un dólar por galón. Sin embargo, la industria petrolera genera más de 10 millones de empleos en EE.UU. y es una actividad central en muchos estados como Texas, Oklahoma o Nuevo México fundamentales para una hipotética victoria republicana en las elecciones de 2020. Además, la importancia geoestratégica del sector, que ha permitido un reducir la dependencia energética de EEUU a mínimos históricos, ha hecho que Donald Trump haya asumido la responsabilidad de salvaguardar la industria petrolera norteamericana. Él mismo coordinó los primeros pasos para un gran acuerdo, por medio de presiones, amenazas y concesiones. Lo cierto es que La crisis de precios ha llegado en un momento de cierto agotamiento para el sector, que comenzaba a padecer los efectos del sobrendeudamiento y la presión de los inversores por incrementar los beneficios. El crudo norteamericano, tasados en el índice West Texas Intermediate (WTI), ha experimentado desde 2011 una valoración un 10% inferior a la del Brent o la OPEC Basket, los otros índices globales, generando un entorno hipercompetitivo que comenzaba a hacer mella entre los productores de shale, que acusaban desde finales de 2019 un descenso del 20% en el número de perforaciones totales comparando año a año. El mercado norteamericano, que ya arrastraba problemas de almacenamiento y transporte desde 2017, se ha visto colapsado en la tercera semana de abril con precios negativos ante las limitaciones para almacenar petróleo y la especulación en los mercados de futuros.

Donald Trump finalmente ha conseguido un acuerdo global que no vincula a EE.UU. de forma directa, sino que deja al mercado regular los recortes que parecen más que previsibles. De esta forma, la administración Trump se permite no tener que intervenir el mercado petrolero, algo que seguro obligaría al desarrollo de legislación y a un complejo debate de salvar la contaminante industria del petróleo a costa del contribuyente. Desde el Senado, varios políticos de ambos partidos han tratado de introducir al debate parlamentario la necesidad de aranceles o sanciones a aquellos productores que inundan el mercado doméstico, recuperando antiguas iniciativas como la Ley NOPEC. Estas amenazas han permitido al Presidente una posición de fuerza a nivel internacional, siendo uno de los grandes ganadores del acuerdo OPEP+ de abril. De hecho, cuando las negociaciones parecían a punto de colapsar por la negativa de México a asumir 400.000 barriles diarios de recorte, EE.UU. intervino anunciando que sería su país el que los asumiría. Filtraciones posteriores han demostrado la existencia de un seguro financiero contratado por México en caso de bajos precios petroleros, que se cobraría por barril producido. La intervención de EE.UU., más retórica que práctica puesto que el país carece de una producción concreta a recortar, salvó el acuerdo de un nuevo fracaso.

 

Instalaciones para la refinación de productos derivados del petróleo [Pixabay]

Instalaciones para la refinación de productos derivados del petróleo [Pixabay]

 

Nada volverá a ser como antes:

La revolución del shale oil ha transformado la industria petrolera y generando un nuevo balance geopolítico en detrimento de la OPEP. Desde 2016, los países de la OPEP+ han realizado recortes estimados en 5,3 millones de barriles diarios, en ese periodo la industria del shale norteamericano ha incrementado su producción en 4,2 millones de barriles, dejando en evidencia que la estrategia oligopolista de los países productores ha llegado a su fin. Solamente les queda el libre mercado, en el que ellos parten con ventaja por unos costes de producción menores. Sin embargo, eliminar de forma definitiva buena parte del shale norteamericano llevaría más de 3 años de precios por debajo de los 30 dólares, momento en el que maduraría gran parte de la deuda de las compañías y el descenso en el número de pozos nuevos afectaría gravemente a la producción total. Una travesía en el desierto para muchos países productores que cuentan con planes mil millonarios de diversificación económica durante esta década, probablemente la última de dominio energético absoluto de los hidrocarburos. El mundo, a diferencia de los que se esperaba a comienzos de siglo, ha entrado en una etapa de abundancia petrolera que reducirá los costes energéticos salvo que una intervención coordinada en el mercado lo remedie. La emergencia de nuevos productores, principalmente Estados Unidos, Canadá y Brasil a la par del colapso en la producción venezolana y libia, han dejado la cuota de mercado de la OPEP en 2020 en torno al 33%, en caída libre desde comienzos de siglo cuando superaba el 40%.

La demanda global de crudo ha disminuido de tal manera que solamente se puede esperar que los recortes eviten una caída por debajo de los 15 dólares el barril, prolongando lo máximo posible el llenado total de los sistemas de almacenamiento de petróleo restantes. La capacidad de almacenamiento mundial de petróleo es una de las grandes incógnitas del sector, existiendo divergencias en las estimaciones. El grueso de la capacidad de almacenamiento lo soportan los países importadores, que desde la crisis petrolera de 1973 decidieron crear la Agencia Internacional de la Energía, para entre otras cosas, coordinar infraestructura que mitigara la dependencia de la OPEP. La naturaleza estratégica de estas reservas, unido al rápido desarrollo de las mismas en la última década por China y sus compañías, hacen muy difícil el acceso a esta información.  En particular, la compañía china Sinopec ha desarrollado una estrategia de construcción de almacenes de petróleo por todo el Mar de China, incluyendo países extranjeros como Indonesia para resistir cualquier posible bloqueo del Estrecho de Malaca, el punto débil geopolítico del país asiático. Las empresas privadas también cuentan con capacidad de almacenamiento en tierra y flotante, de un volumen indeterminado, que ya ha comenzado a utilizarse con fórmulas imaginativas: oleoductos en desuso, buques petroleros e incluso trenes y camiones ahora parados por la cuarentena. En el corto plazo, estas reservas estratégicas se irán llenando paulatinamente a un ritmo similar a 20 millones de barriles diarios, estimación del diferencial actual entre oferta y demanda. En 50 días, si no se alcanza ningún acuerdo para recortar la producción, la cifra almacenada superaría los 1.000 millones de barriles, lo que probablemente saturaría la capacidad de absorber más petróleo del mercado, generando un colapso total en los precios.

La vuelta a la normalidad económica se sitúa cada vez en un horizonte más lejano, con sectores como el de la aviación o el turismo que quedarán lastrados a causa del COVID-19 por mucho tiempo. El impacto en la demanda de petróleo será prolongado, más teniendo en cuenta la capacidad de almacenamiento que ahora servirá de contrapeso a cualquier movimiento alcista en los precios internacionales. La industria del shale, con una gran flexibilidad, comenzará a hibernar a la espera de un nuevo contexto más favorable. La crisis derivada del COVID-19 impactará con especial virulencia en los países en desarrollo exportadores de petróleo, que cuentan con equilibrios socioeconómicos más delicados. El mundo del petróleo está viviendo grandes cambios como parte de la transición energética y el desarrollo de nuevas tecnologías. La crisis desatada por el COVID-19 solo es el comienzo de las grandes transformaciones que vivirá la industria en las próximas décadas. Una frase muy repetida para refutar la ya desestimada teoría del Peak Oil es que la Edad de Piedra no terminó por la falta de piedras y la sociedad contemporánea tampoco dejará de emplear los hidrocarburos por su agotamiento, sino por su obsolescencia.

Categorías Global Affairs: Energía, recursos y sostenibilidad Análisis Global

Personal de ACNUR construyendo una carpa para refugiados venezolanos en la ciudad colombiana de Cúcuta [ACNUR]

▲ Personal de ACNUR construyendo una carpa para refugiados venezolanos en la ciudad colombiana de Cúcuta [ACNUR]

COMENTARIOPaula Ulibarrena

Las restrictivas medidas impuestas por los estados para tratar de contener la epidemia de coronavirus implican para millones de personas dejar de ir a trabajar o hacerlo desde casa. Pero no todos pueden parar su actividad o pasar al teletrabajo. Hay trabajadores por cuenta propia, pequeños comercios, tiendas de barrio, comerciantes ambulantes o vendedores callejeros, y artistas independientes que viven prácticamente al día. Para ellos y para amuchas otras personas que queden sin ingresos o los vean reducidos, los gastos seguirán igualmente corriendo: pago de servicios, alquileres, hipotecas, colegiaturas y, por supuesto, alimentos y medicinas.

Todos estos impactos sociales que está acarreando la crisis por el coronavirus ya empiezan a cuestionarse entre quienes viven en la “zona roja” de la epidemia. En Italia, por ejemplo, algunos colectivos políticos han demandado que las ayudas no sean para las grandes empresas, sino para este conjunto de trabajadores precarios o familias necesitadas y están exigiendo una “renta básica de cuarentena”.

Planteamientos semejantes están surgiendo en otras partes del mundo e incluso ha llevado a que algunos mandatarios a adelantarse a las exigencias de la población. En Francia, Emmanuel Macron anunció que el gobierno asumirá los créditos, y suspendió el pago de alquileres, impuestos y recibos de luz, gas y agua. En Estados Unidos el gobierno de Donald Trump anunció que se enviarán cheques a cada familia para enfrentar los gastos o riesgos que implica la pandemia.

En otras grandes crisis el Estado ha salido a rescatar a las grandes empresas y bancos. Ahora se reclama que los recursos públicos se dediquen a rescatar a los más necesitados.

En toda crisis, son los más desfavorecidos los que peor lo pasan, hoy hay en el mundo más de 126 millones de personas que necesitan asistencia humanitaria, incluidos 70 millones de desplazados forzosos. Dentro de estos colectivos comenzamos a conocer los primeros casos de infectados (campo de desplazados de Ninive-Irak, Somalia, Afganistán, Nigeria, Sudán, Venezuela….), el informe de casos en Burkina Faso es particularmente ilustrativo del desafío de responder en un contexto donde la atención médica es limitada. Los refugiados malienses que una vez fueron desplazados a Burkina Faso están siendo obligados a regresar a Malí, y la violencia continua inhibe el acceso humanitario y médico a las poblaciones afectadas.

