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[Parag Khanna, The Future is Asian. Simon & Schuster. New York, 2019. 433 p.]

RESEÑAEmili J. Blasco

The Future is AsianEl libro de Parag Khanna puede acogerse de entrada con recelo por el aparente carácter axiomático de su título. Sin embargo, la rotunda aseveración de la portada queda suavizada cuando se comienzan a leer las páginas interiores. La tesis de la obra es que el mundo se encuentra en un proceso de asianización, no de chinización; además, ese proceso es presentado como otra mano de pintura al planeta, no como un color que vaya a ser claramente predominante o definitivo.

Es posible que el debate sobre si Estados Unidos está en declive y si será sustituido por China como superpotencia preeminente impida ver otros desarrollos paralelos. Quienes observan el ascenso de Pekín en el orden mundial, escribe Khanna, “a menudo han estado paralizados por dos puntos de vista: o bien China devorará el mundo o bien está al borde del colapso. Ninguno es correcto”. “El futuro es asiático, incluso para China”, asegura.

Khanna considera que el mundo está yendo hacia un orden multipolar, algo que también se da en Asia, por más que con frecuencia el tamaño de China deslumbre.

Es posible que en este juicio influya el origen indio del autor y también su tiempo vivido en Estados Unidos, pero para apoyar sus palabras ofrece cifras. De los 5.000 millones de personas que viven en Asia, 3.500 no son chinos (70%): China, pues, tiene solo un tercio de la población de Asia; además cuenta con algo menos de la mitad de su PIB. Otros datos: la mitad de las inversiones que salen del continente no son chinas, y más de la mitad de las inversiones exteriores van a países asiáticos distintos de China. Asia, por tanto, “es más que China plus”.

No es únicamente una cuestión de dimensiones, sino de voluntades. “Una Asia dirigida por China no es más aceptable para la mayoría de los asiáticos que la noción de un Occidente dirigido por Estados Unidos lo es para los europeos”, dice Khanna. Rechaza la idea de que, por la potencia de China, Asia se encamine hacia una especie de sistema tributario como el regido en otros siglos desde Pekín. Precisa que ese sistema no fue más allá del extremo Oriente y que se basó sobre todo en el comercio.

El autor tranquiliza a quienes temen el expansionismo chino: “China nunca ha sido una superpotencia indestructible presidiendo sobre toda Asia como un coloso”. Así, advierte que mientras las características geográficas de Europa han llevado históricamente a muchos países a tener miedo a la hegemonía de una sola potencia, en el caso de Asia su geografía la hace “inherentemente multipolar”, pues las barreras naturales absorben la fricción. De hecho, los enfrentamientos que ha habido entre China e India, China y Vietnam o India y Pakistán han acabado en tablas. “Mientras que en Europa las guerras han ocurrido cuando hay una convergencia en poder entre rivales, en Asia las guerras han tenido lugar cuando se da la percepción de ventaja sobre los rivales. Así que cuanto más poderosos sean vecinos de China como Japón, India o Rusia, menos probabilidad de conflicto entre ellos”.

Para Khanna, Asia será siempre una región de civilizaciones distintas y autónomas, y más ahora que asistimos a un ‘revival’ de viejos imperios. El futuro geopolítico de Asia no estará dirigido por Estados Unidos ni por China: “Japón, Corea del Sur, India, Rusia, Indonesia, Australia, Irán y Arabia Saudí nunca se juntarán bajo un paraguas hegemónico o se unirán en un solo polo de poder”.

No habrá, entonces, una chinización del mundo, según el autor, y la asianización que se está dando –un giro del peso específico del planeta hacia el Indo-Pacífico– no tiene tampoco que verse como una amenaza para quienes viven en otros lugares. Así como en el siglo XIX se dio una europeización del mundo, y una americanización en el siglo XX, en el siglo XXI estamos asistiendo a una asianización. Khanna ve esto como “el sustrato de sedimentación más reciente en la geología de la civilización global”, y en tanto que “capa” no supone que el mundo renuncia a lo anterior. “Ser más asiáticos no significa necesariamente ser menos americanos o europeos”, dice.

El libro analiza el peso y el encaje de diferentes países asiáticos en el continente. De Rusia afirma que hoy se encuentra estratégicamente más cerca de China que en ningún otro momento desde su pacto comunista de la década de 1950. Khanna cree que la geografía aboca a ese entendimiento, como invita a Canadá a mantener buenas relaciones con Estados Unidos; prevé que el cambio climático abrirá más las tierras de Siberia, lo que las integrará más en el resto del continente asiático.

En cuanto a la relación de India y China, Khanna cree que ambos países tendrán que aceptarse como potencias con mayor normalidad. Por ejemplo, a pesar de las reticencias de India hacia la Ruta de la Seda china y los propios proyectos de conectividad regional indios, al final los corredores preferidos de ambos países “se solaparán e incluso se reforzarán unos a otros”, garantizando que los productos del interior de Asia lleguen al océano Índico. “Las rivalidades geopolíticas solo acelerarán la asianización de Asia”, sentencia Khanna.

A la hora de valorar la importancia de Asia, la obra incluye el petróleo de Oriente Medio. Técnicamente, esa región forma parte del continente, pero constituye un capítulo tan aparte y con dinámicas tan propias que cuesta verlo como territorio asiático. Lo mismo ocurre cuando se pone esa etiqueta a Israel o el Líbano. Puede dar la impresión de que el autor mete todo en el mismo saco para que las cifras sean más imponentes. A eso alega que Oriente Medio depende cada vez menos de Europa y de Estados Unidos y mira más hacia el Este.

