España puede ser un factor clave para reducir la dependencia energética europea de Rusia

España puede ser un factor clave para reducir la dependencia energética europea de Rusia

ANÁLISIS

17 | 03 | 2022

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La guerra en Ucrania y el riesgo de que Moscú cierre el suministro de gas al continente urge a buscar alternativas y España puede ser parte de la solución

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Planta de regasificación de El Musel, en Gijón [Enagás]

El estallido de la guerra en Ucrania tras la invasión rusa además de suponer para Europa un jaque al orden internacional y un riesgo por la posible crisis de refugiados que puede venir, uno de los principales problemas que puede ocasionar es una crisis energética. El precio del gas ha alcanzado máximos históricos y ha llegado a subir un 30% en un día por el miedo a un corte del suministro ruso al resto del continente y la negativa de varios compradores europeos de contratar con el gigante gasista ruso Gazprom.

La dependencia que tiene Europa del gas ruso es uno de los principales desafíos que vive la Unión y se tienen que buscar alternativas de suministro energético para no estar a merced del régimen de Putin. Es aquí donde España puede jugar un papel clave por su posición geográfica y estratégica como una nueva puerta de entrada de gas para el suministro europeo.

La dependencia europea del gas ruso

En 2021 el 38% del gas natural que se consumió en Europa era ruso. Puede parecer una cifra no muy abultada (que lo es), pero ese porcentaje corresponde al consumo total de la Unión; si nos centramos en el consumo por país, los datos son más esclarecedores. La dependencia del gas ruso por parte de algunos países es alta, como en el caso de Alemania (65%), Polonia (54%) e Italia (43%), o incluso muy alta, como sucede con Letonia y República Checa (100%), Eslovaquia (85%) y Hungría (95%.)

En Bruselas hay conciencia de este problema y ya se han vivido conflictos con Rusia por el suministro energético a través Ucrania, por donde pasa una parte importante del gas que lleva a la UE. El primero de ellos fue la crisis gasística entre Ucrania y Rusia ocurrida entre 2006 y 2009, que supuso cortes de suministro y el consiguiente desabastecimiento europeo; ese episodio tuvo consecuencias económicas desfavorables e incluso acarreó consecuencias humanitarias negativas en países de los Balcanes. El segundo sucedió tras la invasión rusa de Crimea en 2014, que derivó en otro conflicto gasístico entre Rusia y Ucrania y que terminó tras la mediación de la UE.

Rusia siempre ha asegurado que el suministro europeo está garantizado. Pero en el escenario de guerra abierta que hay en Ucrania y dada la dura postura de la Unión, que ha aplicado sanciones históricas al régimen ruso, hay un miedo real de que Rusia corte el suministro de gas. Algunos analistas son más escépticos con esta posibilidad debido a que las exportaciones de gas son capitales para la economía rusa, ya muy castigada por las sanciones occidentales. Pero independientemente de que se pudiera dar el corte del suministro o no, se tiene que buscar el fin de la dependencia para evitar estar a merced del régimen de Putin.

Como respuesta a esta crisis la Unión ha presentado un plan para eliminar la dependencia del gas ruso antes de 2030, el REPowerEU. El plan se basa en dos pilares: diversificar el suministro de gas mediante mayores importaciones de gas natural licuado (GNL) e incrementar los gasoductos para gas no procedente de proveedores rusos. Asimismo, la iniciativa plantea intentar reducir más rápidamente el uso de combustibles fósiles e impulsar la eficiencia energética, aumentando las energías renovables y la electrificación.

Este es un plan que llega tarde; desde hace años se sabía que la extrema dependencia energética europea respecto a Rusia era preocupante y el problema no se tomó con seriedad. Incluso Alemania quiso acrecentar aún más la vinculación con el Nord Stream-2. La problemática no se va a solucionar de un día para otro y requiere una planificación e inversión a futuro.