Muchos campos de refugiados sufren de insuficientes instalaciones de higiene y saneamiento, lo que crea condiciones propicias para la propagación de enfermedades. Los planes oficiales de respuesta en los Estados Unidos, Corea del Sur, China y Europa requieren distanciamiento social, lo que es físicamente imposible en muchos campamentos de desplazados y en los contextos urbanos abarrotados en los que viven muchas personas desplazadas por la fuerza. Jan Egeland, director general del Consejo Noruego para los Refugiados, advirtió que COVID-19 podría "diezmar las comunidades de refugiados". 

Jacob Kurtzer, del Center for Strategic and International Studies (CSIS) de Washington, advierte que las políticas nacionales de aislamiento en reacción a la propagación de COVID-19 también tienen consecuencias negativas para las personas que enfrentan emergencias humanitarias. Así el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y la Organización Internacional para las Migraciones han anunciado el fin de los programas de reasentamiento de refugiados, ya que algunos gobiernos anfitriones han detenido la entrada de refugiados e impusieron restricciones de viaje como parte de su respuesta oficial.

Para agravar estos desafíos está la realidad de que la financiación humanitaria, que apenas puede satisfacer la demanda mundial y que puede verse afectada ya que los estados donantes consideran que en este momento deben enfocar dichos fondos a la respuesta al Covid-19.

En el lado contrario el coronavirus podría suponer una oportunidad de reducción de algunos conflictos armados. Por ejemplo, la Unión Europea ha pedido el cese de las hostilidades y el cese de las transferencias militares en Libia para permitir que las autoridades se concentren en responder a la emergencia de salud. El Estado Islámico ha publicado repetidos mensajes en su boletín informativo de Al-Naba pidiendo a los combatientes que no viajen a Europa y que reduzcan los ataques mientras se concentran en mantenerse libres del virus. 

Kurtzer sugiere que esta es una oportunidad para reflexionar sobre la naturaleza del trabajo humanitario en el extranjero y garantizar que no se pase por alto. Curiosamente los países desarrollados se enfrentan a una vulnerabilidad médica real, de hecho Médicos Sin Fronteras ha abierto instalaciones en cuatro ubicaciones en Italia. Cooperar con organizaciones humanitarias confiables a nivel nacional será de vital importancia para responder a las necesidades de la población y al mismo tiempo desarrollar una mayor comprensión del trabajo vital que realizan en entornos humanitarios en el extranjero.

Categorías Global Affairs: Orden mundial, diplomacia y gobernanza Comentarios Global

La Alianza mantiene su acento sobre Rusia, pero por primera vez expresa su preocupación por actuaciones de Pekín

La OTAN había comenzado 2020 con el ánimo de dejar atrás los problemas internos de su particular annus horribilis –un 2019 en el que la organización había alcanzado la “muerte cerebral”, según el presidente francés, Emmanuel Macron–, pero la ausencia de normalidad mundial por crisis del coronavirus está dificultando poner plenamente en práctica lo acordado en la Cumbre de Londres, celebrada el pasado mes de diciembre para conmemorar el 70 aniversario de la creación de la Alianza. Precisamente, la Declaración de Londres expresó preocupación por actuaciones de China en asuntos como el 5G.

Países integrantes de la Organización del Tratado del Atlántico Norte [OTAN]

▲ Países integrantes de la Organización del Tratado del Atlántico Norte [OTAN]

ARTÍCULOJairo Císcar

Las Cumbres de la OTAN reúnen los Jefes de Estado y/o de Gobierno de los países miembros y sirven para tomar decisiones estratégicas del más alto nivel, tales como la puesta en práctica de nuevas políticas (como, por ejemplo, el Nuevo Concepto Estratégico en la Cumbre de Lisboa 2010), la introducción de nuevos miembros en la Alianza (Cumbre de Estambul 2004, con siete nuevos miembros), o el anuncio de grandes iniciativas, como se hizo en la Cumbre de Newport 2014, donde se anunció el core coalition de lo que después sería la Coalición Internacional contra el Estado Islámico.

La Cumbre de Londres tuvo lugar el 3 y 4 de diciembre para celebrar el 70 aniversario de la creación de la Alianza, que tuvo su primera sede en la capital británica. En las reuniones de trabajo, a las que asistieron los 29 estados miembros, la atención se puso sobre tres asuntos principales: (a) la permanente tensión-distensión entre Washington y París; (b) la cuestión económica, tanto por la guerra comercial entre la industria de Defensa europea y estadounidense como en la inversión en Defensa de los países miembros; y (c) la gestión de una Turquía cada vez más díscola.

a) En cuanto a la disputa Washington-París, se asistió a un nuevo capítulo de las dos formas de entender la Alianza Atlántica por parte de dos de los países más comprometidos con ella. Mientras que EEUU sigue insistiendo en la importancia de focalizar los esfuerzos de la Alianza en un eje Oriental (frente a Rusia y al yihadismo de Oriente Medio), Francia aspira a que el eje estratégico de la OTAN se centre en el Sur, en el Sahel africano. Esta es una visión que comparte y apoya España, que participa en varias misiones en suelo africano como la EUTM-Malí o el Destacamento Marfil en Senegal (que proporciona transporte estratégico en la zona a los países participantes en AFISMA y especialmente a Francia). Para el Sur de Europa, la mayor amenaza es la yihadista, y tiene su centro de gravedad en África. Así lo hizo saber Macron.

b) La cuestión económica sigue siendo fundamental, y así fue tratada en la Cumbre. Desde la Cumbre de Newport 2014, en la cual los 29 miembros acordaron dirigir sus esfuerzos a aumentar el gasto en Defensa para llegar al menos al 2% del PIB, solo nueve han logrado el objetivo (España se encuentra a la cola, superando con un irrisorio 0,92% solo a Luxemburgo). Estados Unidos, a la cabeza de la inversión en Defensa dentro de la OTAN, aporta el 22% de todo el presupuesto. La Administración Trump no solo quiere este aumento para que la Alianza disponga de ejércitos más grandes, preparados y modernizados, sino que enmarca el incremento en una ambiciosa estrategia comercial, con el F-35 “Lightning” como principal producto. Como ejemplo, Polonia: tras llegar al 2% requerido, este país anunció la compra de 35 F-35 y su soporte de software y técnico por $6.500 millones. Así, EEUU pudo hacer frente a las pérdidas causadas por la ruptura del acuerdo con Turquía tras adquirir los otomanos el sistema S-400 ruso. Polonia se une con esta adquisición al club de otros siete miembros OTAN con este avión, haciendo frente a la ofensiva comercial del bloque productor europeo para seguir vendiendo paquetes de “Eurofighter” y, especialmente, el reciente Future Combat Air System (liderado por Airbus y Dassault), del que España forma parte. Europa quiere crear una fuerte comunidad de Industria de Defensa por razones de autosuficiencia y para competir en los mercados frente a la industria estadounidense, por lo que nos encontramos ante una “mini” guerra comercial entre países aliados.

c) Respecto a Turquía, el miembro más incómodo de la OTAN, hubo una clara sensación negativa. Se trata de un aliado poco fiable, que está atacando a otros aliados en la Operación “Inherent Resolve” como las milicias kurdas, consideradas terroristas por el gobierno de Ankara. Planeaba sobre los líderes presentes en Londres el temor de una posible invocación del Artículo 5 del Tratado de Washington por parte de Turquía llamando a un enfrentamiento activo en Siria. La OTAN no tiene mucha opción, pues si no aguanta a Erdogan le estaría empujando del todo a la órbita rusa.

Declaración de Londres

El comunicado final de la cumbre evidenció un cambio del foco en el seno de la Alianza: hasta ahora, Rusia era la mayor preocupación y, si bien sigue siendo prioritaria, China está tomando su lugar. La Declaración puede dividirse en tres bloques.

1) El primer bloque funciona como parche de emergencia, con ánimo de contentar a las voces más discordantes y crear una fotografía de aparente unión sin fisuras. En su primer punto, los estados miembros reafirman el compromiso de todos los países con los valores comunes que comparten, citando la democracia, la libertad individual, los derechos humanos y el estado de derecho. Como un gesto hacia Turquía, se menciona el Artículo 5 como la piedra angular del Tratado del Atlántico Norte. Está claro que, al menos a corto-medio plazo, los países occidentales quieren conservar a Turquía como socio, estando dispuestos a ceder en pequeños gestos.

Más adelante, la Alianza insiste en la necesidad de “continuar reforzando las capacidades, tanto de los estados miembros como colectivas, para resistir toda forma de ataque”. Con respecto al objetivo del 2%, primordial para EEUU y los Estados que más gastan, se afirma que se están haciendo buenos progresos, pero que se “debe hacer y se hará más”.

2) El siguiente bloque entra en materia puramente estratégica y menos política. La Alianza hace notar que el actual sistema internacional está siendo atacado por actores estatales y no estatales. Resalta la amenaza que supone Rusia para la región Euroasiática e introduce la inmigración irregular como fuente de inestabilidad.

Con respecto a esta estabilización, las principales líneas maestras de la Alianza serán las de asegurar la presencia en Afganistán a largo plazo, la de una mayor colaboración con la ONU, así como la de la colaboración directa OTAN-UE. La Alianza quiere aumentar su presencia a nivel mundial, así como su trabajo a todos los niveles. Muestra de ello es la próxima incorporación de Macedonia del Norte como 30º miembro de la Alianza, lanzando un claro mensaje a Rusia de que no hay sitio en Europa para sus influencias.

De manera clara, para la OTAN nos encontramos en conflictos de 4ª generación, con el uso de guerra cibernética e híbrida. Se menciona el compromiso por tener una seguridad 360º dentro de la Alianza. Esta es consciente de la realidad cambiante del campo de batalla y del plano internacional, y muestra su compromiso para adaptar y actualizar sus capacidades.

