Ártico: De la cooperación a la fricción

Ártico: De la cooperación a la fricción

ANÁLISIS

08 | 12 | 2025

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Interés de China en las rutas marítimas abiertas por el deshielo; mayor presencia de Rusia, Estados Unidos y los miembros nórdicos de la OTAN

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Círculo polar ártico y los territorios que quedan dentro [Pentágono]

Dice un proverbio de la población indígena ártica de los inuit que en el Ártico “no se distingue al amigo del enemigo hasta que el hielo se quiebra”. Dicha expresión resume, en cierto sentido, la situación geopolítica que atraviesa la región en la actualidad. Este análisis examina los cambios que ha experimentado la región desde el punto de vista de los actores más relevantes. Los efectos del cambio climático y el deshielo, unidos a los cambios políticos a nivel global, han hecho que la cooperación característica la región desde hace décadas se haya degradado progresivamente y resultado en un aumento de las tensiones geoestratégicas.

El océano Ártico es una región inmensa que ocupa aproximadamente una sexta parte de la superficie de la Tierra, con más de 15 millones de kilómetros cuadrados. Este ecosistema funciona como un “aire acondicionado global”, regulando el clima del planeta. Sin embargo, no cuenta con ninguna proteccióninternacional legalmente vinculante, a pesar de su importancia ecológica y climática.

El cambio climático afecta de modo muy evidente al océano Ártico. A medida que las corrientes marinas y atmosféricas –más calientes– se trasladan hacia el norte, el hielo ha comenzado a derretirse más rápidamente. Además, el permafrost, la capa del suelo que ha permanecido congelada durante más tiempo y que acumula debajo gases como el CO2 y el metano, también ha ido reduciéndose en los últimos años, empeorando la situación.

Según el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), en los últimos 30 años la extensión del hielo marino ártico ha disminuido aproximadamente un 12,8 % por década, de acuerdo con las mediciones hechas en los meses de septiembre, cuando termina el corto verano. De hecho, entre 1981 y 2010 el ritmo medio de pérdida fue de 12,6 % por década; en 2024 la extensión del hielo en septiembre fue la sexta menor de los últimos 46 años, con una pérdida diaria de 113.000 km², la segunda más alta registrada.

Por su parte, el ‘Arctic Monitoring and Assessment Programme’ (AMAP) señala que desde 1971 la temperatura del aire ha aumentado en 3.0 °C, un aumento tres veces superior al de la media global. La temperatura del permafrost también ha aumentado entre 2 y 3 °C desde la década de 1970, y la extensión total de la capa de hielo ha disminuido en un 58% desde 1979.

Este deshielo tiene consecuencias profundas, pues el hielo marino cumple una función esencial: refleja gran parte del calor solar hacia el espacio, contribuyendo a estabilizar los sistemas meteorológicos globales. Cuando se derrite, esta superficie blanca y reflectante es reemplazada por el océano oscuro, que absorbe más radiación solar, acelerando el calentamiento global. A medida que el hielo retrocede, se abren nuevas zonas navegables, lo que aumenta las emisiones de CO₂, el ruido submarino y el riesgo de derrame de sustancias, afectando gravemente a la fauna y a los ecosistemas marinos.

El retroceso del perímetro helado ha favorecido la posibilidad de que se abran nuevas rutas comerciales, más cortas y por tanto más económicas, a la vez que también se pone sobre la mesa la explotación de los recursos naturales que alberga la región, como petróleo, gas, minerales o pesca. La situación abre, por tanto, un abanico de oportunidades estratégicas para los países la región, e incluso para otros que, pese a no tener costa en el Ártico, han mostrado gran interés en participar en los asuntos regionales de manera decidida. Este es el caso de China, que está pujando fuerte por tener protagonismo en esta nueva frontera, a menudo de la mano de Rusia, en una cooperación que pone en guardia a Estados Unidos y a los otros miembros del Consejo Ártico que son socios de la OTAN.

Rusia y su frontera helada

Rusia, ocupando más de la mitad del litoral de la región y disponiendo de dos tercios de las reservas de gas y petróleo del área en su Zona Económica Exclusiva, ha tratado de ampliar su influencia potenciando la Ruta Marítima del Norte (NSR por sus siglas en inglés). En ella impone regulación medioambiental y aranceles a los buques extranjeros, a los que exige que paguen por informes, pilotos y servicios de rompehielos de Rusia.

Precisamente, Ruisa está ampliando su flota de rompehielos, que ya era la más grande del planeta y que incluye rompehielos nucleares, lo que le da actualmente un dominio sobre la región. Proyectos como ‘22220’ y ‘Líder’ le permiten navegar todo el año por esa nueva ruta, acortando significativamente el transporte entre Europa y Asia.