Es en este contexto donde España puede tener una oportunidad para ser parte de la solución, atendiendo a los dos pilares sobre los que basa la respuesta europea: el GNL y más gasoductos que no conecten con proveedores rusos.

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Mapa de infraestructuras de Enagás en España [Enagás]

España: el potencial puerto regasificador de Europa

El GNL juega un papel cada vez más importante en el mercado gasístico. Antes de la pandemia su crecimiento era continuo a lo largo de los años, y se estima que crecerá un 3,4% anual hasta 2035. Este tipo de gas tiene sus ventajas pues, al licuarlo, su estado líquido y su sustancial reducción de volumen (600 veces menor) hace que su transporte por barco o camión sea mucho más sencillo. Por otro lado, se evita depender de gasoductos que atraviesan otros países y recorren largas distancias y se posibilitan las conexiones interoceánicas, teniendo así acceso a más proveedores y evitando depender de vecinos cercanos.

Pero las características de la cadena de valor del GNL impiden que Europa se entregue a esta fuente de energía de un día para otro.

Las plantas regasificadoras para transformar el GNL de nuevo en estado gaseoso son muy caras y de estructuras muy sofisticadas, de manera que su construcción requiere una alta inversión y un cierto plazo de tiempo. El canciller alemán Scholz, tras cancelar el polémico Nord Stream-2, ya ha anunciado la construcción de dos terminales en Alemania, país que hasta ahora no tenía ninguna.

Aparte de este problema más técnico, el sector del GNL tiene un problema contractual. Debido al alto coste que también tienen las plantas licuadoras, los exportadores operan a base de contratos de larga duración; esto provoca que la cantidad limitada de GNL mundial esté ya prácticamente “adjudicada” en su totalidad. Los principales consumidores de este gas son asiáticos, con una cuota de mercado del 71%. Los principales importadores son Corea del Sur, Japón y China, que se convirtió en el importador líder mundial el año pasado.

Los principales productores mundiales de GNL son Australia, Qatar y Estados Unidos. Desde Washington estas últimas semanas se ha estado en contacto con los principales países y empresas productoras para exportar de urgencia GNL a Europa en caso de necesidad. Los países europeos tendrían que competir, tal vez pagando un mayor precio que los asiáticos, para atraer el gas al continente. Aunque también cabe la posibilidad que a nivel político se les pida a países como Japón o Corea que desvíen parte de su GNL a la Unión para ayudar a un aliado en necesidad, como ya hicieron Europa y EEUU en 2011 para ayudar a Japón tras el desastre de Fukushima.

Aquí es donde España tiene una oportunidad. Es el país con el mayor número de plantas regasificadoras del continente con 6 de las 20 que hay en total. Las terminales españolas concentran el 30% de la capacidad europea de almacenamiento y el 25% de la capacidad de regasificación. Es el país europeo más preparado para recibir un aumento de importaciones de GNL.

Más del 60% del gas que consume España proviene ya del GNL, y esto le permite tener una diversificación de fuentes de energía con 12 diferentes proveedores. Los principales son países tan diversos como Argelia, EEUU, Trinidad y Tobago, Nigeria o Qatar. La seguridad del suministro española está por tanto asegurada.

Existe un impedimento, sin embargo, que es la capacidad de España para trasladar el gas al resto de Europa. La única vía que tiene España es la conexión con Francia mediante de dos gasoductos a través del País Vasco, en las localidades de Irún y Larrau. El problema es que su capacidad es muy reducida: 7 bcm (mil millones de metros cúbicos de gas) al año, frente a los 55 bcm que lleva el Nord Stream-1 (es decir, el 13% de lo que transporta ese gasoducto que conecta directamente Rusia y Alemania a través del Mar Báltico). Francia, centrada en su producción eléctrica a partir de la energía nuclear, ha mostrado hasta ahora muy poco interés en la conectividad gasística con la Península Ibérica.

Otra opción aparte sería la alternativa de poder reenviar barcos metaneros a otros países europeos directamente desde España, pero no todos los países disponen de plantas regasificadoras en funcionamiento.

