No lo llames globalización, llámalo regionalización

No lo llames globalización, llámalo regionalización

RESEÑA

18 | 01 | 2023

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El comercio internacional ha aumentado enormemente, pero sobre todo en la misma región —en Europa, en Asia y en menor medida en Norteamérica: una llamada a que EEUU se integre más con sus vecinos

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Portada del libro de Shannon K. O'Neil ‘The Globablization Myth. Why Regions Matter’ (New Haven: Yale University Press, 2022) 230 p.

La obra de Shannon O'Neil, del Council on Foreign Relations de Estados Unidos, no cuestiona que en las últimas décadas el comercio de casi todos los países se haya expandido por los cuatro puntos cardinales, pero advierte que el mayor crecimiento comercial ha sido con países más cercanos o de la misma región. No es que ahora, afectadas las cadenas transcontinentales de suministros desde la pandemia y el menor empuje de la economía china, muchos países estén buscando refugio en el ‘extranjero próximo’, es que ya antes de esta tendencia más reciente lo que realmente hubo en el mundo fue una regionalización (y no propiamente una globalización).

“Sí, el mundo se ha internacionalizado. Pero no se ha globalizado realmente. Se ha regionalizado”, dice O'Neil. Ciertamente, “la historia de la globalización económica ha sido contada una y otra vez en libros, discursos, artículos y noticias. Sin embargo, esta narrativa convencional pierde de vista en gran medida los límites geográficos de la mayor parte del comercio internacional”; “el mejor término para lo que está pasando en la economía global es ‘regionalización’, más que ‘globalización’”.

La autora sostiene que esa regionalización se ha realizado fundamentalmente en tres núcleos: la Unión Europea, Asia-Pacífico y, con menor intensidad, Norteamérica. Y aquí llegamos al verdadero objeto del libro: defender la conveniencia de una mayor vinculación entre Canadá, Estados Unidos y México. O'Neil forma parte del grupo de estudio que, dentro del Council on Foreign Relations estadounidense, fomenta la idea Norteamérica como espacio de integración. Admite que no se trata de una idea popular entre sus conciudadanos, pero argumenta que solo a través de una confluencia con sus dos vecinos EEUU podrá estar en condiciones de aprovechar los retos de las próximas décadas.

A lo largo de tres capítulos, O'Neil analiza el comercio que llevan a cabo los países de Europa, de Asia y de Norteamérica y demuestra con cifras cómo el comercio y las cadenas de producción de grandes y medianas empresas han devenido en regionales, alimentando el importante desarrollo que han tenido las respectivas sociedades desde finales del pasado siglo. El esfuerzo principal lo dedica a defender el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o, en inglés, NAFTA), denominado desde 2020 como T-MEC en México o USMCA en EEUU. Advierte que si los resultados no han sido incontestablemente positivos se ha debido a no haber jugado a fondo la carta regional, debido al “regionalismo renuente” de Norteamérica. Sin las reticencias de EEUU a una mayor integración con sus vecinos y sin el temor de estos a una absorción por parte de aquel, valora O'Neil, la prosperidad en América del Norte podría ser hoy mayor.

La autora lamenta que el avance que para la convergencia norteamericana supuso la negociación del Tratado y su puesta en marcha en 1994, pronto quedara limitado a los aspectos económicos, sin explorar otros campos a los que entonces parecía abrirse la puerta. “Al final, las tres naciones no pudieron superar las fuerzas aislacionistas en sus respectivas culturas políticas” y los tres países “se opusieron firmemente a crear instituciones continentales”. Al final, el tratado ha quedado en un “mero acuerdo comercial”, sin dar paso a otro tipo de decisiones conjuntas como en la UE (cuyo modelo, en todo caso, nunca fue el objetivo) o incluso la ASEAN.

Los números que presenta O'Neil indican que, contando los puestos de trabajos perdidos y ganados por EEUU desde 1994, cabría decir que el Tratado tuvo “poco o ningún efecto sobre el empleo en general” (la mayor parte de la pérdida de empleos y desindustrialización estadounidense se habría producido más bien con la entrada de China en la OMC). El comercio tiene tan poco peso en la enorme economía estadounidense como para que el Tratado marcara una gran diferencia; no obstante, más allá de la cuantificación de los puestos de trabajo, O'Neil destaca que sin el Tratado la economía de EEUU no hubiera avanzado igual, pues deslocalizar la producción de componentes en México permitió a las empresas estadounidenses poder competir con empresas extranjeras que explotaron la mano de obra barata del Este de Europa y de Asia. Sin el Tratado, “muchos empleos que se quedaron se habrían ido también, y nuevos puestos que se crearon nunca habrían aparecido”.

El libro termina con el capítulo “More NAFTAs and fewer American Firsts’, que es una llamada a la clase política estadounidense a dejar atrás las reticencias en la liberalización del comercio con Canadá y México, así como ciertas dinámicas autárquicas vistas en la era Trump. La presenta como la mejor apuesta estratégica de futuro para EEUU. “EEUU no competirá efectivamente en la escena mundial si no abraza a sus vecinos”, concluye.

Entre los pocos aspectos concretos que propone en esa línea está la simplificación de trámites administrativos (algunos en realidad se han complicado con la nueva versión entrada en vigor en 2020, al aumentar los porcentajes de las reglas de origen en sectores como la automoción, el sector que más se ha beneficiado por el Tratado). O'Neil constata que casi la mitad de los productos que van de México a EEUU no lo hacen a través del Tratado para evitar la complicada burocracia.

La obra no explora más opciones en el proceso de regionalización de Norteamérica, que limita a los tres países del actual Tratado. Tiene en cuenta a Centroamérica como lugar de apoyo para la expansión de los procesos de producción de las compañías norteamericanas, pero apenas incide en pasos más ambiciosos, como una asociación más estrecha con Colombia y República Dominicana (de hecho, ya existe un marco de libre comercio de Centroamérica y de esos otros países con EEUU). De todos modos, consciente de que “por ahora, un continente unido sigue siendo una posibilidad distante”, O'Neil cumple con su sola misión de animar el debate en Estados Unidos sobre la necesidad de abrirse más a su región.