3) Como tercer bloque, por primera vez se menciona a China directamente como un asunto que requiere decisiones conjuntas. El liderazgo que está asumiendo China en el campo de las comunicaciones e internet, especialmente con la tecnología del 5G, preocupa profundamente en el seno atlantista. En un entorno de operaciones donde la ciberguerra y la guerra híbrida van a cambiar la manera de hacer frente a un conflicto, se quiere asegurar la resiliencia de unas sociedades completamente dependientes de la tecnología, especialmente protegiendo las infraestructuras críticas (edificios de gobierno, hospitales…) y la seguridad energética. En Londres se proclamó, además, la importancia de desarrollar sistemas propios para no depender de los proveídos por países que los puedan utilizar contra los consumidores, así como la necesidad de aumentar las capacidades ofensivas y defensivas en el entorno cíber. Se reconoce que la creciente influencia china en el ámbito internacional presenta tanto oportunidades como riesgos, y que es un asunto que debe ser objeto de un seguimiento cercano y permanente.

El Documento finaliza con una declaración de intenciones: “En tiempo de retos, somos más fuertes como Alianza y nuestra población está más segura. Nuestra unión y compromiso mutuo ha garantizado nuestras libertades, valores y seguridad a lo largo de 70 años. Actuamos hoy para asegurar que la OTAN garantiza estas libertades, valores y seguridad para las generaciones venideras”

Si bien ha sido una cumbre agridulce, con múltiples desencuentros y comentarios desafortunados, la realidad es que, fuera de la política, la Alianza está preparada. Es consciente de las amenazas a las que se enfrenta, tanto internas como externas. Conoce la realidad del mundo actual y quiere actuar en consecuencia, con un grado de implicación mayor y más duradero. A pesar de que las palabras muchas veces se han quedado en el papel, esta Declaración y esta Cumbre muestran a una Alianza que, con sus particularidades, está preparada para afrontar los retos del siglo XXI; sus viejos fantasmas como Rusia, y sus nuevas amenazas como China.

Categorías Global Affairs: Seguridad y defensa Artículos Global

The UN Conference did little to increase international commitment to climate change action, but did at least boost the assertiveness of the EU

In recent years, the temperature of the Earth has risen, causing the desertification of lands and the melting of the Poles. This is a major threat to food production and provokes the rise of sea levels. The Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC) has concluded that there is a more than 95% probability that human activities over the past 50 years are the cause of global warming. Since 1995 the United Nations has organized international meetings in order to coordinate measures to reduce CO2 emissions, which arguably are behind the increases in temperature. The latest meeting was the COP25, which took place in Madrid this past December. The COP25 could be labeled almost a missed opportunity.

ARTICLE Alexia Cosmello and Ane Gil

The Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC) was established in 1988 by the World Meteorological Organization (WMO) and United Nations Environment Programme. The IPCC’s Fifth Assessment Report concluded that: “Climate change is real and human activities are the main cause.” In recent years, rising temperatures on earth have contributed to the melting of the Polar Ice Cap and an increase in desertification. These developments have provoked the rise of sea levels and stresses on global food production, respectively.

In 1992, the IPCC formed the United Nations Framework Convention on Climate Change (UNFCCC) with the goal of minimizing anthropogenic damage to the earth’s climate. 197 countries have since ratified the UNFCCC, making it nearly universal. Since 1995, the UNFCCC has held an annual Conference of the Parties (COP) to combat climate change. These COPs assess the progress of national governments in managing the climate crisis, and establish the legally binding obligations of developed countries to combat climate change. The most significant international agreements emerging from UNFCCC annual COPs are the Kyoto Protocol (2005) and the Paris Agreement (2016). The most recent COP25 (25th Conference of the Parties to the United Nations Framework Convention on Climate Change (UNFCCC) took place in Madrid in December 2019.

The previous conference (COP24) marked a significant improvement in international regulation for implementing the Paris Agreement, but crucially ignored the issue of carbon markets (Article 6). Thus, one of the main objectives of COP25 was the completion of an operating manual for the Paris Accords that included provisions for carbon market regulation. However, COP25 failed to reach a consensus on carbon market regulation, largely due to opposition from Brazil and Australia. The issue will be passed onto next year’s COP26.

Another particularly divisive issue in COP25 was the low level of international commitment. In the end, only 84 countries committed to the COP25 resolutions; among them we find Spain, the UK, France and Germany. Key players such as the US, China, India and Russia all declined to commit, perhaps because together they account for 55% of global CO2 emissions. All states will review their commitments for COP26 in 2020, but if COP26 goes anything like COP25 there will be little hope for positive change.

COP25 also failed to reach an agreement on reimbursements for damage and loss resulting from climate change. COP15 set the goal of increasing the annual budget of the Green Climate Fund to 100 billion USD by 2020, but due to the absence of sufficient financial commitment in COP25, it appears that this goal will not be met.

It is worth noting that in spite of these grave failures, COP25 did achieve minor improvements. Several new policies were established and a variety of multilateral agreements were made. In terms of policies, COP25 implemented a global “Gender Action Plan,” which will focus on the systematic integration of gender equality into climate policies. Additionally,  COP25 issued a declaration calling for increased consideration of marine biodiversity. In terms of multilateral agreements, many significant commitments were made by a vast array of countries, cities, businesses, and international coalitions. Notably, after COP25, the Climate Ambitious Coalition now counts with the impressive support of  27 investors, 763 companies, 393 cities, 14 regions, and 70 countries.

But by far the saving grace of COP25 was the EU. The EU shone brightly during COP25, acting as a example for the rest of the world. And this is nothing new. The EU has been a forerunner in climate change action for over a decade now. In 2008, the EU established its first sustainability goals, which it called the “2020 Goals”. These goals included: reducing GHG emission by 20% (compared to 1990), increasing energy efficiency by 20%, and satisfying a full 20% of total energy consumption with renewable energy sources. To date, the EU has managed not merely to achieve these goals, but to surpass them. In fact, by 2017, EU GHG emissions had been reduced not just by 20%, but by 22%.

The EU achieved these lofty goals because it backed them up with effective policies. Note:

i) The launch by the EU Commission in June 2000 of the European Climate Change Programme (ECCP). Its main goal is to identify and develop all the necessary elements of an EU strategy to implement the UN Kyoto Protocol of COP3.

ii) The EU ECCP developed the ETS (EU emissions trading system), which has helped to reduce greenhouse gas emissions from energy-intensive industries and power plants.

iii)The EU adopted revised rules for the ETS in February 2018,  which set the limits on CO2 emissions of heavy industry and power stations.

iv)The EU opted for acircular economy.” In May 2018, the EU decided on new rules for waste management and established legally binding targets for recycling. In May 2019, the EU adopted a ban on single-use plastic items.

v) The EU limited CO2 emissions on the roads. In April 2019, stricter emission limits for cars and vans were passed. By 2029, both cars and vans will be required to emit on average 15% less CO2.

vi) The EU approved new regulations in May 2018 for improved protection and management of lands and forests.

If the EU is anywhere near as successful at combating climate change in the decades to come as it has proved itself to be in the past decade, the EU seems primed to achieve both its 2030 Goals, and its 2050 Goals (the European Green Deal). The 2030 Goals include cutting GHG emissions by at least 40% by 2030 (compared to 1990). Such  new measures will make the EU’s economy and energy systems more competitive, more secure, and more sustainable. The 2050 Goals are even more ambitious: they include the complete elimination all CO2 emissions and the achievement of a climate-neutral EU by 2050. The EU’s 2030 and 2050 Goals, if achieved, will be a remarkable step in the right direction towards achieving the Paris Agreement objective to keep global temperature increase stabilized at 1.5ºC and well below 2ºC.

The European Green Deal and 2030 and 2050 Goals will demand far more effort than the 2020 Goals, especially in the political and economic spheres. Poland has yet to commit to the Deal, which has led the European Council to postpone the matter until June 2020. But progress in the EU towards the 2050 Goals is already underway. The Just Transition Mechanism was proposed in December 2019 to provide support for European regions projected to be most affected by the transition to climate neutrality. (This measure will also hopefully serve to assuage the concerns of Poland and other members.) The EU Commission is to prepare a long-term strategy proposal as early as possible in 2020 with the intention of its adoption by the Council and its submission to the UNFCCC shortly thereafter. Furthermore, the EU Commission has also been tasked with a proposal, after a thorough impact assessment, for an update of the EU’s nationally determined contribution for 2030 under the Paris Agreement. The EU’s example is reason to hope for a bright and sustainable future for the developed world.

Unfortunately, not every developed country is as committed to sustainability as the EU. While many efforts have been made at both the global and regional levels to combat climate change, it is abundantly clear that these efforts are horrendously insufficient. In order to properly address climate change, consistent commitment to sustainability from all parties is imperative. Those countries such as the US, China, India and Russia that abstained from commiting to the COP25 resolutions need to begin following in the EU’s sustainable footsteps and start behaving like true global citizens as well. If they do not, even the EU’s exemplary efforts will not be anywhere near enough to slow climate change.

Categorías Global Affairs: Energía, recursos y sostenibilidad Análisis Global

Las operaciones en el ciberespacio pueden formar parte de una situación de guerra híbrida llevada a cabo por actores estales o no estatales [Pixabay]

▲ Las operaciones en el ciberespacio pueden formar parte de una situación de guerra híbrida llevada a cabo por actores estales o no estatales [Pixabay]

ENSAYO / Ana Salas Cuevas

La amenaza híbrida es un término que engloba todo tipo de actuaciones coordinadas para influir en la toma de decisiones de los Estados, haciendo uso de medios políticos, económicos, militares, civiles e información. Estas acciones pueden ser realizadas tanto por actores estatales como por actores no estatales.

Se utiliza el término “Grey Zone” (Zona Gris) para determinar la frontera entre paz y guerra. Se trata de una nueva táctica que nada tiene que ver con la guerra real que enfrenta a ejércitos de distintos Estados. La guerra híbrida consiste en lograr resultados influyendo directamente en la sociedad mediante la desmoralización de esta. Es una táctica sin duda efectiva y mucho más sencilla para los países atacantes, ya que la inversión tanto económica como humana es menor que en la guerra real. Se utilizan recursos como la propaganda, la manipulación de las comunicaciones, los bloqueos económicos… Y al no existir una legislación internacional férrea en relación a estos conflictos, muchos países consideran este tipo de actuaciones como tolerables.

