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La toma de posesión de los abades del monasterio de Fitero en el Antiguo Régimen (I)


FotoArchivo General de Navarra/Detalle del plano de Fitero, c. 1600.

La ceremonia de la toma de posesión del abad, en Fitero, durante los siglos del Antiguo Régimen, estuvo repleta de simbolismo y perfectamente protocolizada, desde el recibimiento del prelado en la villa, hasta su instalación en el palacio abacial.

Sin embargo, no siempre se desarrolló, en lo formal, de igual modo. Al igual que otras fiestas con componentes cívicos y religiosos, hay que hacer notar que nos encontramos ante un acto dinámico, con unas tradiciones básicas que se mantuvieron por su propia idiosincrasia, mientras que otras se perdieron, se crearon e incluso reaparecieron con el paso del tiempo. Lo lúdico, lo espectacular y lo ritual se dieron cita con unos componentes siempre presentes como la pólvora, las danzas, las campanas, gestos, vestimentas, recorridos, arcos de triunfo, así como la lectura de la bula papal o de la cédula real.

Falta un estudio monográfico del tema que se puede afrontar con distintas fuentes, desde las actas municipales, las escrituras notariales de las tomas de posesión conservadas en los archivos de protocolos de Tudela y Tarazona, hasta sus copias en sendos códices del Archivo Histórico Nacional, e incluso algún pleito litigado en los Tribunales Reales de Navarra. Desde estas líneas, realizaremos una aproximación al tema.

La designación del nuevo abad venía legitimada por la expedición de una bula papal, más tarde una cédula real, documentos que adquirían un gran protagonismo en el acto, ya que se exhibían, comprobaban, leían y al final se ponían sobre las cabezas del alcalde, regidores y otras autoridades para visualizar la mismísima jurisdicción abacial que fue in crescendo a lo largo de aquel periodo de la Edad Moderna.

Respecto al lugar de recepción, también hubo un gran cambio. Hasta que los abades fueron perpetuos, a la muerte de fray Plácido del Corral y Guzmán, en 1643 y el nombramiento de los dos siguientes abades que llegaron de fuera, el encuentro tenía lugar fuera del monasterio y el casco urbano, en parajes que no siempre fueron los mismos. A partir de aquella fecha y hasta la exclaustración, la ceremonia, por lo general, tuvo lugar más cerca del casco urbano y con otro ritual.

Con los abades perpetuos

La primera posesión de la que tenemos cumplida noticia, en pleno siglo XVI, es de la de fray Martín Egüés II, el 25 de julio de 1540, por el testimonio del notario de Tarazona Jerónimo Blasco. Tras los oficios religiosos y funerales por el anterior abad, el nuevo prelado con los monjes salió a la Plaza, acompañado de distintos notables como micer Martín de Mur, el doctor Martín Miguel de Munárriz, Roger Pasquier, justicia de Tudela y el mencionado notario turiasonés. Hasta la comitiva vinieron el alcalde y un regidor y otras autoridades locales, que fueron informados de la muerte del anterior abad, por lo que se les quitaron las varas de su autoridad, gesto que fue protestado porque no había transcurrido el año de designación, que era el día de san Miguel. El abad admitió la reclamación, les volvió a nombrar y les devolvió sus varas. Inmediatamente, como señor del lugar, tomó posesión “y en señal de ella, se paseó y anduvo por la dicha plata del dicho lugar y fue paseando por las calles del dicho lugar acompañado de los dichos alcalde y jurados hasta llegar a las puertas del dicho lugar, llamada la una la puerta del río y la otra la puerta de Santa Lucía y en señal de verdadera posesión, cerró las dichas puertas de dicho lugar y después las abrió, todo lo cual hizo pacíficamente y quieta, sin impedimento, ni contradicción alguna …”.


