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[Lilia M. Schwarcz y Heloisa M. Starling, Brasil: una biografía (Debate: Madrid, 2016), 896 págs]

RESEÑA / Emili J. Blasco

Brasil: una biografía Presentar la historia de un vasto país como es Brasil en un único volumen, aunque extenso, no es tarea sencilla, si se quiere profundizar lo suficiente. «Brazil. A Biography» (para esta reseña se ha utilizado la edición en inglés de Penguin, de 2019, algo posterior a la publicación de la obra en España; el original en portugués es de 2015) es un relato con la apropiada lente. «Brasil no es para principiantes», dicen las dos autoras en la introducción, expresando con esa cita de un músico brasileño el modo como concibieron el libro: sabiendo que se dirigían a un público con generalmente poco conocimiento sobre el país, debían poder trasladar la complejidad de la vida nacional (de lo que constituye un continente en sí mismo) pero sin que la lectura resulte agónica.

El libro sigue un orden cronológico; no obstante, el hecho de arrancar con algunas consideraciones generales y de construir los primeros capítulos en torno a ciertos sistemas sociales y políticos generados sucesivamente por las plantaciones de caña de azúcar, la esclavitud de población africana y la búsqueda de oro hace que la vida de Brasil avance ante nuestros ojos sin tener la sensación de mero corrimiento de fechas. Más adelante llega un siglo XIX que para los hispanos tiene el interés de ver el negativo de la historia que conocemos respecto a las colonias americanas españolas (frente al caso español, durante las guerras napoleónicas la Corte de Portugal se trasladó entera a Rio de Janeiro y la independencia no derivó en diversas repúblicas, sino en una monarquía propia y centralizada). Y después un siglo XX que en Brasil constituyó un buen compendio de las vicisitudes políticas del mundo contemporáneo: del Estado Novo de Getúlio Vargas, a la dictadura militar y a la restauración de la democracia.

La obra de Schwarcz y Starling, profesoras de la Universidad de São Paulo y de la Universidad Federal de Minas Gerais, respectivamente, pone atención en los procesos políticos, pero arropándolos siempre con los paralelos procesos sociales y culturales que se dan juntos en cualquier país. El volumen aporta mucha información y referencias bibliográficas para todos los periodos históricos de Brasil, sin desconsiderar unos para ocuparse más de otros, y el lector puede detenerse especialmente en aquellos momentos que le resulten de mayor interés.

Personalmente, me he entretenido más en la lectura de cuatro periodos, relativamente distantes entre sí. Por un lado, los intentos de Francia y Holanda en los siglos XVI y XVII por poner un pie en Brasil (no tuvieron éxito permanente, y ambas potencias tuvieron que conformarse con las Guayanas). Después el surgimiento y consolidación en el siglo XVIII de Minas Gerais como tercer vértice del triángulo del heartland brasileño (Rio de Janeiro, São Paulo y Belo Horizonte). Luego la descripción de la vida de una corte de estilo europeo en las circunstancias del clima tropical (la monarquía duró hasta 1889). Y finalmente las experiencias del desarrollismo de mediados del siglo XX, con Juscelino Kubitschek y João Goulart en un tour de force entre el compromiso democrático, el personalismo presidencial y las corrientes de fondo de la Guerra Fría.

La lectura de esta obra aparta numerosas claves para entender mejor ciertos comportamientos de Brasil como país. Por un lado, cómo la inmensidad del territorio y la existencia de zonas a las que difícilmente llega el Estado –es el claro ejemplo de la Amazonia–, otorga un importante papel al Ejército como garante de la continuidad de la nación (el éxito, quizás momentáneo, de Bolsonaro y su apelación a las Fuerzas Armas tiene que ver con eso, aunque esta última presidencia ya no queda incluida en el libro). Por otro, cómo el cuarteamiento del poder territorial entre alcaldes y gobernadores genera una multitud de partidos políticos y obliga a cada candidato presidencial a articular múltiples alianzas y coaliciones, en ocasiones incurriendo en una «compra-venta» de favores que generalmente acaba teniendo un coste para la institucionalidad del país.

La redacción del libro fue concluida antes del colapso de la era gubernamental del Partido de los Trabajadores. Por eso la consideración de los gobiernos de Lula da Silva y Dilma Rousseff es, quizás, algo complaciente, como una suerte de «fin de la historia»: desde el final de la dictadura militar en 1985, el país habría evolucionado en la mejora de su vida democrática y social hasta el tiempo coronado por el PT. El «caso Lava Jato» ha demostrado más bien que «la historia continúa».

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COMENTARIO Sebastián Bruzzone

“Hemos fallado… Debimos haber actuado antes frente a la pandemia”. No son palabras de un politólogo, científico o periodista, sino de la propia canciller Angela Merkel dirigiéndose a los otros 27 líderes de la Unión Europea el 29 de octubre de 2020.

Cualquier persona que haya seguido las noticias desde marzo hasta hoy puede darse cuenta fácilmente de que ningún gobierno en el mundo ha sabido controlar la expansión del coronavirus, excepto en un país: Nueva Zelanda. Su primera ministra, la joven Jacinda Ardern, cerró las fronteras el 20 de marzo e impuso una cuarentena de 14 días para los neozelandeses que volviesen del extranjero. Su estrategia “go hard, go early” ha obtenido resultados positivos si se comparan con el resto del planeta: menos de 2.000 infectados y 25 fallecidos desde el inicio de la crisis sanitaria. Y la pregunta es: ¿cómo lo han hecho? La respuesta es relativamente sencilla: su comportamiento unilateral.

Los más escépticos a esta idea pueden pensar que “Nueva Zelanda es una isla y ha sido más fácil de controlar”. Sin embargo, es necesario saber que Japón también es una isla y tiene más de 102.000 casos confirmados, que Australia ha tenido más de 27.000 infectados, o que Reino Unido, que es incluso más pequeño que Nueva Zelanda, tiene más de un millón de contagiados. El porcentaje de casos sobre los habitantes totales de Nueva Zelanda es ínfimo, tan solo un 0,04% de su población ha sido infectada.

Mientras los Estados del mundo esperaban que la Organización Mundial de la Salud (OMS) estableciese unas directrices para dar una respuesta común frente a la crisis mundial, Nueva Zelanda se alejó del organismo desoyendo sus recomendaciones totalmente contradictorias, que el presidente estadounidense Donald J. Trump calificó como “errores mortales” mientras suspendía la aportación americana a la organización. El viceprimer ministro japonés Taro Aro llegó a decir que la OMS debería cambiar de nombre y llamarse “Organización China de la Salud”.

El caso neozelandés es el ejemplo del debilitamiento del multilateralismo actual. Lejos queda aquel concepto de cooperación multilateral que dio origen a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) tras la Segunda Guerra Mundial, cuyo fin era mantener la paz y la seguridad en el mundo. Los fundamentos de la gobernanza global fueron diseñados por y para Occidente. Las potencias del siglo XX ya no son las potencias del siglo XXI: países emergentes como China, India o Brasil exigen más poder en el Consejo de Seguridad de la ONU y en el Fondo Monetario Internacional (FMI). La falta de valores y objetivos comunes entre países desarrollados y países emergentes está minando la legitimidad y relevancia de las organizaciones multilaterales del siglo pasado. De hecho, China ya propuso en 2014 la creación del Asian Investment Infrastructure Bank (AIIB) como alternativa al FMI o al Banco Mundial.

La Unión Europea tampoco se salva del desastre multilateral porque tiene atribuida la competencia compartida en los asuntos comunes de seguridad en materia de salud pública (TFUE: art. 4.k)). El 17 de marzo, el Consejo Europeo tomó la incoherente decisión de cerrar las fronteras externas con terceros Estados cuando el virus ya estaba dentro en lugar de suspender temporal e imperativamente el Tratado de Schengen. En el aspecto económico, la desigualdad y el recelo entre los países del norte y del sur con tendencia a endeudarse ha aumentado. La negativa de Holanda, Finlandia, Austria y demás frugales frente a la ayuda incondicional requerida por un país como España que tiene más coches oficiales y políticos que el resto de Europa y Estados Unidos juntos ponía en tela de juicio uno de los principios fundamentales sobre los que se construyó la Unión Europea: la solidaridad.

Europa ha sido la tormenta perfecta en un mar de incertidumbre y España, el ojo del huracán. El fondo de recuperación económico europeo es un término que eclipsa lo que realmente es: un rescate financiero. Un total de 750.000 millones de euros repartidos principalmente entre Italia, Portugal, Francia, Grecia y España, que recibirá 140.000 millones y que devolverán los hijos de nuestros nietos. Parece una fantasía que las primeras ayudas sanitarias que recibió Italia proviniesen de terceros Estados y no de sus socios comunitarios, pero se convirtió en una realidad cuando los primeros aviones de China y Rusia aterrizaron en el aeropuerto de Fiumicino el 13 de marzo. La pandemia está resultando ser un examen de conciencia y credibilidad para la Unión Europea, un barco camino del naufragio con 28 tripulantes intentando achicar el agua que lo hunde lentamente.

Grandes académicos y políticos confirman que los Estados necesitan el multilateralismo para responder de forma conjunta y eficaz a los grandes riesgos y amenazas que han traspasado las fronteras y para mantener la paz global. Sin embargo, esta idea se derrumba al reparar en que el máximo referente del bilateralismo de hoy, Donald J. Trump, ha sido el único presidente estadounidense desde 1980 que no ha iniciado una guerra en su primer mandato, que ha acercado posturas con Corea del Norte y que ha conseguido el reconocimiento de Israel por Bahréin y los Emiratos Árabes Unidos.

