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La toma de posesión de los abades del monasterio de Fitero en el Antiguo Régimen (y II)


FotoJ. Latorre/Capitel corrido del claustro bajo del monasterio, realizado para 1545 por Baltasar Febre o de Arras y tasado por Pierres del Fuego.
Un capitel del claustro bajo: el poder abacial en imágenes

En un capitel corrido del claustro bajo del monasterio de Fitero, realizado para 1545 por Baltasar Febre o de Arras, se narra el cortejo solemne del abad en la villa de su jurisdicción, en lo que viene a ser una demostración de su poder, esculpido en piedra, como si se quisiese dejar testimonio en imágenes de haber defendido su autoridad en los ruidosos pleitos que se litigaban en el Consejo Real en torno a la jurisdicción de la abadía por aquellos años. Al respecto hay que recordar que el monasterio obtuvo por sentencias de vista (1546) y revista (1547), en el Consejo Real de Navarra, órgano superior de justicia, el reconocimiento de la jurisdicción baja y mediana sobre la villa de Fitero, que algunos vecinos trataron de arrebatarle desde 1542. Nunca estaría de más, junto a las pruebas procesales, la de una imagen que siempre vale más que muchas palabras.

En el relieve encontramos un desfile con acólitos, cruz, cetros, ceroferarios, monjes cantores, salmistas, el diácono portando el estuche con el documento papal y el abad con su báculo, al que siguen detrás el alcalde con su vara, regimiento y pueblo. Es, sin duda, un sermón esculpido en piedra que habla con sus imágenes de la toma de posesión del abad en aquellos siglos del Antiguo Régimen. No faltan los elementos fundamentales de aquel momento: cortejo, monjes con sus cogullas, el abad todavía sin todas las insignias del pontifical que no se lograrían hasta 1560, el alcalde con la discutida vara y ataviado con la indumentaria propia con el ferreruelo y el pueblo. Si lo que se recrea es, como cabe suponer por la cronología, la propia toma de posesión de fray Martín de Egüés II, en 1540, el documento pontificio que le hacía sucesor en la abadía de su tío estaba ya en el archivo de la abadía desde tiempo ha, puesto que la había obtenido en agosto de 1538.

Con los abades cuadrienales

Como recuerda Goñi Gaztambide, entre 1644 y la exclaustración monacal, los abades fueron cuatrienales. Los dos primeros fueron elegidos entre monjes de la Congregación de Castilla, ajenos a la casa de Fitero y Felipe IV siguió la misma táctica en los demás monasterios navarros que protestaron, ya que en la práctica quedaba anulada su agregación a la Congregación aragonesa. A cambio de un fuerte donativo al monarca, éste consintió en que en adelante las abadías navarras se proveyesen de monjes profesos de sus respectivos monasterios, elegidos de una terna.

Portada del libro de los recibimientos de abades de Fitero (1716-1830) conservado en el Archivo Histórico Nacional
Portada del libro de los recibimientos de abades de Fitero (1716-1830) conservado en el Archivo Histórico Nacional

El primero de los cuadrienales fue fray Atanasio del Cucho, conventual de Santa María de Sobrado en Galicia, que llegó en septiembre de 1644, previo toque de campanas y llegada del regimiento a la iglesia para recoger a la comunidad cisterciense para dirigirse al Humilladero. En este caso hubo que esperar un buen rato hasta que llegó el nuevo abad, le dieron la bienvenida y, según la costumbre, se revistió de pontifical y se procedió a cantar el Te Deum y a realizar la procesión hasta la iglesia, con sendos caperos y gremialistas. En el templo se sacó el Santísimo Sacramento, algo generalizado en aquel siglo de la Contrarreforma, lo reservó, se leyeron varios documentos, en este caso la cédula real de nombramiento que se puso sobre las cabezas de las autoridades locales como signo de que se cumpliría con su contenido.

El siguiente abad cuadrienal, fray Pedro Jalón, hijo de la abadía de Santa María de Nogales, tomó posesión el 21 de septiembre de 1648, con el juramento ante la comunidad y la imposición de las insignias del pontifical por parte del monje delegado por el vicario general de la Congregación de Castilla y Aragón, mientras el cantor entonó el Te Deum. Este acto en capítulo conventual era ya una novedad respecto a lo que hemos venido viendo hasta ahora. Inmediatamente se realizó una procesión por los sobreclaustros hasta el coro alto y allí, estando arrodillado el abad, se sentó en la silla abacial “en señal de verdadera posesión, lo cual tomó sin impedimento, ni contradicción de ningún monje”. De allí volvieron a la Sala Capitular en donde recibió la obediencia de todos los monjes y posteriormente se acercaron a la portería, recibió sus llaves, la abrió y cerró, haciendo otro tanto en las puertas del palacio abacial. La recepción pública, estuvo precedida de una carta enviada por fray Pedro, desde los Baños, a los regidores de la villa dando cuenta de su llegada entre las cuatro y las cinco de la tarde. Llegado el momento se tañeron las campanas a bando, vinieron a la iglesia los regidores y numerosos vecinos, recogiendo a la comunidad cisterciense para dirigirse al Humilladero, en donde esperaron la llegada del abad. Cuando éste llegó se repitió el ceremonial antes señalado en todos sus detalles.

Desde esta ocasión de 1648, los testimonios de toma de posesión fueron siempre dobles, por una parte con la celebración intra muros, dentro de las dependencias monásticas con lo canónicamente establecido y, por otra, con lo relativo al señorío monástico, en la ceremonia pública con las autoridades civiles y el pueblo, en diferentes lugares de la villa.

