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Fiesta y arte en torno la Inmaculada en Navarra (II)


FotoCedida/Detalle del lienzo de la Inmaculada de Diego González de la Vega (1677) de las Benedictinas de Lumbier, hoy en Alzuza
Cofradías y festejos por toda la geografía foral: hogueras, música, pólvora y campanas

Un total de diecisiete parroquias figuran o figuraron bajo su advocación: Egulbati, Ezperun, Garrués, Naguiz, Ollacarizqueta, Anchóriz, Errea, Ilúrdoz, Arive, Ongoz, Arce, Artozqui, Gurpegui, Ayanz, Uli de Lónguida, Uroz y Tirapu. Las ermitas fueron dieciséis, la más antigua la de la Concepción del Monte de Torralba del Río, levantada por el ermitaño Juan de Codés en 1540, aunque la más afamada fue la de Cintruénigo, con mayor proyección social, devocional y artística.

Entre las cofradías conocemos las de Ablitas (documentada en 1562), Cintruénigo, Echarri-Aranaz, Lazagurría, Mendavia, Fitero, Corella, Artozqui, Lodosa, Legaria, Falces, Cárcar, Torralba del Río, Caparroso y Sangüesa. A éstas hay que añadir algunos gremios como el de los tejedores de Pamplona o el de los cereros de Estella, las congregaciones de la Compañía de Jesús y el Colegio de Abogados de Pamplona que la veneraban por patrona.

En las distintas localidades navarras en que se celebraba, con mayor o menor pompa, el día de la Concepción encontramos los elementos propios de la fiesta tradicional: el sermón, el estruendo de la pólvora, el calor del fuego de las hogueras, el sonido de las campanas repicando de forma especial, los acordes de la música y un rico ceremonial para acompañar a las autoridades a las vísperas, a la misa y a la procesión del día, en donde destacaba el sermón, encargado ex profeso a persona con cualidades de oratoria en aras a enseñar, deleitar y mover conductas. En algunas cofradías, como la de Echarri-Aranaz, no faltaron las advertencias en visitas pastorales, sobre el exceso de la comida y la bebida con el pretexto de la celebración. En Cintruénigo se documentan incluso representaciones de comedias con motivo de alguna celebración extraordinaria.


Lienzo de Juan Correa (1701) con la Inmaculada y Pedro Ramírez de Arellano

En vísperas de la declaración dogmática de 1854

La sociedad vivió con intensidad aquella piadosa creencia, ya que no fue dogma hasta 1854. Todavía había localidades, a mediados del siglo XIX, en que los vecinos se intercambiaban el saludo angélico, como cortesía, al cruzarse por la calle. El párroco de Lacunza, en 1849, informaba que los habitantes de aquel pueblo utilizaban el Ave María Purísima, para saludarse, ya que “todavía, gracias a Dios, no se han puesto en práctica, en esta gente, las salutaciones modernas”. En algunas localidades en donde ni había cofradía ni voto, algunas familias sufragaban los gastos de la fiesta, como ocurría en Santacara, Aoiz y Aibar. Del mismo modo, estaba generalizada la costumbre en las mismas fechas de iniciar los sermones con la siguiente salutación: “Sea bendito y alabado el Santísimo Sacramento del Altar y la Purísima Concepción de María Santísima nuestra Señora concebida sin mancha de pecado original en el primer instante de su ser natural. Amen”. En Ochagavía, al terminar de rezar el rosario, las familias lo hacían así: “Sea por siempre bendito y alabado el Santísimo Sacramento del Altar y la pura e inmaculada Concepción de María Santísima en el primer instante de su ser natural. Amen”.

Estos testimonios y otros muchos llegaron al obispado de Pamplona desde los pueblos de su jurisdicción, en contestación a un edicto y cuestionario sobre el tema de la Inmaculada en 1849, cuando la declaración dogmática de Pío IX se iba haciendo camino.


Escultura de Luis Salvador Carmona de Lesaca c. 1753. Foto J. L. Larrión

Expresiones artísticas

Junto a la fiesta, la música y las diversiones públicas, las imágenes de la Inmaculada, en sus versiones pictóricas, plásticas y grabadas o bordadas constituyen el mejor testimonio para contemplar la verdadera dimensión de aquel fenómeno. Destacados mecenas, instituciones, nobles, personas particulares y cofradías encargaron esculturas, pinturas, grabados, escarapelas, medallas y escapularios con la imagen de la Concepción. Muchas se han conservado, constituyendo piezas claves para analizar aquella realidad desde distintos puntos de vista: histórico, religioso, costumbrista y artístico.  

Por lo que respecta a las esculturas, existe una marcada diferencia entre las del siglo XVII y las de la centuria siguiente. Las primeras fueron de impronta castellana, deudoras de los modelos del escultor vallisoletano Gregorio Fernández. Destacan las de los retablos mayores de Arróniz y Arellano, así como la de Berriozar, sufragada en 1632 por su abad don Nicolás Ezpeleta, de la casa de los barones de su apellido y vizcondes de Val de Erro. De Valladolid llegó una talla singular, en 1681, con destino al colegio de los Jesuitas,s en donde hubo una importante cofradía de la Inmaculada, que hoy se conserva en el Seminario de la capital navarra. Los aportes de importantes escuelas están presentes en otras localidades. La de Ablitas sugiere modelos andaluces de Pablo de Rojas, las de origen napolitano no faltan en algunas clausuras de religiosas y tampoco será raro encontrar alguna de talleres riojanos o aragoneses en localidades pertenecientes antaño a los obispados de Calahorra o Tarazona. 

Cofradías de la Inmaculada y de otras advocaciones, hicieron votos concepcionistas y encargaron pinturas y esculturas. La del Santísimo Sacramento de Tudela costeó una imagen de vestir, en 1682, que es la que desfila en la procesión la mañana de Pascua en la famosa Bajada del Ángel.

La delicadeza y el barroquismo berninesco se impusieron en las piezas importadas del siglo XVIII desde Aragón, Nápoles y la capital de España. Coincidiendo con la proclamación como patrona de los reinos hispanos en 1760, encontramos algunas piezas singulares, algunas de las cuales se adelantan a aquel hecho. Entre las llegadas de la Corte madrileña destacan la de Lesaca, obra de Luis Salvador Carmona, las de Falces, Gaztelu de la impronta del mismo maestro y las de Arizcun y Bacaicoa. De Nápoles llegó la que se venera en el retablo de la Virgen del Camino de Pamplona, costeada por Agustín de Leiza y Eraso, en 1772.

El capítulo de la pintura es especialmente rico, por contar en Navarra con singulares obras. Entre las del siglo XVI hay que mencionar las tablas de la iglesia del Cerco de Artajona y las pinturas renacentistas de Tudela y Olite. Pertenecientes a los siglos del Barroco, contamos con obras de escuela madrileña, en donde mejor arte se consumía. Firmas de Marcos de Aguilera, González de la Vega, Ezquerra, Escalante, Miranda…etc., componen un destacado elenco de lienzos que fueron llegando a los lugares de recepción de vanguardias artísticas que, en aquellos momentos, eran los conventos y monasterios. A todos esos lienzos hay que añadir los que realizó Vicente Berdusán, el mejor pintor establecido en Navarra en el siglo XVII.


Escultura napolitana enviada por don Agustín de Leiza y Eraso para el retablo de la Virgen del Camino de Pamplona, en 1772. Foto J. L. Larrión

Para saber más

FERNÁNDEZ GRACIA, R., La Inmaculada Concepción en Navarra. Arte y devoción durante los siglos del Barroco. Mentores, artistas e iconografía, Pamplona, Eunsa, 2004