Khanna está en condiciones de defenderse razonablemente de la mayor parte de objeciones que pueden hacerse a su texto. Lo más controvertido, sin embargo, es la justificación, cercana a la defensa, que hace de la tecnocracia como sistema de gobierno. Más allá de la actitud descriptiva de un modelo que en algunos países ha acogido un importante desarrollo económico y social, Khanna parece incluso avalar su superioridad moral.

Categorías Global Affairs: Asia Orden mundial, diplomacia y gobernanza Reseñas de libros

[John West, Asian Century on A Knife Edge: A 360 Degree Analysis of Asia’s Recent Economic Development. Palgrave Macmillan. Singapore, 2018. 329 p.]

RESEÑAGabriela Pajuelo

Asian Century on A Knife Edge: A 360 Degree Analysis of Asia’s Recent Economic Development

El título de esta obra parece contribuir al coro generalizado de que el siglo XXI es el siglo de Asia. En realidad, la tesis del libro es la contraria, o al menos pone esa afirmación “en el filo de la navaja”: Asia es un continente de gran complejidad económica y de intereses geopolíticos contrapuestos, lo que plantea una serie de retos cuya resolución determinará en las próximas décadas el lugar de la región en el mundo. De momento, según defiende John West, profesor universitario en Tokio, no hay nada asegurado.

El libro arranca con un preámbulo sobre la historia reciente de Asia, desde la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad. Ya al comienzo de ese periodo se estableció el liberalismo económico como la doctrina estándar en gran parte del mundo, también en la mayor parte de los países asiáticos, en un proceso impulsado por la puesta en marcha de instituciones internacionales.

A ese sistema, sin renunciar a sus doctrinas internas, se sumó China al ingresar en 2001 en la Organización Mundial del Comercio. Desde entonces se han producido algunos shocks como la crisis financiera de 2007-2008, que afectó gravemente a la economía estadounidense y tuvo repercusiones en el resto del mundo, o las recientes tensiones arancelarias entre Washington y Pekín, además de la presente crisis mundial por la pandemia de coronavirus.

Los principios de proteccionismo y nacionalismo desplegados por Donald Trump y un mayor recurso estadounidense al hard power en la región, así como una política más asertiva de la China de Xi Jinping en su entorno geográfico, igualmente recurriendo a posiciones de fuerza, como en el Mar del Sur de China, han perjudicado el multilateralismo que se había ido construyendo en esa parte del mundo.

El autor proporciona algunas ideas que invitan a la reflexión sobre los desafíos que enfrentará Asia, dado que los factores clave que favorecieron su desarrollo ahora se han deteriorado (principalmente debido a la estabilidad proporcionada por la interdependencia económica internacional).

West examina siete desafíos. El primero es obtener una mejor posición en las cadenas de valor mundiales, ya que desde la década de 1980 la fabricación de componentes y la elaboración de productos finales se realiza en diferentes partes del mundo. Asia interviene en gran medida en esas cadenas de suministros, en campos como la producción de tecnología o de indumentaria, pero está sujeta a decisiones comerciales de multinacionales cuyas prácticas en ocasiones no son socialmente responsables y permiten el abuso de los derechos laborales, que son importantes para el desarrollo de clases medias.

El segundo desafío es aprovechar al máximo el potencial de la urbanización, que ha pasado del 27% de la población en 1980 al 48% en 2015. La región es conocida por las megaciudades, densamente pobladas. Ello acarrea algunas dificultades: la población que emigra a los centros industriales generalmente pasa de trabajos de baja productividad a otros de alta productividad, y se pone a prueba la capacidad de atención sanitaria. Pero también es una oportunidad para mejorar las prácticas medioambientales o fomentar la innovación mediante las tecnologías verdes, por más que hoy gran parte de Asia se enfrenta aún a elevados niveles de contaminación.

Otro de los desafíos es dar a todos los asiáticos iguales oportunidades en sus respectivas sociedades, desde las personas LGBT a mujeres y comunidades indígenas, así como a minorías étnicas y religiosas. La región igualmente afronta un importante reto demográfico, pues muchas poblaciones envejecen (como la china, a pesar de la corrección que supone la “política de dos hijos”) o bien siguen expandiéndose con presumibles problemas futuros de abastecimiento (como es el caso de India).

West hace referencia, asimismo, a las barreras que para la democratización existen en la región, con el destacado inmovilismo de China, y a la extensión del crimen económico y la corrupción (falsificación, piratería, narcotráfico, trata de personas, cibercrimen o lavado de dinero).

Finalmente, el autor habla del reto de que los países asiáticos puedan vivir juntos, en paz y armonía, al tiempo que China se consolida como líder regional: si existe una apuesta china por el ​soft power, mediante la iniciativa Belt and Road, también hay una actitud de mayor confrontación por parte de Pekín respecto a Taiwán, Hong Kong y el Mar del Sur de China; mientras que actores como India, Japón y Corea del Norte quieren mayor protagonismo.

En general, el libro ofrece un análisis exhaustivo del desarrollo económico y social de Asia, y de los retos que tiene por delante. Además, el autor ofrece algunas ideas que invitan a la reflexión, argumentando que “un siglo asiático”, así proclamado, es poco probable debido al retraso del desarrollo económico de la región, ya que la mayoría de los países no han alcanzado a contrapartes occidentales en términos de PIB per cápita y sofisticación tecnológica. No obstante, deja abierto el futuro: si se resuelven con éxitos los desafíos planteados, efectivamente puede llegar el momento de una centuria asiática.