Folio del protocolo notarial de la toma de posesión de la abadía de fray Martín Egüés II en 1540. Archivo de Protocolos de Tarazona

Precisamente, con el mencionado abad Egüés II se consiguió para la abadía el soñado privilegio de nullius diócesis, en 1560. A partir de entonces, el abad ya podía exhibir su poder e imagen como tal, con numerosos privilegios, entre ellos el de usar “silla pontifical en la iglesia, báculo, mitra, pectoral, anillo y gremial”.

La relación de la toma de posesión de fray Marcos de Villalba, en 1590, es rica y posee numerosos detalles. El primer dato que llama la atención es la denominación de “villa” para Fitero, ya que medio siglo antes, en la toma de posesión anterior la designación era de “lugar”.  La comitiva de recepción estuvo presidida por el prior fray Pedro González Navarro, los monjes y el alcalde y los regidores, con acompañamiento de cajas tañidas y danzas al son de los repiques de campanas. Todos ellos salieron con cruz alzada y cirios “a la cruz que va a Yerga, que está fuera de la dicha villa, camino de Corella”. En aquel paraje estaba ya el abad Villalba revestido de pontifical y al encontrarse se cantaron el Te Deum y el Veni creator. Inmediatamente, se organizó el cortejo procesional hasta la iglesia, en la que se cantó la Salve. El abad subió al altar mayor e impartió la bendición a los congregados y tomó asiento ordenando a fray Miguel de Beamonte que leyese la bula en alta e inteligente voz. Asimismo, se leyeron otros documentos de jurisdicción y la certificación de haberse bendecido al abad en la capital navarra. La ceremonia siguió con la entrega de la vara del alcalde al abad y la devolución de la misma al alcalde. Los regidores y otros puestos como los nuncios o el escribano fueron llamados para interrogarles acerca de quién les había dado sus puestos, contestando que el abad anterior, tras lo cual fray Marcos de Villalba los volvió a corroborar en sus cargos.


Acta de recepción como abad de fray Atanasio de Cucho en 1644, primer abad cuadrienal, en el Libro Tumbo o Naranjado del Monasterio de Fitero, conservado en el Archivo Histórico Nacional

En la siguiente toma de posesión y entrada en el pueblo, la del abad Ignacio de Ibero, 1593, las campanas, la música, las danzas “y otras alegrías” cumplieron su misión de aportar gozo y regocijo a la ceremonia. Previamente, el nuncio había pregonado con tambor el acontecimiento. De nuevo el prior, subprior, fabriquero y monjes con cruz alzada, cirios y candeleros con las autoridades municipales se dirigieron, en este caso al “Humilladero de la cruz, junto a la puente nueva”.

El templete del mencionado crucero o humilladero, con una columna en el centro fue levantado en torno a 1558. Para él dejó en su testamento Juan Martínez de Azcoitia la cantidad de 20 ducados para el humilladero y Crucifijo, que se había hecho en el lugar del Paradero. Su Crucifijo renacentista fue sustituido por otro moderno realizado en 1947 y bendecido en 1948. En las inmediaciones de esa construcción se ubicaba uno de los tres portales que daban acceso a la villa, el cual se demolió en 1845 por estar inserto en unas fortificaciones insignificantes y presentar graves riesgos, especialmente para los carreteros.


Humilladero de Fitero, lugar de recepción de algunos de sus abades, c. 1558. Fotografía de hace un siglo. Colección particular.

Allí, en el humilladero, el nuevo abad, se revistió de pontifical y fue recibiendo el saludo del prior del monasterio, los monjes, ceroferarios, oficiantes y alcalde y regidores. Todos se descubrieron y le besaron la mano “con toda reverencia”. Tras entonar Te Deum y el Veni creator, se dirigieron a la iglesia con “música bien concertada”, interpretándose algunos motetes en su honor. A este respecto hay que evocar los gustos de fray Ignacio de Ibero por la polifonía. Los monjes seguramente lo sabían y no estará de más recordar que de su mano llegaron al monasterio partituras de los grandes maestros como Palestrina, Cristóbal de Morales, Tomás Luis de Victoria, Fernando de las Infantas y otros compositores italianos de primera línea.