La puerta de entrada a las riquezas africanas

La solución al problema de la dependencia europea del gas ruso pasa por la diversificación de fuentes. Pero la política energética europea siempre ha mirado hacia el Este: históricamente hacia Rusia y desde hace unos años hacia el Cáucaso, Oriente Próximo y el Mediterráneo Oriental.

Existen proyectos que se están desarrollando que podrían ser alternativas en un futuro. Por ejemplo, el EastMed es un proyecto de gasoducto submarino que uniría los ricos yacimientos gasísticos submarinos de Chipre e Israel con Grecia para suministrar a Europa. Pero las tensiones con Turquía, que reclamaba parte de los derechos de explotación de la República Turca de Chipre del Norte, y, sobre todo, la retirada del apoyo de EEUU al proyecto, pueden haberlo herido de muerte.

Un proyecto que está en funcionamiento es el TAP, un gasoducto que une los campos gasísticos de Azerbaiyán con Europa a través de Turquía, Grecia y Albania hasta Italia. Sus promotores que ya han anunciado que planean adelantar el aumento de su capacidad para cubrir la demanda.

Y una opción que está encima de la mesa sería la de un gasoducto Transcaspiano que llevaría el gas de Turkmenistán, el cuarto país con las reservas más grandes del mundo de gas, a través del Mar Caspio hasta Azerbaiyán, y desde allí a través del TAP hasta Europa. Este proyecto lleva en el aire desde los 90 pero no se ha materializado. Rusia e Irán como competidores para suministrar energía a Europa ya anunciaron que bloquearían el proyecto.

No obstante, una alternativa que lleva años suministrando gas a Europa y que podría ser la solución: África.

El continente africano posee el 7% de las reservas mundiales de gas natural. Pero el punto fuerte de África es que todavía no se conoce su verdadero potencial. El 40% de los descubrimientos de nuevos yacimientos de gas de la última década fueron en África.

Europa lleva años importando gas a través de conductos desde Argelia o Libia que conectan con países del sur del continente como España e Italia.

Argelia es un país que tiene importantes reservas nacionales y conexión ya establecida con Europa, pero en el corto plazo no se espera que pudiera dar un salto para suplir la importación rusa. La ampliación del Medgaz (gasoducto que conecta Argelia con España) está finalizado, pero todavía no se ha inaugurado. Y el gasoducto Magreb-Europa, que conectaba a Argelia con España a través de Marruecos, no está en funcionamiento por una crisis diplomática entre los dos países norteafricanos desde octubre del año pasado.

El caso de Libia es complicado, pues es un Estado en guerra desde 2011 y en la actualidad no puede ser un socio fiable.

Otros países africanos como Nigeria, Mozambique, Tanzania o Senegal tienen importantes reservas y han visto la crisis tras la invasión rusa como una oportunidad para exportar al mercado europeo. Deberían hacerlo mediante GNL, dado que no existen conexiones por gasoducto.

Apostar por el gas africano obliga a una fuerte inversión en infraestructuras en el continente. Los países del Norte de África ya tienen buenas conexiones con Europa; son los Estados subsaharianos los más subdesarrollados en este sentido.

Nigeria es un buen ejemplo. Es el país africano con más reservas de gas, y ya exporta grandes cantidades de GNL al año a Europa. El anuncio de la firma del proyecto de un gasoducto transahariano junto a Níger y Argelia le podrá permitir conectar sus reservas directamente con Europa a través de las conexiones argelinas y aumentar considerablemente sus importaciones de gas. Sería del interés de España y de la Unión Europea que saliera adelante.