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Vista nocturna de Shanghái [Pixabay]

▲ Vista nocturna de Shanghái [Pixabay]

COMENTARIOJimena Puga

La nueva Ley china sobre inversión extranjera, que entró en vigor el 1 de enero de 2020, tiene como principal objetivo acelerar las reformas de política económica del país para abrir el mercado interior y eliminar trabas y contradicciones de la ley anterior. Tal y como ha comunicado el presidente de la Republica Popular, la nueva norma pretende construir un mercado basado en la estabilidad, la transparencia, la previsibilidad y la competencia leal para los inversores extranjeros. Además, las autoridades chinas aseguran que esta nueva ley representa una parte fundamental de la política del Estado para abrirse al mundo y atraer una mayor cantidad de inversión extranjera directa.

El borrador de la norma, redactado en 2015, creó altas expectativas entre los reformistas chinos y los inversores extranjeros sobre un cambio en el régimen de la política de inversiones extranjeras del país. Y su publicación en 2019, año al final del cual el presidente de Estados Unidos y el de la Republica Popular acordaron un paréntesis en la guerra comercial de la que ambos son protagonistas, significó un avance en este cambio.

No obstante, la realidad es distinta. La postura de Pekín en cuanto a la inversión extranjera sigue siendo significativamente diferente en comparación con la concepción de inversión existente en la arena internacional, pero parte del sector reformista de la sociedad sabe que el gobierno no puede permitirse dejar pasar la oportunidad de mejora tras la paulatina ralentización de la inversión nacional en el mercado chino en la última década.

Por el contrario, y teniendo en cuenta la imagen que el Imperio del Centro ha querido proyectar al mundo desde la apertura del régimen, podría pensarse que el presidente Xi Jinping y los líderes del Partido Comunista habrían aprovechado la oportunidad de dar un lavado de cara a una nueva política que, en comparación con la laberíntica y anterior ley, sería sistemática y percibida de manera más amable por los países inversores, como medio para revivir los decrecientes índices de progreso económico. El nuevo acercamiento de la potencia asiática al libre mercado es, por tanto, una cortina de humo sustentada en el establecimiento de protocolos que definen vagamente los límites de los derechos de los que gozan los inversores extranjeros.

Como complemento al contenido de la ley de inversión extranjera, la regulación destaca su promoción y protección y detalla las medidas necesarias para asegurar su efectiva implementación. Esta promueve la inversión por la vía de protección de los derechos e intereses de los inversores, normalizando la administración de la inversión extranjera, mejorando el entorno de los establecimientos mercantiles, así como fomentando el avance de la apertura del mercado con un mayor alcance.

En concreto, el precepto estipula que las empresas de inversión extranjera gozarán de las mismas políticas favorables que las compañías domésticas. Además, detalla las medidas para proteger los negocios de forma confidencial y mejorar el mecanismo para la presentación de sugerencias de las firmas extranjeras a las autoridades.

También recoge y clarifica la implementación de un mecanismo de listas negativas de acceso a inversión extranjera y detalla el sistema de registro y notificación de este tipo de inversiones. Por ultimo, regula también las políticas de inversión para empresas establecidas en Hong Kong, Macao y Taiwán, y las responsabilidades legales para las violaciones de esta regulación.

Desde el plano estrictamente jurídico, el artículo 2 del precepto define el concepto de inversión extranjera como “actividad de invertir de forma directa o indirecta llevada a cabo por personas naturales, empresas u otras organizaciones extranjeras”, y además contempla cuatro circunstancias que se consideran parte de este tipo de inversión:

  • Quien establece una empresa en el territorio chino tanto solo como con otro inversor

  • Quien adquiere participaciones, acciones… u otros derechos e intereses de una empresa en el territorio chino

  • Quien invierte en cualquier proyecto nuevo en China, tanto solo como con otro inversor

  • Quien invierte en cualquier otro modo estipulado por ley, reglamentos administrativos o provisiones del Consejo de Estado

Con el término “empresa de inversión extranjera”, se refiere a una empresa incorporada al territorio chino bajo la ley de China y con toda o parte de su inversión financiada de un inversor extranjero.

No obstante, y tal y como se menciona anteriormente, a pesar de las importantes innovaciones de esta ley, todavía quedan muchas preguntas sin responder. Por ejemplo, no especifica qué es la inversión indirecta. Tampoco especifica el alcance de “persona natural extranjera”: ¿qué ocurre con los chinos que adquieren otra nacionalidad? ¿y con los extranjeros que adquieren la ciudadanía china? Además, el legislador tampoco clarifica si la inversión proveniente de Hong Kong, Macao o Taiwán será considerada inversión extranjera.

Los artículos 4 y 28 de la nueva ley establecen que China adoptará el sistema de gestión del pre-establecimiento de tratamiento nacional (principio que garantiza a los inversores extranjeros y a sus inversiones acceso a los mercados sin desventajas, y por tanto en las mismas condiciones que los nacionales). Y el sistema de la Lista Negativa para la inversión extranjera, el cual consiste en medidas administrativas especiales para el acceso de la inversión extranjera a determinados campos. Es decir, el gobierno tratará como nacionales a todas aquellas inversiones extranjeras fuera de la Lista Negativa.

Este sistema de Lista Negativa fue probado por primera vez en la ZEE de Shanghái y expandido por el país en 2018. Tanto el artículo 4 como el 28 clarifican que la nueva Lista Negativa será promulgada previo acuerdo del Consejo de Estado. Lo cual supone que ni los ministros ni los gobiernos locales podrán establecer restricciones a la inversión extranjera. ¿Qué falta? Si los inversores quieren acceder a los sectores restringidos bajo la Lista Negativa, deben recibir autorización del Ministerio de Comercio, trámite que el legislador no recoge en la normativa.