Es hora de cambiar la geopolítica hacia soluciones actualizadas y propuestas en el consenso basado en una gobernanza en cooperación y no en una gobernanza global dirigida por instituciones obsoletas y realmente poderosas. El multilateralismo globalista que busca unificar la actuación de países con raíces culturales e históricas muy dispares bajo una misma entidad supranacional a la que éstos ceden soberanía puede causar grandes enfrentamientos en el seno de la entente, provocar la salida de algunos de los miembros descontentos, la posterior extinción de la organización pretendida e, incluso, una enemistad o ruptura de relaciones diplomáticas.

Sin embargo, si los Estados con valores, leyes, normas consuetudinarias o intereses similares deciden agruparse bajo un Tratado o crean una institución regulatoria, incluso cediendo la soberanía justa y necesaria, el entendimiento será mucho más productivo. Así, una red de acuerdos bilaterales entre organizaciones regionales o entre Estados tiene la posibilidad de crear objetivos más precisos y específicos, a diferencia de firmar un tratado globalista en el que las extensas letras y listas de sus artículos y miembros pueden convertirse en humo y una mera declaración de intenciones como ha ocurrido con la Convención de París contra el Cambio Climático en 2015.

Esta última idea es el verdadero y óptimo futuro de las relaciones internacionales: el bilateralismo regional. Un mundo agrupado en organizaciones regionales formadas por países con características y objetivos análogos que negocien y lleguen a acuerdos con otros grupos de regiones mediante el diálogo, el entendimiento pacífico, el arte de la diplomacia y pactos vinculantes sin la necesidad de ceder el alma de un Estado: la soberanía.

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Joe Biden y Barack Obama en febrero de 2009, un mes después de llegar a la Casa Blanca [Pete Souza]

▲ Joe Biden y Barack Obama en febrero de 2009, un mes después de llegar a la Casa Blanca [Pete Souza]

COMENTARIO / Emili J. Blasco

Este artículo fue previamente publicado, algo abreviado, en el diario ‘Expansión’.

Uno de los grandes errores que revelan las elecciones presidenciales de Estados Unidos es haber subestimado la figura de Donald Trump, creyéndole una mera anécdota, y haber desconsiderado, por antojadiza, gran parte de su política. En realidad, el fenómeno Trump es una manifestación, si no una consecuencia, del actual momento estadounidense y algunas de sus principales decisiones, sobre todo en el ámbito internacional, tienen más que ver con imperativos nacionales que con volubles ocurrencias. Esto último sugiere que hay aspectos de política exterior, dejando aparte las maneras, en los que Joe Biden como presidente puede estar más cerca de Trump que de Barack Obama, sencillamente porque el mundo de 2021 es ya algo distinto al de la primera mitad de la anterior década.

En primer lugar, Biden tendrá que confrontar a Pekín. Obama comenzó a hacerlo, pero el carácter más asertivo de la China de Xi Jinping se ha ido acelerando en los últimos años. En el pulso de superpotencias, especialmente por el dominio de la nueva era tecnológica, Estados Unidos se lo juega todo frente a China. Cierto que Biden se ha referido a los chinos no como enemigos sino como competidores, pero la guerra comercial ya la empezó a plantear la Administración de la que él fue vicepresidente y ahora la rivalidad objetiva es mayor.

El repliegue de Estados Unidos tampoco responde a una locura de Trump. En el fondo tiene que ver, simplificando algo, con la independencia energética alcanzada por los estadounidenses: ya no necesitan el petróleo de Oriente Medio y ya no tienen que estar en todos los océanos para asegurar la libre navegación de los tanqueros. El ‘America First’ de algún modo ya lo inició también Obama y Biden no irá en dirección opuesta. Así que, por ejemplo, no cabrá esperar una gran implicación en asuntos de la Unión Europea ni que se retomen negociaciones en firme para un acuerdo de libre comercio entre ambos mercados atlánticos.

En los dos principales logros de la era Obama –el acuerdo nuclear con Irán sellado por Estados Unidos, la UE y Rusia, y el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Washington y La Habana– Biden tendrá difícil transitar por el sendero entonces definido. Puede haber intentos de nueva aproximación a Teherán, pero habría una mayor coordinación en contra por parte de Israel y el mundo suní, instancias que ahora convergen más. Biden podría encontrarse con que una menor presión sobre los ayatolás empuja a Arabia Saudí hacia la bomba atómica.

En cuanto a Cuba, la vuelta a una disensión estará más en las manos del gobierno cubano que del propio Biden, que en la pérdida electoral en Florida ha podido leer un rechazo a cualquier condescendencia con el castrismo. Pueden desmontarse algunas de las nuevas restricciones impuestas por Trump a Cuba, pero si La Habana sigue sin mostrar voluntad real de cambio y apertura, la Casa Blanca ya no tendrá por qué seguir apostando por concesiones políticas a crédito.

En el caso de Venezuela, Biden posiblemente replegará buena parte de las sanciones, pero ya no cabe una política de inacción como la de Obama. Aquella Administración no confrontó más el chavismo por dos razones: porque no quiso molestar a Cuba dadas las negociaciones secretas que mantenía con ese país para reabrir sus embajadas y porque el nivel de letalidad del régimen aún no se había hecho insoportable. Hoy los informes internacionales sobre derechos humanos son unánimes sobre la represión y la tortura del gobierno de Maduro, y además la llegada de millones de refugiados venezolanos a los distintos países de la región obligan a tomar cartas en el asunto. Aquí lo esperable es que Biden pueda actuar de modo menos unilateral y, sin dejar de presionar, busque la coordinación con la Unión Europea.

Suele ocurrir que quien llega a la Casa Blanca se ocupa de los asuntos nacionales en sus primeros años y que más adelante, especialmente en un segundo mandato, se centre en dejar un legado internacional. Por edad y salud, es posible que el nuevo inquilino solo esté un cuadrienio. Sin el idealismo de Obama de querer “doblar el arco de la historia” –Biden es un pragmático, producto del establishment político estadounidense– ni las prisas del empresario Trump por el beneficio inmediato, es difícil imaginar que su Administración vaya a tomar serios riesgos en la escena internacional.

Biden ha confirmado su compromiso de arrancar su presidencia en enero revirtiendo algunas decisiones de Trump, notablemente en lo relativo al cambio climático y el acuerdo de París; en lo que afecta a algunos frentes arancelarios, como el castigo innecesario que la Administración saliente ha aplicado a países europeos, y en relación a diversos asuntos de inmigración, lo que sobre todo incumbe a Centroamérica.

De todos modos, aunque la izquierda demócrata quiera empujar a Biden hacia ciertos márgenes, creyendo tener en la vicepresidenta Kamala Harris una aliada, el presidente electo puede hacer valer su personal moderación: el hecho de que en las elecciones él haya obtenido mejor resultado que el propio partido le da, de momento, suficiente autoridad interna. Por lo demás, los republicanos han resistido bastante bien en el Senado y la Cámara de Representantes, de forma que Biden llega a la Casa Blanca con menos apoyo en el Capitolio que sus antecesores. Eso, en cualquier caso, puede contribuir a reforzar uno de los rasgos en general más valorados hoy del político de Delaware: la predictibilidad, algo que las economías y las cancillerías de buena parte de los países del mundo esperan con ansiedad.

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El actual mandatario realizó una sola visita, además en el marco del G-20, frente a las seis que Bush y Obama hicieron en sus primeros cuatro años

Los viajes internacionales no lo dicen todo acerca de la política exterior de un mandatario, pero dan alguna pista. Como presidente, Donald Trump únicamente ha viajado una vez a Latinoamérica, y además solo porque la cumbre del G-20 a la que asistía se celebraba en Argentina. No es que Trump no se haya ocupado de la región –desde luego, la política hacia Venezuela ha estado muy presente en su gestión–, pero el no haber hecho el esfuerzo de desplazarse a otros países del continente refleja bien el carácter más unilateral de su política, poca volcada en ganar simpatías entre sus pares.

Firma en México en 2018 del tratado de libre comercio entre los tres países de Norteamérica [Departamento de Estado, EEUU]

▲ Firma en México en 2018 del tratado de libre comercio entre los tres países de Norteamérica [Departamento de Estado, EEUU]

ARTÍCULO Miguel García-Miguel

Con tan solo una visita a la región, el mandatario estadounidense es el que menos visitas oficiales ha realizado desde la primera legislatura de Clinton, quien también la visitó una sola vez. Por el contrario, Bush y Obama presentaron más atención al territorio vecino, ambos con seis visitas en su primera legislatura. Trump centró su campaña diplomática en Asia y Europa y reservó lo asuntos de Latinoamérica a visitas de los presidentes de la región a la Casa Blanca o a su ‘resort’ de Mar-a-Lago.

En realidad, la Administración Trump dedicó tiempo a asuntos latinoamericanos, tomando posturas más rápidamente que la Administración Obama, pues el empeoramiento del problema de Venezuela requería definir acciones. Al mismo tiempo, Trump ha tratado asuntos de la región con presidentes latinoamericanos en visitas de estos a Estados Unidos. No ha habido, sin embargo, un esfuerzo de multilateralidad o empatía, saliendo a su encuentro en sus países de origen para tratar allí de sus problemas.

Clinton: Haití

El presidente demócrata realizó una única visita a la región en su primer mandato. Acabada la operación Uphold Democracy para devolver al poder a Jean-Bertrand Aristide, el 31 de marzo 1995 Bill Clinton viajó a Haití para la ceremonia de transición organizada por Naciones Unidas. La operación había consistido en una intervención militar de Estados Unidos, Polonia y Argentina, con la aprobación de la ONU, para derrocar a la junta militar que había depuesto por la fuerza a Aristide, quien había sido elegido democráticamente. Durante su segundo mandato, Clinton prestó más atención a los asuntos de la región, con trece visitas.

