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[Bruno Maçães, History Has Begun. The Birth of a New America. Hurst and Co. London, 2020. 203 p.]

RESEÑAEmili J. Blasco

History Has Begun. The Birth of a New America¿Y si Estados Unidos no estuviera en declive, sino todo lo contrario? Estados Unidos podría encontrarse, en realidad, en sus comienzos como gran potencia. Es lo que defiende Bruno Maçães en su nuevo libro, cuyo título –History Has Begun– viene a rebatir en cierto sentido aquel fin de la historia de Fukuyama, que veía la democratización del mundo de finales del siglo XX como la culminación de Occidente. Precisamente, la hipótesis del internacionalista de origen portugués es que EEUU está desarrollando una civilización propia y original, separada de lo que hasta ahora se entendía como civilización occidental, en un mundo en el que el concepto mismo de Occidente está perdiendo fuerza.

La obra de Maçães sigue tres líneas de atención: la progresiva separación de EEUU de Europa, las características que identifican la específica civilización estadounidense y el pulso entre EEUU y China por el nuevo orden mundial. El autor ya había desarrollado aspectos de estos temas en sus dos obras inmediatamente anteriores, ya reseñadas aquí: The Dawn of Eurasia y Belt and Road; ahora pone el foco en EEUU. Los tres títulos, en el fondo, son una secuencia: la progresiva disolución de la península europea en el conjunto del continente euroasiático, la emergencia de China como la superpotencia de esa gran masa continental y el papel que le resta a Washington en el planeta.

En cuanto a si EEUU sube o baja, Maçães escribe en la introducción del libro: “La sabiduría convencional sugiere que Estados Unidos ha alcanzado ya su máxima cota. Pero ¿y si simplemente ahora está empezando a forjar su propia senda hacia adelante?”. El volumen está escrito antes de la crisis de coronavirus y de la profunda zozobra que hoy se observa en la sociedad estadounidense, pero ya antes eran evidentes algunas señales de la intranquilidad interna de EEUU, tales como la polarización política o las divergencias sobre la orientación de su política exterior. “El presente momento en la historia de Estados Unidos es a la vez un momento de destrucción y un momento de creación”, afirma Maçães, que considera que el país está pasando por “convulsiones” propias de ese proceso de creación destructiva. A su juicio, en cualquier caso, son “los dolores de parto de una nueva cultura en lugar de los estertores de una civilización vieja”.

Podría pensarse que simplemente Estados Unidos evoluciona hacia una cultura mixta, fruto de la globalización, de forma que a la influencia que en los últimos siglos tuvieron algunos países europeos en la conformación de la sociedad estadounidense se una ahora la de la inmigración asiática. De hecho, se espera que para mediados de centuria los inmigrantes del otro lado del Pacífico superen a los que lleguen de México y Centroamérica, los cuales, aunque impregnados de culturas indígenas, siguen en buena medida el paradigma occidental. Entre la herencia primera europea y la nueva asiática, en EEUU se podría desarrollar una cultura “euroasiática híbrida”.

De hecho, en un momento del libro, Maçães asegura que EEUU “ya no es más una nación europea”, sino que “en aspectos fundamentales parece ahora más similar a países como India o Rusia o incluso la República de Irán”. No obstante, discrepa de esa perspectiva híbrida euroasiática y defiende, en cambio, el desarrollo de una nueva y autóctona sociedad estadounidense, separada de la civilización occidental moderna, arraigada en nuevos sentimientos y pensamientos.

A la hora de describir ese distinto modo de ser, Maçães se ocupa sobre todo de algunas manifestaciones, de las que va deduciendo aspectos más profundos. “¿Por qué los estadounidenses hablan tan alto?”, se pregunta, refiriéndose a uno de esos síntomas. Su teoría es que la vida estadounidense enfatiza su propia artificialidad como modo de recordar a sus participantes que, en el fondo, están experimentando una historia. “El modo americano de vida es conscientemente acerca de lenguaje, relato de historias, trama y forma, y está destinado a llamar la atención de su estatus como ficción”. Todo un capítulo, por ejemplo, se dedica a analizar la importancia de la televisión en EEUU. En medio de estas consideraciones, el lector puede llegar a pensar que el razonamiento ha ido derivando hacia un ensayo cultural, saliéndose del campo de las relaciones internacionales, pero en la conclusión de la obra se atan convenientemente los cabos.

