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La obra de Lutero: una revolución para la Historia

Rodrigo López Soto, estudiante del doble grado en Derecho y Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras, escribe acerca de la trascendencia de la obra de Lutero en la configuración del pensamiento occidental.
 

Los manuales históricos más extendidos, así como los libros que estudiamos en las escuelas, coinciden en una periodización que unifica, entre la caída de Roma y la época del Renacimiento, el período conocido como Edad Media. Son muchos los autores que critican esta unificación de más de mil años de historia bajo un solo término referencial. 

Parece evidente que, de primeras, está pensado para que esa época sea considerada como algo pasajero, como un error, un fallo humano intermedio entre dos épocas de gloria. Nótese que es Edad “Media”, algo así como una pausa en la que el hombre salió de la luz clásica, entró en una etapa de oscuridad (época intermedia, edad media), y no saldría de la oscuridad hasta la nueva luz del Renacimiento. 

A su vez, la fecha final de esta “época oscura” y digna de olvido, esa época que es con diferencia la menos estudiada en las escuelas, se coloca en dos hitos posibles: el descubrimiento de América y la Caída de Constantinopla. Claro es que ambos acontecimientos supusieron un profundo cambio, y sus consecuencias fueron de calibre colosal. Pero junto a ellas hay otro hito que supuso una absoluta transformación de la sociedad Occidental: la Reforma Luterana.

No está dedicado este artículo a entrar en algo así como una ‘lucha terminológica’, pero es digno de mención también el consenso general que se da en los historiadores para calificar el acontecimiento histórico que comienza en Wittenberg allá por 1517: se le llama Reforma. 

Se podrá entrar en discusión acerca de si la intención de aquellos reformadores (tal como se les llama) era reformar la Iglesia; pero si tomamos la noción de reforma como la acción de “devolver algo a su forma original”, o incluso como “mejorar la forma de algo”, es evidente que lo que se dio en el siglo XVI en Europa no fue una reforma de ninguna clase, sino una verdadera revolución

La revolución iniciada por Lutero marcó el devenir de lo que hasta la Paz de Westfalia (paz que pone fin a la guerra de los Treinta años, provocada por la ruptura) se llamó Cristiandad, y que posteriormente comenzó a disgregarse hasta generalizarse como Europa. La obra que inició Martín Lutero marcó cambios tan profundos en la mentalidad, política, espiritualidad, sociedad, filosofía y teología de Occidente, que auguró ciertamente un cambio de época

No fue una lucha contra los abusos de la Iglesia; no fue una limpieza de la suciedad imperante. Fue una ruptura y fue creación de nuevos dogmas y una nueva visión de Dios, el mundo, la persona y su libertad. Y un cambio tan radical, de raíz; un producto tan sumamente modificador, ¿cómo puede considerarse una “reforma”?; ¿por qué no se estudia como hito que inicia de la Edad Moderna?

Entre estos cambios producidos por aquello que comenzó el monje agustino de Wittenberg, se encuentra el cambio de espiritualidad (y por tanto, mentalidad) en Europa, y la subversión de lo político sobre lo religioso que se dio al comienzo de la Edad Moderna. Aquello que estudiamos en el colegio como Antiguo Régimen, que desembocó en la Revolución francesa, es ininteligible sin Lutero. Claro ejemplo de ello son las disputas entre Felipe el Hermoso y el Papa, el apoyo que los príncipes alemanes dieron a Lutero, o el caso del Cardenal Richelieu, quien luchó contra las ideas luteranas en Francia, pero luego apoyó a Lutero en Alemania por intereses políticos. 

En lo espiritual y moral, Lutero defendió la tesis de la Sola scriptura, por la cuál no había más fuente de revelación que la Biblia. A esto se le añade que el hombre tiene una naturaleza tan corrompida desde el pecado original que la salvación no puede venir por las obras, sino sólo por la fe, y es Dios el que salva a aquél que esté convencido de su propia salvación. Es decir: cada uno interpreta la Biblia a su antojo, y sólo la fe salva. 

Como consecuencia lógica de esto llegó a las sociedades del norte un relativismo moral que llevó a cada uno a justificar su pecado, en contra de lo que ocurría en las zonas católicas, en la que cada uno reconoce su propio pecado en base a una conciencia del mal común. Decía Lutero, «pecca fortiter, sed crede fortius. (Peca fuertemente, pero cree más fuertemente)». 

El pecca fortiter luterano y la Sola scriptura llevó a Europa a un cambio gradual en de la mentalidad: primero, es el sujeto quien interpreta la verdad, y es el sujeto quien se salva, no por su obrar, sino por su fe; segundo, es en el sujeto donde nace la verdad, y se separa la unión entre moral y razón; tercero, no hay verdad objetiva, sino que la verdad es subjetiva, así como la moral; por último (y hasta nuestros días) no hay verdad, ni tampoco moral.

Los cambios que trajo consigo la Reforma en Occidente abarcan prácticamente todos los ámbitos de la vida humana: la espiritualidad (solo la fe salva), la política (es observable en la historia: laicismo gradual en toda Europa), la economía (los principios protestantes asentaron las bases del capitalismo), la filosofía y el pensamiento, la religión, y mucho más. Es imposible detenerse en todos ellos, y requeriría mucho más estudio por mi parte. Así concluyo reiterando que la Revolución (no Reforma) protestante supuso el inicio de la Edad Moderna tanto por su naturaleza como por sus frutos. Frutos que aún perduran, bien arraigados, en la Europa contemporánea.
 

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