¿Lo que es costumbre es correcto? ¿Lo que es normal es justo? ¿Tenemos que temer lo que es diferente?
Estas fueron las preguntas que, a modo de reflexión, nos lanzó Alejandro Moreno Salamanca al final de su ponencia, el pasado miércoles en la sede del IESE en Madrid. Y es que no había mejor forma de abrir una jornada sobre la “Innovación a partir del propósito corporativo” que meditando acerca del propósito vital de las personas: ser feliz.
Es en la forma de llegar a dicho estado, donde muchas veces nos equivocamos los seres humanos. Concebimos la felicidad como el fin último únicamente alcanzable a través de la ausencia de esfuerzo (producto de relacionar trabajo, dificultad y sacrificio con cierta desdicha), cuando en realidad es todo lo contrario, la felicidad es una consecuencia de trabajar y perseverar en aquello en lo que uno cree.
Así, Alejandro nos proporcionó dos valiosas palancas para acercarnos al propósito:
-Hacernos preguntas más fundamentales. Y para ello hemos de lidiar con dos grandes peligros: el relativismo y el populismo. El primero, parte de un absoluto para negar todo lo absoluto, lo cual nos conduce a renunciar a nuestras certezas, en lugar de cuestionarlas, impidiéndonos reflexionar sobre qué es lo correcto; el segundo, nos lleva hacia una simplificación excesiva, nos dificulta la comprensión de matices y hace que aportemos soluciones superficiales a las cuestiones fundamentales.
-Validar (y querer) la diferencia. Y hacerlo como recurso para el desarrollo personal, la autenticidad y la búsqueda de una vida significativa.
Ambas ideas se hacen más útiles que nunca en el contexto en el que vivimos, donde la empresa se ha erigido como la institución social con más peso, fruto de la cantidad de horas que pasamos en el trabajo o relacionándonos con personas provenientes de dicha esfera.
Como consecuencia, la sociedad reclama organizaciones con propósito, que propicien un libre mercado donde la persona esté situada en el centro. De esta forma, no es casualidad que las tres características fundamentales que convierten al buen líder en tal, sean: respeto a la dignidad, el trato humano y amor genuino (querer el bien del otro).
Sólo atendiendo a estas premisas, se puede concebir a la empresa como lo que efectivamente es: “Comunidad de personas, escuela de virtudes”.
Por tanto, si atendemos a las nociones sobre las que Alejandro quiso poner el foco en su intervención, trabajo y capital humano, y entendemos que caminamos hacia un libre mercado humanista, el cual pasa indefectiblemente por ordenar la sociedad en aras de hacerla más justa, comprenderemos que para trabajar en empresas con propósito hay que vivir la vida con propósito.