Bush: tratados de libre comercio

Bush realizó su primer viaje presidencial al país vecino, México, donde se entrevistó con el entonces presidente Fox para tratar diversos temas. México prestó atención al trato del gobierno estadounidense a los inmigrantes mexicanos, pero ambos presidentes también discutieron sobre el funcionamiento del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o, en inglés, NAFTA), entrado en vigor en 1994, y de aunar esfuerzos en la lucha contra el narcotráfico. El presidente de EEUU tuvo la oportunidad de visitar México tres veces más durante su primer mandato con el fin de asistir a reuniones multilaterales. En concreto, asistió en marzo de 2002 a la Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo, organizada por las Naciones Unidas y que resultó en el Consenso de Monterrey; además Bush aprovechó la oportunidad para volver a entrevistarse con el presidente mexicano. En octubre del mismo año asistió a la cumbre del foro APEC (Asia-Pacific Economic Cooperation), que ese año se celebraba en el enclave mexicano de Los Cabos. Por último, pisó de nuevo territorio mexicano para acudir a la Cumbre Extraordinaria de las Américas que tuvo lugar en Monterrey en 2004.

Durante su primera legislatura Bush impulsó la negociación de nuevos tratados de libre comercio con diversos países americanos, que fue lo que marcó la política de su Administración en relación con el Hemisferio Occidental. En el marco de esa política viajó a Perú y a El Salvador los días 23 y 24 de marzo del 2002. En Perú se reunió con el presidente de ese país y con los presidentes de Colombia, Bolivia y Ecuador, con el fin de llegar a un acuerdo que renovase la ATPA (Andean Trade Promotion Act), por la cual EEUU otorgaba libertad arancelaria en una amplia gama de las exportaciones de esos países. Finalmente, el asunto se resolvió con la promulgación en octubre del mismo año de la ATPDEA (Andean Trade Promotion and Drug Erradication Act), que mantuvo las libertades arancelarias en compensación por la lucha contra el narcotráfico, intentando desarrollar económicamente la región para crear alternativas a la producción de cocaína. Por último, en el caso de El Salvador se reunió con los presidentes centroamericanos para discutir la posibilidad de un Tratado de Libre Comercio con la región (conocido en inglés como CAFTA) a cambio de un refuerzo de la seguridad en los ámbitos de la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo. El Tratado fue ratificado tres años más tarde por el Congreso estadounidense. Bush volvió a visitar Latinoamérica hasta once veces durante su segundo mandato.

 

Gráfico 1. Elaboración propia con datos de Office of the Historian

 

Obama: dos Cumbres de las Américas

Obama comenzó su recorrido de visitas diplomáticas a territorio latinoamericano con la asistencia a la V Cumbre de las Américas, celebrada en Puerto Príncipe (Trinidad y Tobago). En la Cumbre se reunieron todos los líderes de los países soberanos americanos a excepción de Cuba y tuvo como fin la coordinación de esfuerzos para la recuperación de la reciente crisis del 2008 con menciones a la importancia de la sostenibilidad ambiental y energética. Obama volvió a asistir en 2012 a la VI Cumbre de las Américas que se celebró esta vez en Cartagena de Indias (Colombia). A esta Cumbre no acudió ningún representante de Ecuador ni de Nicaragua en protesta por la exclusión hasta la fecha de Cuba. Tampoco acudió el presidente de Haití ni el presidente venezolano Hugo Chávez alegando motivos médicos. En la cumbre se volvieron a discutir temas de economía y seguridad teniendo especial relevancia la guerra contra las drogas y el crimen organizado, así como el desarrollo de políticas ambientales. Además, aprovechó esta visita para anunciar junto a Juan Manuel Santos, la entrada en efecto del Tratado de Libre Comercio entre Colombia y EEUU, negociado por la Administración Bush y ratificado tras cierta demora por el Congreso estadounidense. El presidente demócrata también tuvo la ocasión de visitar la región con motivo de la reunión del G-20 en México, pero esta vez el tema central rondó en torno a las soluciones para frenar la crisis de la deuda europea.

En cuanto a las reuniones bilaterales, Obama realizó una gira diplomática entre el 19 y el 23 de marzo de 2010 por Brasil, Chile y El Salvador, entrevistándose con sus respectivos presidentes. Aprovechó la ocasión para retomar las relaciones con la izquierda brasileña que gobernaba el país desde el 2002, reiterar su alianza económica y política con Chile y anunciar un fondo de 200 millones de dólares para reforzar la seguridad en Centroamérica. Durante su segundo mandato realizó hasta siete visitas, entre las que cabe destacar la reanudación de las relaciones diplomáticas con Cuba, pausadas desde el triunfo de la Revolución.

Trump: T-MEC

Donald Trump tan solo visitó Latinoamérica en una ocasión para asistir a la reunión del G-20, una convocatoria que ni siquiera era regional, celebrada en Buenos Aires en diciembre de 2018. Entre los diversos acuerdos alcanzados destacan la reforma de la Organización Mundial de Comercio y el compromiso de los asistentes de implementar las medidas adoptadas en el Acuerdo de París, a excepción de EEUU, puesto que el presidente ya había reiterado su empeño en salirse del acuerdo. Aprovechando la visita, firmó el T-MEC (Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá, nuevo nombre para el renovado TLCAN, cuya renegociación había sido una exigencia de Trump) y se reunió con el presidente chino en el contexto de la guerra comercial. Trump, en cambio, no acudió a la VIII Cumbre de las Américas celebrada en Perú en abril de 2018; el viaje, que debía llevarle también a Colombia, fue cancelado a última hora porque el presidente estadounidense prefirió permanecer en Washington ante una posible escalada de la crisis siria.

El motivo de las pocas vistas a la región ha sido que Trump ha dirigido su campaña diplomática hacia Europa, Asia y en menor medida Oriente Medio, en el contexto de la guerra comercial con China y de la pérdida de poder en el panorama internacional de EEUU.

 

Gráfico 2. Elaboración propia con datos de Office of the Historian

 

Solo un viaje, pero seguimiento de la región

A pesar de apenas haber viajado al resto del continente, el candidato republicano sí ha prestado atención a los asuntos de la región pero sin moverse de Washington, pues han sido hasta siete los presidentes latinoamericanos que han pasado por la Casa Blanca. Las reuniones han tenido como foco principal el desarrollo económico y el reforzamiento de la seguridad, como es habitual. Atendiendo a la realidad de cada país las reuniones giraron más entorno a la posibilidad de futuros tratados de comercio, la lucha contra la droga y el crimen organizado, evitar el flujo de inmigración ilegal que llega hasta Estados Unidos o la búsqueda de reforzar alianzas políticas. Aunque la web del gobierno estadounidense no la catalogue como una visita oficial, Donald Trump también llegó a reunirse en la Casa Blanca en febrero de este mismo 2020 con Juan Guaidó, reconocido como presidente encargado de Venezuela.

Justamente, si ha habido un tema común a todas estas reuniones, ese ha sido la situación de crisis económica y política en Venezuela. Trump ha buscado aliados en la región para cercar y presionar al gobierno de Maduro el cual no solo es un ejemplo de continuas violaciones de los derechos humanos, sino que además desestabiliza la región. La férrea oposición al régimen le sirvió a Donald Trump como propaganda para ganar popularidad e intentar salvar el voto latino en las elecciones del 3 de noviembre, y eso tuvo su premio al menos en el estado de Florida.

 

Gráfico 3. Elaboración propia con datos de Office of the Historian

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COMENTARIO / Rafael Calduch Torres*

Tal y como manda la tradición desde 1845, el primer martes de noviembre, el próximo día 3, los habitantes con derecho a voto de los cincuenta estados que conforman Estados Unidos, tomarán parte en el quincuagésimo noveno Election Day, el día en el que se conforma el Colegio Electoral, que tendrá que elegir entre mantener al cuadragésimo quinto Presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump, o escoger al cuadragésimo sexto, Joe Biden.

 

Pero el verdadero problema al que se enfrentan no sólo los habitantes de EEUU, sino el resto de población del planeta es que tanto Trump como Biden plantean su estrategia internacional en clave interna, siguiendo la estela del cambio que se produjo en el país a raíz de los atentados del 11-S y cuyo resultado fundamental ha sido la ausencia de un liderazgo efectivo de la superpotencia americana en los últimos veinte años. Porque si hay algo que nos tiene que quedar claro es el hecho de que ninguno de los candidatos, como no lo hicieron sus predecesores, tiene un plan que permita retomar el liderazgo internacional del que disfrutaron los Estados Unidos hasta el final de la década de los ’90; por el contrario lo que les urge es resolver los problemas domésticos y supeditar las cuestiones internacionales, que una superpotencia de la talla de los EEUU debe afrontar, a las soluciones que se adopten internamente, lo que es uno de los graves errores estratégicos de nuestra era, pues los liderazgos internacionales fuertes y coherentes con la gestión de los problemas internos han permitido históricamente la creación de puntos de encuentro en la sociedad estadounidense que amortiguan las divisiones y cohesionan al país.

Sin embargo, pese a estas similitudes generales hay una clara diferencia entre ambos candidatos a la hora de abordar los temas internacionales que afectará a los resultados de la elección que harán el martes los estadounidenses.

