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[Angela Stent, Putin’s World: Russia Against the West and with the Rest. Twelve. New York, 2019. 433 p.]
RESEÑA / Ángel Martos
Angela Stent, directora del Centro para Estudios de Eurasia, Rusia y Europa del Este de Georgetown University, presenta en este libro un profundo análisis de la naturaleza de Rusia en estos comienzos del siglo XXI. Para comprender lo que sucede hoy, nos muestra previamente las líneas maestras históricas que dieron forma al masivo heartland que los estadistas rusos han consolidado a lo largo del tiempo.
Rusia aprovechó el escaparate global que suponía la organización del Mundial de Fútbol de 2018 para presentar una imagen renovada. La operación de venta de la marca nacional de Rusia tuvo cierto éxito, como reflejaron las encuestas: muchos espectadores extranjeros (especialmente estadounidenses) que visitaron el país para el torneo de fútbol se llevaron una imagen mejorada del pueblo ruso, y viceversa. Sin embargo, lo que se presentaba como una apertura al mundo, no ha tenido su manifestación en la política nacional o internacional del Kremlin: no se ha aflojado en lo más mínimo el control de Putin sobre el régimen híbrido que gobierna Rusia desde el colapso de la Unión Soviética.
Muchos expertos no pudieron predecir el destino de esta nación en los años 90. Después del colapso del régimen comunista, muchos pensaron que Rusia comenzaría un largo y doloroso camino hacia la democracia. Estados Unidos mantendría su condición de superpotencia única y conformaría un Nuevo Orden Mundial que abarcara a Rusia como potencia menor, igual a otros estados europeos. Pero esas consideraciones no tenían en cuenta la voluntad del pueblo ruso, que entendía la gestión de Gorbachov y Yeltsin como “errores históricos” que debían corregirse. Y esta perspectiva puede verse en los principales discursos de Vladimir Putin: un sentimiento nostálgico por el pasado imperial de Rusia, el rechazo a ser parte de un mundo gobernado por Estados Unidos y la necesidad de doblegar la soberanía de las una vez repúblicas soviéticas. Este último es un aspecto crucial de la política exterior de Rusia que, en distinta medida, ya ha aplicado a Ucrania, Bielorrusia, Georgia y otros.
¿Qué ha cambiado en el alma de los rusos desde el colapso de la Unión Soviética? ¿Han sufrido altibajos las relaciones con Europa a lo largo de la historia del Imperio ruso? ¿Cómo son esas relaciones ahora que Rusia no es un imperio, tras perder casi todo su poder en cuestión de años? La autora nos lleva de la mano por esas cuestiones. La Federación de Rusia, tal como la conocemos ahora, solo ha sido gobernada por tres autócratas: Boris Yeltsin, Dmitry Medvedev y Vladimir Putin, aunque podríamos argumentar que Medvedev ni siquiera cuenta propiamente como presidente, ya que durante su mandato Putin era el líder intelectual que estaba detrás de cada paso adoptado en el ámbito internacional.
Las complicadas relaciones de Rusia con los países europeos tienen un ejemplo notorio en el caso de Alemania, que el libro compara con una montaña rusa (expresión que en castellano es especialmente elocuente). Alemania es la puerta de la Federación hacia Europa, una puerta metafórica que, a lo largo de la historia contemporánea, ha estado entreabierta, abierta de par en par o cerrada, como en este momento. Tras la toma de Crimea las relaciones de la Alemania de Merkel con Moscú se han limitado estrictamente a cuestiones comerciales. Vale la pena resaltar las enormes diferencias que podemos encontrar entre la Ostpolitik de Willy Brandty y la actual Frostpolitik de Angela Merkel. Aunque Merkel se crió en Alemania Oriental, donde Putin trabajó como agente de la KGB durante cinco años, y ambos pueden entenderse tanto en ruso como en alemán, ese vínculo biográfico que los une no se ha reflejado en su relación política.
Alemania pasó de ser el mayor aliado europeo de Rusia (hasta el punto de que el canciller Gerhard Schröder, tras dejar el cargo, fue nombrado después de dejar el cargo de presidente del consejo de administración de Rosneft), a ser una amenaza para los intereses rusos. Después de las sanciones que se impusieron a Rusia en 2014 con el apoyo del gobierno de Alemania, las relaciones entre Putin y Merkel están en su peor momento. Sin embargo, algunos podrían argumentar que Alemania actúa de manera hipócrita dado que ha aceptado y financiado el gasoducto Nordstream, que perjudica fuertemente la economía de Ucrania.
Además de la UE, el otro oponente principal para los intereses rusos es la OTAN. En cada punto del mapa en el que el Kremlin desea poner presión la OTAN ha reforzado su presencia. Bajo el mando de Estados Unidos, la organización sigue la estrategia estadounidense de intentar mantener a raya a Rusia. Y Moscú percibe a la OTAN y a EEUU como el máximo obstáculo para recuperar su esfera de influencia en “near abroad” (Europa del Este, Asia Central) y en Oriente Medio.
La fijación de Putin con las exrepúblicas soviéticas no se ha desvanecido en absoluto con el tiempo. En todo caso, ha aumentado después de la exitosa anexión de la península de Crimea y la guerra civil que se encendió en el Donbass. La nostalgia de Rusia de lo que alguna vez fue parte de su territorio no es más que un pretexto para intentar neutralizar cualquier gobierno disidente en la región y subyugar tanto como sea posible a los países que componen su zona de amortiguación, por razones de seguridad y financieras.
Oriente Medio también juega un papel importante en la agenda de asuntos internacionales rusos. El objetivo principal de Rusia es fomentar la estabilidad y combatir las amenazas terroristas que pueden surgir en lugares escasamente controlados por los gobiernos de la región. Putin ha estado luchando contra el terrorismo islámico desde la amenaza separatista de Chechenia. Sin embargo, sus posibles buenas intenciones en la zona a menudo se malinterpretan debido a su apoyo en todas las formas posibles (incluso bombardeos aéreos) a algunos regímenes autoritarios, como el de Assad en Siria. En esta guerra civil en particular, Rusia está repitiendo el juego de guerra proxy de la Guerra Fría contra EEUU, que por su parte ha estado apoyando a las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF) y a los kurdos. El interés de Putin es mantener a su aliado Assad en el poder, junto con la ayuda de la República Islámica de Irán.
Angela Stent dibuja una descripción precisa del pasado reciente de Rusia y su relación con el mundo exterior. Sin ser parcial, logra resumir críticamente lo que cualquier persona interesada en la seguridad debe tener en cuenta al abordar el tema de las amenazas y oportunidades de Rusia. Porque, como declaró el propio Vladimir Putin en 2018, “nadie ha logrado frenar a Rusia”. Aún no.