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Las fuentes gráficas de la serie pintada de San José en los Carmelitas Descalzos de Pamplona


FotoManuel Castells/Adoración de los pastores en los Carmelitas Descalzos de Pamplona, por Pedro Antonio de Rada, c. 1765 y su modelo en el grabado flamenco, según composición de Rubens, d. 1620

Si algún santo ha tenido una transformación física y moral a partir del siglo XVI, ése ha sido san José. Como es sabido, durante la Edad Media, su figura no fue relevante, ni mucho menos. Se le representaba entonces en algunos pasajes de la infancia de Cristo, generalmente en capiteles, claves de portadas y claustros y miniaturas, como un anciano somnoliento. Su imagen cambió radicalmente con la llegada de los siglos de la Modernidad, dejando atrás un modelo iconográfico legendario, acorde con algunos textos que lo presentaban con ochenta o noventa años, como

un adulto de aspecto vigoroso y con gran fuerza moral, en consonancia con una nueva visión en torno a su papel como padre adoptivo de Cristo. Su figura comenzó a tener importancia en la liturgia y en el culto, destacando su sencillez y ternura. Como consecuencia, su proyección en las artes no tardó en llegar.

Cuatro fueron los responsables de aquella transformación y todos ellos de gran autoridad. El primero fue, nada menos, que el canciller de la Universidad de París, el agustino francés Jean Gerson (1363-1429), conocido como el doctor christianissimus, que escribió un poema titulado “Josephina”, reivindicando su figura. El segundo fue el dominico Isidoro Isolano, de mayor proyección, con su libro editado en Pavía en 1522, con el título de “Suma de los dones de San José”. En su texto glosó al padre adoptivo de Cristo como varón adornado de todo tipo de perfecciones, entre ellas los siete dones del Espíritu Santo y las ocho bienaventuranzas.

El tercer aporte, en esta ocasión en clave femenina, fue la especial devoción de santa Teresa de Jesús, que le dedicó la mayor parte de sus fundaciones y escribió así sobre él: "No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra (que como tenía el nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar), así en el cielo hace cuanto le pide”.

En plena sintonía con el testimonio de la santa de Ávila, hemos de señalar en cuarto lugar, al que fuera su gran amigo y confidente, al padre Jerónimo Gracián, que escribió el Sumario de las Excelencias del Glorioso San Joseph, esposo de la Virgen María, publicado en Roma y dedicado a sus carpinteros, en 1597.


Presentación del Niño en el templo por Pedro Antonio de Rada, c. 1765 (Foto Manuel Castells) y su modelo en un grabado de François Louvemnont, según pintura de Carlo Maratta, publicado por Giovanni Giacomo de Rossi, 1660-1690

A través de esos textos y de un creciente culto se prodigaron sus imágenes como hombre fuerte y vigoroso, capaz de proteger y amparar a su familia. Sus representaciones en solitario abundarán sobremanera, acompañándose del Niño Jesús, con algún utensilio de su oficio, sin que, de ordinario, faltase la vara florida, que es su atributo por excelencia, procedente de los Apócrifos.

La iconografía de san José es rica en Navarra. Sus pinturas y más aún sus esculturas son abundantes a lo largo de la geografía foral, tuvieron un antes y un después a raíz de la determinación de 1621 del papa Gregorio XV, ordenando que su fiesta se celebrara en toda la Iglesia el 19 de marzo. Los siglos del Barroco supusieron, en todas las artes, un desarrollo sin precedentes de su iconografía.

El ciclo de los Carmelitas Descalzos

Respecto a los ciclos, el único que se conserva actualmente es el que decora la nave de la iglesia de los Carmelitas Descalzos de la capital navarra, realizado bajo el cuidado de fray Bernardo de la Madre de Dios, prior del convento de Pamplona en varias ocasiones y provincial. El conjunto fue posible gracias a una copiosa limosna que le había remitido su hermano don José Francisco Bigüézal, obispo de Ciudad Rodrigo entre 1756 y 1762. La realización se debió retrasar hasta 1765, a juzgar por un pleito que los frailes mantuvieron en relación con el patrono de una de las capillas de la iglesia. Su autor fue Pedro de Rada, pintor establecido en Pamplona en el segundo tercio del siglo XVIII y con amplia obra, tanto en la sacristía de la catedral, como en diversos encargos de las instituciones del Reino.