Paño gremial del monasterio de Fitero, segunda mitad del siglo XVIII
Paño gremial del monasterio de Fitero, segunda mitad del siglo XVIII. Foto J. Latorre

En 1652 tomó posesión de la abadía el primer hijo del monasterio de Fitero, fray Benito López, siguiéndose en todo lo hecho con su antecesor. En la carta que dirigió al regimiento, desde el monasterio de Tulebras, hizo notar la circunstancia de ser el primer abad salido de la comunidad en el periodo de los cuadrienales. La recepción se hizo en el humilladero.

A partir de 1656, el humilladero ya no se menciona, en cambio se denomina la cruz de la Calleja o portal de la cruz de la Calleja, más cerca del casco urbano, concretamente en su flanco noroeste. A ese hecho se referirá un testigo de excepción en un pleito al que aludiremos inmediatamente. Se trata de fray Ignacio de Ostabat (1650-1724), abad en dos cuadrienios, secretario de la Congregación de Aragón y Navarra, diputado en las Cortes de Navarra y experto en derecho e historia. Fray Ignacio señaló el cambio de lugar y la llegada de los abades en coche, a partir de la designación de los abades cuadrienales. Si bien en la práctica no tuvo lugar en 1644, sino en 1656.

Las tomas de posesión se conservan, como hemos indicado en el Libro Tumbo y en otro especial dedicado al tema, que comienza en 1716. La última acta registrada es de 1830, con motivo de la posesión de la abadía de fray Bartolomé Oteiza, limitándose el acto a intra muros, en la iglesia, el coro y la sala capitular, sin actos públicos. Al parecer, la última posesión con los usos y costumbres tradicionales y la ceremonia pública de recepción con las autoridades municipales tuvo lugar en 1804, cuando entró en posesión de la abadía fray Jerónimo Bayona en el paraje que llaman “la puerta que llaman de la cruz de la Calleja”.

Un pleito en 1716

Pese a estar todo protocolizado y con sentencias ordenando diversos detalles de la recepción por parte del Real Consejo de Navarra -especialmente una de 1594-, al igual que en otros aspectos y acontecimientos, cualquier pequeño detalle o innovación daba lugar a disensiones y pleitos. Uno de estos últimos se litigó en los tribunales navarros entre 1716 y 1717.

Con motivo de la recepción de fray Ángel Ibáñez, en 1716, el regimiento acordó salir al paraje de costumbre entonces, la cruz de la Calleja, para recoger al abad y comunidad y regresar juntos a la iglesia. La hora fijada era entre las tres y las cuatro de la tarde. Tras las vísperas, se dirigió la comitiva cívico-religiosa al lugar señalado, en donde se había colocado un altar con la Santa Cruz -posiblemente el relicario del Lignum crucis-, la imagen de Nuestra Señora de la Concepción, advocación mariana votada por patrona de la villa de Fitero en 1643 y las insignias pontificales. Cuando el abad llegó en su coche, hicieron las venias correspondientes el alcalde mayor y los regidores, acercándose hasta el coche, sin que el prelado saliese de él. Sin embargo, el alcalde ordinario no lo hizo, ante lo cual el abad advirtió que no admitía innovación alguna al respecto. En las diligencias del proceso se recuerdan los usos y costumbres, básicamente, procesión, revestimiento de pontifical, Te Deum, sitial en la iglesia, lectura de la Real Cédula que besaban e imposición sobre sus cabezas las autoridades.

La sentencia dictada en 1717 apoyó los argumentos del monasterio, señalando claramente que sin apearse del coche el abad, los alcaldes y regidores le darían la bienvenida y vueltos a sus puestos, esperarían a que el prelado se vistiese de pontifical para proseguir con todas los usos y costumbres.

Recuerdos materiales

Algunos de los objetos con los que se visualizaba la jurisdicción eclesiástica del abad y, por tanto, estaban presentes las entradas de los nuevos abades y tomas de posesión sucesivas, se han conservado hasta hoy. Tal y como señalamos, a partir de 1560, el abad de Fitero ya podía exhibir su poder e imagen como tal, con numerosos privilegios, entre ellos el de usar “silla pontifical en la iglesia, báculo, mitra, pectoral, anillo y gremial”. Sobre este último elemento, recordemos que cuando los abades vestían de pontifical y eran precedidos de sendos eclesiásticos portando el paño gremial, que aún se conserva, junto a la mitra, quirotecas y cáligas, entre la colección de tejidos del monasterio. Como es sabido, el gremial era un paño de forma rectangular utilizado en los pontificales de los obispos, según el antiguo Ceremonial romano de obispos tanto para cubrirles las rodillas en los oficios en el interior de la iglesia, como para las procesiones en el exterior del templo.

Mitra
Mitra del abad de Fitero del siglo XVIII. Foto J. Latorre

Quitoteca y cáligas del ajuar de los abades de Fitero del siglo XVIII
Quitoteca y cáligas del ajuar de los abades de Fitero del siglo XVIII. Foto J. L. Larrión

El gremial conservado en Fitero data de la segunda mitad del siglo XVIII. No corrió la misma suerte el pectoral, que fue sustraído por el padre Planas, monje de la abadía de Montserrat, que vino a hacerse cargo de la herencia del párroco de Fitero fray Joaquín Aliaga (†1898). Al reclamar el pectoral como propio de la parroquia, el padre Planas agregó que a cambio del pectoral había dejado un reloj para la sacristía.