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¿Qué tiene el mundo antiguo?

Javier Andreu, profesor de Historia y director del Diploma en Arqueología,
reflexiona sobre el peso de la historia romana en nuestra cultura.
¿Por qué Roma nos atrae tanto? ¿Acaso su historia es inagotable?
Empecemos por los últimos éxitos literarios: parece que se hacen eco de
un verdadero renacimiento de las Humanidades Clásicas en la actualidad

El libro más vendido en España en los dos largos meses de confinamiento por la pandemia ha sido El infinito en un junco: la invención de los libros en el mundo antiguo, de Irene Vallejo que ha merecido, de hecho, el Premio Ojo Crítico de Narrativa. El segundo es Y Julia retó a los dioses, de Santiago Posteguillo, otra entrega de la serie sobre Julia Domna que nos ha regalado el reciente Premio Planeta. 

Estos éxitos no son los únicos. Se sigue vendiendo muy bien el delicioso ensayo de la mediática Mary Beard SPQR: una Historia de la Antigua Roma. U otros títulos de no-ficción como Un año en la antigua Roma: la vida cotidiana de los Romanos a través de su calendario, de Néstor MarquésLatin lovers, de Emilio del RíoUn día en Pompeya, de Fernando Lillo, y muchos más… Todos siguen funcionando muy bien en el mercado. Y ni siquiera son novela histórica. Eso sí, en el su centro palpita el mundo romano y su perenne actualidad. 

En la novela histórica se puede encontrar muchos libros estupendos. Las Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar, por ejemplo, o el famoso Yo, Claudio de Robert Graves son ya auténticos clásicos reconocidos como fuente de inspiración para los grandes del género y para los guionistas.  

El género cinematográfico del peplum (las míticas películas "de Romanos"), de hecho, sigue siendo fuente de éxito. Seguimos emocionándonos con las ensoñaciones de William Wilder al dar vida al príncipe Ben-Hur y al terrible Mesala. O con las aventuras del hispano Máximo Meridio que desafió, en Gladiator, al emperador Cómodo, acaso el último emperador de la "edad dorada" de Roma. Ben-Hur y Gladiator, por cierto, son dos de las superproducciones más premiadas de la historia del cine. 

¿Qué tiene el mundo antiguo, y en particular, el romano, para ejercer esa particular fascinación? Lo que primero me surge en mente es la fuerza de algunos de sus personajes. Muchas veces podemos vernos reflejados en ellos y encontrar modelos, y antimodelos, de comportamiento. Pero eso no es todo. En la narrativa histórica encontramos respuestas a muchos problemas que hoy nos parecerían nuevos. Roma nos atrae por su actualidad, por su vigencia, por su eternidad.

Hace sólo unos meses lo recordaba Santiago Posteguillo en la antesala de la masterclass que dictó en la Universidad de Navarra a los alumnos del Grado en Literatura y Escritura Creativa y del Diploma en Arqueología de la Facultad de Filosofía y Letras: "somos Roma", decía, "Roma es relevante para ver de dónde venimos". Sin duda, nos queda mucho de Roma y a Santiago Posteguillo, desde luego, no le faltaba razón alineándose con la vieja afirmación de Montanelli en el prólogo a su Historia de Roma (1957):

"lo que hace grande a la Historia de Roma no es que
haya sido hecha por hombres diferentes a nosotros
sino que haya sido hecha por hombres como nosotros". 

Miramos a Roma y nos vemos a nosotros mismos. Leemos a los historiadores romanos y sentimos que sus juicios sobre la época también valdrían para nuestra actualidad. El conocimiento de cómo Roma gobernaba el mundo y cómo ese gobernar era percibido por los demás pueblos valdrían, también, para juzgar las luces y sombras de nuestro propio tiempo. Por Marco Aurelio sabemos que los problemas que sacuden el mundo contemporáneo no tienen nada ni de nuevo ni de sorprendente (sin quitarles la importancia, por supuesto). 


Ya para los grandes historiadores grecorromanos que, en tiempos de la República (Polibio) o del Principado (Tito Livio), acometieron la empresa de enfrentarse a la Historia de Roma percibieron la fuerza de esta civilización como objeto histórico. 

Polibio, por ejemplo, decía que la Historia de Roma, ya en el siglo II a. C., estaba dotada de "un principio conocido, una duración delimitada y un resultado notorio". Eso la hacía atractiva, tangible y sugerente para el investigador. Manejando conceptos historiográficos muy modernos, el historiador de Megalópolis, el gran defensor de las bondades del imperialismo romano, sentenciaba que la civilización romana fue la primera en hacer de la Historia algo "orgánico". 