Dejado aquí ese cabo suelto, el libro pasa a analizar el pulso entre Washington y Pekín. Recuerda que desde su ascenso como potencia mundial alrededor de 1900, el objetivo estratégico permanente de EEUU ha sido evitar que una sola potencia pudiera controlar el conjunto de Eurasia. Amenazas anteriores en ese sentido fueron Alemania y la URSS y hoy lo es China. Lo normal es que Washington recurriera al equilibrio de poderes, utilizando Europa, Rusia e India contra China (echando mano de un juego históricamente empleado por Gran Bretaña para el objetivo de impedir que un solo país controlara el continente europeo), pero de momento EEUU se ha centrado en confrontar directamente a China. Maçães ve confusa la política de la Administración Trump. “Si Estados Unidos quiere adoptar una estrategia de máxima presión contra Pekín, necesita tener más claridad acerca del juego final”: ¿es este constreñir el poder económico chino o convertir a China al modelo occidental?, se pregunta. Intuye que la meta última es “desacoplar” el mundo occidental de China, creando dos esferas económicas separadas.

Maçães estima que difícilmente China logrará dominar el supercontienente, pues “La unificación de la totalidad de Eurasia bajo una sola potencia es algo tan lejos de ser inevitable que de hecho nunca ha sido lograda”. De todos modos, considera que, por su interés como superpotencia, EEUU puede acabar jugando no tanto el papel de “gran equilibrador” (dado el peso de China es difícil que alguno de sus vecinos pueda ejercer contrapeso) como de “gran creador” del nuevo orden. “China debe ser recortada de tamaño y otras piezas deben ser acumuladas, si un equilibrio tiene que ser el producto final”, asegura.

Es aquí donde finalmente vuelve a escena, con un argumento algo endeble, el carácter estadounidense de constructor de historias y relatos. Maçães puede ver el éxito de EEUU en esta tarea de “gran creador” si trata a sus aliados con autonomía. Como en una novela, su papel de narrador “es juntar a todos los personajes y preservar sus propias esferas individuales”; “el narrador ha aprendido a no imponer una única verdad sobre el conjunto, y al mismo tiempo ningún personaje tendrá permitido reemplazarle”. “Para Estados Unidos”, concluye Maçães, “la edad de la construcción de la nación ha terminado. Ha comenzado la era de la construcción del mundo”.

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[George Friedman. The Storm Before the Calm. America's Discord, the Coming Crisis of the 2020s, and the Triumph Beyond. Doubleday. New York, 2020. 235 pag.]

RESEÑAE. Villa Corta, E. J. Blasco

The Storm Before the Calm. America's Discord, the Coming Crisis of the 2020s, and the Triumph BeyondEl título del nuevo libro de George Friedman, impulsor en su día de la agencia de análisis geopolítico e inteligencia Stratfor y luego creador de Geopolitical Futures, no hace referencia a la crisis mundial creada la pandemia del Covid-19. Cuando habla de crisis de la década de 2020, que Friedman lleva anticipando hace algún tiempo en sus comentarios y ahora explica por extenso en este libro, se refiere a movimientos históricos profundos y de larga duración, en este caso circunscritos a Estados Unidos.

Más allá, pues, de la pandemia de estos momentos, de algún modo coyuntural y no abordada en el texto (su composición es previa), Friedman avanza que EEUU se reinventará a finales de esta década. Como una máquina que, casi automáticamente, incorpora cambios y correcciones sustanciales cada determinado periodo de tiempo, EEUU se prepara para un nuevo salto. Habrá crisis prolongada, pero EEUU saldrá de ella triunfante, vaticina Friedman. ¿Declive de EEUU? Todo lo contrario.