Por otro lado, los artículos 34 y 37 de la nueva ley establecen el sistema de comunicación sobre el establecimiento de nuevas inversiones para la gestión y organización de las mismas.

De acuerdo con esos puntos, los inversores extranjeros están obligados a comunicar toda información relevante al departamento de comercio regulado por la Empresa de Sistema de Registro o la Empresa de Sistema de Publicidad de Información Crediticia. En estos artículos se recogen también las penalizaciones por incumplimiento. Pero una vez más, en este campo faltan requisitos de forma en cuanto a cómo y qué contenido se requiere para la comunicación de la información al departamento de comercio.

Este nuevo giro en la política económica se traduce, una vez más, en una estrategia mediante la cual Pekín pretende proyectarse en el panorama internacional como potencia económica poderosa e innovadora, tratando de ocultar la ralentización de su mercado interior y los daños sufridos por la guerra comercial contra Washington. Sin embargo, teniendo en cuenta los vacíos legales analizados en los artículos mencionados y su vaga y ambigua escritura, las empresas extranjeras tendrán que esperar a determinar lo que esta reforma supone realmente tras su puesta en práctica.

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[Xulio Ríos. La China de Xi Jinping. De la amarga decadencia a la modernización soñada. Editorial Popular. Madrid, 2018. 300 p.]

RESEÑAMaría Martín Andrade

La China de Xi Jinping. De la amarga decadencia a la modernización soñadaDado el crecimiento globalmente conocido de China en los últimos años y la incertidumbre que causan en el plano internacional sus pasos de gigante en un periodo de tiempo más bien reducido, conviene examinar qué sustenta el proceso de modernización chino para poder determinar su solidez. Xulio Ríos, experto en sinología y director del Observatorio de la Política China (dependiente conjuntamente de Igadi y Casa Asia), lleva a cabo ese análisis en La China de Xi Jinping, con un enfoque que abarca los planos político, económico y social. Ríos aborda el papel de China en la globalización y cómo la toma de mando del poder en 2012 por parte de Xi Jinping ha acelerado aún más la rápida modernización del país.

Ríos comienza identificando las tres claves para el éxito de China en el proceso de modernización: el empleo de una política económica acertada, la aplicación de una estrategia propia y una identidad fuerte capaz de adaptar las grandes corrientes de pensamiento internacional a las singularidades del país. Dicha adecuación ha sido el núcleo esencial del proceso de modernización de China, cuyos desafíos en los próximos años consisten en pasar de una economía de imitación a una economía de innovación, invertir en políticas justas orientadas a la corrección de las desigualdades a las que el país se enfrenta, y hacerse un hueco en el sistema internacional sin tener que abandonar su identidad.

El sueño chino es el principal elemento que caracteriza esta nueva senda que Xi Jinping intenta seguir desde que se convirtiera en secretario general del PCCh; un sueño que hace referencia a la ilusión y las aspiraciones de un pueblo que ha visto entorpecido su camino hacia la modernización. A diferencia del maoísmo, donde la cultura tradicional se veía como expresión de la antigua sociedad, Xi destaca la importancia de resaltar algunos de los valores de la cultura popular que puedan ayudar a consolidar la conciencia de la nación en este siglo.

El autor no deja de constatar que los principales obstáculos de esta rápida evolución china son los elevados costes sociales de las últimas transformaciones y la quiebra medioambiental que tantos gravosos daños está provocando. Por ello, sin apartar nunca la vista del sueño chino, el secretario general del PCCh y presidente del país asegura pretender una China bella, ambiental, rica y poderosa, con influencia mundial, pero sin abandonar nunca su perfil propio.

Como parte de la reforma de la gobernanza del partido, Xi Jinping persiste, como ningún otro presidente anterior, en la importancia del imperio de la ley como expresión de la modernización en la forma de gobierno. En sintonía con esto, la reforma judicial se ha convertido en uno de los ejes principales de su mandato para combatir el desequilibrio de la administración de justicia en todo el país. Dentro del plano económico, el papel atribuido a la economía privada en lo tocante a modernización está convirtiendo a China en la primera economía del mundo. La diversificación de su inversión en reservas extranjeras y la evolución en sectores como el automóvil están resultando una alternativa al modelo occidental que va dirigido a conseguir tomar el mando del liderazgo de la globalización.

Así pues, las cuatro modernizaciones de la gobernanza de Xi se centran en la industria, la agricultura, la ciencia y tecnología y la defensa. Estos avances pretenden ser complementados con un destacable ánimo por fortalecer la multipolaridad, aumentando la presencia en los mercados exteriores y buscando un reconocimiento global de su actualización mediante nuevos objetivos, como la revitalización de las Rutas de la Seda, la creación de corredores económicos o el Banco Asiático de Inversión e Infraestructuras.

Una vez desglosados los distintos elementos que configuran el cambio de imagen que China está experimentando, el autor concluye puntualizando que, a pesar del desarrollo económico y el aumento de la confianza política, el país puede participar más y asumir más responsabilidades. Sin embargo, debido a sus circunstancias estructurales y sus conflictos domésticos, China todavía no está lo suficientemente preparada para sustituir a EEUU o a Occidente en el liderazgo global. No obstante, nada impide destacar la distinguida maniobra de Xi Jinping, en comparación con otros líderes chinos, de hacer valer los intereses de forma más notoria y visible, siendo la Ruta de la Seda un claro ejemplo de la ambición del proceso chino.

Categorías Global Affairs: Asia Orden mundial, diplomacia y gobernanza Reseñas de libros

[Bruno Maçães, Belt and Road. A Chinese World Order. Penguin. Gurgaon (India), 2019. 227p.]

