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Guillermo Velarde, en el centro, con Francisco Oltra y José María Otero de Navascués a su derecha, y Javier Goicolea, Paul Barbour y Robert Loftness, a su izquierda, en la inauguración del Centro Nacional de Energía Nuclear en la Ciudad Universitaria de Madrid, en diciembre de 1958 [Ministerio de Defensa]
Durante el siglo XX, el desarrollo de armas nucleares se convirtió en un factor determinante en la configuración del orden internacional contemporáneo. En particular, durante la Guerra Fría, el acceso a la tecnología nuclear representó un elemento clave del poder nacional, marcando la posición de los estados en el sistema internacional. La carrera armamentística otorgó un poder disuasorio significativo a aquellos estados que lograron incorporar estas capacidades en sus estrategias de defensa.
En este contexto, España, en pleno régimen franquista, exploró la posibilidad de desarrollar un programa propio de armamento nuclear, conocido como Proyecto Islero. Aunque el proyecto nunca se materializó, su existencia tuvo implicaciones cruciales para la política de defensa de España y su inserción en el panorama internacional. La decisión de explorar esta opción en un periodo tan convulso, tratándose además de un proyecto parcialmente secreto, ofrece una ventana única para comprender las ambiciones estratégicas de España durante la Guerra Fría y su relación con las grandes potencias nucleares.
Este análisis explora el contexto histórico del proyecto[1], las motivaciones que lo impulsaron esta iniciativa, las dinámicas internas y externas que influyeron en su desarrollo, así como las razones que llevaron a su final abandono. Se pretende evaluar el impacto que el proyecto tuvo en la política de defensa de España y en sus relaciones internacionales.
Contexto histórico: La España aislada al comienzo de la Guerra Fría
Tras la Segunda Guerra Mundial, la España de Franco quedó marginada en la escena internacional debido a su proximidad ideológica con los regímenes fascistas de Alemania e Italia. Su alineamiento con Adolf Hitler y Benito Mussolini llevó a que, en 1946, una resolución de la ONU recomendara la retirada de embajadores y vetara el ingreso de España en cualquier organización internacional. Esta exclusión, sumada a la devastación interna ocasionada por la Guerra Civil, profundizó el aislamiento diplomático y económico del país.
En el ámbito europeo, el régimen de Franco se encontró sin aliados significativos. Durante la posguerra, España solo contó con el respaldo de la Argentina peronista y el Portugal de Salazar. No obstante, en el contexto de la Guerra Fría, la dinámica geopolítica cambió drásticamente. La rivalidad entre Estados Unidos y la Unión Soviética transformó la percepción de España en el bloque occidental. Dos factores fueron determinantes en este giro: el anticomunismo declarado de Franco y la posición estratégica del país en la península ibérica y el Mediterráneo. Aunque Estados Unidos había excluido a España del Plan Marshall tras la guerra, con el auge del enfrentamiento entre los bloques Washington reconoció la conveniencia de España como un aliado en la contención del comunismo.
Un punto de inflexión en la rehabilitación internacional de España fue la visita del presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower en 1953. Ese mismo año, se firmaron los Acuerdos de Madrid, que establecieron cooperación económica, asistencia técnica y defensa mutua entre ambos países. Gracias a estos pactos, España recibió apoyo financiero y permitió la instalación de bases militares estadounidenses en su territorio –Rota, Morón, Zaragoza y Torrejón–, consolidándose como una plataforma estratégica clave para la OTAN en su despliegue contra la URSS. Además, la firma de un nuevo Concordato con el Vaticano otorgó al régimen franquista un doble reconocimiento internacional: tanto en el ámbito político-militar como en el religioso.
El proceso de reinserción continuó en 1955, cuando la ONU aceptó el ingreso de España en la organización, lo que representó un reconocimiento formal de su legitimidad en el orden internacional. Paralelamente, la Organización Europea de Cooperación Económica (OECE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) respaldaron su plan de estabilización económica, facilitando su integración en las dinámicas económicas occidentales.
El mismo año, Eisenhower pronunció su discurso “Átomos para la paz” ante la Asamblea General de la ONU, donde destacó la necesidad de controlar el desarrollo nuclear y fomentar su uso con fines pacíficos. Este discurso marcó el inicio de una política internacional en la que Estados Unidos promovió la asistencia nuclear civil, a la vez que reforzó mecanismos para impedir la proliferación de armas atómicas. Para España, el acceso a esta tecnología emergente representaba una oportunidad tanto en términos de desarrollo energético como de una eventual capacidad disuasoria en el nuevo escenario global. De este modo, España comenzó a explorar la posibilidad de desarrollar su propia capacidad nuclear.
En un mundo donde la posesión de armamento nuclear confería poder y prestigio, el régimen de Franco percibió la tecnología nuclear no solo como un símbolo de soberanía, sino también como un medio para fortalecer su seguridad e influencia internacional. Rodeada por potencias nucleares y aun buscando consolidar su posición en el bloque occidental, España empezó a considerar seriamente la posibilidad de ingresar en el reducido club de Estados con capacidad nuclear.
Motivaciones: De la seguridad nacional al prestigio internacional
El desarrollo de la tecnología nuclear en España comenzó en 1948 con la creación de la Junta de Investigaciones Atómicas, establecida por un grupo de científicos y militares en el Laboratorio y Taller de Investigación del Estado Mayor de la Armada. Este organismo, inicialmente enfocado en la investigación militar, tuvo como principales objetivos el estudio de los yacimientos de uranio en el país, la formación de científicos y técnicos especializados en física nuclear e ingeniería atómica, así como el desarrollo de técnicas de extracción y metalurgia del uranio. Posteriormente, en 1951, este organismo dio paso a la creación de la Junta de Energía Nuclear (JEN) mediante el Decreto Ley de 22 de octubre, que sentó las bases para el inicio de la investigación y el desarrollo de la energía atómica en España.