The Power of America’s example”. Con este eslogan, la propuesta general de Biden, mucho más clara y accesible que la de Trump, desarrolla un plan para liderar el mundo democrático en el S. XXI basado en utilizar la forma en la que se solucionarán los problemas domésticos estadounidenses como ejemplo, aglutinante y sostén de su liderazgo internacional; ni que decir tiene que la mera suposición de que los problemas internos de los Estados Unidos no sean exactamente extrapolables al resto de actores internacionales no se tiene tan siquiera en cuenta.

Así el candidato demócrata, utilizando una retórica bastante tradicional en torno a la dignificación del liderazgo, utiliza la conexión entre realidad interna e internacional, para plantear un programa de regeneración nacional sin concretar cómo ello conseguirá restablecer el liderazgo internacional perdido. Este planteamiento se sustentará sobre dos pilares principales que serán la regeneración democrática del país y la reconstrucción de la clase media estadounidense que, a su vez, permitirán apuntalar otros proyectos internacionales

La regeneración democrática descansará en el refuerzo de los sistemas educativo y judicial, la transparencia, la lucha contra la corrupción o el fin de los ataques a los medios y se plantea como el instrumento para el restablecimiento del liderazgo moral del país que, además de inspirar a otros, serviría para que los EE.UU. trasladasen esas políticas nacionales estadounidenses al ámbito internacional, para que otros las sigan y las imiten a través de una suerte de liga global por la democracia que se nos antoja muy nebulosa.

Mientras tanto, la reconstrucción de la clase media, la misma a la que apeló Trump hace cuatro años, pasaría por una mayor inversión en innovación tecnológica y una supuesta mayor equidad global respecto al comercio internacional, del que se beneficiaría sobre todo Estados Unidos.

Finalmente, todo lo anterior se complementaría con una nueva era en el control armamentístico internacional a través de un nuevo tratado START entre EEUU y Rusia, el liderazgo de EEUU en la lucha contra el cambio climático, el fin de las intervenciones en suelo extranjero, particularmente en Afganistán, y el restablecimiento de la diplomacia como elemento vertebrador de la política exterior estadounidense.

Promises Made, promises kept!”. ¿Cuál es la alternativa de Trump? El actual Presidente no desvela cuáles son sus proyectos y plantea, sin embargo, un repaso a sus “logros” que, entendemos, nos dará idea de lo que será su política exterior que girará en torno a la continuidad en el reequilibrio comercial de los EEUU basado, como hasta ahora, en un blindaje de las compañías estadounidenses frente la inversión extranjera, la imposición de nuevos aranceles, la lucha contra prácticas comerciales fraudulentas especialmente por parte de China y el restablecimiento de las relaciones de EEUU con sus aliados en Asia/Pacífico, Oriente Medio y Europa, pero sin propuestas específicas.

Con respecto al ámbito de la seguridad, tratado de forma diferenciada por Trump, la receta es el aumento de los gastos en defensa, el blindaje del territorio de los Estados Unidos contra el terrorismo y la oposición a Corea del Norte, Venezuela e Irán, a la que se unirá el mantenimiento y expansión de la reciente campaña de acciones dirigidas específicamente contra Rusia, con el objetivo declarado de contenerla en Ucrania y de evitar ciberataques.

Pero la realidad es que ambos candidatos tendrán que enfrentar retos globales que no han considerado en sus programas y que les condicionarán decisivamente en sus mandatos, empezando por la gestión de la pandemia y sus efectos económicos a escala mundial y pasando por la creciente competición de la Unión Europea, sobre todo a medida que se desarrollen sus capacidades militares y de defensa comunes.

Como acabamos de evidenciar, ninguno de los candidatos ofrecerá soluciones nuevas y por ello no es probable que la situación mejore, al menos en el corto plazo.

* Doctor en Historia Contemporánea. Licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración. Profesor de la UNAV y de la UCJC

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WORKING PAPER / María del Pilar Cazali

 

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ABSTRACT

The Brexit deal has led to a shift in the UK’s relationship not only with the European Union but also with other countries around the world. Africa is key in the new relationships the UK is trying to build outside from the EU due to their historical past, the current Commonwealth link, and the important potential trade deals. This article looks to answer how hard the UK will struggle with competition in the African country as an individual state, no longer member of the EU. These struggles will be especially focused on trading aspects, as they are the most important factors currently for the UK in the post-Brexit era, and it’s also the strongest focus of the EU in Africa.

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[Peter Zeihan, Desunited Nations. The Scramble for Power in an Ungoverned World (New York: Harper Collins, 2020) 453 pgs]

RESEÑA / Emili J. Blasco

Desunited Nations. The Scramble for Power in an Ungoverned World El mundo parece caminar hacia lo que Peter Zeihan denomina «el gran desorden». La suya no es una visión catastrofista del orden internacional por el mero placer de revolcarse en el pesimismo, sino que se presenta plenamente razonada. El repliegue de Estados Unidos está dejando al orbe sin la presencia ubicua de quien aseguraba la estructura mundial que hemos conocido desde la Segunda Guerra Mundial, lo que fuerza a los demás países a un comercio intercontinental más inseguro y a buscarse la vida en un entorno de «naciones desunidas».

Zeihan lleva tiempo sacando consecuencias de su idea seminal, expuesta en su primer libro, The Accidental Superpower (2014): el éxito del frácking ha dado independencia energética a Estados Unidos, por lo que ya no necesita el petróleo de Oriente Medio y progresivamente se retirará de buena parte del mundo. En su siguiente libro, The Absent Superpower (2016), detalló cómo la retirada estadounidense dejará a los demás países sin capacidad de garantizar la seguridad de las rutas del importante comercio marítimo y reducirá la proliferación de contactos desarrollados en esta era de globalización. Esto último se ha acelerado ahora con la pandemia del Covid, que llegó cuando un tercer volumen, Desunited Nations (2020), estaba a punto de publicarse. Zeihan no tuvo tiempo para incluir una referencia a los estragos del virus, pero no hacía falta porque su texto iba en cualquier caso en la misma dirección.

Zeihan, analista geopolítico que trabajó con George Friedman en Stratfor y ahora tiene su propia firma, estudia esta vez cómo las diferentes potencias van a adaptarse al «gran desorden» y cuáles de ellas cuentan con mejores perspectivas. El libro trata «de lo que ocurre cuando el orden global no solo se está desmoronando, sino cuando muchos líderes sienten que sus países saldrán mejor parados derribándolo». Y no es únicamente algo de la Administración Trump: «el empujón para el repliegue estadounidense no empezó con Trump, ni terminará con él», dice Zeihan.

El autor cree que, en el nuevo esquema, Estados Unidos se mantendrá como superpotencia, China no alcanzará una posición hegemónica y Rusia proseguirá en su decadencia. Entre otras potencias menores, Francia liderará la nueva Europa (no Alemania; mientras que los británicos «están condenados a una depresión de múltiples años»), Arabia Saudí dará más preocupación al mundo que Irán y Argentina tendrá mejor futuro que Brasil.

Por centrarnos en la rivalidad EEUU-China, estaría bien recoger algunos de los argumentos esgrimidos por Zeihan para su escepticismo sobre la consolidación del auge chino.

Para ejercer de modo efectivo de superpotencia, China necesita un mayor control de los mares. El problema no es construir una gran armada orientada al exterior, sino que, siendo ya difícil poder sostener ese enorme esfuerzo en el tiempo, debe además tener simultáneamente «una enorme armada defensiva y una enorme fuerza aérea y una enorme fuerza de seguridad interior y un enorme Ejército y un enorme sistema de inteligencia y un enorme sistema de fuerzas especiales y una capacidad de despliegue global».

Para Zeihan, la cuestión no es si China será el próximo hegemón, que «no puede serlo», sino «si China incluso puede mantenerse unida como país». Vectores que juegan en contra son la imposibilidad de alimentar por sí misma a toda su población, la falta de suficientes fuentes de energía propias, los fuertes desequilibrios territoriales o los condicionamientos demográficos, como el hecho de que haya 41 millones de hombres chinos por debajo de los 40 años que nunca podrán casarse.

No es infrecuente que haya autores estadounidenses que predigan un futuro colapso de China. Sin embargo, episodios como el coronavirus, visto inicialmente como un serio tropiezo para Pekín, nunca acaban por cercenar la marcha hacia delante del coloso asiático, por más que lógicamente las cifras de crecimiento económico chino se han ido moderando con los años. De ahí que a veces esos malos augurios de muchos cabría interpretarlos más como un deseo que como un análisis con suficientes dosis de realismo. Zeihan, ciertamente, escribe de un modo algo «suelto», con afirmaciones rotundas que buscan sacudir al lector, pero sus axiomas geopolíticos parecen estar generalmente refrendados: licuando bien lo que dice en sus tres libros, tenemos un claro aviso de por dónde se supone que va a ir el mundo; y por ahí efectivamente está yendo.

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COMENTARIO / Juan Luis López Aranguren

Si la diplomacia tradicional se entiende como las relaciones ejercidas entre representantes oficiales de los Estados, en los últimos años ha ganado popularidad un nuevo concepto de diplomacia que se ha vuelto cada vez más importante en las relaciones entre las naciones: la diplomacia cultural. Asumiendo que la cultura es el vehículo a través del cual las naciones se comunican entre sí, la diplomacia cultural es el intercambio de cultura, ideas e información que las naciones de todo el mundo realizan para lograr una comprensión mutua que permita avanzar en la construcción de un mundo más justo y estable. En este ámbito, la celebración de los Juegos Olímpicos es uno de los eventos de diplomacia cultural más importante que una nación puede lograr para proyectar y compartir su cultura e identidad con el resto del mundo. En este sentido, Japón reafirmó su posición como referente mundial de esta diplomacia con la aparición pública en la ceremonia de clausura de los JJOO de Río de Janeiro de 2016. En ella, el primer ministro japonés Shinzo Abe apareció caracterizado como el personaje mundialmente conocido Mario para recoger el testigo de cara a los JJOO de Tokio 2020. Japón empleaba, de esta manera, un icono de la cultura pop japonesa para proyectar su identidad cultural a todo el planeta. 

