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Portada del libro de Daniel Iriarte ‘Guerras cognitivas’ (Barcelona: Arpa, 2025), 317 págs.
Los nuevos fenómenos tardan un tiempo en recibir un nombre que los etiquete universalmente. La expresión ‘fake news’ se ha ido extendiendo como perfecto símbolo de la era política en la que hemos entrado, donde la mentira es utilizada por gobernantes democráticos sin ningún rubor y con ellos cierran filas sus correligionarios. Un término más amplo es el de ‘desinformación’, pero aun este se queda corto respecto a nuevas prácticas relacionadas con las redes sociales, como las ‘guerras meméticas’: el uso de memes para erosionar mediante bromas la imagen de otros y, en su caso, dirigir el apoyo o el rechazo electoral en determinadas direcciones. Estamos ante un espacio de confrontación entre agentes de todo tipo —gubernamentales y no gubernamentales— donde los nuevos modos e instrumentos desarrollan lo que algunos denominan ‘guerra cognitiva’. Vendría a ser un nuevo ‘cuasi dominio’ en el que sostener la guerra: no ya el cibernético en sí mismo, por más que se ejecute mayormente en el ciberespacio, sino en la mente de las personas.
‘Guerra cognitiva’ es el concepto por el que apuesta Daniel Iriarte, descrito en la frase escogida para la portada del libro: “Cómo estados, empresas, espías y terroristas usan tu mente como campo de batalla”. Según Iriarte, se trata de un fenómeno que “busca hackear la mente, bombardeando nuestros cerebros hasta modificar nuestra forma de razonar y provocando un cambio sosegado previsto por el agresor que ha diseñado la operación psicológica, llevándonos a actuar de la forma que espera”. Si la ‘guerra de información’ considerada por la doctrina militar de algunos países pretendía controlar el flujo de información, “la guerra cognitiva degrada la capacidad de conocer, producir y abordar el conocimiento”, afirma un autor citado en el libro. “Este nuevo modo de conflicto capitaliza los avances tecnológicos exponenciales que han definido el siglo XXI”, señala otro experto refiriéndose a la inteligencia artificial, el aprendizaje automático, el análisis de ‘big data’ y otras nuevas tecnologías, proporcionando “un arsenal de herramientas que puede cambiar las mareas de la opinión pública”; “mientras que los conflictos tradicionales buscaban la conquista territorial o la subyugación política, la guerra cognitiva apunta a la conquista de las mentes y la subyugación de las creencias”.
Primero, lógicamente, es la definición, pero la obra de Daniel Iriarte en absoluto es teórica, todo lo contrario: el libro está lleno de ejemplos de todo lo ocurrido en este campo en los últimos años, desde los intentos de injerencia de Rusia en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, a las granjas de bots y trolls alimentadas por organizaciones opacas o las conocidas campañas de memes con objetivos inconfesos. El libro está muy documentado; es evidente que Iriarte lleva tiempo anotando datos y recogiendo material para esta investigación, en algunos aspectos parcialmente desvelada en artículos que el autor ha ido escribiendo en ‘El Confidencial’, del que es una de las mejores y sólidas firmas sobre política internacional. No son páginas sensacionalistas ni en ellas se vierten acusaciones ligeramente; la obra de Iriarte constituye una importante referencia para el estudio de este fenómeno.
Es cierto que, de algún modo, no hay nada nuevo bajo el sol y que en todo tiempo histórico ha habido quien ha cultivado el arte y la ciencia de conseguir que los demás actúen siguiendo la voluntad del persuasor. No obstante, los últimos desarrollos tecnológicos y la dominación que estos ejercen sobre nosotros —en una sociedad de millones de individualidades que interactúan más con los dispositivos electrónicos que con sus conciudadanos— están generando alarmantes consecuencias. Valga mencionar uno de los casos relatados por Iriarte: cómo un candidato absolutamente desconocido ganó en 2024 la primera vuelta electoral en Rumanía y pudo haber alcanzado la presidencia, gracias a las maniobras digitales de Moscú, de no ser descalificado por las pruebas de esa injerencia externa. Si a un mes de las elecciones, Calin Georgescu solo tenía un 1% de apoyo en las encuestas y en cuatro semanas se impuso a los demás candidatos con el 23%, qué no podrá ocurrir en tantos otros lugares y con otro tipo de operaciones: esto no ha hecho más que comenzar.