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La salida de EEUU y la OTAN ‘asiatiza’ el problema de Afganistán

COMENTARIO

31 | 08 | 2021

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Evacuados afganos a bordo de un C-17 Globemaster en el aeropuerto internacional de Kabul [US Air Force]

Con la marcha de las tropas de Estados Unidos y del resto de aliados de la OTAN, Afganistán deja de ser un problema occidental y se asiatiza, sobre todo ante la eventualidad de que China trate de tomar ventaja del repliegue estadounidense. Afganistán va a quedar probablemente más inserto en Asia, por ese esperado mayor protagonismo de China, las renovadas implicaciones para el subcontinente indio, el riesgo de contaminación que pueden sufrir las repúblicas de Asia central y las perspectivas estratégicas que abre para Asia menor y el Golfo Pérsico. No es que la inestabilidad afgana no vaya a seguir afectando a Estados Unidos y a Europa, especialmente si se mantiene como foco de radicalización islamista, pero sin un gobierno en Kabul puesto y sostenido por Washington, todos los demás actores relevantes, básicamente de la región, tienen ahora la oportunidad de intentar jugar con fuerza sus cartas

La decisión de Joe Biden deja a China como la instancia de referencia en la zona, posiblemente asistida por Rusia debido al desdén chino de involucrarse en el conflicto mismo. Pekín se ve empujado hacia Afganistán por el vacío que dejan los estadounidenses, al igual EEUU sustituyó allí a la URSS y esta al Imperio Británico. Una mayor difusión del poder chino, en este caso hacia el interior de Asia, activaría las reacciones de cuantos necesitan hacer frente a cualquier expansión de la hegemonía china. Así, un mayor peso de China en Afganistán obligaría a India a reforzar sus intentos de proyectar influencia en Asia central, siempre con un ojo en la estrecha relación entre Pekín e Islamabad. Si la prioridad de India fue ya un Afganistán que no estuviera marcado por la hermandad con Pakistán, ahora el riesgo podría antojarse mayor, pues cabría una sintonía entre los dos países de su flanco noroeste que esté consentida por China.

Cualquier acercamiento chino a Kabul, por pragmático y limitado al comercio o la minería que sea, aumentará la inquietud india. Y un incremento de la influencia de Pekín en el centro de Asia se vería respondido por una mayor presión sobre China en el conjunto del Indo-Pacífico, donde otras potencias, como Japón y Australia, además India y EEUU, están tratando de condicionar el ascenso chino.

Relación China-talibán

Hay quien predice una intensa actividad china en Afganistán, focalizada en la explotación de minerales estratégicos y tierras raras; lo más probable es que ambos países incrementen su relación y saquen provecho mutuo, pero lo hagan con cautela. Los talibán pueden aspirar a recibir créditos de Pekín, pero la particular historia afgana les prevendrá de someterse a una nueva colonización (la “trampa de la deuda” china que están experimentando otras naciones).

Para China, nuevas conexiones terrestres de su Ruta de la Seda a lo largo de Eurasia son siempre interesantes, en este caso a través del corredor de Wakhan, la lengua de tierra que sale del este afgano y alcanza la frontera china, convirtiendo ambos países en vecinos. Pero si ya el corredor a través de Pakistán tiene una perspectiva de tráfico chino más bien relativo, por no decir escaso, la ruta por Afganistán y sus elevadas montañas del Hindu Kush restan sentido a un trazado hacia Irán. Al menos el corredor de Pakistán permite conectar la “espalda” de China con el puerto índico de Gwadar, pero aquí se estaría poniendo un “puente de plata” para que el extremismo musulmán (como el del Partido Islámico del Turkestán, presente en suelo afgano) aliente la resistencia de los uigures en la contigua provincia china de Xinjiang. Empresas chinas ya realizan actividades extractivas en Afganistán, y lógicamente aumentarán el volumen de sus operaciones, siempre que puedan moverse sin excesivo riesgo (los atentados contra personal chino en Pakistán, obra de rebeldes de Baluchistán, obliga a Pekín a andar con tiento, si bien se presume que el régimen talibán podrá controlar mejor su territorio).

Más sencillo para EEUU

La precipitación con que Estados Unidos ha salido de Afganistán no es tanto un problema de credibilidad estadounidense como un indicio más de la falta de visión en Washington sobre la estrategia que el país debe seguir a nivel global una vez ha terminado el breve momento unipolar (las tres décadas siguientes a la disolución de la URSS). Esa falta de visión no es solo un problema estadounidense: tampoco la OTAN encuentra su papel, mientras que la Unión Europea se ahoga cada vez que tiene que definir las líneas de lo que debería ser su gran estrategia (Josep Borrell ha venido a reconocer, a raíz de la crisis afgana, que sin poder militar consolidado la UE es poco creíble, incluso menos, podría decirse, que EEUU).

A Estados Unidos le puede llevar un cierto tiempo encontrar el modo de confrontar a China, como le sucedió con la URSS en los primeros años de la postguerra mundial. La salida de Afganistán, en cualquier caso, debiera permitir a Washington concentrarse en la gran partida geoestratégica de la década que hemos comenzado.

Con frecuencia se ha señalado que las guerras de Afganistán e Irak supusieron para Estados Unidos una distracción: veinte años que China ha sabido aprovechar para dar su gran salto adelante. Ahora, en realidad, a Estados Unidos se le simplifican las cosas, ya que Afganistán deja de ser un escenario estrictamente vinculado a Oriente Medio, del que EEUU lleva tiempo queriendo desengancharse, para de alguna forma quedar insertado en el puzzle asiático, sobre todo si el problema afgano finalmente se mueve en la órbita de Pekín: más motivos para que Washington ejecute su ansiado giro a Asia y se concentre en el marcaje a China.

EEUU empezó a implicarse en Afganistán a finales de la década de 1970 como modo de contrarrestar a la URSS, una potencia terrestre. Hoy, para contrarrestar a China, cuya rivalidad se va perfilando en términos de potencia marítima, a EEUU le puede compensar replegarse del continente eurosiático para poner su poder de fuego en el Indo-Pacífico, la región donde se está librando el nuevo orden mundial.