En esta dimensión del poder blando o diplomacia cultural, los Juegos Olímpicos son el mayor exponente del mismo. Ya en su origen, en el año 776 a.C., los JJOO se revelaban como una herramienta diplomática de extraordinaria fortaleza al obligar a una tregua sagrada a las diferentes ciudades-estado que participaban en los mismos. Por lo tanto, desde su mismo origen fue posible lograr objetivos políticos internacionales empleando esta herramienta cultural. Esta medida se observaba hasta el punto de que si alguna ciudad-estado violaba esta tregua, sus atletas eran expulsados de la competición.

Esta misma manifestación se ha repetido en épocas más recientes, demostrando que los JJOO han sido durante toda la Historia un campo de batalla diplomático. En 1980 los EEUU y otros 65 países boicotearon los JJOO de Moscú en protesta por la invasión de Afganistán por parte de la URSS. Como represalia, la URSS y otros 13 Estados boicotearon la siguiente edición de los JJOO en 1984 celebrada en Los Ángeles.

Los próximos Juegos Olímpicos de Tokio 2021 (retrasados un año debido a la pandemia) no arrastran ninguna polémica de este tipo. En su lugar han sido concebidos como una oportunidad histórica de reinvención del país a nivel interno y global tras la catástrofe de Fukushima (o Gran Terremoto del Este de Japón). Para ello se ha aprobado un proyecto oficial titulado Tokyo 2020 Action & Legacy Plan 2016 en el cual se pretende conseguir tres objetivos: en primer lugar, lograr la máxima conexión de ciudadanos japoneses y colectivos con los JJOO de Tokio. En segundo lugar, maximizar la proyección cultural tanto nacional como global. En tercer y último lugar, asegurar un legado de valor a las futuras generaciones, tal y como fue con ocasión de los JJOO de Tokio 1964.

Estos tres objetivos apuntados por el Gobierno japonés se manifestarán en cinco pilares dimensionales en los cuales se va a actuar. Estos cinco pilares se articulan a modo de los anillos olímpicos, entrelazándose entre ellos y fortaleciendo el impacto doméstico e internacional de estos JJOO. Estas dimensiones, son, empezando por el más inmediato a la propia vertiente puramente deportiva, la promoción del propio deporte y la salud. El segundo, conectar con la cultura y educación. El tercero, también con gran importancia por su potencial de reforma de Tokio en particular y Japón en general, la planificación urbana y la sostenibilidad. No en vano, El Gobierno japonés y el Gobierno metropolitano de Tokio han realizado grandes esfuerzos para construir infraestructuras ambiciosas que den cabida a estos JJOO, hasta el punto de relocalizar la famosa e icónica lonja de Tsukiji que ha sido un símbolo de la ciudad desde 1935. En cuarto lugar, estos JJOO se van a emplear para reactivar la economía y la innovación tecnológica, de la misma manera que ya lo hicieron los JJOO de Tokio de 1964 cuando sirvieron de escaparate para los primeros Shinkansen o trenes bala que se han convertido en uno de los iconos tecnológicos de Japón. Finalmente, en quinto lugar, Japón se planteó estos JJOO como una oportunidad de superar la crisis y el trauma provocado por el desastre de Fukushima (catástrofe que en el país nipón se denomina empleando el terremoto que lo provocó: el Gran Terremoto del Este de Japón).

A estos cinco objetivos que van desde lo más específico a los más general se les suma este 2020 un sexto objetivo o dimensión no oficial: proyectar a nivel doméstico e internacional la recuperación de Japón frente a la pandemia del COVID. En este sentido, los JJOO no serán solamente un símbolo de superación frente a un desastre particular japonés, sino que puede permitir al país nipón colocarse como un modelo en la gestión contra la pandemia y en la promoción de la recuperación económica.

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Nicolás Maduro during a broadcasted speech [Gov. of Venezuela]

▲ Nicolás Maduro during a broadcasted speech [Gov. of Venezuela]

ESSAY /  Isabelle León Graticola

It is no secret to anyone that Venezuela is going through the most convoluted economic and social crisis in its history, a crisis in which the creators have manipulated the existence of the people, degrading its integrity, and extinguishing everything that once characterized Venezuela.

The country holds a key geopolitical location that serves as a route for North America and the Caribbean to the rest of South America. Likewise, the country is endowed with abundant natural resources like natural gas, iron ore, diamonds, gold, and oil.1 Venezuela has the largest proven oil reserves in the world, with 302 billion barrels in January 2018, emanating an extremely rich country with astonishing potential.2  However, this crisis has not only hindered people's lives but has ironically dissipated the country's resources to consolidate the pillars of the regime to such an extent that today the government of Nicolás Maduro is importing oil from Iran. Inadequate policies that have weakened the society’s sense of responsibility and nationalism, decreased foreign investment out of lack of trust, and annihilated the state-led oil production, therefore reinforcing the country’s economic downfall and hyperinflation.

The Venezuelan government, headed by Nicolás Maduro, has managed its way to continue holding power despite accusations of corruption, crimes against humanity, and even drugs trafficking involvement. The perplexing socio-economic and political crisis has created an unsustainable and violent context in which poorly informed people are manipulated by the government through speeches that take big significance on how society perceives the actual situation, as well as other countries’ statements on the crisis. Up to this point, it has become difficult to understand what keeps bolstering this regime, but if the situation is analyzed from the nucleus, the well-orchestrated rhetoric of Chávez and his successor, Maduro, has contributed to support the ends and sustainment of the regime. 

Since Maduro reached power, poverty motivated violence has been rampant in Venezuela and insecurity has become a significant part of society’s dynamics. Consequently, many protests against the government demanding for freedom and better living standards have taken place. Maduro’s regime has been forced to employ tools such as fake news and hateful rhetoric to soften the anger of the people by manipulating them and brainwashing the armed forces to avoid uprisings. 

This article aims to analyze how Maduro’s rhetoric has maintained a minority in the wrong side of history and a majority in constant battle by making erroneous accusations to third parties to justify the perturbed situation, while the government keeps enriching its wallet at the cost of the people and its smudged operations. Such feverish society gave rise to pure uncertainty, to a place where disinformation takes the form of a lethal weapon for the dangerous context in which it exists.

The background: Chávez’s indoctrinated society

First, it is necessary to clarify that the focus of this article is merely on the rhetorical aspect as a pillar of the regime. However, when it comes to the background that has sustained Maduro’s administration up to this day, there is a more complex reality, full of crime, death, manipulation, and corruption. Venezuela is an almost abnormal reality because, after more than twenty years, it is still tied to a group of people who have taken absolutely everything from it. From a man that portrayed nothing but hope for the poor, to one who has managed his way sticking to policies damaging to the very people they mean to help, and which, sooner or later, will make the regime collapse.

Hugo Chávez’s presidency was characterized by a tremendous and persuasive oratory; he knew how to get to the people. Chávez’s measures and campaigns were based on a psychological strategy that won him the admiration of the most impoverished classes of the country. Chávez arrived and gave importance and attention to the big mass of the population that previous governments had systematically neglected. People felt the time had come for them to have what they never had before. Filled with charisma and political mastery, his speeches always contained jokes, dances, and colloquial phrases that were considered indecent by the country’s highest class and often misunderstood abroad.

Chávez always built a drastic separation between the ideals of the United States and Venezuela and looked for ways to antagonize the former with his rhetoric. He began to refer to George W. Bush as “Mr. Danger”, an imperial literary character of one of the most famous Venezuelan novels, Doña Bárbara.3

Hugo Chávez is one of the most revolutionary characters in Venezuelan history, one who brought the convoluted situation that today perpetuates in the country. Chávez persecuted journalists and political opponents, expropriated lands, nationalized Venezuela’s key industries such as telecommunications, electricity, and the refining processes of heavy crudes, and slowly degraded the society as the exercise of power was directed to hold complete control of Venezuela’s internal dynamics.4

Chávez extended education and medical assistance to the least favored classes and improved the living conditions of the needy. This policy did nothing but create among these classes a culture of dependence on the government. Chávez’s supporters or Chavistas were the pillars that buttressed the government, while the wealthy were cataloged as “squealing pigs” and “vampires.”5 The Chavistas admired Chavez’s charismatic character and his constant gifts; he gave them fridges and TVs, gadgets that they could never afford on their own. He also constructed buildings, under the “Misión Vivienda” initiative, to give people living in slums a ‘proper’ home. All of this was possible because the oil prices at the time were skyrocketing; he used the oil income to buy his support. The general standard of life, however, continued to be poor. The government knew what to give and how to manipulate to stay in power, and that is precisely what made Hugo Chávez so powerful and almost impossible to defeat despite strong opposition. 

Historically, the United States has opposed left-wing governments in Latin America, so Chávez condemned the US, by referring to them as an imperialist power, or the “Empire.” He disgraced US leaders and actions and transferred that anti-imperialistic and anti-capitalist approach to the population, part of which supported him and was blindly loyal to the cause. Chávez’s alliance with Cuba under Fidel Castro led to the supply of oil at cut-rate prices, all related to the desire of reducing US economic influence in South America. Chávez's populist initiatives were the tenets of his administration and controversial foreign policy. These, along with his rhetoric and opposition from the Venezuelan wealthy class, deeply polarized the society and gave rise to what Venezuela has today: a divided society that has suffered from the lack of basic necessities, disinformation, and integrity.