RESEÑA Emili J. Blasco

Belt and Road. A Chinese World Order

Cubierto el momento de literatura consagrada a presentar la novedad del proyecto chino de Nueva Ruta de la Seda, Bruno Maçães deja de lado muchas de las concreciones específicas de la iniciativa china para a ocuparse de sus aspectos más geopolíticos. Por eso a lo largo de libro Maçães utiliza todo el rato el nombre de Belt and Road (Faja y Ruta), en lugar de sus acrónimos –OBOR (One Belt, One Road) o el últimamente más utilizado BRI (Belt and Road Initiative)–, pues no se está refiriendo tanto al trazado mismo de las conexiones de transportes como al nuevo orden mundial que Pekín quiere modelar.

A través de esa integración económica, según Maçães, China podría proyectar poder sobre dos tercios del mundo, incluida Europa central y oriental, en un proceso de cohesión geográfica de Eurasia al que ya este político e investigador portugués dedicó su obra anterior.

Comparado con otros ensayos sobre la Nueva Ruta de la Seda, este dirige mucho la mirada a India (es así en su contenido general, pero además en esta reseña se ha utilizado una edición especial destinada a ese país, con una introducción particular).

Maçães concede a India el papel de clave de bóveda en el proyecto integrador de Eurasia. Si India decide no participar en absoluto y, en cambio, apostar por la alternativa que promueve Estados Unidos, junto con Japón y Australia, entonces el diseño chino no alcanzará la dimensión ansiada por Pekín. “Si India decide que la vida en el orden occidental será mejor que bajo arreglos alternativos, el Belt and Road tendrá dificultades para lograr su ambición original”, dice el autor.

No obstante, Maçães cree que Occidente no es del todo tan atractivo para el subcontinente. En ese orden occidental, India no puede aspirar más que a un papel secundario, mientras que el ascenso de China “le ofrece la excitante posibilidad de un mundo genuinamente multipolar, antes que meramente multilateral, en el que India puede esperar legítimamente a convertirse en centro autónomo de poder geopolítico”, al mismo nivel al menos que una declinante Rusia.

A pesar de esas aparentes ventajas, India no se decantará del todo hacia ninguno de los dos lados, vaticina Maçães. “Nunca se unirá al Belt and Road porque solo podría consentir unirse a China en un proyecto que fuera nuevo. Y nunca se unirá a una iniciativa estadounidense para rivalizar el Belt and Road a menos que EEUU la haga menos confrontacional”. Así, que “India dejará a todo el mundo esperando , pero nunca tomará una decisión sobre el Belt and Road”.

Sin la participación de Delhi, o incluso más, con resistencia de los dirigentes indios, ni la visión de EEUU ni la de China puede llevarse completamente a la práctica, sigue argumentando Maçães. Sin India, Washington puede ser capaz de preservar su actual modelo de alianzas en Asia, pero su capacidad de competir a la escala en que lo hace el Belt and Road colapsaría; por su parte, Pekín se está dando cuenta de que sola no puede proveer los recursos financieros necesarios para el ambicioso proyecto.

Maçães advierte que China ha “ignorado y desdeñado” las posiciones y los intereses de India, lo cual puede acabar siendo “un gran error de cálculo”. Estima que la impaciencia de China por comenzar a levantar infraestructuras, por la necesidad de demostrar que su iniciativa es un éxito, “puede convertirse en el peor enemigo”.

Aventura que los chinos pueden corregir el tiro. “Es probable –quizás incluso inevitable- que el Belt and Road crezca cada vez más descentralizado, menos chino-céntrico”, dice, y comenta que al fin y al cabo ese nuevo orden chino no sería tan diferente de la estructura del existente orden mundial dirigido por Washington, donde “EEUU insiste en ser reconocido como el Estado en el vértice de la jerarquía del poder internacional” y deja cierta autonomía a cada potencia regional.

Si Maçães pone a India en una situación de no alineamiento pleno, sí prevé una inequívoca colaboración de ese país con Japón. A su juicio se trata de una relación “simbiótica”, en la que India ve a Japón como su primera fuente de tecnología, al tiempo que Japón ve a la armada india “un socio indispensable en sus esfuerzos por contener la expansión china y salvaguardar la libertad de navegación” en el mares de la región.

En cuanto a Europa, Maçães la ve en la difícil posición “de no ser capaz de oponer un proyecto internacional de integración económica, al tiempo que es igualmente incapaz de sumarse como mero participante” a la iniciativa china, además del germen de división que ya ha introducido el proyecto en la Unión Europea.

De Bangladesh a Pakistán y Yibuti

A pesar de las diferencias antes indicadas, Maçães cree que la relación entre China e India puede desarrollarse positivamente, aunque exista algún elemento de conflicto latente, alentado por cierta desconfianza mutua. La vinculación comercial de dos mercados y centros de producción tan inmensos generará unos lazos económicos “llamados dominar” la economía mundial hacia la mitad de este siglo.

Ese trasiego de productos entre los dos países hará de Bangladesh y Myanmar el centro de un corredor comercial de gran importancia.

Por su parte, Pakistán, además de ser corredor para la salida al Índico desde China occidental, se integrará cada vez más en la cadena de producción china. En concreto, puede alimentar con materias primas y manufacturas básicas la industria textil que China está desarrollando en Xinjiang, su puerta de exportación hacia Europa para mercancías que pueden optimizar el transporte ferroviario. La capital de esa provincia, Urumqi, se convertirá la próxima década en la capital de la moda de Asia central, de acuerdo con la previsión de Maçães.

