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En torno a las imágenes de san Antón


Foto /San antón asaltado por los demonios, en el banco del retablo de Ilundain, fines del siglo XVI
Eremita, penitente, patrono de los animales y taumaturgo

La vida de este guía espiritual de eremitas y del primer monacato, fallecido a mediados del siglo IV, fue divulgada por san Atanasio y popularizada, como tantas otras, por Jacobo de la Vorágine en la Leyenda Dorada, en pleno siglo XIII, si bien su culto ya se venía difundiendo por la orden hospitalaria de los antonianos, que recordaban al santo por haber distribuido sus bienes entre los pobres y como vencedor de no pocas tentaciones. A fines de la Edad Media, los antonianos atendían a enfermos contagiosos, contando entre sus recursos, la crianza de cerdos que gozaban del privilegio de vagar por las calles con sus campanillas al cuello, pudiendo hozar en basuras y comunales. En algunas localidades, hasta tiempos recientes, se mantuvo la tradición del “cerdo de san Antón” que mantenían los vecinos y luego rifaban.

Entre los patronazgos del santo figuran numerosas corporaciones: los cesteros, porque los solitarios monjes de la Tebaida se dedicaban a trenzar cestos y los sepultureros, porque san Antón enterró a san Pablo ermitaño en el desierto, según podemos ver en numerosas pinturas, entre ellas una de Velázquez. Sin embargo, la mayoría de sus patronazgos tienen que ver con los animales domésticos -en relación con el cerdo, su atributo más popular- y con la curación de enfermos, como santo sanador.

San Antón, titular de uno de los colaterales del santuario de Nuestra Señora de Codés, obra de Bartolomé Calvo (1654). Foto J. L. Larrión
San Antón, titular de uno de los colaterales del santuario de Nuestra Señora de Codés, obra de Bartolomé Calvo (1654). Foto J. L. Larrión

Los antonianos destacaron por la atención y cuidado de los enfermos de dolencias como la peste, lepra, sarna y sobre todo el ergotismo, denominado “fuego de San Antón”. Contaron con varios establecimientos  en las afueras de las ciudades del Camino de Santiago, en los que se practicaban distintas terapias, como ha estudiado Juan Ramón Corpas. El citado mal atacaba, mayormente, a los agricultores del centro y norte de Europa, especialmente durante el otoño, después de un verano cálido y lluvioso, al ingerir pan de centeno contaminado por un hongo. En tiempos en que muchas enfermedades, como ésta, no tenían cura y se atribuían a un castigo divino por los pecados cometidos, se aconsejaba la penitencia y postrarse ante el apóstol Santiago. Entre las terapias de la orden, figuraban los toques con el báculo antoniano y los repartos de escapularios, pan y vino. Hay que hacer notar que el mero hecho del cambio de dieta fue fundamental en la curación de muchos contagiados, pues ellos, sin saberlo, elaboraban pan de trigo sin el hongo parásito.

La tau y otros atributos en sus representaciones

San Antonio abad es de los santos que mejor se identifican por representarse siempre como un anciano barbudo -por haber alcanzado los 105 años de edad- con sayal y capucha, y acompañado de la tau en sus ropas y en el báculo abacial, la esquila, el cerdo y las llamas del “fuego de San Antón”.

Respecto a la tau, hay que recordar que se interpretó como amuleto apotropaico y preservativo contra la muerte súbita y las enfermedades contagiosas. Su origen hay que relacionarlo con el texto de Ezequiel que trata de salvar de la muerte a los marcados con la tau. Los exégetas del santo la interpretaron como signo de las victorias y triunfos  que, en virtud de la Santa Cruz, san Antón lograba sobre el demonio, los infiernos y el fuego. Algunos autores hicieron una digresión curiosa sobre el porqué los antonianos eligieron la tau, al señalar que el travesaño superior de la cruz de Cristo con el INRI se debía filiar con “flores reinos y glorias”, no así las otras partes de la misma, ligadas a clavos, penas, dolores y tormentos que quiso abrazar el santo.

Grabado del santo realizado hacia 1600, que forma parte de la colección de estampas de sor Leonor de Ayanz y Beaumont de las Carmelitas Descalzas de Pamplona
Grabado del santo realizado hacia 1600, que forma parte de la colección de estampas de sor Leonor de Ayanz y Beaumont de las Carmelitas Descalzas de Pamplona

El cerdo a sus pies alude a la lujuria dominada, saliendo triunfante en las numerosas tentaciones que nos narran textos y pinturas de todas escuelas y épocas (Grünewald, El Bosco, Cézanne o Dalí). Sin embargo, el pueblo siempre lo interpretó como signo inequívoco de la protección de los animales domésticos, en tiempos en que la vida de los hombres dependía de ellos, ya que les servían de ayuda y de alimento. El cerdo es común atributo de la gula, la pereza y la lujuria por considerarse en la Biblia como animal inmundo. Cesare Ripa escribe: “El cerdo es el animal más incapaz de ser enderezado, como el perezoso, que no concede ningún valor a algo digno de alabanza y es incapaz de aprender nada que exija disciplina. Parecido a este animal que no busca sino satisfacer sus apetitos de boca y de Venus, el hombre dominado por la pereza se abandona por completo a la satisfacción de sus sentidos, consumando así la pérdida de su propia fama

La campanilla que acompaña a tantos retratos infantiles de siglos pasados, por entender que su sonido alejaba a los malos espíritus, se asimila en el caso del santo a la licencia de los antonianos para pedir limosna por parte de las autoridades romanas. Asimismo, era atributo de ermitaños por su capacidad para rechazar los ataques de los demonios que huían ante su ruido, al igual que de la luz de las velas. Las campanillas de plata y las esquilas de metal con la tau eran propias de las casas de antonianos, las primeras para los religiosos, y las segundas para el ganado.

A las llamas de fuego ya nos hemos referido al tratar del fuego de San Antón, si bien hay que hacer también alusión al poder que Dios le dio contra el fuego. Unas cuentas de rosario, un báculo abacial y el libro del saber y de fundador completan su iconografía. En ocasiones, el mismo demonio, en forma de monstruo, aparece a sus pies vencido y alanceado, como hiciera el famoso Francisco Salzillo.

Prodigios y maravillas en un libro editado en Pamplona en 1716

Como cabría esperar en una hagiografía de época barroca, que lleva el retórico título “Nacimiento, vida y milagros del terror de el infierno y pasmo de penitencia …” (Pamplona, F. Picart, 1716), encontramos algunos milagros obrados por el santo en tierras de Navarra, junto a numerosos hechos portentosos y fabulosos que relata su autor, el tudelano y antoniano fray Manuel Liñán, y que ha dado a conocer Ricardo Ollaquindia. Particularmente, se detiene en tres casos ocurridos en Sangüesa, Caparroso y Tudela. El primero se relaciona con una señora que, haciendo caso omiso a su criada, no quiso guardar la fiesta del santo con una colada frustrada al empezar a arder la ropa. En Caparroso, en 1691, el milagro sobrevino al caer un carro con los bueyes por un barranco, quedando carga y animales a salvo gracias a la invocación al santo que hicieron diversas personas que contemplaron el suceso y en Tudela el prodigio vino cuando se sofocó un pavoroso incendio arrojando al fuego una estampa del santo, repitiéndose un hecho frecuentísimo en otros lugares.

Portada del libro de Manuel Liñán, editado en Pamplona por Francisco Picart, en 1716. Biblioteca Nacional
Portada del libro de Manuel Liñán, editado en Pamplona por Francisco Picart, en 1716. Biblioteca Nacional