La arritmia de Scholz en confrontar a Rusia desdibuja la imagen de la determinación alemana

La arritmia de Scholz en confrontar a Rusia desdibuja la imagen de la determinación alemana

ARTÍCULO

08 | 05 | 2022

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Alemania ha tomado algunas decisiones contundentes, pero se alternan con momentos de aparente duda que restan perfil resolutivo al nuevo canciller

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El canciller alemán durante su discurso con motivo del Día de la Liberación del nazismo, 8 de mayo de 2022 [Pool Cancillería]

El socialdemócrata Olaf Scholz ha tenido un difícil estreno como canciller alemán: al normal periodo de adaptación de un Gobierno de coalición de tres partidos políticos muy dispares –SPD, Los Verdes y FDP– se sumó casi de inmediato la guerra de Ucrania. Elegido en gran parte por su moderación y porque era percibido como la mejor garantía de preservar la estabilidad dada al país por la democristiana Angela Merkel, de la que fue vicecanciller, la agresión de Rusia ha situado a Alemania ante la necesidad de una contundencia que está poniendo a prueba a Scholz y a su coalición con ecologistas y liberales. El canciller ha actuado con determinación en momentos decisivos, pero otras veces se le ve con dificultad para enfrentarse a una Rusia a la que Berlín llevaba tiempo interesado en tratar como socia.

Olaf Scholz llegó a la Cancillería en diciembre de 2021 con la tarea nada sencilla de dar sucesión a la era de 16 años de Angela Merkel. La imagen nacional e internacional de solidez de su predecesora dejaba el listón muy alto. No obstante, parte de las dificultades a las que Scholz se enfrenta son heredadas, en especial la dependencia energética de Rusia.

El deseo en Berlín de cooperación con la gran potencia del Este –Rusia aportaba sobre todo hidrocarburos y otras materias primas y constituía un mercado de manufacturas para Alemania– ha sido una constante desde la caída de la URSS, no solo por motivos económicos sino también por memoria histórica. Desde el SPD el trato fue menos exigente –con un punto de promiscuidad en el caso del excanciller Gerhard Schröder, que ocupa altos cargos en las grandes energéticas rusas, de los que sigue sin dimitir–, pero también Merkel propició un entendimiento, defendiendo en el seno de la Unión Europea moderación en la respuesta a los gobiernos autoritarios de Rusia y China. Merkel fue responsable de la apertura del gaseoducto Nord Stream 1, aun cuando Eslovaquia, Polonia y Ucrania se opusieron, como también de la construcción del tubo que lo duplica, el Nord Stream 2, a pesar de las reticencias mostradas por Washington.

En su campaña electoral, frente a las advertencias que hacían verdes y liberales de no poner en marcha el recién terminado North Stream 2, Scholz evitó cualquier amenaza a Moscú. Confiaba en que este asunto no fuera a centrar su mandato, en realidad orientado hacia otras cuestiones.

Así, entre sus principales metas, recogidas en el plan de gobierno de coalición, estaba combatir el cambio climático y sus efectos, con el objetivo de que para el 2030 el 80% de la energía consumida en Alemania provenga de fuentes renovables. En temas sociales, Scholz se proponía construir 400.000 nuevas viviendas sociales y subir el sueldo mínimo a doce euros la hora. El plan también incluía reducir la edad de votación de dieciocho a dieciséis años, así como facilitar el acceso de los inmigrantes a la nacionalidad alemana tras cinco años de residencia y permitir la doble nacionalidad. Otro punto del programa era la legalización del cannabis. En política exterior, el nuevo Gobierno se planeaba fortalecer la UE y especialmente la amistad con Francia y Estados Unidos, ambos estrechos aliados dentro de la OTAN.

Esa relación con EEUU y con la OTAN, sin embargo, se vio testada con el agravamiento de la crisis de Ucrania. En las semanas previas a la invasión rusa, el New York Times llegó a llamar a Scholz el “canciller invisible”, por su evidente falta de acción respecto a Rusia. De acuerdo con ese medio, la embajadora alemana en Washington había advertido en un memorándum interno que la clase política estadounidense comenzaba a considerar a Alemania un aliado poco fiable. A mediados de febrero, en medio de la negativa de Berlín a enviar armamento a Ucrania, la aprobación de Scholz entre los alemanes cayó al 42%, superada por una desaprobación que ascendía al 46% (casi el doble que en su comienzo de mandato).