Una vez en el recinto sacro, el abad se sentó en su silla pontifical, cesaron las músicas y los cantos, se leyó en alta voz la bula papal de la abadía y señorío, le besaron la mano y prestaron obediencia todos los monjes, donados y novicios, al igual que el alcalde que, arrodillado en las gradas, entregó su vara que le fue devuelta. En la relación se insiste mucho en que todas aquellas ceremonias repletas de simbolismo, se habían realizado en presencia del pueblo. Tras la bendición, se despojó de las insignias y ornamentos pontificales y entró y salió por las puertas de las dependencias, trasladándose posteriormente al palacio abacial. En aquella ocasión, las autoridades municipales discutieron si se le había de recibir como a señor o como a prelado y el bando del nuncio obligó a salir a la recepción so penas pecuniarias.


Grabado de un obispo con el paño gremial en un grabado de Juan de Courbes, en Psalmodia Eucarística de Melchor Prieto (Madrid, Luis Sánchez, 1622)

No vamos a repetir lo ocurrido en otros casos, si acaso señalar algunos detalles de otras recepciones. En el caso del abad Felipe de Tasis en 1614, conocemos las cartas cruzadas entre las autoridades municipales y el abad, así como un parecer jurídico solicitado por el regimiento a un jurisconsulto de Tudela. El concejo se reunió en el cementerio, a la entrada del templo, lugar acostumbrado para sus reuniones. Salieron los regidores a caballo a recibirle, para lo que fueron camino de la ermita de la Purísima de Cintruénigo, por donde venía fray Felipe en una litera, acompañado del abad del monasterio de Herrera, otros monjes y el alcalde y regidores de Cintruénigo. Tras apearse de las caballerías y saludar “con mucho amor”, al llegar al Olivarete, una compañía de soldados del pueblo, con su capitán y sargento y la bandera de la cofradía de San Miguel dieron colorido y solemnidad al acto. Tenemos constancia de que el alférez de la cofradía arboleó y “bandeó” la bandera citada, mientras los arcabuceros precedían a disparar una salva, creando un momento de clímax. Por la Mejorada se dirigieron al Humilladero, en cuyo interior se vistió el nuevo abad con los ornamentos e insignias de pontifical y se hicieron los saludos. Portaron el gremial el abad del monasterio de Herrera y otro monje. La música fue de chirimías y los cantores del monasterio entonaron diferentes himnos. Delante de la puerta de la iglesia se levantó un gran arco triunfal, adornado con muchos ramos con representaciones alegóricas de virtudes, entre ellas la de la justicia, en la parte superior, con un niño en hábito de mujer blandiendo una espada, que pronunció una arenga en alta voz. En la capilla mayor de la iglesia se hicieron las ceremonias acostumbradas, confirmando los oficios de los monjes de la abadía y con el llamamiento a las autoridades locales y la confirmación en sus cargos. En esta ocasión la obediencia de los monjes fue en el palacio abacial a donde se dirigió el cortejo con el acompañamiento de las chirimías y los soldados. Para conmemorar el acontecimiento, en esta ocasión, se representaron un par de comedias con su música y entremés, una de los condes de Altamira y otra de la batalla de Lepanto.

El abad don Hernando de Andrade escribió al regimiento de Fitero desde Ágreda, en donde se encontraba muy cansado “por las tempestades de nieves y aires”. y llegó a caballo en 1615 por la Dehesa de Valdebaño, también participaron los elementos de carácter militar antes señalados, así como chirimías. El resto del ceremonial fue como en los casos ya reseñados. Si acaso señalar que el sitial del abad estaba forrado de terciopelo amarillo.

El último abad perpetuo, fray Plácido del Corral y Guzmán, llegó el día de Santiago de 1625, a caballo por los Cascajos. La bienvenida fue en el Humilladero, en el que se cantó el Te Deum, reservando el Veni Creator para interpretarse junto a la puerta de la iglesia. La bendición y actos de obediencia tuvieron lugar en la iglesia.