Bajo el mandato romano, "los hechos de Italia y África se entrelazan con los de Asia y con los de Grecia y todos comienzan a referirse a un único fin", el de la difusión de un modo de vida "en la vida privada y en la administración pública". Un modo de vida del que, en gran medida, somos herederos y que fue "envidiable para los contemporáneos e insuperable para los hombres del futuro". Esta es, también, la razón de su innegable atractivo que a todos nos habrá seducido poderosamente en alguna ocasión.

Pero, además de su delimitada acotación temporal los acontecimientos de la Historia de Roma están, siempre, abiertos a discusión. Lo que convierte al mundo clásico, y en particular al periodo romano, en una aventura para el conocimiento. La realidad de la Historia de Roma, el "conocimiento de los hechos pretéritos" ya estuvo en discusión en la propia época romana cuando, como afirmaba Tito Livio

"Aparecen continuamente nuevos historiadores con la
pretensión, unos, de que van a aportar en el terreno de
los hechos una documentación más consistente, otros
de que van a superar con su estilo el desaliño de los
autores antiguos". 

Como suelo explicar a mis estudiantes al comienzo de la asignatura de "Mundo Clásico", enfrentarse a una Historia que está constantemente en construcción y de la que sabemos mucho (pero de la que ignoramos más aún) constituye una escuela "que nos capacita para soportar con entereza los cambios de fortuna" (Polibio, elogio de la Historia). Además, abre ante nosotros un itinerario en que cada descubrimiento se revela decisivo para conocer con más detalle "cuál fue la vida, cuáles las costumbres, por medio de qué hombres, con qué política en lo civil y en lo militar fue creado y engrandecido el Imperio de Roma" (Tito Livio). 

Cada nueva lectura de un autor clásico, cada nueva luz aportada por un historiador moderno o una revisión de algún estudioso antiguo; todo esto, unido a los hallazgos de las excavaciones arqueológicas y los estudios epigráficos y papirológicos, son una inagotable fuente de conocimiento. Es una aventura que atrae a legión de estudiantes y, también, de lectores. En definitiva, vemos que nos encontramos ante un verdadero renacimiento de las Humanidades Clásicas. Los datos de ventas con que arrancábamos esta reflexión hacen eco de ello.

La intensa actividad investigadora que se desarrolla en tantas Universidades y centros internacionales de investigación en torno a la época romana, y su transferencia por los canales de divulgación, fundamentan la constancia (y nunca decadencia) de nuestra fascinación. Apoyados en fuentes fragmentarias pero siempre elocuentes, nos trasladamos a ese "infinito" que Irene Vallejo reivindica en el libro con el que abríamos nuestro artículo. 

Este “infinito” pervive en nuestra historia. Hasta podemos decir que seguimos siendo Roma, ¡tanto nos queda de ella (y cuánto nos queda por descubrir)! Gracias precisamente a la investigación, esa vivacidad del mundo romano se incrementa, y sus siglos centrales se descubren cada vez más como un período cambiante, impactante, irresistible, fascinante, fabuloso, eterno. 

El propio Tito Livio mencionaba en el prefacio de su Historia Romana que la Historia se reescribe constantemente. Así lo ha recordado recientemente la ya citada Mary Beard cuando, en las primeras líneas de su SPQR, sentencia:

"la Historia de Roma se reescribe constantemente
y siempre ha sido así ... En cierto modo, sabemos
hoy más sobre la antigua Roma que los propios
romanos. La Historia de Roma aún está en desarrollo". 

Cada nueva reflexión, cada nueva aproximación al pasado y cada nuevo hallazgo o evidencia transforman y reactivan nuestra percepción del pasado. De ahí, nuestra seguridad que hace que, de verdad, el estudio de la Historia de Roma siga siendo una obra para siempre y que siga, de forma arrebatadora, apasionando a cantidades inmensas de investigadores, escritores, periodistas… Así, no es de sorprender que cada vez más estudiantes encuentran en Roma, en sus personajes y avatares, en su grandeza y su miseria, una auténtica y constante fuente de inspiración. 

Irene Vallejo, El infinito en un junco: la invención de los libros en el mundo antiguo. COMPRAR.

Santiago Posteguillo, Y Julia retó a los dioses. COMPRAR.

Mary BeardSPQR: una Historia de la Antigua Roma. COMPRAR.

Néstor Marqués, Un año en la antigua Roma: la vida cotidiana de los Romanos a través de su calendario. COMPRAR.

Emilio del Río, Latin lovers. COMPRAR.

Fernando Lillo, Un día en Pompeya. COMPRAR.

Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano. COMPRAR.

Robert Graves, Yo, Claudio. COMPRAR.

Indro Montanelli, Historia de Roma. COMPRAR.

Tito Livio, Historia Romana. COMPRAR.

Polibio de Megalópolis, Historia de Roma. COMPRAR.

 

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