Introducción: La amenaza híbrida

El término amenaza híbrida se popularizó tras el choque entre Israel y Hezbolá en 2006 para designar a “la integración de tácticas, técnicas y procedimientos no convencionales e irregulares, mezclados con actos terroristas, propaganda y conexiones con el crimen organizado”[1].

El objetivo esencial de la amenaza híbrida es lograr resultados sin recurrir a la guerra real, enfrentando a las sociedades y no a los ejércitos, desmoronando casi por completo la distinción entre combatientes y ciudadanos. El objetivo militar pasa a un segundo plano.

Las acciones llevadas a cabo en el seno de este tipo de conflictos se centran en el empleo de medios como ciberataques, desinformación y propaganda. Tienen como objetivo la explotación de vulnerabilidades económicas, políticas, tecnológicas y diplomáticas, quebrantando comunidades, partidos nacionales, sistemas electorales y produciendo un gran efecto en el sector energético. Estas actuaciones no son aleatorias, están planeadas y organizadas. Estos ataques no tienen un carácter lineal. Pueden tener consecuencias directas en otro ámbito. Por ejemplo, el ataque con drones en pozos de Arabia Saudí en septiembre de 2019 tuvo un impacto directo en la economía global.

El ciberespacio se ha convertido en un aspecto novedoso en este escenario. Gracias en gran medida a la revolución tecnológica y de la información, nos encontramos hoy ante un orden mundial cambiante, en el cual la información que proporcionan los medios de comunicación es accesible a cualquier persona desde cualquier parte del mundo. No es casual, por tanto, que Internet sea uno de los frentes más importantes al hablar de guerra híbrida. En ese ámbito, las reglas no están claramente establecidas y los Estados y actores no estatales tienen un mayor margen de actuación frente al poder clásico de los Estados. Las “fake news”, la desinformación y los hechos basados en opiniones son instrumentos al alcance de la mano de cualquiera para influir sobre el orden público.

A través de la manipulación en estos ámbitos, el enemigo híbrido logra debilitar considerablemente uno de los pilares más importantes del Estado o comunidad al que vayan dirigidas sus acciones: la confianza de los ciudadanos en sus instituciones.

La ambigüedad es una de las características que distinguen la actividad en el ámbito cibernético. El enemigo híbrido no solo explota a su favor la dificultad inherente a la red global para atribuir acciones hostiles a un actor concreto, sino que la refuerza mediante el uso de estrategias híbridas como la sincronización.

Ciberterrorismo y hacktivismo

Como acabamos de ver, el ciberespacio constituye uno de los dominios preferentes del enemigo híbrido. En él, recurrirá frecuentemente a la ciberamenaza, una amenaza trasversal con una muy difícil atribución de la autoría. Esta no logra sustanciarse fehacientemente en la mayoría de los casos, en los que únicamente se cuenta con sospechas, siendo muy complicada la obtención de pruebas. Estas ciberamenazas las podríamos dividir en cuatro bloques que procederemos a analizar uno por uno.

En primer lugar, el ciberespionaje tiene como objetivo el ámbito político, económico y militar. Numerosos estados recurren al ciberespionaje de manera rutinaria. Entre ellos, destacan algunos como China, Rusia, Irán o Estados Unidos. Los Estados pueden llevar a cabo acciones de ciberespionaje de forma directa, utilizando sus servicios de inteligencia, o a través de agentes interpuestos como empresas influenciadas por dichos Estados.

En segundo lugar, el ciberdelito, en la mayoría de los casos ejercido con fines lucrativos, y cuyo impacto sobre la economía global se estima en un 2% del PIB mundial. Los objetivos principales del ciberdelito son el robo de información, el fraude, el blanqueo de dinero, etc. Suele llevarse a cabo por organizaciones terroristas, de crimen organizado y hackers.

En tercer lugar, el ciberterrorismo, cuyos objetivos principales son la obtención de información y todo tipo de comunicaciones a los ciudadanos. Los agentes principales, como se puede deducir, son las organizaciones terroristas y las agencias de inteligencia.

El ciberterrorismo tiene una serie de ventajas con respecto al terrorismo convencional, y es que garantiza una mayor seguridad sobre el anonimato, además, existe una mayor relación entre coste-beneficio y en el ámbito geográfico se presenta una gran ventaja en cuanto a la delimitación. En España se dio una reforma de los delitos de terrorismo mediante la Ley Orgánica 2/2015, en la cual se reformaron en su totalidad los artículos 571 a 580 del Código Penal. De forma paralela, mediante Ley Orgánica 1/2015 se aprobó, asimismo, la reforma del Código Penal, afectando a más de 300 artículos[2].

Por último, en cuarto lugar, el hacktivismo, cuyos objetivos principales son los servicios webs, junto con el robo y la publicación no autorizada de información. Cuando el hacktivismo se utiliza en beneficio del terrorismo, pasa a ser terrorismo. El grupo terrorista islámico DAESH, por ejemplo, utiliza medios cibernéticos para el reclutamiento de combatientes a sus filas. Como agentes destacan dos grupos, el grupo “Anonymus” y “Luizsec,” además de los propios servicios de inteligencia.

El ciberterrorismo tiene fines muy concretos: subvertir el orden constitucional, alterar gravemente la paz social y destruir nuestro modelo global. Se trata de una amenaza emergente de baja probabilidad, pero alto impacto. El problema principal de todo ello es la poca legislación existente al respecto, pero que poco a poco va emergiendo; por ejemplo, en 2013 se dio el punto de partida con la publicación de una comunicación del Consejo de la Unión Europea sobre seguridad –la “Estrategia de ciberseguridad de la Unión Europea”[3]–, a partir de la cual cada 5 años las estrategias deben ser revisadas. Se suma a ello el reglamento 2019/881 del Parlamento Europeo y del Consejo (UE) de 17 de abril de 2019.

Zona gris

El concepto de zona gris ha sido acuñado recientemente en el ámbito de los estudios estratégicos para describir el marco de actuación del enemigo híbrido. El término describe un estado de tensión alternativo a la guerra, operando en una etapa de paz formal.

El conflicto en la zona gris está centrado en la sociedad civil. Su coste, por tanto, recae directamente sobre la población. Opera en todo caso en el límite de la legalidad internacional. El protagonista es generalmente un Estado de principal importancia en el plano internacional (una potencia) o un actor no estatal de similar influencia.

Las acciones de un enemigo que opera en la zona gris están destinadas al dominio de determinadas “zonas” que le resultan de interés. Los tipos de respuesta dentro de lo definido como zona gris dependerán de la amenaza a la que se enfrente el país en cuestión.

Punto de vista jurídico

Si hablamos desde un punto de vista jurídico, es más preciso utilizar el término guerra híbrida, solo cuando existe un conflicto armado declarado y no encubierto.

En efecto, un gran problema surge de la dificultad para aplicar a los actores de las amenazas híbridas la legislación nacional o internacional oportuna. Los agentes que se ven envueltos, por regla general, niegan las acciones híbridas y tratan de escapar de las consecuencias jurídicas de sus acciones, aprovechándose de la complejidad del ordenamiento jurídico. Actúan bordeando los límites, operando en espacios no regulados y sin sobrepasar nunca los umbrales legales.

Respuestas ante las amenazas híbridas

La respuesta a la amenaza híbrida puede producirse en diferentes ámbitos, no excluyentes entre sí. En el ámbito militar, se puede llegar a concebir incluso una confrontación militar directa, que puede verse como “tolerable” si con ella se evita el enfrentamiento con una gran potencia como podría ser Estados Unidos o China. De la misma manera, son respetadas estas confrontaciones militares por la indefensión de los territorios ocupados ante la amenaza que pretende prevenir el Estado ocupante.

En el ámbito económico, la respuesta permite imponer sobre un enemigo costes de tipo financiero, que son a veces más directos que las respuestas militares. En este campo, una manera de adoptar medidas defensivas no provocativas es a través de la imposición de sanciones económicas inmediatas y formales a un agresor.

Un ejemplo de esto son las sanciones económicas que Estados Unidos impuso contra Irán por considerar este país como una amenaza nuclear. Para ello es importante destacar el fondo de este asunto.

En 2015 se firmó el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) sobre el programa nuclear de Irán, por el que este país se comprometía a cumplir el acuerdo y Estados Unidos a retirar las sanciones económicas impuestas. Sin embargo, en 2018 Trump anunció la retirada del acuerdo y el restablecimiento de las sanciones. En el transcurso de estos acontecimientos, diversos países se han pronunciado sobre estas decisiones unilaterales tomadas por el gobierno estadounidense. China y Rusia, por su parte, han manifestado su disconformidad, realizando declaraciones oficiales a favor de Irán.

El de Irán constituye un claro ejemplo de respuesta económica sobre la zona gris, en el que se ve cómo los Estados utilizan este elemento de poder para negar la participación del agresor en diferentes instituciones o acuerdos y controlar su zona de influencia.

Estados Unidos, como muchas otras potencias, encuentra esta situación de superioridad una ventaja decisiva en los conflictos comprendidos dentro de la zona gris. Debido a la importancia del poder financiero y político de Estados Unidos, el resto de los países, incluida la Unión Europea, no pueden sino aceptar este tipo de acciones unilaterales.

Conclusiones

A modo de cierre, podemos concluir que la actividad híbrida en la zona gris tiene importantes consecuencias sobre el conjunto de la sociedad de uno o más Estados, y produce efectos que pueden llegar a tener un alcance global.