Otra observación interesante es que el achicamiento de Eurasia y el desarrollo de vías de transporte internas entre los dos extremos del supercontinente, pueden hacer que en el comercio entre Europa y China pierdan peso los puertos de contenedores del Mar del Norte (Ámsterdam, Rotterdam, Hamburgo)­ a costa de un mayor tránsito de los del Mediterráneo (El Pireo, especialmente).

El autor también aventura que obras de infraestructura chinas en Camerún y Nigeria pueden ayudar a facilitar las conexiones entre esos países y Doralé, el puerto que China gestiona en Yibuti, que de esa forma, mediante esas vías trans-africanas, podría constituirse “en un serio rival” del canal de Suez.

Si en Yibuti China tiene su primera, y de momento única, base militar fuera de su territorio, hay que tener presente que Pekín puede darle un posible uso militar a otros puertos cuya gestión haya asumido. Como recuerda Maçães, China aprobó en 2016 un marco legal que obliga a las empresas civiles a apoyar las operaciones logísticas militares solicitadas por la Armada china.

Todo estos son aspectos de un libro sugerente que no se deja llevar por el determinismo del ascenso chino, ni por una visión antagónica que niegue la posibilidad de un nuevo orden mundial. Obra de un europeo que, aunque sirvió en el Ministerio de Exteriores portugués como director general para Europa, es realista sobre el peso de la UE en el diseño del orbe.

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La autoridad de China y de EEUU en Asia

▲Banderas de Estados Unidos y Japón, en una ceremonia de bienvenida al vicepresidente estadounidense en Tokio, en febrero de 2018 [Casa Blanca]

COMENTARIOGabriel de Lange [Versión en inglés]

En las últimas décadas, China ha crecido en fuerza económica y política. La inclusión del documento “Pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con características chinas para una nueva era” en la Constitución del Partido Comunista chino (PCC), llevada a cabo durante el 19º Congreso de ese partido en octubre de 2017, y la modificación de la Constitución del país para eliminar el límite de dos mandatos presidenciales seguidos, aprobada por el pleno de la Asamblea Popular de China en marzo de 2018, han supuesto la consolidación del poder del actual líder chino.

Por su parte, Estados Unidos ha sido criticado en múltiples frentes por sus relaciones en Asia. Autores críticos con la Administración Trump consideran que su política hacia Corea del Norte, China y la región en general están “dañando los intereses” de EEUU en Asia-Pacífico. La retirada del acuerdo Transpacífico (TPP) “ha socavado la influencia” estadounidense para moldear el futuro regional, dando a China la oportunidad de que lo haga en sus propios términos. La retirada del TPP ha hecho que muchos países asiáticos se pregunten sobre lo que Washington pone sobre la mesa en términos económicos y miren hacia China por si llena este vacío.

Uno de los principales factores que llevan a los países asiáticos a mantener cierta distancia respecto de China y una mayor cercanía a Estados Unidos son los problemas en el Mar del Sur de China. Como en el caso de las Filipinas con las islas Spratly o Vietnam con las islas Paracel. La preocupación de esos países sobre las intenciones chinas les ha empujado a un acercamiento a EEUU. Desafortunadamente para Washington, esa aproximación depende de la propia decisión de China, de insistir o no en sus reivindicaciones sobre islas particulares. La Administración Xi podría decidir que los beneficios de unas relaciones más fuertes con sus vecinos son más importantes que estos territorios en disputa.

La pregunta ahora es: ¿a quién buscarán los otros países asiáticos, especialmente los miembros de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático), como aliado político? Con los signos de un poder firme, estable y duradero bajo la autoridad consolidada de Xi Jinping, en comparación con una Administración Trump aparentemente impredecible, dividida e internacionalmente criticada, nadie puede sorprenderse de que los vecinos de la región puedan inclinarse más hacia China en un futuro próximo.

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Gran Muralla de China, cerca de Jinshanling

▲Gran Muralla de China, cerca de Jinshanling [Jakub Halin-Wikimedia Commons]

COMENTARIOPaulina Briz Aceves

La Gran Muralla de China se completó después de décadas de sucesivos esfuerzos de diferentes dinastías, no solo como una línea defensiva, sino también como una señal de la actitud china hacia el mundo exterior. Aunque este muro en la actualidad no tiene uso alguno, más que el ser un atractivo turístico, ha sido ejemplo para la creación de otro gran muro, que aunque no sea físico, tiene los mismos efectos que el original: aislar a la comunidad china del exterior y protegerse de los ataques que atenten contra su soberanía.

El "Gran Cortafuegos de China" –el esfuerzo de vigilancia y de censura en línea del gobierno–monitorea todo el tráfico en el ciberespacio chino y permite a las autoridades tanto denegar el acceso a una variedad de sitios web seleccionados, como desconectar todas las redes chinas de la red mundial de Internet. Además del Gran Cortafuegos, el gobierno chino también ha creado un sistema de vigilancia doméstica llamado "Escudo de Oro", que es administrado por el Ministerio de Seguridad Pública y otros departamentos gubernamentales y agencias locales. El gobierno chino entiende cuán valiosas y poderosas son la tecnología, la innovación e Internet, por eso es cauteloso sobre la información difundida en suelo chino, debido a su temor constante de un posible cuestionamiento del Partido Comunista y desbaratamiento el orden político de China.

Las políticas y estrategias cibernéticas de China son apenas conocidas en el mundo internacional, pero lo que se sabe es que las prioridades de seguridad de las redes de China están motivadas por el objetivo principal del Partido Comunista de mantenerse en el poder. Los gobernantes chinos entienden que lo cibernético es algo ya completamente integrado en la sociedad. Por lo tanto, consideran que para mantener la estabilidad política deben vigilar sobre sus ciudadanos y controlarlos, dejándolos en la sombra mediante la censura, no solo de información general, sino de temas delicados como la masacre en la Plaza Tiananmén o la Revolución de los Paraguas de Hong Kong.