Currently, the spokesmen of the Government of Nicolás Maduro address citizens at all hours from public channels and social networks to stir up the disgruntlement of the population toward the external enemy.6 Despite the poorly prepared speeches, the lack of vocabulary, and the improper formulation of sentences, Maduro has kept the colloquial and unformal rhetoric that characterized Chávez, but has failed to draw the connection that the late president enjoyed. The anti-imperialist strategy has been maintained, and, as the justification of the crisis, it has become the epicenter of the regime’s speech. Nicolás Maduro’s rhetoric revolves around two words: the US and the “Patria”, a word frequently used by Chávez.

The base of Maduro’s rhetoric: the love for Chávez

Shortly before dying in March 2013, Hugo Chávez appointed Vice President Nicolás Maduro as his successor. Chávez’s charisma and legacy are what somehow ensured him that Maduro would provide a smooth transition. After Chávez’s passing, Maduro took advantage of the momentum and sentiment that the Chavistas revealed and ensured that if picked, he would follow the steps of his predecessor and would continue to strengthen the ‘Bolivarian Revolution’. Along with the continuity with Chávez's legacy, the defense of Venezuelan sovereignty in front of the US, and the social equality became the key messages of his administration.7 Nevertheless, Maduro had little support from the elites and inherited a country that was already economically weak due to the downfall of the oil prices and corruption.

In Chávez’s wake, Maduro appealed to the emotion of the audience. He strongly claimed that the people were there for the ‘Comandante’ and said that “his soul and his spirit was so strong that his body could not stand it anymore, and he was released and now through this universe expanding filling us with blessings and love”. He knew what this meant for the people and a crying audience exclaimed “Chávez vive, la lucha sigue”.

Maduro filled his rhetoric with the love for Chávez. He acknowledged that the Chavistas worshipped him as if he was God and that for ideological reasons, support for Maduro was guaranteed. Nevertheless, others recognized that the situation in the country was not favorable and questioned Maduro’s ability to fill the void left by Chávez. When Maduro took power, the country entered a period of reinforced economic decline accompanied by hyperinflation that nowadays exceeds 10 million percent.8 As it was previously stated, the conditions of poverty surpass anything seen before in the country, which is now on the brink of collapse.

Furthermore, Venezuela went through two rounds of mass protests, in 2014 and 2018, that demanded freedom and change. Unfortunately, and as was expected from the government, thousands of violations of human rights were part of the demonstration’s dynamics as brutal repression and the unjust imprisonment of demonstrators took place all along. Simultaneously, Maduro managed to call for concentrations on the days of the major opposition’s marches and retained the populist speech based on ideological arguments and emotional appeals among the minority of supporters to consolidate his power in Venezuela. Last year, in a regime concentration on February 23rd, he condemned the elites as he explained that he was certain that from the bottom of his Chavista sentiment of loyalty to this battle, he was never going to be part of one. He stated that Venezuela will continue to be Patria for more many years to come. 

The ongoing crisis has forced many to survive rather than to live, but despite all, Maduro remains in control. Maduro has kept Chávez’s anti-imperialist policy and has rejected any minimum support from the United States. The government takes advantage of the hunger and the vulnerable situation of its people and makes sure that it remains as the only source of food. It does not take responsibility and instead, blames the crisis on the ‘economic war’ that the US has imposed on Venezuela.9  When Juan Guaidó sworn himself the legitimate president, Maduro’s supporters started raising firms in a campaign called “Hands off Venezuela”, while the US was trying to get humanitarian assistance into Venezuela through the Colombian border in the name of Guaidó. 

In this sense, he explained in the same concentration speech that they were defending the national territory and the right to live freely and independently. Although it may seem ironic, because the government has killed hundreds of people with its police brutality and torture, this rhetoric is what has kept him the support of the hardcore revolutionary followers. The “Hands off Venezuela”, was shouted and accompanied by the worst English pronunciation –that characterizes Maduro–, and followed with insults to Guaidó.

As Maduro yelled “puppet, clown, and beggar of imperialism and Donald Trump. If he is the President, where are the economic and social measures that he has applied for the people? It is a game to deceive and manipulate, it is a game that has failed, the coup d'état has failed” as the red audience shouted, “jail him, jail him!”. He drew his speech to a hardcore anti-imperialist audience and firmly stated that the US intended to invade Venezuela and enslave it. Maduro finalized his speech by shouting “wave up the flag, up the Patria, for the people in defense of the Revolution”.

Recently, the US State Department released a price for the capture of Maduro and his cabinet, not only for the crimes committed against the Venezuelan population, but also because of their involvement in a huge drug-trafficking network. With this, the regime's position has become more vulnerable and simultaneously pragmatic, but as tough actions were taken against possible threats and opposing figures, Maduro’s rhetoric remains to deny its status and manipulating those that still support him. In another public speech, he stated that “Donald Trump's government, in an extravagant and extreme, vulgar, miserable action, launched a set of false accusations and like a racist cowboy of the 21st century, put a price on the heads of revolutionaries that still are willing to fight them”. He one more time accused the US of being the main cause of the economic crisis of Venezuela.

Nicolás Maduro’s speech has always been directed to the hardcore revolutionaries, those that worship Chávez since the beginning and who firmly believe in the socialist cause. Maduro has maintained his rhetoric despite the changes in the internal situation of the country; he has held an enduring method for antagonizing the opposition, the Venezuelan upper class, and the United States. On the other hand, regarding the strategic foreign allies, the regime openly gives declarations to support them, but again to somehow antagonize the United States. Indeed, this was the case of the US assassination of Qasem Soleimani, the Iranian top commander, in which government representatives attended the Iranian embassy to give the condolences in the name of the regime and swore to avenge Soleimani’s death. The administration of Nicolás Maduro has no gray areas, everything is either black or white; the opposition, the upper class, the US, and the US-influenced countries are the enemies, and the rhetoric rarely leans toward a conciliatory message, rather has always revolved around these conflicting parties.

What is left

Twenty years have passed since the Chavismo arrived in the country. Nowadays, a passionate minority of the population keeps supporting Maduro. His regime continues to train armed groups to combat discontent headed by opposition leader Juan Guaidó. The Chavismo keeps being strong, but it has been fragmented by those who believe that the revolution ended at the moment Chávez died, and the ones that are convinced that supporting Maduro means being loyal to Chávez. In the case of Juan Guaidó, he keeps doing his efforts. He still has relative support and keeps being a source of hope. Nevertheless, many criticize the fact that he let again the people cool down. A close change is expected, but no one knows what the movements behind are. Meanwhile, the people will continue suffering and trying to survive.

Upon reflection, it can be noticed that Maduro's entire argumentation revolves around a confrontational rhetoric: the US and capitalism against Venezuela; Guaidó against the Patria; the elites against the Revolution.10 Far from recognizing the reality that the country faces and take actions to improve it, this confrontational approach simply places the blame on those who have tried to bring a change in the internal dynamics of Venezuela. The regime has managed to construct a national united front against a common foreign enemy and to demonize the opposition.

Chávez and Maduro’s rhetoric has followed a tangible objective: the Revolution. Maduro's regime up to this point is searching for a way to consolidate its power and sustain itself as the best way to elude a rather somber future in jail. This never-ending nightmare should have long ago collapsed due to the economic catastrophe, hyperinflation, political repression, human rights violations, and the lack of direction for Venezuela. Behind what maintains this structure there is nothing but the exercise of power and the almost absolute control of society. The Patria that they constantly speak of is running out of fuel to keep going. Nonetheless, the rhetorical deceptions of the Bolivarian revolution, which for two decades have appealed to the popular classes, settled in the collective mindset of the Chavismo and brought space for support in the Venezuelan society.

Chávez and Maduro’s presidencies have been based on educating and changing the mindset of the population as they wanted; a population that is content with one box of food a month and which, unfortunately, hunts for the easy means to achieve its goals instead of fighting to improve its lot.

Today, the regime is fed on the memory of Hugo Chávez, on his promises, on his battle. As long as it keeps generating an illusion on the supporters, Maduro will appeal to it as a pillar of his administration and of the Revolution.

 

1. Organization of the Petroleum Exporting Countries. Venezuela facts and figures. 2019, https://www.opec.org/opec_web/en/about_us/171.htm. Accessed 28 Nov. 2019.

2. US Energy Information Administration - EIA - Independent Statistics and Analysis. Venezuela. Jan. 2019, https://www.eia.gov/beta/international/analysis.php?iso=VEN. Accessed 28 Nov. 2019.

3. Livingstone, G. (2013, March 10). The secret of Hugo Chavez's hold on his people. Retrieved March 17, 2020, from https://www.independent.co.uk/news/world/americas/the-secret-of-hugo-chavezs-hold-on-his-people-8527832.html

4. El País. (2007, January 08). Chávez anuncia la nacionalización del servicio eléctrico y las telecomunicaciones. Retrieved July 01, 2020, from https://elpais.com/internacional/2007/01/08/actualidad/1168210811_850215.html

5. The Guardian. (2012, October 08). Hugo Chávez: A victory of enduring charisma and political mastery. Retrieved March 17, 2020, from https://www.theguardian.com/world/2012/oct/08/hugo-chavez-victory-political-venezuela

6. Twitter, F., & Miraflores, P. (2017, July 23). Maduro, sus ministros y la corrupción del lenguaje. Retrieved March 15, 2020, from https://elpais.com/elpais/2017/07/22/opinion/1500746848_239358.html

7. Grainger, S. Hugo Chávez and Venezuela Confront his Succession. Dec. 2012. https://www.bbc.com/news/world-latin-america-20678634. Accessed 29 Nov. 2019.

