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Portada del libro de José Manuel Sánchez Riera ‘Tres días de noviembre. La historia del espía español que sobrevivió al infierno’ (Barcelona: Espasa, 2025) 255 págs.
Las actividades de inteligencia cuentan en España con corta bibliografía propia. De ahí el especial valor de ‘Tres días de noviembre’, libro que, aunque circunscrito a un breve episodio, evidencia una mayoría de edad de las labores de espionajes y contraespionaje de España. La muerte de siete miembros del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) en un ataque yihadista en las cercanías de Bagdad el 29 de noviembre de 2003 —el único superviviente es quien escribe el libro— supuso el mayor revés sufrido por la inteligencia española, en términos humanos, en sus décadas de existencia. A pesar de ese fin trágico, el relato también pone en evidencia la fuerte apuesta que protagonizaba el CNI en el tablero de la geopolítica mundial y su lucha contra el gran fenómeno disruptivo del momento, el terrorismo islamista. Los hechos, aun cuando remarcaron algunas deficiencias (falta de coches blindados, armamento inadecuado, insuficiente información sobre la vulnerabilidad de la carretera que se transitaba), también ayudaron a dar un salto de experiencia.
El libro de José Manuel Sánchez Riera, militar que durante dos décadas formó parte del CNI hasta que por las secuelas del ataque sufrido en Irak tuvo que dejar más adelante el servicio, se compone de tres partes, de indudable interés las tres para el gran público. La más corta es la que hace referencia al CNI mismo: faltos de cierta información pública, los españoles desconocen en gran medida qué tareas de colección de información y análisis realiza el Estado para garantizar la seguridad de los ciudadanos, básicamente a través del CNI, creado como CSID en el arranque del franquismo y cambiado de nombre avanzada la democracia. Aunque lógicamente, por la propia naturaleza de su trabajo, pocos datos pueden ofrecerse de la actividad del CNI, la explicación que ofrecen esas pocas páginas constituye un buen ejemplo divulgador. La segunda parte del libro, la más extensa, se refiere a lo sucedido en los ‘tres días de noviembre’, que se lee con intenso interés y ánimo encogido. La tercera parte aporta un contenido más intimista que, al presentar las vicisitudes anímicas motivadas por el síndrome de estrés postraumático padecido por el autor, ayuda a hacerse cargo de los duraderos problemas psicológicos que causan traumas de este tipo y que sufren buena parte de las víctimas de terrorismo.
Hay que agradecer a Sánchez Riera que, con este libro, haya tenido el coraje de revisitar hechos tan traumáticos para él como importantes en la historia de la inteligencia española (con el esfuerzo añadido de tener que emplear tiempo en el engorro burocrático de examinar con el CNI qué información podía ofrecerse públicamente). Igualmente, que haya querido abrirnos algo su vida personal para que también otras víctimas de choks comparables puedan ser tratadas con mayor comprensión y ayuda social.
La misión que llevó a Sánchez Riera a Irak constituía una operación de sustitución de personal. Cuatro miembros del CNI que habían sido enviados a ese país tras la caída de Sadam —su objetivo era apoyar con labores de inteligencia la seguridad de las tropas españolas desplegadas allí en respuesta a la petición de la ONU— debían ser sustituidos al cabo de seis meses por otros cuatro compañeros. Antes de que el reemplazo fuera efectivo, ambos equipos se reunieron durante unos días en Irak para facilitar el traspaso de información y fuentes. El primer día de su encuentro se hicieron una foto de grupo que, en una práctica absolutamente inusual, el CNI divulgaría
tras la tragedia ocurrida dos jornadas después, como tributo a los fallecidos (cuyos nombres, junto al de Sánchez Riera, se anunciaron de inmediato). Dado el carácter de la misión, los ocho era militares. La foto, fácil de encontrar en internet, no se incluye en el libro, cuya portada, no obstante, reproduce uno de los dos coches en los que viajaban los españoles y que acabó completamente calcinado.
Ser el único superviviente del grupo ha supuesto para Sánchez Riera una recurrente mortificación interior. Ordenado por su superior, durante el ataque, a que fuera a buscar ayuda en las cercanías, esto le salvó de morir en el enfrentamiento con los agresores, si bien le dejó en manos de una turba que lo maltrató y a punto estuvo de acabar con su vida. La pregunta de por qué los demás murieron y él no se convertiría luego en obsesión.
El libro se lee con avidez; la narración, bien escrita, fluye con soltura. El texto va al grano, sin necesidad de gastar espacio en explicar la gestación y desarrollo de la guerra de Irak y ni entrar en una discusión sobre las decisiones del Gobierno de José María Aznar en relación con ella. El autor apunta a algunas deficiencias en las condiciones de la operación, pero no cuestiona al CNI, del que se muestra un orgulloso defensor.