Cuando quiso mostrarse más activo con su visita del 7 de febrero a la Casa Blanca, Scholz sufrió la humillación de ver cómo Joe Biden se encargaba de asegurar públicamente que el North Stream 2 no entraría en funcionamiento si se producía la invasión, mientras él aparecía titubeante (las autoridades alemanas no habían certificado el gasoducto, por lo que este aún no había podido entrar en funcionamiento, pero Berlín no tenía una posición final). Aunque Scholz reunió en Berlín a los presidentes de Francia y Polonia el 8 de febrero y viajó a Moscú y Kiev el 14 y 15 de febrero, fue Emmanuel Macron quien en la UE recogió el liderazgo diplomático.

Invasión y guerra

El shock que sacudió Europa el 24 de febrero –por primera vez desde el fin de la Segunda Guerra Mundial un país europeo invadía a otro a gran escala– galvanizó a toda la UE, creando un frente con EEUU, Reino Unido y otros aliados, en un esfuerzo conjunto en el que Alemania también aportó su parte. Tras un par de días en los que Bruselas cobró más protagonismo, el domingo 27 de febrero, en una sesión extraordinaria del Bundestag, Scholz brindó un discurso que rompía ciertos tabúes alemanes vigentes desde la Segunda Guerra Mundial.

El canciller anunció que destinaba 100.000 millones de euros al Ejército alemán para este año y se comprometió a llegar al 2% del PIB en gasto de Defensa a partir del próximo, exigencia que fue acordada por Merkel en 2014 durante la cumbre de la OTAN en Gales, pero que nunca llegó a ser alcanzado. De cara a una futura independencia energética respecto de Rusia, proclamó la construcción dos terminales de gas natural en Alemania, al tiempo que su Gobierno se planteaba la posibilidad de paralizar el cierre programado de las últimas centrales nucleares.

La dependencia de los hidrocarburos rusos (el 46% del gas y el 37% del petróleo que consume Alemania llega de Rusia) ha hecho que Berlín se mueva con cautela a la hora de ampliar a ese sector las sanciones contra Moscú, por más que mantener esos suministros (Nord Stream 1, por ejemplo, sigue en operación) ayuda a Putin a financiar la guerra, constituyendo el ‘talón de Aquiles de Europa’. Si bien algún think-tank alemán ha considerado factible renunciar al gas ruso, el Gobierno ha seguido insistiendo en la imposibilidadde adoptar esa medida de golpe.

El hecho de que Polonia, que estaba aún más atada al gas que llega de Siberia, haya podido acoger sin gran sobresalto el anuncio de Gazprom de finales de abril de cortar el suministro a ese país (y a Bulgaria), gracias a que llevaba algunos años construyendo conexiones alternativas, volvió a poner en evidencia a Berlín. La comparación cogía a Scholz en otro momento ‘bajo’, después de que hubiera trascendido el rechazo del presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, a recibir en Kiev al presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier.

Scholz necesitó entonces volver a ponerse al paso de la vanguardia europea, y autorizó la entrega de carros de combate a Ucrania, dando un giro radical en su política en esta materia. Eso propició que desde Kiev se levantara el veto a una próxima visita de Steinmeier. El hecho de que Berlín haya ido sustituyendo la compra de petróleo ruso (a comienzos de mayo constituía yaa solo el 12% de las adquisiciones de crudo alemanas) ha contribuido a reforzar de nuevo la imagen de Alemania como socio comprometido en la estrategia de la UE. En su discurso del 8 de mayo, aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, Scholz se declaró convencido de que Putin no ganará la guerra.

A pesar de lo mucho conseguido por Merkel, la procrastinación de decisiones en algunos momentos de su mandato dio origen al verbo ‘merkeln’. Quién sabe si ‘scholzen’ se convertirá en su sinónimo o por el contrario adquirirá un significado propio.