8.  Sánchez, V. Venezuela hyperinflation hits 10 million percent. ‘Shock therapy’ may be only chance to undo economic damage. Aug. 2019. https://www.cnbc.com/2019/08/02/venezuela-inflation-at-10-million-percent-its-time-for-shock-therapy.html. Accessed 29 Nov. 2019.

9. TVVenezuela. Las cajas CLAP ya no tienen con qué alimentar a los venezolanoshttps://www.youtube.com/watch?v=MelhZDbiFQQ. Sept. 2019. Accessed 30 Nov. 2019.

10. Delgado, A., & Herrero, J. (2019, February 12). Retóricas de Venezuela en Twitter: Guaidó vs. Maduro. Retrieved March 18, 2020, from https://beersandpolitics.com/retoricas-de-venezuela-en-twitter-guaido-vs-maduro

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Ante la mayor crisis económica desde la Segunda Guerra Mundial, la propia UE ha decidido endeudarse para ayudar a sus Estados miembros


 La presidenta de la Comisión, Von der Layen, y el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, tras anunciar el acuerdo en julio [Consejo Europeo]

ANÁLISIS / Pablo Gurbindo Palomo

Deal!”. Con este “tweet” a las 5:30 de la mañana del pasado 21 de julio, el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, anunciaba la obtención de un acuerdo tras la reunión más largo de su historia (más de 90 horas de negociaciones). 

Tras la fallida cumbre de febrero los países europeos eran conscientes de la importancia de llegar a un acuerdo, pero ciertos países veían con más urgencia que otros el cerrar el Marco Financiero Plurianual (MFP) para los próximos siete años. Pero como todo, la pandemia del Covid-19 ha trastocado esta falta de sentido de urgencia, e incluso ha forzado a los Estados miembros a negociar, además del presupuesto, unas ayudas para paliar los efectos de la pandemia en los 27.

El acuerdo consiste en un MFP de 1,074 billones de euros. Una cifra inferior a la que en febrero demandaban los denominados amigos de la cohesión (conglomerado de países del sur y este de Europa) y la propia Comisión, pero también superior a la cifra a la que los frugales (Países Bajos, Austria, Dinamarca y Suecia) estaban dispuestos a admitir. Pero no ha sido sobre esta cifra por donde ha sobrevolado el debate, sino cuánto y cómo iba a ser el Fondo de recuperación tras la pandemia para ayudar a los países más afectados por esta. El Fondo acordado ha sido de 750.000 millones, divididos en 390.000 millones que se entregarán a los Estados miembros en forma de subsidios, y el restante, 360.000 millones, que se entregarán en forma de préstamo desembolsables en un 70% entre 2021 y 2022.

Las cifras son mareantes, y partiendo de las negociaciones de febrero, donde una parte los miembros preferían algo más austero, cabe preguntarse: ¿Y cómo se ha llegado a este acuerdo?

El momento Hamilton

Con la llegada del Covid-19 a Europa y una paralización considerable de todas las economías del mundo, las capitales europeas supieron ver rápidamente que el varapalo iba a ser importante y que iba a ser necesario una respuesta fuerte para paliar el golpe. Las propuestas a nivel europeo no se hicieron esperar. Por ejemplo, el Parlamento Europeo propuso un paquete de recuperación el 15 de mayo de 2 billones de euros, e incluir este en el MFP 2021-2027.

La propuesta más destacada fue la presentada el 18 de mayo por el presidente francés Emmanuel Macron y la canciller alemana Angela Merkel. Y no solo por ser impulsada por las dos principales economías de la Unión, sino por lo histórico de su contenido.

Se ha hablado de momento Hamilton, en alusión a Alexander Hamilton, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos y primer secretario del Tesoro de la recién fundada república. En 1790 los trece estados que componían a la joven nación americana estaban tremendamente endeudados debido al esfuerzo bélico de la Guerra de Independencia, que había terminado solo siete años antes. Para solucionar este problema, Hamilton, secretario del Tesoro, consiguió convencer al gobierno federal para que asumiera la deuda de los estados mediante la “mutualización” de esta. Este evento marcó el fortalecimiento del gobierno federal americano y sirvió para crear las bases de la identidad nacional de EEUU. 

Parece que con la propuesta franco-alemana ha llegado ese momento Hamilton. La propuesta está basada en cuatro pilares

  1. Estrategia sanitaria europea, que puede llegar a incluir una reserva conjunta de equipos y suministros médicos, la coordinación en la adquisición de vacunas y tratamientos. A su vez, también planes de prevención de epidemias compartidos entre los 27 y métodos comunes para el registro de enfermos.

  2. Un impulso a la modernización de la industria europea, apoyada en una aceleración de la transición ecológica y digital.

  3. Fortalecimiento del sector industrial europeo, apoyando la producción en el Viejo Continente y la diversificación de las cadenas de suministro para reducir la dependencia global de la economía europea.

  4. Fondo de reconstrucción de 500.000 millones para las regiones más afectadas por la pandemia sobre la base de los programas presupuestarios de la UE.

Es este cuarto pilar al que podemos denominar “hamiltoniano” y que es histórico pues permitiría por primera vez en la historia que sea la propia UE la que emita deuda para financiar este fondo. Esta propuesta ha roto años de una postura alemana en contra de cualquier tipo de endeudamiento colectivo. “Estamos experimentando la mayor crisis de nuestra historia… Debido a la naturaleza inusual de la crisis estamos eligiendo soluciones inusuales”, afirmó Merkel en la videoconferencia conjunta con Macron.  

Según esta propuesta los fondos no serían reembolsados directamente por los países sino mediante los fondos comunitarios a largo plazo, bien a través de sus recursos habituales o bien a través de nuevas fuentes de ingresos. También hay que destacar que la propuesta hablaba de la entrega de este fondo en forma de subsidios, es decir, sin ningún tipo de interés para los países receptores.

De entre las reacciones a esta propuesta destacaron la de los frugales, que rechazaban que los fondos se entregaran a través de subsidios. “Seguiremos dando muestras de solidaridad y apoyo a los países más afectados por la crisis del coronavirus, pero esto debe hacerse bajo la forma de préstamos y no de subvenciones”, dijo el canciller austriaco Sebastian Kurz. La propuesta de los frugales es que la ayuda recaudada en los mercados de deuda se debe entregar a los Estados a bajos intereses, es decir, como un préstamo, y condicionados a un programa de reformas.

El 27 de mayo la Comisión anunció su propuesta, muy similar a la franco-alemana, pero ampliada. La propuesta está compuesta por un MFP de 1,1 billones de euros y un plan de recuperación de 750.000 millones llamado Next Generation EU. Este plan de recuperación está basado en tres pilares financiados con nuevos instrumentos pero dentro de partidas preexistentes:

El primer pilar abarca el 80% del plan de recuperación. Trata sobre el apoyo a los Estados miembros en sus inversiones y reformas siguiendo las recomendaciones de la Comisión. Para ello el pilar cuenta con estos instrumentos:

  • Mecanismo de Recuperación y Resiliencia (la parte más importante de la propuesta): ayudas financieras para inversiones y reformas de los Estados, especialmente las relacionadas con la transición ecológica y digital y la resiliencia de las economías nacionales, vinculándolas a las prioridades de la UE. Este mecanismo estaría compuesto por 310.000 millones en subsidios y 250.000 millones en préstamos.

  • Fondo React-EU dentro de la política de cohesión con 55.000 millones. 

  • Aumento en el Fondo de Transición Justa: este fondo está destinado a apoyar a los Estados a acometer la transición energética y ecológica, para avanzar hacia una política de neutralidad climática. Se aumentaría hasta los 40.000 millones.

  • Aumento del Fondo Europeo Agrícola de Desarrollo Rural: sirve para apoyar a las zonas rurales para cumplir el Acuerdo Verde Europeo. Se aumentaría en 15.000 millones.

El segundo pilar abarca un 15% del plan. Se centra en el impulso de la inversión privada, y sus fondos estarían gestionados por el Banco Europeo de Inversiones (BEI):

  • Instrumento de Apoyo a la Solvencia de 31.000 millones

  • Programa EU-Invest aumentado hasta los 15.300 millones

  • Nuevo Fondo de Inversión Estratégica para fomentar las inversiones en sectores estratégicos europeos 

El tercer pilar abarca el 5% restante. Incluye inversiones en aspectos que han resultado claves en la crisis del coronavirus:

  • Programa EU4Health para reforzar la cooperación sanitaria. Con un presupuesto de 9.400 millones.

  • Refuerzo de rescEU, el Mecanismo de Protección Civil de la Unión Europea en 2.000 millones.

  • Proyecto Horizonte Europa para el fomento de la investigación e innovación por valor de 94.400 millones.

  • Apoyo a la ayuda humanitaria exterior por valor de 16.500 millones.

Para conseguir la financiación la Comisión emitiría deuda propia en el mercado y pondría nuevos impuestos propios como: la tasa al carbono en frontera, los derechos de emisión, la tasa digital o un impuesto a las grandes corporaciones.

Cabe destacar también que tanto el acceso a las ayudas del MFP como de Next Generation EU tendrían la condicionalidad del cumplimiento del Estado de Derecho. Algo que no gustó a países como Hungría o Polonia que, entre otros, consideran que no es algo claro y que es una forma de inferencia de la UE en sus asuntos internos.