Las amenazas híbridas afectan fundamentalmente a la sociedad civil, pudiendo producir un efecto desmoralizador que provoque el hundimiento psicológico de un Estado. El empleo de esta táctica se denomina a menudo como “paz formal”. A pesar de no existir un enfrentamiento directo entre ejércitos, esta técnica es mucho más efectiva ya que el país atacante no necesita invertir tanto dinero, tiempo y personas como en la guerra real. Además, la aplicación del Derecho Internacional o la intervención de terceros países en el conflicto es mínima, ya que muchos consideran este tipo de actuaciones como “tolerables”.

Sin duda, la zona gris y las amenazas hibridas se han convertido en la nueva técnica militar de nuestra era debido a su eficacia y simplicidad. No obstante, debería existir un control más férreo para que este tipo de técnicas militares tan nocivas dejen de pasar desapercibidas.

Un aspecto característico de la guerra híbrida es la manipulación de las comunicaciones y el uso de la propaganda. Con estas acciones se consigue sembrar la desconfianza de los ciudadanos en sus instituciones, tal y como ocurre hoy en día en la relación entre China y Estados Unidos, lastrada por declaraciones norteamericanas a la prensa acerca del plan presentado por Xi Jinping en 2014 sobre la Nueva Ruta de la Seda, y que denotan un alto grado desconfianza y rechazo hacia el Imperio del Centro.

Por tanto, es conveniente que los Estados e instituciones internacionales establezcan unas “normas de juego” para este tipo de actuaciones y mantener así el orden y la paz mundial.
 

Una primera redacción de este texto fue presentada como comunicación en el XXVII Curso Internacional de Defensa celebrado en Jaca en octubre de 2019

 

Bibliografía

Carlos Galán. (2018). Amenazas híbridas: nuevas herramientas para viejas aspiraciones. 2019, de Real Instituto El Cano. Sitio web

Lyle J. Morris, Michael J. Mazarr, Jeffrey W. Hornung, Stephanie Pezard, Anika Binnendijk, Marta Kepe. (2019). Gaining Competitive Advantage in the Grey Zone. 2019, de RAND CORPORATION. Sitio web

Josep Barqués. (2017). Hacia una definición del concepto "Grey Zone". 2019, de Instituto Español de Estudios Estratégicos. Sitio web

Javier Jordán. (2017). Guerra híbrida: un concepto atrápalo-todo. 2019, de Universidad de Granada. Sitio web

Javier Jordán. (2018). El conflicto internacional en la zona gris: una propuesta teórica desde la perspectiva del realismo ofensivo. 2019, de Revista Española de Ciencia Política. Sitio web

Javier Jordán. (2019). Cómo contrarrestar estrategias híbridas. 2019, de Universidad de Granada. Sitio web

Guillem Colom Piella. (2019). La amenaza híbrida: mitos, leyendas y realidades. 2019, de Instituto Español de Estudios Estratégicos. Sitio web

Murat Caliskan. (2019). Hybrid warfare through the lens of strategic theory. 2019, de Defense & Security Analysis, 35:1, 40-58. Sitio web

Rubén Arcos. (2019). EU and NATO confront hybrid threats in centre of excellence. 2019, de Jane's Intelligence Review. Sitio web

Publisher: Geert Cami Senior Fellow: Jamie Shea Programme Manager: Mikaela d’Angelo Programme Assistant: Gerard Huerta Editor: Iiris André, Robert Arenella Design: Elza Lőw. (2018). HYBRID AND TRANSNATIONAL THREATS. 2019, de Friends of Europe. Sitio web

Una entrevista con Seyed Mohammad Marandi, Universidad de Teherán. (2019). Los iraníes no olvidarán la guerra híbrida contra Irán. 2019, de Comunidad Saker Latinoamérica. Sitio web


[1] Esta idea se popularizó entre la comunidad de defensa tras la presentación del ensayo “El conflicto en el siglo XXI”.  Guillem Colom Piella. (2019). La amenaza híbrida: mitos, leyendas y realidades. 2019, de Instituto Español de Estudios Estratégicos

[2] Reforma de los delitos de terrorismo mediante la ley orgánica 2/2015. Grupo de Estudios en Seguridad Internacional (GESI), Universidad de Granada.

[3] Comunicación conjunta al Parlamento Europeo, al Consejo, al Comité Económico y Social Wuropeo y al Comité de las Regiones. ˝Estrategia de ciberseguridad de la Unión Europea: Un ciberespacio abierto, protegido y seguro˝.

Categorías Global Affairs: Seguridad y defensa Ensayos Global

 

[Hebert Lin & Amy Zegart, eds. Bytes, Bombs, and Spies. The strategic dimensions of offensive cyber operations. The Brookings Institution. Washington, 2019. 438 p. ]REVIEW / Albert Vidal

RESEÑA Pablo Arbuniés

Bytes, Bombs, and Spies. The strategic dimensions of offensive cyber operationsDel mismo modo que en la segunda mitad del siglo XX el mundo vivió la carrera armamentística nuclear entre EEUU y la URSS por la hegemonía mundial, todo parece indicar que la carrera que marcará el siglo XXI es la del ciberespacio. Desde que el Departamento de Defensa de Estados Unidos incluyera el ciberespacio como el quinto dominio de las operaciones militares del país (junto con tierra, mar, aire y espacio) ha quedado patente la capital importancia de su papel en la seguridad mundial.

Sin embargo, la propia naturaleza del ciberespacio lo convierte en un campo completamente distinto de lo que podríamos denominar campos de seguridad cinética. La única constante en el ciberespacio es el cambio, de modo que todo estudio y planteamiento estratégico debe ser capaz de adaptarse rápidamente a las condiciones cambiantes sin perder la eficiencia y manteniendo una enorme precisión. Esto supone un verdadero desafío para todos los agentes que se desenvuelven en el ciberespacio, tanto nacionales como privados. En el ámbito nacional, la incorporación de las ciberoperaciones a la estrategia de seguridad nacional estadounidense (NSS) y la elaboración de una doctrina de guerra cibernética por el Departamento de Defensa son los dos principales pilares sobre los que se construirá la nueva carrera por el ciberespacio.

˝Bytes, Bombs, and Spies” explora las grandes cuestiones que plantea este nuevo desafío, presentando enfoques muy diferentes para las distintas situaciones. Probablemente el mayor valor que ofrece el libro sean precisamente las distintas maneras de afrontar el mismo problema que defienden los más de veinte autores que han participado en su elaboración, coordinados por Herbert Lin y Amy Zegart. Estos autores colaboran en la realización de los 15 ensayos que componen el libro. Lo hacen con la idea de convertir un tema tan complejo como las ciberoperaciones ofensivas en algo alcanzable para lectores no expertos en el tema, pero sin renunciar a la profundidad y el detalle propios de una obra académica.

A lo largo del volumen los autores no sólo plantean cuál debe ser el enfoque del marco teórico. También valoran las políticas del gobierno estadounidense en el campo de las ciberoperaciones ofensivas y plantean cuales deben ser los puntos clave en la elaboración de nuevas políticas y adaptación de las anteriores al cambiante ciberentorno.

El libro trata de responder a las grandes preguntas formuladas sobre el ciberespacio. Desde el uso de las ciberoperaciones ofensivas en un marco de conflicto hasta el papel del sector privado, pasando por las dinámicas escalatorias y el papel de la disuasión en el ciberespacio o las capacidades de inteligencia necesarias para llevar a cabo ciberoperaciones efectivas.

Una de las principales cuestiones es cómo se incluyen las ciberoperaciones en el marco de la dinámica de una escala de conflicto. ¿Es lícito responder a un ciberataque con fuerza cinética? ¿Y con armas nucleares? La actual ciber-doctrina del gobierno estadounidense deja ambas puertas abiertas, afrontando una respuesta basada en los efectos del ataque por encima de los medios. Esta idea es calificada de incompleta por Henry Farrell y Charles L. Glaser en su capítulo, en el que plantean la necesidad de tener en cuenta más factores, como la percepción de la amenaza y del ataque por parte de otros agentes, así como la opinión pública y de la comunidad internacional.

Siguiendo con los planteamientos teóricos, la principal cuestión que suscita este libro es si resulta sensato aplicar en el estudio estratégico del ciberespacio los mismos principios que se aplicaron a las armas nucleares durante la guerra fría para responder a las preguntas antes formuladas. Y al tratarse de un campo relativamente nuevo en el que desde el primer momento pueden estar en juego la hegemonía y la estabilidad mundial, cómo se responda a esta pregunta puede suponer la diferencia entre la estabilidad o el caos más absoluto.

Es precisamente esto lo que plantea David Aucsmith en su capítulo. En él defiende que el ciberespacio es tan diferente de las disciplinas estratégicas clásicas que hay que replantear sus dimensiones estratégicas partiendo de cero. La desintermediación de los gobiernos, incapaces de abarcar todo el ciberespacio, abre un nicho para las compañías privadas especializadas en ciberseguridad, pero tampoco estas podrán llenar por completo lo que en otros dominios llena el gobierno. Por su parte, Lucas Kello trata de llenar la brecha de soberanía en el ciberespacio con la ya mencionada participación privada, planteando la convergencia entre los gobiernos y la ciudadanía (a través del sector privado) en el ciberespacio.

En conclusión, ˝Bytes, Bombs, and Spies” trata de responder a todas las principales preguntas que plantea el ciberespacio, sin ser inalcanzable para un público no experto en el tema, pero manteniendo el rigor, la precisión y la profundidad en su análisis. .

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[John J. Mearsheimer, The Great Delusion: Liberal Dreams and International Realities, Yale University Press, September 2018, 328 p.]

REVIEWAlbert Vidal

The Great Delusion: Liberal Dreams and International Realities

“For better or for worse, liberal hegemony is history”. With such a statement John J. Mearsheimer concluded his talk about his recently published book “The Great Delusion: Liberal Dreams and International Realities” at SOAS University of London.

In this book Mearsheimer argues that the foreign policy of liberal hegemony which was adopted by the US at the end of the Cold War failed miserably. He explains that it happened because nationalism and realism always overrun liberalism.

