En la imagen
Portada del libro de Sonia Moreno ‘Marruecos. El vecino incómodo’ (Madrid: La esfera de los Libros, 2025), 301 páginas
Marruecos sigue siendo un país muy desconocido en España, si bien el ‘momento’ geopolítico en el que vivimos —donde la competencia por hacer avanzar los propios intereses nacionales se está sobreponiendo a una relajada visión que priorizaba la cooperación internacional— empuja a poner una mayor atención en quién se tiene al otro lado de la frontera, en este caso al otro lado del Estrecho. El libro de Sonia Moreno ayuda a tomar conciencia de las potencialidades de Marruecos y de la habilidad con que está jugando sus cartas, para que desde la Península no se siga minusvalorando al vecino del sur, ni como socio estratégico ni como motivo de cautela.
Sonia Moreno conoce bien el país y la región del Magreb, donde ha sido corresponsal de prensa durante algo más de una década. Ha viajado por extenso de Tánger al Sahara Occidental, de Casablanca a Argelia y Túnez. ‘Marruecos. El vecino incómodo’ traslada la experiencia adquirida acerca de un país relativamente joven en su formulación política, aunque de larga herencia histórica, que no es fácil de descifrar debido a cierto hermetismo de sus instituciones. La omnipresencia de una autoridad monárquica en gran medida opaca para los ciudadanos, y el elitismo cerrado del ‘Majzen’, la oligarquía que gobierna en la sombra junto a —o al servicio de— Mohamed VI, complican la interpretación de lo que ocurre en el país.
El libro pone un especial foco en las relaciones con España, no solo por el presumible interés del público destinatario, sino porque el pulso con España constituye una fuerza motriz esencial de la actuación internacional marroquí. Asuntos como la absorción del Sáhara Occidental, en cuyo destino España ha estado implicada; la presión migratoria sobre Europa, con Canarias y la costa peninsular como primeros estadios, o el interés por engullir Ceuta y Melilla sitúan a Rabat y Madrid en un plano de obligada interacción.
Moreno tiene la virtud de que, aunque es española y da la voz de alerta ante actitudes ingenuas desde este lado del Estrecho, muestra un gran respeto por el pueblo marroquí. Señala deficiencias democráticas y abusos contra libertades cívicas y derechos humanos –es el caso de la escasa modernización del Código de la Familia–, pero de alguna manera admite que en muchos aspectos Marruecos está sabiendo hacer sus deberes, al menos a la hora de desarrollar un planeamiento estratégico.
Rechazables son el menosprecio de la voluntad de los saharauis acerca del futuro de su territorio o el aprovechamiento de los recursos del Sáhara como si este fuera de soberanía marroquí; también el uso de la migración como baza negociadora y el enriquecimiento personal del Rey y las élites en multitud de negocios. Pero al mismo tiempo las apuestas que está haciendo Marruecos en el norte del país –de la realidad del puerto Tanger-Med al proyecto de Nador West Med, por ejemplo– hablan del esfuerzo lícito marroquí por configurarse en una potencia destacada en la orilla sur del Mediterráneo, constituyéndose en ‘hub’ para la conexión entre Europa y África. La ideada conexión gasística marítima desde Nigeria y el desarrollo de energías renovables, como el hidrógeno verde, contribuyen a convertir a Marruecos en un socio de interés para Europa, al tiempo que le dan liderazgo en África. Por lo demás, Rabat también está sabiendo sacar partido de su acercamiento a Israel, con la modernización de sus capacidades militares, y de su especial relación con Washington, del que aspira a ser socio imprescindible.
Mucho de todo esto tiene que ver con el personalismo y fijación en los negocios con que Mohamed VI lleva a cabo su reinado. Es más fácil establecer estrategias de manera unilateral y hacerlas cumplir con el ordeno y mando, que tener que consensuarlas aunando compromisos como ocurre en democracias plenamente garantistas, aunque esto también previene muchas veces de importantes errores. En cualquier caso, los españoles siempre hemos pecado de cierta pereza para el pensamiento estratégico y esto queda especialmente de manifiesto en comparación con el presente Marruecos.
Como considera Sonia Moreno, “el mayor desacierto de los gobiernos españoles ha sido subestimar las capacidades de Marruecos durante décadas, mientras, con sosiego, el país vecino cumplía una agenda muy ordenada de manera sutil y sin algarada, que se ha evidenciado en el último lustro con gran asombro para España”. “Es imperioso e inexcusable”, concluye la autora, “seguir la evolución de nuestro vecino incómodo al otro lado del Estrecho para anticiparse y proceder de manera conveniente en futuros escenarios. Un vecino con el que es más efectivo buscar puntos en común y entendimiento antes que suscitar posibles conflictos”.
La obra de Sonia Moreno se lee con la rapidez propia de un reportaje periodístico, con referencia a variedad de testimonios que arropan la experiencia personal de la autora (cuyo valor puede suponerse del hecho de que las autoridades marroquíes hubieran hackeado su móvil). Por otro lado, la cuantificación de datos relevantes que acoge el libro da al resultado la significación de un informe.