Razones de la ‘taiwanidad’

Razones de la ‘taiwanidad’

RESEÑA

04 | 05 | 2024

Texto

Cómo la vieja Formosa se ha desarrollado frente a las costas de la República Popular China y cómo desde el continente y la isla se encara el conflicto

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Portada del libro de Valérie Niquet ‘Taiwan face à la Chine. Vers la guerre?’ (Paris: Éditions Tallandier, 2022) 218 págs. Edición actualizada en 2023

Con tanto que se ha publicado recientemente sobre la cuestión de Taiwán –y más, lógicamente, que se publicará: de hecho, esta era la década de maduración del conflicto, por más que informativamente han tomado preeminencia guerras no previstas como la de Ucrania y la de Gaza– diríase imposible poder elaborar un compendio que a la vez resuma la trayectoria histórica, explique las claves del presente y aventure posibles desarrollos en el corto y medio plazo. La francesa Valérie Niquet, investigadora en asuntos asiáticos de la Fondation pour la Recherche Stratégique (FRS), lo ha hecho en una edición de bolsillo de apenas 200 páginas con notable éxito.

A la pregunta que se formula en el título de la obra, escrita en francés —“¿hacia la guerra?”—, prudentemente la autora no da una respuesta taxativa, pero hace algunas constataciones: la integración de Taiwán, la vieja Formosa, en China es una aspiración irrenunciable de Pekín; China está dispuesta a incorporar la isla a la fuerza, pero de momento no cuenta con el poder militar operacional suficiente para una invasión efectiva; los taiwaneses desconfían de cualquier promesa de autonomía política que se les pueda ofrecer desde el continente (la fórmula de ‘un país, dos sistemas’ está haciendo agua en Hong-Kong)... Así las cosas, Niquet opina que lo más probable es que la presente situación se prolongue.

Frente al creciente desarrollo militar de China que algún día pueda hacer viable una acción agresiva definitiva, también se está dando una progresiva consolidación de la identidad taiwanesa, de forma que la isla se mueve lentamente hacia planteamientos independentistas. El carácter cada vez más totalitario del régimen impuesto por Xi Jinping está provocando una desafección de la comunidad internacional, según subraya la autora, por lo que buena parte de Occidente podría dejar de defender la doctrina de ‘una sola China’ y pasar a reconocer una independencia de Taiwán, comprometiéndose en última instancia a su defensa; esta sería la única esperanza de disuasión frente a los planes bélicos de Pekín y una alternativa sin guerra.

Esta puerta abierta a que Taiwán se salga con la suya –al margen de futuribles más allá del tiempo como que la República Popular colapse y una democracia acabe englobando los dos territorios– marca el tono más bien optimista de la obra. En absoluto se trata de ingenuidad, pero a veces da la impresión de que las páginas del libro quieren mirar más el lado positivo de las cosas. Por ejemplo, la consideración de que el autoritarismo de Xi solo le está ganando enemigos en el mundo no es cierta; basta ver lo solo que se ha quedado Occidente frente a Rusia o China en diversas cuestiones para sospechar que nos encaminamos hacia un orden internacional de dos bloques. Tampoco la propia democracia taiwanesa está a salvo; en un momento generalizado de populismo, falsedades y erosión en la división de poderes, quién sabe si un día Taipéi podría evolucionar hacia un modelo que Occidente (o lo que quedara de él) se resista a enaltecer.

Niquet avala, además, los elementos que arropan la particularidad con la que los taiwaneses se ven a sí mismos, aunque en su mayoría formen parte de la misma etnia que los chinos continentales. El imperio de China sobre Taiwán fue tardío y débil; la dominación que sobre la isla ejerció Japón en el primer tercio del siglo XX sentó las bases de un desarrollo técnico que luego puso a Taiwán muy por delante de la China de Mao; la recuperación de la isla por parte del Kuomintang y luego la colonización que este hizo al recluirse allí al término de la guerra civil constituyeron unos tiempos tenebrosos más oscuros que los del dominio japonés... Ciertamente todo eso, junto con el hecho de que Taiwán nunca formó parte de la República Popular, alimentan un sentido de singularidad colectiva que puede cristalizar en un proyecto nacional diferenciado, lo que ocurre es que al mirarlo con simpatía, Niquet parece tomar partido en algo que, en cuanto al sentimiento de identidad, queda en manos de los chinos de ambos lados del estrecho.