In the first part of the book he defines liberalism, nationalism and liberal hegemony. He then explains why the US pursued liberal hegemony, and what is its track record. Finally, he reveals why liberal hegemony failed, and what can we expect in the future. Let’s take a more detailed look into it.

Liberalism

Mearsheimer casts light on liberalism’s two fundamental assumptions underpinning human nature: first, it assumes that the individual takes precedence over the group; second, liberalism assumes that individuals cannot reach universal agreement over first principles, and such differences often lead to violence.

In order to deal with this potential for violence, liberalism offers a solution that includes three parts: everybody has individual rights that are inalienable; tolerance receives a special emphasis, and a state becomes necessary to limit the threat of those who do not respect other people’s rights. Such features make liberalism a universalistic theory, which is what turned the US into a crusader state.

Nationalism

According to the author, nationalism has its own core assumptions: first, humans are naturally social animals; second, group loyalty is more important than individualism, and third, aside from the family, the most important group is the nation. He then goes on to say that nations (bodies of individuals that have certain features that make them distinct from other groups) want their own states.

After that, Mearsheimer says that nationalism beats liberalism because human beings are primarily social animals. To show this, he recalls that the entire planet is covered with nation states, and liberal democracies do not even comprise a 50% of those nation-states.

Liberal hegemony

This is just an attempt to remake the world in America’s image and has several components: to spread liberal democracy across the planet, to integrate more countries into the open international economy and into international institutions. In theory, this would be extremely beneficial, since it would eliminate significant human rights violations (here the author assumes that liberal democracies do not engage in great human rights violations), it would make for a peaceful world (following the democratic peace theory) and it would eliminate the threat of foreign support to those who want to overthrow liberal democracy at home.

Why did the US pursue liberal hegemony?

After the Cold War, a moment of unipolarity made it possible, says Mearsheimer, for the US to ignore balance of power politics and pursue a liberal foreign policy. To this we need to add that the US is a liberal country, which oftentimes thinks itself as exceptional. This clearly prompted the US to try to remake the world into its image.

In this part of the book, Mearsheimer shows different failures of the US foreign policy. The first one is the Bush Doctrine and the Greater Middle East, which was a plan to turn the Middle East into a sea of democracies. The result was a total disaster. The second example is the awful relations between the US and Russia and the Ukraine crisis, which were the result of NATO’s expansion. Thirdly, Mearsheimer criticizes the way the US has engaged with China, helping it grow quicker while naively thinking that it would eventually become a liberal democracy.

Why did liberal hegemony fail?

The reason is that the power of nationalism and realism always overrun liberalism; in words of Mearsheimer: “the idea that the US can go around the world trying to establish democracies and doing social engineering is a prescription for trouble”. Countries will resist to foreign interference. Also, in large parts of the world, people prefer security before liberal democracy, even if that security has to be provided by a soft authoritarianism. 

Liberal hegemony is finished, because the world is no longer a unipolar place. Now the US needs to worry about other powers.

A critique of his theory

Although Mearsheimer’s thesis seems solid, several critiques have been formulated; most of these are directed toward issues that contradict some of Mearsheimer’s arguments and assumptions and that have been left unaddressed.

1) In his introduction, Mearsheimer argues that individuals cannot reach an agreement over first principles. I believe that is an over-statement, since some values tend to be appreciated in most societies. Some examples would be the value of life, the importance of the family for the continuation of society and the education of the upcoming generations, the importance of truth and honesty, and many others.

2) When he describes the US foreign policy since the 1990s as liberal hegemony, Mearsheimer chooses to ignore some evident exceptions, such as the alliance with Saudi Arabia and other authoritarian regimes which do not respect the most basic human rights.  

3) Many of the failures of the US foreign policy since the 1990s do not actually seem to derive from the liberal policies themselves, but from the failure of properly implementing them. That is, those failures happened because the US deviated from its liberal foreign policy. A clear example is what happened in Iraq: although the intervention was publicly backed by a liberal rhetoric, many doubt that Washington was truly committed to bring stability and development to Iraq. A commonly pointed example is that the only Ministry effectively protected was the Oil Ministry. The rest were abandoned to the looters. A true liberal policy would have sought to restore the education and health systems, state institutions and infrastructure, which never really happened. So blaming the failure to the liberal policy might not be adequate.

4) Although Mearsheimer proves the urge to intervene that comes with liberal hegemony, he doesn’t show how a hegemon following realist principles would restrain itself and intervene in fewer occasions and with moderation. The necessity to protect human rights would simply become a willingness to protect vital interests, which serves as an excuse for any type of intervention (unlike human rights, even if they have sometimes been the origin of a disastrous intervention). 

As a final thought, this book suggests a clear alternative to the mainstream views of most of today’s foreign policy, especially in Western Europe and in the United States.  Even if we disagree with some (or most) of its tenets, it is nevertheless helpful in understanding many of the current dynamics, particularly in relation to the everlasting tension between nationalism and universalism. We might even need to rethink our foreign policies and instead of blindly praising liberalism, we should accept that sometimes, liberalism isn’t able to solve every problem that we face.

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ESSAYAlbert Vidal

What once achieved great successes oftentimes seems to lose its momentum and, sometimes, it even can become obsolete forever. When this occurs, there are usually two options: one can either try to reform it and save it, or adapt to the changes and play resiliently. But taking that decision involves sacrifices, and there will always be victims, no matter what one chooses. We can see this happening today with the World Trade Organization (WTO), particularly in regards to its function as a forum for the multilateral liberalization of trade.

In this essay, I argue that the WTO has lost its function as a forum for the multilateral liberalization of trade; rather, its only function is now to settle disputes through the Dispute Settlement Mechanism (DSM).

I have developed three main arguments to support my opinion. First, the failure of the Doha Round has marked an inflection point. With tariffs in its lowest point ever, states decided to abandon the WTO structure due to its slowness and resort to other mechanisms such as Free Trade Agreements (FTAs) and Regional Trade Agreements (RTAs) to liberalize the remaining barriers. The WTO has been deprived of one of its core functions, which could be toxic for smaller economies. Second, the uniqueness and effectiveness of the WTO’s DSM has conquered many hearts in the international arena and most states rely on it to solve its disputes. It has functioned so well, that it is now dealing with some disputes that had previously been part of trade liberalization negotiations. Third, the WTO does not have a clear mandate to decide on today’s most significant trade barriers: behind-the-border barriers. Most FTAs and RTAs deal with them in a more effective way than the WTO. Let’s now develop these reasons.

Toward a system of elites

The first argument that supports my thesis has to do with the failure of the Doha Round and its consequences. If we look back to the average tariff rates of the past decades, we see how they went down from 22% in 1947, to 15% in 1965 and to less than 5% after the Uruguay Round[1]. In 2004, the average tariff rate was less than 3.8%, and global tariffs remained highest in the least developed regions of the planet. The Doha Round, which began in 2001, was thought to address the remaining agricultural subsidies and other minor tariffs that still were in place. But in 2008, talks collapsed due to a lack of commitment by many parties[2]: lobbies in Western countries pushed hard to maintain the agricultural subsidies, while developing economies demanded more protection for farmers.

Suddenly, some countries (in particular the biggest economies) realized that engaging in negotiations within the WTO framework wasn’t worth it, since reaching consensus for such sensitive issues would be an almost impossible task. Besides, very few tariffs actually remained in place. Thus, they decided to resort to other channels, such as Free Trade Agreements (FTAs) and Regional Trade Agreements (RTAs). What were the consequences of such drift?

Since 2001, more than 900 FTAs[3] and 291 RTAs[4] have been signed: there has been a true explosion. They are attractive, because they deal with areas where the WTO has failed[5] (e.g., non-tariff barriers and investment). FTAs and RTAs are technically allowed by the WTO, but they are problematic, because the members of such trade agreements end up forming their own blocs to trade freely, which excludes other minor countries. Consequently, FTAs and RTAs are now undermining the multilateral trading system[6], because them being preferential provokes trade diversion and increased costs. Besides, they reduce the value of a potential outcome from the Doha Round and, by abandoning the WTO framework, it is easier for bigger economies to use their bargaining power.

In short, powerful and rich members have removed the function of freeing trade from the WTO by engaging in FTAs and RTAs. They once came together to give this organization a role in liberalizing trade; now, following the functionalist theory, they have come together again to remove such function. One might ask, what will then happen with the WTO? Actually, not everything is lost.

What remains of the WTO: the most effective international tribunal

A second reason is that the WTO’s DSM has functioned so well, that it has even absorbed some of the issues that were previously dealt with in negotiations. The DSM was created with the aim of resolving trade disputes among members, being one of the two initial functions of the WTO. Since 1995[7], members have filled more than 570 disputes and over 350 rulings have been issued, most of which have been complied with (compared to less than 80 rulings of the International Court of Justice in a longer span of time). Almost 100 cases have been settled by a mutually agreed solution before advancing to litigation. Such figures make it the most widely used and effective international tribunal in existence.

One might wonder how this is possible. The secret rests in its five features: first, its procedure is extremely quick (it should take just one year to settle a dispute without appeal); second, it allows for Alternative Dispute Resolution mechanisms and encourages diplomacy before going for the judicial option; third, it allows for appeal; fourth, its panel is made by experts; fifth, it allows for retaliation.

Some may object by pointing out to the paralysis that the DSM is suffering due to Trump’s blockage of nominations to seats on the appellate body, which could leave the system inoperable[8]. My answer to that is that Trump is the exception to the rule, and everything should be going back to normal with the coming administration.

The increasing number of active disputes (Appendix B) does not necessarily mean that law is being broken more often; rather, it is a reflection of the growing faith countries have in the DSM. In fact, the lack of progress in the Doha Round has pushed some countries toward the WTO’s DSM to solve disputes that should have been part of trade liberalization negotiations[9] (e.g., agricultural subsidies).

