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Javier Milei y Donald Trump, en su encuentro en el marco de la Asamblea General de la ONU en septiembre de 2025. Milei sostiene un mensaje laudatorio que Trump publicó en redes sociales [Casa Rosada]
La Guerra de las Malvinas, que por su naturaleza política y simbólica pareció clausurar cualquier posibilidad de acercamiento entre Argentina y el Reino Unido, resurge hoy para resignificarse en un contexto inesperado: la creciente influencia de China en el Cono Sur y la consecuente inquietud de Estados Unidos. Ahora, tanto argentinos como británicos parecen estar replanteando sus vínculos desde una lógica más estratégica que histórica.
El Atlántico Sur emerge cada vez más como el punto neurálgico de la geopolítica del continente americano. No solo por ofrecer la única alternativa a un Canal de Panamá cada vez más vulnerable a la sequía, sino que constituye la puerta de entrada a las vías marítimas más australes del planeta, así como el punto de proyección sobre un continente rico en recursos y con una ubicación geoestratégica de suma importancia, y que, hasta el momento, permanece fuera del control directo de cualquier país: la Antártida.
La creciente presencia de China en el Cono Sur se ha convertido en motivo de seria preocupación para Washington. Las bases chinas en la Antártida, algunas de ellas en colaboración con Rusia; un Estrecho de Magallanes cada vez más transitado y acosado por flotas chinas de pesca ilegal, convirtiéndose así en una más de las importantes cartas coactivas del gigante asiático en sus negociaciones con el mundo, y una ola de inversiones millonarias en bases científicas, militares, puertos y fábricas comerciales que se extienden a través de Sudamérica, convierten a Pekín no solo en un socio incómodo, sino en la mayor amenaza al equilibrio de poder en la región.
La brecha militar argentina
Aunque Estados Unidos se basta para intentar salvaguardar sus intereses en el hemisferio occidental, no le vienen mal algunas ayudas, sobre todo en el extremo sur. Hacía mucho que Washington no contaba con un aliado tan cercano en el continente como el presidente Javier Milei, quien en 2024 anunció la instalación de una base militar conjunta en Tierra del Fuego. Por su parte, Gran Bretaña tiene destinados en las Malvinas el caza supersónico Typhoon FGR4 y el buque HMS Forth Patrol.
Sin embargo, entre las preocupaciones de la Administración Trump, destaca como urgente el mal estado en el que se encuentran las Fuerzas Armadas Argentinas. De acuerdo con el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI), Argentina es el país sudamericano que menor proporción de su PIB destina a defensa. Casi el 90% del presupuesto que va a las Fuerzas Armadas es utilizado para pagar los salarios y pensiones de sus casi 72.000 miembros, lo que limita la capacidad de inversión en mantenimiento y desarrollo de buques, aviones (en su mayoría de transporte y de entrenamiento) y vehículos. Milei se ha puesto como objetivo cambiar esta estructura presupuestaria, que refleja un sistema militar más bien administrativo y no operativo. El presidente se ha comprometido a incrementar el gasto militar de un 0,5% a un 2,0% del PIB en los próximos siete años.
Existen cuatro factores principales que explican el deterioro del ejército argentino: Primero, la negativa de administraciones pasadas a invertir en la defensa del país. Segundo, las prioridades del electorado: destinar recursos significativos a las Fuerzas Armadas resulta difícil cuando la atención pública se enfoca en la salud y educación. El argentino promedio no encuentra el sentido de tener un ejército desarrollado, pues pese a disputas diplomáticas no existen conflictos con países vecinos, y defender el derecho legítimo sobre las Malvinas mediante la guerra parece una posibilidad extremadamente remota. Tercero, la percepción histórica de la institución militar: el presidente ha planteado emplear a la Armada para enfrentar amenazas internas como el narcotráfico y el crimen organizado. Sin embargo, para un país que sufrió la violencia y el dolor de la dictadura, estas propuestas recuerdan a viejas épocas y generan desconfianza social.
El cuarto y último factor es quizás el más decisivo: el aislamiento ante el mercado militar mundial. Desde la Guerra de Malvinas, el Reino Unido bloquea la venta de armas con piezas británicas a Argentina. Las cinco mayores empresas del sector —Lockheed Martin, Boeing, BAE System, Raytheon y Northrop Grumman— cuentan con materiales británicos, haciendo de esta restricción un veto prácticamente absoluto. Esto ha frustrado los esfuerzos del país austral para modernizar sus capacidades y lentamente lo arrincona a buscar alternativas en las producciones chinas. Estados Unidos teme que la brecha militar argentina se transforme en un nuevo punto de entrada para Pekín en el Atlántico Sur. Alarmado por esta situación, Washington impulsa a Gran Bretaña a encontrar espacios conciliadores con Argentina para la armonización de relaciones militares.
Ahora los planetas parecen alinearsee para encontrar puntos en común para un nuevo acuerdo estratégico en el Atlántico Sur. La inusual perspectiva de Milei sobre la determinación de las Islas (“Buscamos hacer de Argentina una potencia tal que ellos [los malvinenses] prefieran ser argentinos y que ni siquiera haga falta la disuasión o el convencimiento para lograrlo”, dijo en abril de 2025 en el Homenaje a los Héroes de Malvinas), el interés estadounidense por la modernización militar argentina y el deseo británico de mejorar el estilo de vida de los isleños, hace que las relaciones sean cada vez más cálidas entre ambas partes.