La inversión europea en este tipo de proyectos será clave si se quiere tener a África como proveedor. Pero el acuerdo del Consejo y del Parlamento para dejar de financiar con fondos europeos proyectos de combustibles fósiles parecería que cierra la puerta a la financiación. La Unión Europea pretende solo apostar por energía “verde”, pero determinar qué fuentes de energía lo son todavía está sobre la mesa y tendrá fuertes implicaciones políticas. El debate sobre la taxonomía energética será vital, y países como Alemania están presionando para que el gas sea considerado como “verde” y así tener el visto bueno como fuente de energía limpia y permitir el uso de fondos europeos para su desarrollo.

La crisis de Ucrania y el miedo a la extrema dependencia rusa podría llevar a la UE a reconocer al gas como “verde” para acelerar y financiar más fácilmente proyectos gasísticos para suministrar al continente. Pretender sobrevivir a base de exclusivamente energías renovables parece todavía una quimera.

Otro de los potenciales problemas para la alternativa africana sería la seguridad de suministro. La inestabilidad de regiones como el Sahel, zona de tránsito para que hipotéticamente llegaran gasoductos al Norte de África para después pasar a Europa, puede asustar a los inversores y está por ver que se pudiera asegurar el suministro de una forma continua en una región tan volátil e insegura.

Gracias a su situación geográfica España puede ser la entrada del gas africano a Europa, pero para ello la relación con Argelia será clave. La vicepresidenta y ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, ya ha contactado con el Gobierno argelino para incrementar el envío de gas. El Gobierno español deberá actuar con cuidado y medir sus acciones para no verse inmerso en el conflicto regional entre Argelia y Marruecos y verse salpicada como con el cierre del gasoducto Magreb-Europa del año pasado. Sería del mayor interés para España intentar mediar en el conflicto para tener un frente sur seguro y así contar con suministro de gas asegurado.

Aunque llegado el gas a España habría el mismo problema que con el GNL, pues las conexiones que tiene con el resto de Europa son actualmente pobres.

Un posible competidor para ser receptor del gas africano puede ser Italia. El ministro de exteriores italiano Luigi di Maio visitó Argelia hace unas semanas también para pedir un incremento del envío de gas a través del Transmed, el gasoducto que conecta Argelia con Italia.

De la “isla energética” a la conectividad con el resto de Europa

España puede disponer de mucho gas de diferentes fuentes, pero su problema es que no tiene la capacidad de llevarlo al resto de Europa. La oportunidad española pasa por impulsar la conexión transpirenaica para dejar de ser una “isla energética” y estar conectados con el resto del continente.

La conexión con Francia se tendría que llevar a cabo rápidamente. El presidente del Gobierno español ya ha pedido que las interconexiones energéticas de España con el resto de Europa se financien con fondos europeos. La crisis ha hecho saltar a la palestra el proyecto MidCat, que se paralizó en 2019. Este proyecto pretendía conectar la red española con la francesa a través de los Pirineos por Cataluña. Aunque esté avanzado, su finalización tardaría unos años; su puesta en funcionamiento podría permitir a España suministrar mayores cantidades de gas al resto de Europa.

Portugal puede ser un aliado importante a nivel europeo. Su primer ministro, Antonio Costa, considera que una mayor interconexión entre Portugal y España y entre España y el resto de Europa es decisiva para afrontar los problemas de suministros europeos. Una postura ibérica común puede ser de ayuda a la hora de negociar en Bruselas.

Conclusión

A corto plazo España puede ayudar a paliar la crisis energética, principalmente por tener garantizado su suministro y por ser el país europeo líder en plantas regasificadoras en caso de que GNL de urgencia fuera enviado a la Unión. Pero la solución a la dependencia rusa tiene que ser un plan a largo plazo. Es aquí donde España, si juega bien sus cartas, puede ser clave como receptor de GNL y canalizador del gas africano.

Para ello se requiere: una mejora rápida de las conexiones con el resto de Europa a través de Francia, una buena relación con Argelia para garantizar el suministro que llega de ese país y sobre todo una inversión de suficiente capital y de tiempo. Se necesitará para ello una gran voluntad política por parte de España para recabar apoyos en Bruselas y poder recibir fondos específicos de la Unión Europea.