Non-tariff barriers are better dealt with outside the WTO

A third reason to justify why the WTO no longer functions as a forum for multilateral trade liberalization is that the unclarity of the extent to which the WTO can decide on non-tariff barriers makes states uneasy when it comes to negotiating such issues within the WTO framework. I may also remind that most of the barriers still in place today are non-tariff ones, and the WTO has not yet developed universally recognized rules on them.

Again, solving issues like the harmonization of standards through the required-consensus of the WTO’s rounds is incredibly complex. This means that states prefer either to simply bring them to the WTO’s DSM or to deal with those challenges bilaterally and through regional deals.

That is why, in my opinion, the WTO needs to undertake certain reforms to regain its lost function: it should promote non-litigious dialogue outside the official frameworks[10]. Simultaneously, it should develop relationships with the existing FTAs and clarify the extent to which it will decide on behind-the-border measures.

Final reflection

To put it briefly, the WTO has lost one of its two core functions due to three main factors. The most important one is that many countries are tired of the rigid WTO structure for trade negotiations, and have decided to work toward the same direction but with different methods. At the same time, the DSM has earned a tremendous reputation during almost two and a half decades and, although it is now going through difficult situation, it has a bright future ahead. Lastly, the bulk of barriers to trade that remain standing are so complex, that the WTO cannot effectively address them.

I would like to end by referring to the reflection with which I began this essay. It seems to me that we can still save the WTO as a forum to liberalize trade multilaterally, but we cannot pretend for it to be as it was in the past. It will never again be the central and unique leader of the process. Instead, it will have to develop relationships with existing FTAs, RTAs, and other functioning partnerships and agreements. But at least, we can try to reform it and soften the damaging consequences that are affecting countries outside these elite clubs.

 


[1] Tariff rate, applied, weighted mean, all products (%). (2017). Retrieved from

[2] How to rescue the WTO. (2018). The Economist. Retrieved from

[3] Ibid

[4] Regional Trade Agreements. (n.d.). Retrieved from

[5]Jackson, K., & Shepotylo, O. (2018). No deal? Seven reasons why a WTO-only Brexit would be bad for Britain. Retrieved February 21, 2019, from

[6] Meltzer, J. (2011). The Challenges to the World Trade Organization: It’s All About Legitimacy. Washington DC. Retrieved from

[7] McBride, J. (2018). What’s Next for the WTO. Retrieved April 26, 2019, from

[8] America holds the World Trade Organisation hostageTitle. (2017). The Economist. Retrieved from

[9]  Meltzer, Op. cit., p. 4.

[10] Low, P. (2009). Potential Future Functions of the World Trade Organization. Global Governance, 15, 327–334.

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Special forces (Pixabay)

▲ Special forces (Pixabay)

ESSAY Roberto Ramírez and Albert Vidal

During the Cold War, Offensive Realism, a theory elaborated by John Mearsheimer, appeared to fit perfectly the international system (Pashakhanlou, 2018). Thirty years after the fall of the Soviet Union, this does not seem to be the case anymore. From the constructivist point of view, Offensive Realism makes certain assumptions about the international system which deserve to be questioned (Wendt, 2008).The purpose of this paper is thus to make a critique of Mearsheimer’s concept of anarchy in the international system. The development of this idea by Mearsheimer can be found in the second chapter of his book ‘The Tragedy of Great Power Politics’.

The essay will begin with a brief summary of the core tenets of the said chapter and how they relate to Offensive Realism more generally. Afterwards, the constructivist theory proposed by Alexander Wendt will be presented. Then, it will be argued from a constructivist approach that the international sphere is the result of a construction and it does not necessarily lead to war. Next, the different types of anarchies that Wendt presents will be described, as an argument against the single and uniform international system that is presented by Neorealists. Lastly, the essay will make a case for the importance of shared values and ideologies, and how this is oftentimes underestimated by offensive realists.

Mearsheimer’s work and Offensive Realism

‘The Tragedy of Great Power Politics’ has become one of the most decisive books in the field of International Relations after the Cold War and has developed the theory of offensive realism to an unprecedented extent. In this work, Mearsheimer enumerates the five assumptions on which offensive realism rests (Mearsheimer, 2014):

1. The international system is anarchic. Mearsheimer understand anarchy as an ordering principle that comprises independent states which have no central authority above them. There is no “government over governments”.

2. Great powers inherently possess offensive military capabilities; which means that there will always be a possibility of mutual destruction. Thus, every state could be a potential enemy.

3. States are never certain of other states’ intentions. All states may be benign, but states could never be sure about that, since their intention could change all of a sudden.

4. Survival is the primary goal of great powers and it dominates other motives. Once a state is conquered, any chances to achieve other goals disappear.

5. Great powers are rational actors, because when it comes to international policies, they consider how their behavior could affect other’s behavior and vice versa.

The problem is, according to Mearsheimer, that when those five assumptions come together, they create strong motivations for great powers to behave offensively, and three patterns of behavior originate (Mearsheimer, 2007).

First, great powers fear each other, which is a motivating force in world politics. States look with suspicion to each other in a system with little room for trust. Second, states aim to self-help actions, as they tend to see themselves as vulnerable and lonely. Thus, the best way to survive in this self-help world is to be selfish. Alliances are only temporary marriages of convenience because states are not willing to subordinate their interest to international community. Lastly, power maximization is the best way to ensure survival. The stronger a state is compared to their enemies, the less likely it is to be attacked by them. But, how much power is it necessary to amass, so that a state will not be attacked by others? As that is something very difficult to know, the only goal can be to achieve hegemony.

A Glimpse of Constructivism, by Alexander Wendt

According to Alexander Wendt, one of the main constructivist authors, there are two main tenets that will help understand this approach:

The first one goes as follows: “The identities and interests of purposive actors are constructed by these shared ideas rather than given by nature” (Wendt, 2014). Constructivism has two main referent objects: the individual and the state. This theory looks into the identity of the individuals of a nation to understand the interests of a state. That is why there is a need to understand what identity and interests are, according to constructivism, and what are they used for.

i. Identity is understood by constructivism as the social interactions that people of a nation have with each other, which shape their ideas. Constructivism tries to understand the identity of a group or a nation through its historical record, cultural things and sociology. (McDonald, 2012).

ii. A state’s interest is a cultural construction and it has to do with the cultural identity of its citizens. For example, when we see that a state is attacking our state’s liberal values, we consider it a major threat; however, when it comes to buglers or thieves, we don’t get alarmed that much because they are part of our culture. Therefore, when it comes to international security, what may seem as a threat for a state may not be considered such for another (McDonald, 2012).

The second tenet says that “the structures of human association are determined primarily by shared ideas rather than material forces”. Once that constructivism has analyzed the individuals of a nation and knows the interest of the state, it is able to examine how interests can reshape the international system (Wendt, 2014). But, is the international system dynamic? This may be answered by dividing the international system in three elements:

a) States, according to constructivism, are composed by a material structure and an idealist structure. Any modification in the material structure changes the ideal one, and vice versa. Thus, the interest of a state will differ from those of other states, according to their identity (Theys, 2018).

b) Power, understood as military capabilities, is totally variable. Such variation may occur in quantitative terms or in the meaning given to such military capabilities by the idealist structure (Finnemore, 2017). For instance, the friendly relationship between the United States (US) and the United Kingdom is different from the one between the US and North Korea, because there is an intersubjectivity factor to be considered (Theys, 2018).

c) International anarchy, according to Wendt, does not exist as an “ordering principle” but it is “what states make of it” (Wendt, 1995). Therefore, the anarchical system is mutable.

The international system and power competition: a wrong assumption?

The first argument will revolve around the following neorealist assumption: the international system is anarchic by nature and leads to power competition, and this cannot be changed.  To this we add the fact that states are understood as units without content, being qualitatively equal.

What would constructivists answer to those statements? Let’s begin with an example that illustrates the weakness of the neorealist argument: to think of states as blank units is problematic. North Korea spends around $10 billion in its military (Craw, 2019), and a similar amount is spent by Taiwan. But the former is perceived as a dangerous threat while the latter isn’t. According to Mearsheimer, we should consider both countries equally powerful and thus equally dangerous, and we should assume that both will do whatever necessary to increase their power. But in reality, we do not think as such: there is a strong consensus on the threat that North Korea represents, while Taiwan isn’t considered a serious threat to anyone (it might have tense relations with China, but that is another issue).

The key to this puzzle is identity. And constructivism looks on culture, traditions and identity to better understand what goes on. The history of North Korea, the wars it has suffered, the Japanese attitude during the Second World War, the Juche ideology, and the way they have been educated enlightens us, and helps us grasp why North Korea’s attitude in the international arena is aggressive according to our standards. One could scrutinize Taiwan’s past in the same manner, to see why has it evolved in such way and is now a flourishing and open society; a world leader in technology and good governance. Nobody would see Taiwan as a serious threat to its national security (with the exception of China, but that is different).

This example could be brought to a bigger scale and it could be said that International Relations are historically and socially constructed, instead of being the inevitable consequence of human nature. It is the states the ones that decide how to behave, and whether to be a good ally or a traitor. And thus the maxim ‘anarchy is what states make of it’, which is better understood in the following fragment (Copeland, 2000; p.188):

‘Anarchy has no determinant "logic," only different cultural instantiations. Because each actor's conception of self (its interests and identity) is a product of the others' diplomatic gestures, states can reshape structure by process; through new gestures, they can reconstitute interests and identities toward more other-regarding and peaceful means and ends.’

We have seen Europe succumb under bloody wars for centuries, but we have also witnessed more than 70 years of peace in that same region, after a serious commitment of certain states to pursue a different goal. Europe has decided to do something else with the anarchy that it was given: it has constructed a completely different ecosystem, which could potentially expand to the rest of the international system and change the way we understand international relations.  This could obviously change for the better or for the worse, but what matters is that it has been proven how the cycle of inter-state conflict and mutual distrust is not inevitable. States can decide to behave otherwise and trust in their neighbors; by altering the culture that constitutes the system, they can set the foundations for non-egoistic mind-sets that will bring peace (Copeland, 2000). It will certainly not be easy to change, but it is perfectly possible.