Los filtros que controlan lo que los ciudadanos ven en la web se han vuelto más sofisticados. Además, el gobierno ha empleado alrededor de 100.000 personas para vigilar el internet chino, para controlar la información no solo proveniente del Oeste, sino incluso la que se genera en la propia China. Es cierto que esta intromisión en los medios de comunicación, sin duda, ha hecho que el gobierno chino afirme su poder sobre la sociedad, porque es claro que quien tiene la información definitivamente tiene el poder.

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Genera muchas de las materias primas necesarias para la producción mundial de tecnología

China no solo tiene importantes reservas de recursos minerales, sino que además lidera la producción mundial de muchos de ellos. Eso le da una notable ventaja geopolítica como fuente de los recursos imprescindibles para de la producción tecnológica global.

Imagen de satélite

▲Imagen de satélite [NASA]

ARTÍCULOGabriel Ros Casis [Versión en inglés]

Con un vasto territorio como el del país asiático, es obvio pensar que posee gran cantidad de materias primas y recursos naturales. A lo largo de la historia de China, esto se ha convertido en una fuerte baza geopolítica, no solo para el propio desarrollo del país en sí, sino también para sus socios comerciales a través de exportaciones. Hoy en día, cuando hablamos sobre estas materias primas, China destaca en dos principales grupos: los metales básicos y los elementos tecnológicos.

El grupo de los metales básicos comprende esencialmente cinco metales de la tabla periódica, siendo estos: hierro, cobre, aluminio, magnesio y zinc (en ocasiones, el plomo y el estaño también se incluyen). No es necesario recordar que podemos encontrar todos estos metales en objetos cotidianos, y que han sido la columna vertebral de la industria por mucho tiempo. Por lo tanto, todo país los necesita, situando a aquellos con mayores yacimientos de estos metales con una ventaja estratégica. Pero la riqueza mineral de un país no siempre viene dada por esta condición, ya que también puede ser medida por la facilidad y viabilidad de la extracción del producto. En el caso de China, ambos argumentos serían válidos, puesto que el país posee los mayores depósitos de muchos de estos minerales, con el magnesio a la cabeza (79% de las extracciones globales) seguido por el estaño (43%) y el zinc (31%).

En lo que respecta a los metales tecnológicos, es importante fijarse en que incluyen diversos minerales, tales como las tierras raras, metales preciosos, así como semiconductores. Desde un enfoque cuantitativo, la cantidad requerida de estos metales es mínima, a pesar de que su disponibilidad es crucial para la producción de la tecnología de hoy en día. Por ejemplo, algunos de los metales tecnológicos más comunes incluyen litio, itrio, paladio, cerio y neodimio, los cuales fácilmente se pueden hallar en las baterías de los teléfonos móviles, en medicamentos, imanes o catalizadores. Una vez más, China se sitúa a la cabeza con los mayores yacimientos de varios de estos elementos, destacando los de tungsteno (83%) seguidos por los conocidos como tierras raras (78%) y el molibdeno (38%).

De esto podemos sacar como conclusión que China no solo tiene los mayores yacimientos, sino que también es el primer exportador mundial. Además de la extracción este país también refina y fabrica componentes con minerales como aluminio, cobre y ciertas tierras raras e incluso en algunos casos llega a manufacturar el producto final.

Por lo tanto, debe tomarse en cuenta que la extracción trae consigo ciertas consecuencias. Ambientalmente, la extracción siempre tiene un impacto en el terreno, quizás menor en China si se compara con otros países (por la extensión de su territorio), pero igualmente significativo. Desde un enfoque económico, estas extracciones conllevan un gran coste, pero que, gestionado de la manera adecuada, puede generar un inmenso beneficio. En el escenario político, son vistas como una importante ventaja geopolítica, creando dependencia en la demanda de otros países.

Como conclusión, se puede extraer de esto que China tiene un gran poder en lo relativo a recursos de materias primas, pero esto acarrea una gran responsabilidad, ya que una parte sustancial de las materias primas usadas para casi toda la producción mundial de tecnología depende de este país, que proporciona los recursos, pero también los fabrica.

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DOC. DE TRABAJOIñigo González Inchaurraga

RESUMEN

El principal, aunque no el único, elemento de contención entre Estados Unidos y China es Taiwán. Mientras que Washington mantiene una política de una sola China, Pekín defiende el principio de “una sola China”, proclamando que solo hay una China en el mundo y que tanto la isla de Taiwán como la zona continental son la misma República Popular China. Las autoridades chinas también sostienen que la soberanía y el territorio chino no pueden dividirse. A los ojos de Pekín, Taiwán es una provincia renegada surgida de la guerra civil china, por lo que la reunificación es la única opción de futuro para la isla. Esta reunificación, preferiblemente, debería producirse de manera pacífica, pero el uso de la fuerza tampoco puede descartarse si Taiwán pretendiese una independencia de jure. Por su parte, el Gobierno de Taipéi reclama su estatus como Estado soberano. El caso es que estando a finales de la década de 2010, resulta complicado seguir pidiendo a China que cumpla con el Derecho Internacional en relación, por ejemplo, a la resolución del Tribunal Permanente de Arbitraje y las disputas territoriales en el Mar de la China Meridional, mientras que Taiwán sigue siendo una anomalía que atenta contra ese mismo Derecho Internacional que Pekín debe cumplir ateniéndose a las normas de la ONU sobre el Derecho del Mar.

