En la muerte de Isabel II

En la muerte de Isabel II

COMENTARIO

13 | 09 | 2022

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Del oficio entendido como compromiso de servicio a los riesgos de disgregación que su ausencia puede significar para la Mancomunidad de Naciones

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Retrato de Isabel II [Buckingham Palace]

[Este texto es una versión abreviada del artículo publicado originalmente en ‘ABC’, el 11 de septiembre de 2022]

Isa­bel II, que pasará a la his­to­ria como ‘Isa­bel la Grande’, fue una monarca ejem­plar, modelo moral quizá inal­can­za­ble de toda corona rei­nante. Su ejem­pla­ri­dad radi­caba en una muy fuerte con­vic­ción cris­tiana no de su dere­cho sino de su deber divino, tal como ella asu­mió desde que reci­bió la unción en su coro­na­ción de 1953 a los 27 años. Desde su tra­di­ción angli­cana –más cató­lica que pro­tes­tante– la Fe que pro­fesó y defen­dió le inculcó la impor­tan­cia del ser­vi­cio desde la humil­dad. Esa voca­ción de ser­vi­cio –cons­tante y pleno en su ética del tra­bajo– le per­mi­tió rei­nar con dig­ni­dad, decen­cia, gra­cia y ele­gan­cia. Modeló su per­sona en el refe­rente de su padre, Jorge VI, rey ines­pe­ra­da­mente por la abdi­ca­ción de su her­mano Eduardo VIII, que optó por la rela­ción con una divor­ciada esta­dou­ni­dense a la obli­ga­ción dinás­tica. Su padre reinó con cer­ca­nía sin eva­dir el peli­gro de los bom­bar­deos nazis, hom­bre de fami­lia y padre devoto, sobe­rano mag­ná­nimo, murió pre­ma­tu­ra­mente a los 56 años cuando su hija se encon­traba de luna de miel en Kenia.

Como Reina cons­ti­tu­cio­nal de quince esta­dos, su máximo logro fue la con­ver­sión del Impe­rio bri­tá­nico en Man­co­mu­ni­dad de Nacio­nes, desde Aus­tra­lia hasta Malta, 56 paí­ses y 150 millo­nes de súb­di­tos que la reco­no­cían como Reina, reina del mundo. Desa­cier­tos de Estado tuvo pocos por no decir nin­guno. Nunca se quitó sus guan­tes –tal como yo viví en pri­mera per­sona cuando formé parte del sequito que le dio la bien­ve­nida a la Uni­ver­si­dad de Hull– pero supo moder­ni­zarse desde audien­cias tele­má­ti­cas por ‘Zoom’ hasta actua­cio­nes con James Bond y el oso Pad­ding­ton. En todo momento, se man­tuvo neu­tral e impar­cial, nunca se dejó hacer presa de la adu­la­ción ni de la mani­pu­la­ción, silen­ciando su opi­nión, su pre­jui­cio, su pre­fe­ren­cia con una dis­ci­plina que le obli­gaba a la sole­dad en público. Encon­tró refu­gio en la inti­mi­dad de su matri­mo­nio con el Prín­cipe Felipe, Duque de Edim­burgo, que con su iro­nía, no pícara, pero sí tra­viesa daba ali­vio al for­ma­lismo, la pompa y la cir­cuns­tan­cia tra­di­cio­na­les en la Corte bri­tá­nica.

Su vida dio con­ti­nui­dad a la Monar­quía, enla­zando su rei­nado en el ima­gi­na­rio colec­tivo con el esplen­dor impe­rial del rei­nado de su tata­ra­buela Vic­to­ria (paren­tesco que com­par­tía con nues­tro Rey emé­rito Juan Car­los). El afecto y res­peto que con­lle­vaba esa con­ti­nui­dad anuló cual­quier causa repu­bli­cana o sece­sio­nista tanto en el Reino Unido como en sus rei­nos de ultra­mar.

Su falle­ci­miento abre el dique a todo lo que nunca hubiese que­rido vivir ella. Es pro­ba­ble que, en un futuro no lejano, muchos paí­ses dejen la Man­co­mu­ni­dad en pro­testa con­tra el relato de un supuesto impe­ria­lismo blanco, eli­tista y patriar­cal, que Aus­tra­lia se cons­ti­tuya en repú­blica al igual que Esco­cia opte por inde­pen­di­zarse de la unión y que Irlanda del Norte se uni­fi­que con la Repú­blica de Irlanda. Si todo ello ocu­rre, Ingla­te­rra entre­tanto pro­ba­ble­mente se desin­te­grará en la diver­si­dad de sus cla­ses e iden­ti­da­des mien­tras el agu­jero negro de la capi­tal vacía la cam­piña.

Su hijo, el ahora Rey Car­los III cuya auto­ri­dad moral no tiene la cons­tan­cia de su madre, no parece que podrá con­te­ner ese dique a pesar de su idea­lismo pseu­doin­te­lec­tual en pro­mo­ción de la sos­te­ni­bi­li­dad urba­nís­tica y agra­ria. La muerte de la Reina no llega en buen momento para un país que no con­si­gue repo­nerse de la ‘gue­rra civil’ no decla­rada que supuso el pro­ceso de salida de la Unión Euro­pea. El Bre­xit trajo el popu­lismo y sus men­ti­ras a la vida pública.