Jesús entre los doctores en los Carmelitas Descalzos de Pamplona, por Pedro Antonio de Rada, c. 1765 (Foto Manuel Castells) y su modelo en un grabado de Pedro Perret, según invención de Heyndrick Withouck, en la Historia infantiae Christi, Amberes, 1591, 2ª edición París, 1591

En la partida de defunción del mencionado padre Bernardo de la Madre de Dios (1767), leemos, textualmente: “Fue singularmente devoto N. P. S. Joseph y como por última expresión de su afecto cooperó con una buena limosna que su hermano el señor Obispo de Ciudad Rodrigo le embió para los gastos de seis quadros  muy / grandes y primorosos, con sus marcos y talla todo dorado, que  con la Historia del Santo se han colocado en la iglesia de este Colegio”

En el ciclo se incluyeron cinco pasajes que figuran en el Nuevo Testamento: la Adoración de los pastores (Lc 2, 8-20), la Circuncisión del Niño Jesús (Lc 2, 21), la Presentación del Niño Jesús en el Templo (Lc 2, 22-40), la Huida a Egipto (Mt 2, 13-15, 19-23) y el Niño Jesús perdido y hallado en el Templo (Lc 2, 41-52). A esas escenas se añadió una sexta, con el tema de la muerte de san José, narrado en los Apócrifos y otros textos bastante difundidos a partir del siglo XVI.

El pintor, como otros muchos, se basó para realizar todas aquellas composiciones en estampas grabadas. Sin embargo, pese a lo que pudiéramos pensar, no se utilizó una serie concreta de estampas, sino en cada uno de los pasajes se copió de diferentes calcografías que, muy probablemente, entregaron los propios carmelitas a Pedro de Rada.

Para la Adoración de los pastores se utilizó un grabado flamenco de la Adoración de los pastores, muy difundido, según composición de Rubens datada poco después de 1620. Para la Circuncisión y el Nombre de Jesús no hemos localizado la fuente gráfica, si bien todo parece indicar que sería la estampa de un misal la que está detrás de la composición, en la que ocupa el tercio superior una gran nube con el anagrama del nombre de Jesús.

El lienzo de la Presentación del Niño Jesús en el templo copia literalmente la estampa calcográfica del mismo tema realizada por François Louvemnont, según pintura de Carlo Maratta, publicado por Giovanni Giacomo de Rossi, 1660-1690. En el caso de la Huida a Egipto, nos encontramos con un esquema muy difundido para la representación del mencionado pasaje en toda la pintura desde el Seiscientos. En el caso de Jesús entre los doctores, el grabado que se sigue al pie de la letra es el de Pedro Perret, según invención de Heyndrick Withouck, con que se ilustró la Historia infantiae Christi, Amberes, 1591, en su segunda edición de París, 1591.


Muerte de san José en los Carmelitas Descalzos de Pamplona, por Pedro Antonio de Rada, c. 1765 (Foto Manuel Castells) y su modelo en un grabado de Nicolás Dorigny, según modelo de Carlo Maratta, 1688

La última pintura del ciclo, dedicada como no podía ser de otro modo a la muerte del santo, es copia total del grabado del tema que hizo Nicolás Dorigny, según modelo de Carlo Maratta, 1688, en un esquema compositivo con un gran escorzo, que gozó de gran popularidad, porque devocionalmente fue muy requerido al ser invocado san José como patrono de la buena muerte.

Al igual que otras series, ésta de los Carmelitas Descalzos de la capital navarra, no sólo sirvió para decorar el templo en su nave central, sino también para fijar la vista en distintos misterios ligados a la vida del padre adoptivo de Cristo y, en consecuencia, para imitar aquel devenir lleno de silencio y aceptación de la voluntad de Dios, tal y como se ocuparon de escribir y predicar sus numerosos panegiristas a lo largo de los siglos pasados, en un proceso que no dejó de crecer hasta que, en 1870, fue declarado patrono de la iglesia universal.