As it was said before, constructivism does not deny an initial state of anarchy in the international system; it simply affirms that it is an empty vessel which does not inevitably lead to power competition. Wendt affirms that whether a system is conflictive or peaceful is not decided by anarchy and power, but by the shared culture that is created through interaction (Copeland, 2000).

Three different ‘anarchies’

Alexander Wendt describes in his book ‘Social Theory of International Politics’ the three cultures of anarchy that have embedded the international system for the past centuries (Wendt, 1999). Each of these cultures has been constructed by the states, thanks to their interaction and acceptance of behavioral norms. Such norms continuously shape states’ interests and identities.

Firstly, the Hobbesian culture dominated the international system until the 17th century; where the states saw each other as dangerous enemies that competed for the acquisition of power. Violence was used as a common tool to resolve disputes. Then, the Lockean culture emerged with the Treaty of Westphalia (1648): here states became rivals, and violence was still used, but with certain restrains. Lastly, the Kantian culture has appeared with the spread of democracies. In this culture of anarchy, states cooperate and avoid using force to solve disputes (Copeland, 2000). The three examples that have been presented show how the Neorealist assumption that anarchy is of one sort, and that it drives toward power competition cannot be sustained. According to Copeland (2000; p.198-199), ‘[…] if states fall into such conflicts, it is a result of their own social practices, which reproduce egoistic and military mind-sets. If states can transcend their past realpolitik mindset, hope for the future can be restored.’

Ideal structures are more relevant than what you think

One of the common assertions of Offensive Realism is that “[…] the desire for security and fear of betrayal will always override shared values and ideologies” (Seitz, 2016). Constructivism opposes such assertion, and brands it as too simplistic. In reality, it has been repeatedly proven wrong. A common history, shared values, and even friendship among states are some things that Offensive Realism purposefully ignores and does not contemplate. 

Let’s illustrate it with an example. Country A has presumed power strength of 7. Country B has a power strength of 15. Offensive Realism would say that country A is under the threat of an attack by country B, which is much more powerful and if it has the chance, it will conquer country A. No other variables or structures are taken into account, and that will happen inexorably. Such assertion, under today’s dynamics is considered quite absurd. Let’s put a counter-example: who in earth thinks that the US is dying to conquer Canada and will do so when the first opportunity comes up? Why doesn’t France invade Luxembourg, if one take into account how easy and lucrative this enterprise might be? Certainly, there are other aspects such as identities and interests that offensive realism has ignored, but are key in shaping states’ behavior in the international system.

That is how shared values (an ideal structure) oftentimes overrides power concerns (a material structure) when two countries that are asymmetrically powerful become allies and decide to cooperate.

Conclusion

After deepening into the understanding that offensive realists have of anarchy in the international system, this essay has covered the different arguments that constructivists employ to face such conception. To put it briefly, it has been argued that the international system is the result of a construction, and it is shared culture that decides whether anarchy will lead to conflict or peace. To prove such argument, the three different types of anarchies that have existed in the relatively recent times have been described. Finally, a case has been made for the importance of shared values and ideologies over material structures, which is generally dismissed by offensive realists.

Although this has not been an exhaustive critique of Offensive Realism, the previous insights may have provided certain key ideas that will contribute to the conversation. Our understanding of the theory of constructivism will certainly shape the way we tackle crisis and the way we conceive international relations. It is then tremendously important that one knows in which cases it ought to be applied, so that we do not rely completely on a particular theory which becomes our new object of veneration; since this may have dreadful consequences.

 

BIBLIOGRAPHY

Copeland, D. C. (2000). The Constructivist Challenge to Structural Realism: A Review Essay. The MIT Press, 25, 287–212. Retrieved from http://www.jstor.org/stable/2626757

Craw, V. (2019). North Korea military spending: Country spends 22 per cent of GDP. Retrieved from https://www.news.com.au/world/asia/north-korea-spends-whopping-22-per-cent-of-gdp-on-military-despite-blackouts-and-starving-population/news-story/c09c12d43700f28d389997ee733286d2

D. Williams, P. (2012). Security Studies: An Introduction. (Routledge, Ed.) (2nd ed.).

Finnemore, M. (2017). National Interests in International Society (pp. 6 - 7).

McDonald, M. (2012). Security, the environment and emancipation (pp. 48 - 59). New York: Routledge.

Mearsheimer, J. (2014). The Tragedy of Great Power Politics. (WW Norton & Co, Ed.). New York.

Mearsheimer. (2007). Tragedy of great power politics (pp. 29 - 54). [Place of publication not identified]: Academic Internet Pub Inc.

Pashakhanlou, A. (2018). Realism and fear in international relations. [Place of publication not identified]: Palgrave Macmillan.

Seitz, S. (2016). A Critique of Offensive Realism. Retrieved March 2, 2019, from https://politicstheorypractice.com/2016/03/06/a-critique-of-offensive-realism/

Theys, S. (2018). Introducing Constructivism in International Relations Theory. Retrieved from https://www.e-ir.info/2018/02/23/introducing-constructivism-in-international-relations-theory/

Walt, S. M. (1987). The Origins of Alliances. (C. U. Press, Ed.). Ithaca.

Wendt, A. (1995). Constructing international politics. Cambridge, MA: MIT Press.

Wendt, A. (2008). Anarchy is what States make of it (pp. 399 - 403). Farnham: Ashgate.

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Wendt, A. (2014). Social theory of international politics (p. 29 - 33). Cambridge: Cambridge University Press.

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[Francis Fukuyama, Identidad. La demanda de dignidad y las políticas de resentimiento. Deusto, Barcelona, 2019. 208 p.]

RESEÑAEmili J. Blasco

Identidad. La demanda de dignidad y las políticas de resentimiento

El deterioro democrático que hoy vemos en el mundo está generando una literatura propia como la que, sobre el fenómeno contrario, se suscitó con la primavera democrática vivida tras la caída del Muro de Berlín (lo que Huntington llamó la tercera ola democratizadora). En aquel momento de optimismo, Francis Fukuyama popularizó la idea del “fin de la historia” –la democracia como instancia final en la evolución de las instituciones humanas–; hoy, en este otoño democrático, Fukuyama advierte en un nuevo ensayo del riesgo de que lo identitario, despojado de las salvaguardas liberales, fagocite los demás valores si sigue en manos del resurgente nacionalismo populista.

La alerta no es nueva. De ella no se movió Huntington, que ya en 1996 publicó su Choque de civilizaciones, destacando la potencia motriz del nacionalismo; luego, en los últimos años, diversos autores se han referido al retroceso de la marea democrática. Fukuyama cita la expresión de Larry Diamond “recesión democrática”, constatando que frente al salto dado entre 1970 y el comienzo del nuevo milenio (se pasó de 35 a 120 democracias electorales) hoy el número ha decrecido.

El último célebre teórico de las relaciones internacionales en escribir al respecto ha sido John Mearsheimer, quien en The Great Delusion constata cómo el mundo se da hoy cuenta de la ingenuidad de pensar que la arquitectura liberal iba a dominar la política doméstica y exterior de las naciones. Para Mearsheimer, el nacionalismo emerge de nuevo con fuerza como alternativa. Eso ya se observó justo tras descomposición del Bloque del Este y de la URSS, con la guerra de los Balcanes como ejemplo paradigmático, pero la democratización de Europa central y oriental y su rápido ingreso en la OTAN llevaron al engaño (delusion).

Han sido la personalidad y las políticas del actual morador de la Casa Blanca lo que a algunos pensadores estadounidenses, entre ellos Fukuyama, ha puesto en alerta. “Este libro no se habría escrito si Donald J. Trump no hubiera sido elegido presidente en noviembre de 2016”, advierte el profesor de la Universidad de Stanford, director de su Centro sobre Democracia, Desarrollo y Estado de Derecho. En su opinión, Trump “es tanto un producto como un contribuidor de la decadencia” democrática y constituye un exponente del fenómeno más amplio del nacionalismo populista.

Fukuyama define ese populismo a partir de sus dirigentes: “Los líderes populistas buscan usar la legitimidad conferida por las elecciones democráticas para consolidar su poder. Reivindican una conexión directa y carismática con el pueblo, que a menudo es definido en estrechos términos étnicos que excluyen importantes partes de la población. No les gusta las instituciones y buscan socavar los pesos y contrapesos que limitan el poder personal de un líder en una democracia liberal moderna: tribunales, parlamento, medios independientes y una burocracia no partidista”.

Probablemente es injusto echar en cara a Fukuyama algunas conclusiones de El final de la historia y el último hombre (1992), un libro a menudo malinterpretado y sacado de su clave teórica. El autor luego ha concretado más su pensamiento sobre el desarrollo institucional de la organización social, especialmente en sus títulos Origins of Political Order (2011) y Political Order and Political Decay: From the Industrial Revolution to the Present Day (2014). Ya en este último apuntaba el riesgo de regresión, en particular a la vista de la polarización y falta de consenso en la política estadounidense.

En Identidad, Fukuyama considera que el nacionalismo no étnico ha sido una fuerza positiva en las sociedades siempre que se ha basado en la construcción de identidades alrededor de valores políticos liberales y democráticos (pone el ejemplo de India, Francia, Canadá y Estados Unidos). Ello porque la identidad, que facilita el sentido de comunidad y pertenencia, puede contribuir a desarrollar seis funciones: seguridad física, calidad del gobierno, promoción del desarrollo económico, aumento del radio de confianza, mantenimiento de una protección social que mitiga las desigualdades económicas y facilitación de la democracia liberal misma.

No obstante –y este puede ser el toque de atención que pretende el libro–, en un momento de recesión de los valores liberales y democráticos estos van a acompañar cada vez menos al fenómeno identitario, de forma que este puede pasar en muchos casos de integrador a excluyente.

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