A diferencia de otros libros suyos anteriores, como Los próximos cien años o Flashpoints, Friedman deja esta vez el análisis geopolítico global de Friedman para centrarse en EEUU. En su reflexión sobre la historia estadounidense, Friedman ve una sucesión de ciclos de aproximada duración. Los actuales están ya en sus fases finales, y la reposición de ambos será coincidente a finales de la década de 2020, en un proceso de crisis y posterior resurgimiento del país. En el terreno institucional se está agotando el ciclo de 80 años comenzado tras el fin de la Segunda Guerra Mundial (el previo venía desde el término de la Guerra de Secesión, en 1865); en el campo socioeconómico, está acabando el ciclo de 50 años iniciado con Ronald Reagan en 1980 (el previo se había prolongado desde el fin de la Gran Recesión y la llegada de Franklin D. Roosevelt a la Casa Blanca).

Friedman no ve a Donald Trump como el catalizador del cambio (su esfuerzo ha sido simplemente el de recuperar la situación creada por Reagan para la clase media trabajadora, afectada por el paro y la pérdida de poder adquisitivo), ni tampoco cree que lo vaya a ser quien pueda sustituirle los próximos años. Más bien sitúa el giro hacia 2028. El cambio, gestado en un tiempo de gran desconcierto, tendrá que ver con el fin de la tecnocracia que domina la vida política e institucional estadounidense y con la disrupción creativa de nuevas tecnologías. El autor quiere denotar la habilidad de EEUU para superar las adversidades y sacar provecho del “caos” para luego tener un crecimiento fructífero.

Friedman divide el libro en tres partes: la creación de la nación como la conocemos, los ciclos atravesados y el pronóstico sobre el que viene. En esta última parte presenta los retos o adversidades a los que se deberá enfrentar el país.

En cuanto a la creación del país, el autor razona sobre el tipo de gobierno creado en Estados Unidos, el territorio en el que se encuentra el país y el pueblo americano. Este último aspecto es, quizá, el más interesante. Define al pueblo estadounidense como un constructo meramente artificial. Eso le lleva a ver a EEUU como una máquina que afina su funcionamiento automáticamente cada cierto tiempo. Como país “inventado”, EEUU se reinventa cuando sus ciclos se agotan.

Friedman presenta la formación del pueblo estadounidense a través tres tipos superpuestos: el vaquero, el inventor y el guerrero. Al vaquero, que busca empezar algo completamente nuevo y de forma “americana”, se debe especialmente el constructo social tan único de EEUU. Al inventor corresponde el ímpetu por el progreso tecnológico y la prosperidad económica. Y la condición de guerrero ha estado presente desde los inicios.

En la segunda parte del libro se aborda la cuestión ya apuntada de los ciclos. Friedman considera que el crecimiento de EEUU ha sido cíclico, en un proceso en el que el país se reinventa cada cierto tiempo para seguir progresando. Después de hacer un recuento de los periodos vividos hasta hora, sitúa el próximo gran cambio de EEUU en esta década que acaba de comenzar. Advierte que la gestación de la siguiente etapa será complicada debido a la acumulación de eventos de los ciclos pasados. Uno de los aspectos sobre los que el país deberá resolver tiene que ver con la paradoja entre el deseo de internacionalizar la democracia y los derechos humanos y el de mantener su seguridad nacional: “liberar al mundo” o asegurar su posición en la esfera internacional.

El momento de cambio presente, en el que de acuerdo con el autor el ciclo institucional y el socioeconómico van a chocar, supone un tiempo de profunda crisis, pero tras ella llegará un largo periodo de calma. Friedman cree que los primeros “temblores” de la crisis se sintieron en las elecciones de 2016, que mostraron una radical polarización de la sociedad estadounidense. El país deberá reformar no solo su complejo sistema institucional, sino también diversos aspectos socioeconómicos.

Esta última parte del libro –dedicada a la resolución de problemas como la crisis de las deudas estudiantiles, el uso de las redes sociales, las construcciones sociales nuevas o la dificultad en el sector educativo–, es probablemente la más importante. Si la mecanicidad y el automatismo en la sucesión de ciclos determinada por Friedman, o incluso su existencia misma, son cuestionables (otros análisis podrían llevar a otros autores considerar distintas etapas), los problemas reales que el país tiene en la actualidad son fácilmente constatables. Así que la presentación de propuestas para su resolución tiene un indudable valor.

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