Negociación en la Cumbre europea

Con esta propuesta sobre la mesa los jefes de Estado y de Gobierno de los 27 se reunieron el 17 de julio en Bruselas en medio de gran incertidumbre. No sabían lo que podía durar la cumbre y eran pesimistas con que se fuera a lograr un acuerdo.

Los puntos calientes de la negociación estaban principalmente en la cantidad y en la forma del Fondo de reconstrucción. Países como España, Italia o Portugal querían que las ayudas llegaran en forma de subsidios en su totalidad y sin ningún tipo de condicionalidad. Por el contrario, los frugales, capitaneados durante la cumbre por el neerlandés Mark Rutte, querían reducir lo máximo que pudieran el Fondo de reconstrucción, que en todo caso se entregara en forma de préstamos a devolver y como “precondición absoluta”. “Cualquier ayuda del Norte significa hacer reformas en el Sur. No hay otra opción”, afirmó Rutte en una rueda de prensa en La Haya.

Como toda negociación las posiciones se fueron aflojando. Ya era claro que ninguna de las dos posturas se iba a mantener indemne y que una solución mixta tanto con subsidios como con préstamos iba a ser la solución. ¿Pero en qué porcentaje? ¿Y con condicionalidad de reformas?

Para España, Italia y Portugal los subsidios no podían ser menos de 400.000 millones, lo que ya era una concesión de los 500.000 de los que se partía. Para los frugales, a los cuales se les había unido Finlandia, esa cifra no podía superar los 350.000 millones, que acarrearía una reducción del total del Fondo a 700.000 millones. Esto era una importante concesión de los frugales, que pasaban de hablar de cero subsidios a aceptar estos como 50% del monto. La propuesta final de Michel fue de 390.000 millones en subsidios y 360.000 millones en préstamos para intentar convencer a todas las partes.

El gran escollo aparte del porcentaje era la condicionalidad de reformas para la entrega de ayudas que defendían los frugales. El fantasma de la Troika impuesta tras la crisis de 2008 comenzaba a aparecer para desgracia de países como España e Italia. Rutte exigía que los planes nacionales que los países tenían que presentar a la Comisión para recibir el Fondo también pasara por el Consejo de los 27 y que fuera necesario una aprobación por unanimidad. Esta fórmula básicamente permitía el veto de los planes nacionales por cualquier país. Alemania por su parte no llegaba tan lejos como la necesaria unanimidad, pero si pedía cierto control por parte del Consejo.

La postura de Rutte enfureció a muchos países que veían la propuesta como una forma de obligar a hacer reformas que no tienen que ver con la recuperación económica.

El presidente del Consejo presentó una propuesta para acercar a las partes: el “freno de emergencia”. Según la propuesta de Michel los países tendrán que enviar su plan de reforma al Consejo y tendrá que ser aprobado por mayoría cualificada. Tras su aprobación se permite a cualquier país elevar al Consejo sus dudas sobre el cumplimiento de los planes presentados por un Estado; en ese caso el Consejo tendría un plazo máximo de tres meses para pronunciarse. Mientras no se reciba el pronunciamiento el país no recibiría las ayudas.

Para los que les pueda sorprender las grandes cesiones de los frugales, hay que hablar de la figura de los “rebates” o cheques compensatorios. Estos son descuentos a la aportación de un país al presupuesto y surgieron en 1984 para el Reino Unido. Los británicos eran de los principales contribuidores netos al presupuesto europeo, pero no se beneficiaban apenas de las ayudas de este, pues iban destinadas en un 70% a la Política Agraria Común (PAC) y al Fondo de Cohesión. Por ello se acordó que los británicos tendrían descuentos en su aportación de forma permanente. A partir de entonces otros países contribuidores netos han ido recibiendo estos cheques. Aunque en estos casos tenían que negociarse con cada MFP y eran parciales sobre un ámbito concreto.

Es una figura muy controvertida para muchos países, y ya se intentó quitar en 2005. Pero lo que es innegable es que es una gran medida de negociación. Los frugales desde un primer momento los han querido mantener, e incluso fortalecer. Y ante las dificultades para la negociación, el resto de Estados miembros han visto que es una forma “asequible” y no muy rebuscada de convencer a los “halcones del norte”. Después de una postura inicial se acabaron aumentando: Dinamarca recibirá 377 millones (considerablemente superior a los 222 iniciales); Austria doblará su monto inicial hasta los 565 millones; Suecia recibirá 1.069 millones (superior a los 823 iniciales); y Países Bajos recibirá 1.575 millones. Cabe destacar a Alemania que, como principal contribuidor neto, recibirá 3.671 millones.

El último punto importante de la negociación a tratar es la condicionalidad del cumplimiento del Estado de Derecho para recibir los diferentes fondos y ayudas. Hungría y Polonia, por ejemplo, tienen un expediente abierto por posible vulneración del artículo 7 del Tratado de la Unión Europea (TUE), que permite sancionar a un Estado miembro por violar valores básicos de la Unión como el respeto a los derechos humanos o el imperio de la ley. Muchos países han apretado sobre el asunto, pero ante la dificultad en las negociaciones y un posible riesgo de veto al acuerdo dependiendo del vocabulario que se usara por parte del presidente húngaro Viktor Orban, esta cláusula quedó en agua de borrajas.

Recapitulando, y como se ha expuesto al principio del artículo, el acuerdo se acabó cerrando en un MFP de 1,074 billones de euros; y un Fondo de reconstrucción tras la pandemia, el Next Generation EU, de 750.000 millones, divididos en 390.000 millones en forma de subsidios y 360.000 millones en forma de préstamos. A esto hay que añadirle el “freno de emergencia” de Michel para la entrega de las ayudas y la importante suma de los “rebates”.

Los recortes

Sí, los ha habido. Aparte del ya explicado de la cláusula de Estado de Derecho, ha habido varios recortes en varias de las partidas propuestas por la Comisión. En primer lugar, un recorte importante en el Fondo de Transición Justa que pasa de los 40.000 millones de la propuesta inicial, a 10.000 millones, para enfado especialmente de Polonia. En segundo lugar, los Fondos para el desarrollo rural se reducen de 15.000 a 7.000 millones. En tercer lugar, tanto el fondo de apoyo a la ayuda humanitaria exterior de 16.500 millones, el instrumento de apoyo a la solvencia de 31.000 millones (en su propuesta por la Comisión) y el programa EU4Health de 9.400 millones han quedado en nada. Y, por último, el proyecto Horizonte Europa bajaría de los 94.400 millones propuestos por la Comisión a apenas 5.000 millones.

¿Ganadores y perdedores?

Es difícil hablar de ganadores y perdedores en una negociación donde todas las partes han cedido bastante para lograr el acuerdo. Aunque quedaría por ver si las posiciones de los países eran verdaderamente inamovibles desde el principio o sencillamente los han usado como instrumento de presión en la negociación.

Los países más afectados por la pandemia como Italia y España pueden estar contentos pues van a recibir una suma muy importante en forma de subsidios como querían. Pero esa condicionalidad que no iban a aceptar de ninguna manera, en cierto modo, les va a llegar suavizada en la forma del “freno de emergencia” de Michel. Y las reformas que no querían verse obligados a hacer, las van a tener que llevar a cabo de acuerdo con el plan de recuperación que envíen al Consejo, que si no son suficientes puede ser rechazado por este.  

Los frugales han conseguido que se entregue las ayudas de forma condicionada, pero más de la mitad de estas van a ser en forma de subsidios. Y por regla general se ha sobrepasado los límites monetarios que defendían.

Países como Polonia o Hungría han conseguido que la condicionalidad del Estado de Derecho al final no sea eficaz, pero por otro lado han recibido recortes considerables en fondos, como el de Transición Justa, que son importantes especialmente en Europa Central para la transición energética.

Pero, en definitiva, cada Jefe de Estado y de Gobierno ha vuelto a su país clamando victoria y asegurando haber cumplido su objetivo, que es lo que tiene que hacer (o aparentar) al final un político.

Para que tanto el MFP 2021-2027 como Next Generation EU salgan adelante todavía resta la ratificación del Parlamento Europeo. A pesar de que el Parlamento siempre ha abogado por un paquete más ambicioso del acordado no hay miedo a que llegue a bloquearlo.

Conclusión

Como he expuesto, este acuerdo se le puede calificar de histórico por varios motivos. Aparte del evidente de la extensión del Consejo europeo o la misma pandemia del Covid-19, es histórico por ese momento Hamilton que parece que se va a llevar a cabo.

Parece ser que los Estados Miembros han aprendido que la formula que se usó tras la crisis en 2008 no funcionó, que las crisis afectan en su conjunto a toda la Unión y que no se puede dejar atrás a nadie. Casos como el Brexit y el auge de movimientos euroescépticos a lo largo de todo el Continente sientan un peligroso precedente y podrían poner en peligro incluso la continuidad del proyecto.

La “mutualización” de deuda permitirá a Estados ya muy endeudados, y que debido a su elevada prima de riesgo tendrían problemas para financiarse ellos mismos, poder salir de la crisis antes y mejor. Evidentemente esta decisión acarreará problemas que están por ver, pero demuestra que los 27 se han dado cuenta que era necesaria una ayuda conjunta y que no pueden ir haciendo la guerra por su cuenta. Ya lo dijo Merkel al presentar su plan tras la pandemia junto a Macron: "Es la peor crisis en la historia europea", y agregó que, para salir "fortalecidos", es necesario cooperar.

Este paso de cierta unidad fiscal puede ser visto como un acercamiento a la Europa Federal, por lo menos en la Eurozona, que se ha venido discutiendo desde hace ya décadas. Está por ver si es un camino con o sin retorno.

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