El interés por desarrollar una bomba atómica española surgió, principalmente, por tres razones clave. En primer lugar, la independencia de Marruecos en 1956 dio lugar a un deterioro de las relaciones bilaterales, lo que generó inquietud en los altos mandos militares españoles, encabezados por Franco y Carrero Blanco. La preocupación era que Marruecos pudiera atacar los territorios españoles en el norte de África, lo cual llevó a los líderes españoles a contemplar la bomba atómica como un medio para reforzar la seguridad del país y disuadir posibles agresiones, dado que Estados Unidos ya había advertido que no intervendría en caso de conflicto.
En segundo lugar, la crisis de Ifni, que tuvo lugar entre los años 1957 y 1958, acentuó la necesidad de disuadir a Marruecos de atacar territorios españoles en África. Este conflicto, que involucró a Marruecos en su intento de recuperar la región de Ifni, demostró la vulnerabilidad de España en su presencia en el continente africano. Franco, consciente de la importancia de una estrategia disuasoria, vio en la bomba atómica una herramienta crucial para fortalecer la posición de España y evitar futuros ataques.
En tercer lugar, además de los factores de seguridad nacional anteriormente mencionados, la bomba atómica representaba una herramienta crucial para mejorar la posición internacional de España. En el contexto de la Guerra Fría, las potencias nucleares dominaban la escena global, y España impulsó el desarrollo de su capacidad nuclear, principalmente a través de la creación de la JEN, como parte de su estrategia para modernizar su industria energética y tecnológica. Poseer armas nucleares no solo mejoraría su posición estratégica en Europa, sino que también le permitiría tener una mayor influencia en los asuntos internacionales, garantizando su relevancia en un mundo dividido por bloques.
En resumen, el impulso de España hacia el desarrollo de la tecnología nuclear y la posibilidad de fabricar una bomba atómica se vio motivado por una combinación de factores geopolíticos, principalmente el deseo de garantizar la seguridad territorial en el contexto de las tensas relaciones con Marruecos. Adicionalmente, la bomba atómica representaba para España una vía para consolidarse como una potencia de mayor peso en la política internacional, fortaleciendo su posición en el orden mundial y contribuyendo a su reinserción en la comunidad internacional después de años de aislamiento.
En este sentido, Guillermo Velarde, uno de los principales impulsores del proyecto, declaró en una entrevista en Radio 5, adscrita a Radio Nacional de España (RNE), que uno de los motores de su empeño por desarrollar armamento nuclear en España era la convicción de que los países con armamento nuclear son respetados a nivel internacional. Según sus propias palabras, “con una fuerza de disuasión nuclear en España seríamos respetados por todos y temidos por algunos”. Esta idea resultó crucial para comprender el impulso detrás del Proyecto Islero, que, aunque no se materializó, marcó un hito en la historia de la política de defensa española.
Tras completar su formación en física nuclear en Estados Unidos, Velarde, general del Ejército del Aire, regresó a España como uno de los expertos más destacados en tecnología nuclear, integrándose en la JEN. Fue en este contexto donde planteó a José María Otero de Navascués, presidente de dicha institución, la posibilidad de que España fabricara sus propias armas nucleares.
La propuesta de Velarde fue recibida positivamente por los altos mandos militares y, en particular, por el general Agustín Muñoz Grandes, vicepresidente del gobierno, quien aprobó la idea y dio el visto bueno para el inicio del proyecto. En 1963, con la creciente preocupación por las presiones de Marruecos en los territorios españoles en África, Muñoz Grandes consideró que una bomba atómica española podría servir como elemento disuasorio frente a posibles amenazas externas. Así, el Proyecto Islero fue abordado con el objetivo de dotar a España de un arsenal nuclear como medida de disuasión.
El desarrollo de la bomba atómica española se concibió en términos técnicos muy específicos. Velarde, junto con un comité de la JEN, determinó que la opción más viable era la fabricación de una bomba de plutonio, dado que el enriquecimiento de uranio requería instalaciones de alta complejidad y elevados costos. El plan de desarrollo del proyecto constaba de nueve etapas, que abarcaban desde los cálculos matemáticos necesarios hasta la elección de un reactor nuclear adecuado para producir el plutonio requerido.
El proyecto se mantuvo en la más estricta confidencialidad, siendo Otero y Velarde los responsables de la toma de decisiones. Velarde redactó el estudio de viabilidad del proyecto en un plazo de menos de tres años, estimando que la construcción de 36 bombas atómicas de plutonio podría completarse en ese tiempo. Aunque España no llegaría a materializar el desarrollo de estas armas, el Proyecto Islero representó una ambiciosa tentativa de posicionar al país en el reducido grupo de Estados con capacidad nuclear en un contexto de creciente tensión internacional.
El proyecto fue bautizado con el nombre de Islero haciendo referencia al célebre toro Islero, que en 1947 causó la muerte del torero Manolete en la plaza de toros de Linares. Esta elección no fue casual, ya que simbolizaba la potencia letal y la capacidad de disuasión que España aspiraba a alcanzar con el desarrollo de un arsenal nuclear. La denominación reflejaba, además, un cierto sentido de orgullo nacionalista y la intención de dotar al país de una herramienta estratégica que le permitiera consolidar su soberanía y reforzar su posición en la escena internacional.