 

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El proyecto 'Un Cinturón-Una Ruta' pretende consolidar el ascenso de China como superpotencia

La ambiciosa iniciativa lanzada por Xi Jinping de conexión de China con el resto del continente Euroasiático puede resultar costosa y difícil. Pero a diferencia de la ruta terrestre a través de las repúblicas de Asia central, la vía marítima puede no tardar en ser una realidad en ciertos tramos, pues China ya ha construido algunos puertos en parte del recorrido.

▲Las vías terrestre y marítima de la iniciativa china [yourfreetemplates]

ARTÍCULOJimena Puga Gómez [Versión en inglés]

Tras el discurso del presidente chino Xi Jinping en 2013 sobre la revitalización de la antigua Ruta de la Seda, la iniciativa que comenzó siendo solo una idea se ha convertido en el mayor desafío económico del Gobierno de Pekín: una revolución que, de llevarse a cabo, modificará las infraestructuras de transporte de pasajeros, mercancías y hidrocarburos, así como la alta tecnología del continente asiático. Denominado como OBOR-One Belt-One Road (Un Cinturón-Una Ruta), el plan pretende ser la clave del ascenso de China como superpotencia regional.

La iniciativa OBOR es un gran plan para rediseñar el entorno estratégico de China, proyectar el poder económico de Pekín, asegurar el acceso del país comunista a los suministros de energía y minerales, e impulsar el crecimiento económico en el oeste de la República Popular. OBOR busca lograr estos objetivos fomentando una conectividad mayor y más rápida entre China y Europa a través de puntos intermedios en el centro, oeste y sur de Asia, así como con Rusia.

Por su parte, la ruta marítima que formará una de las piezas clave de la iniciativa OBOR, también conocida como la Ruta de la Seda del siglo XXI, cuenta con que siete de los diez puertos más grandes del mundo están en China y, como es sabido, estas infraestructuras hacen del gigante asiático un importante exportador de servicios de gestión portuaria. 

La Ruta de la Seda marítima dirigida hacia Oriente, comenzará en la provincia de Fujian y pasará por Guangdong, Guangxi y Hainan, antes de dirigirse hacia el sur hasta el Estrecho de Malaca. Desde Kuala Lumpur, la Ruta seguirá a Kolkata y Colombo, luego cruzará el resto del Océano Índico en dirección a Nairobi. Y desde ese punto del continente africano, recorrerá el Cuerno de África buscando atravesar el estratégico Golfo de Adén has llegar al Mar Rojo. El plan trazado por Pekín pretende crear las infraestructuras suficientes para que los buques chinos puedan llegar a alcanzar de manera segura el Mediterráneo tras navegar por el Canal de Suez. Pero, la ambición del República Popular no se detiene a las puertas de la Unión Europea, ya que China quiere llegar a Atenas surcando el Egeo y de ahí pasar a Venecia, donde buscará las rutas terrestres que hagan posible el desplazamiento de sus mercancías por la toda Unión. La inversión China se ha centrado, entre otros puntos, en el puerto del Pireo, con un nuevo centro logístico y en el desarrollo de una red de infraestructuras logísticas a través de los Balcanes y de Hungría.

En este mapa estratégico de rutas ideado en Pekín, el Pacífico Sur también ha sido incluido. Así, la Ruta de la Seda marítima cuenta con dos rutas. La primera, como se ha dicho, con origen en la costa este de China y que a través del Mar del Sur de China tiene la pretensión de establecer un control estratégico de las islas Spratley, del Estrecho de Malaca y de toda la zona Indo Pacífica, incluyendo el Golfo de Bengala, para llegar al corazón de Europa. La segunda ruta marítima, también atravesará el Mar del Sur de China, para dirigir sus buques hacia los puertos costeros del Pacífico Sur. Con ello, China también controlaría las rutas de las imprescindibles materias primas que le llegan de los países hispanoamericanos

A pesar de tratarse de un proyecto económico a largo plazo, el Gobierno chino ha comenzado ya la construcción de ciertas infraestructuras y las necesarias negociaciones con distintos países. Un claro ejemplo es el de Alemania. La Unión Europea es el mayor socio comercial de China, mientras que la República Popular es el segundo proveedor de la Unión. Muestra de ello es Alemania, país que además de gozar de una excelente reputación como socio fiable en China, es considerada como “la puerta comercial de Europa”. Prueba de ello es que, en un encuentro en Duisburgo, el puerto interior más grande del mundo y un importante centro de transporte y logística de Europa, el presidente chino Xi Jinping propuso a Alemania “trabajar en común para hacer realidad el ambicioso proyecto del resurgimiento del cinturón económico de la nueva Ruta de la Seda del siglo XXI”. Actualmente, Alemania y China están conectadas mediante la línea de ferrocarril internacional Chongqing-Xinjiang-Duisburgo.

Los puertos construidos por China en Hambantota y Colombo, en Sri Lanka; la Zona de Cooperación Económica y Comercial China-Suez, en Egipto; la negociación de Kazajstán del derecho a despejar sus importaciones y exportaciones a través del puerto chino de Lianyungang, y una nueva alianza entre puertos en China y Malasia son ejemplos adicionales de la capacidad de China de aprovechar su nueva destreza como modernizador y administrador de puertos para respaldar su estrategia.

La iniciativa de la nueva Ruta de la Seda es un proyecto que necesitará de inversiones multimillonarias para poder construir infraestructuras de transporte fluidas, seguras y eficientes. Los efectos de esta red económica aseguran beneficios no solo para China, líder de la iniciativa OBOR, sino también para todos los países afectados por ella. No obstante, la financiación del proyecto es todavía una incógnita que convendría ir clarificando.

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