Moscú ve en el Ártico un eje estratégico para exportar sus hidrocarburos, y ha impulsado inversiones masivas en infraestructura portuaria, ferroviaria y aeroportuaria. El ejemplo más destacado es el megaproyecto ‘Yamal LNG’, en el que participan empresas chinas y europeas, aunque la mayoría del capital sigue en manos rusas. Paralelamente, la nación refuerza su presencia militar: bases reabiertas, patrullas aéreas y submarinas, y maniobras de gran escala demuestran su voluntad de controlar tanto la navegación como los recursos naturales.

El estallido de la guerra en Ucrania, primero en 2014 con la ilegal anexión rusa de Crimea y las sanciones derivadas de ella, y luego el intento de invasión que comenzó en 2022, ha acercado a Moscú y Pekín. De hecho, también como resultado de la invasión de 2022, el Consejo Ártico, en aquel momento presidido por Rusia, quedó paralizado tras la condena expresada por parte de los otros siete miembros del foro.

El presidente del consejo ruso de expertos del Ártico y la Antártica declaró en 2015 en una sesión parlamentaria que existe “una gran posibilidad” de que el Ártico ruso sea “la primera línea de defensa” en caso de un conflicto militar global, porque esa es “la dirección más probable de un ataque con misiles balísticos nucleares del adversario”.

Desde entonces, Rusia ha aumentado sus fuerzas militares en la región y sus maniobras rutinarias, llegando a movilizar más de 50.000 soldados, 40 buques y 5 submarinos en algunas de ellas. Además, el país ha reacondicionado 13 bases aéreas, 10 estaciones de radar, 20 puestos fronterizos y 10 centros de coordinación de emergencia, utilizando instalaciones muchas de ellas abandonadas desde la Guerra Fría. Esta militarización también quedó patente cuando en diciembre de 2020 se decidió elevar el estatuto de la región a distrito militar.

República Popular de China

China ha mostrado en los últimos años un fuerte en interés en el Ártico pese a ser un estado lejano. Desde 2005, ha incrementado su actividad en la región mediante cooperación científica y presencia económica. Prueba de ello es su ingreso en 2013 como Estado observador en el Consejo Ártico, y la publicación en 2018 del Libro Blanco del Ártico, en el que se autoproclama un “Estado cercano al Ártico”. A partir de ese año, la política china ha pasado de “seguimiento” a “participación creativa”, combinando objetivos de seguridad nacional, energía, ciencia y defensa. Al mismo tiempo, ha aumentado su flota de buques rompehielos, mayoritariamente con un interés científico, pero es importante recordar que China tiene un largo historial de enmascarar intereses militares bajo la apariencia de ciencia e investigación.

El interés chino por la región se centra, fundamentalmente, en el plano económico y en el comercial. Entre los objetivos está mejorar su seguridad energética, facilitando el acceso al gas proveniente la región de Yamal, y la potenciación de las nuevas rutas que pueden abrirse en un futuro no muy lejano: la ya mencionada NSR, a lo largo del litoral ártico ruso (también conocida como ruta noreste), y la Ruta del Noroeste, atravesando el litoral canadiense y groenlandés). Ambas dotarían a Europa y Asia de una conexión más corta y rápida, a la vez que facultaría reducir la dependencia del estrecho de Malaca que tiene China. La NSR, por ejemplo, reduciría en unas 3.000 millas náuticas la distancia que se cubre entre Europa y Asia Oriental a través del Canal de Suez, ofreciendo de esta forma ventajas comerciales y estratégicas.

Pekín usa la presencia ártica para reforzar su estatus de gran potencia y contrarrestar la presión occidental. Así, busca consolidar su presencia en el Ártico como parte de su estrategia de hegemonía global prevista para 2049, combinando objetivos políticos, económicos, científicos y diplomáticos, bajo la cobertura de actividades civiles. Su interés se centra en el acceso a recursos estratégicos como gas, petróleo, minerales, tierras raras y pesquerías. Esta estrategia incluye inversiones en infraestructura portuaria, minería, energía y alta tecnología, así como la construcción de rompehielos y buques de doble uso civil-militar, capaces de apoyar futuras operaciones navales o de disuasión nuclear.

Pekín ha tratado de reforzar sus lazos con países de la región, como Islandia, Finlandia, Suecia o Noruega, y en especial, con Rusia. El aumento de cooperación con Moscú a partir de 2022 ha resultado en crecientes tensiones con los países occidentales, que han incrementado sus sanciones asociadas al conflicto en Ucrania y rehusado a colaborar en proyectos como el LNG 2 ruso. Mientras tanto, varias entidades chinas han aumentado sus inversiones en las infraestructuras del ártico, sobre todo en puertos rusos.

Pekín también ha colaborado con Rusia en el ámbito de la seguridad, realizando ejercicios aéreos conjuntos cerca de Alaska y ejercicios navales en el mar de Japón y el mar de Ojotsk.

No obstante, el entendimiento se puede ver amenazado por la intención china de influir en la gobernanza ártica y de desarrollar la futura Ruta Polar de Seda, que podría competir con una NSR auspiciada por Rusia. China actúa con paciencia y discreción: realiza inversiones estratégicas y actividades de influencia, y se retira cuando sus iniciativas no prosperan, siempre manteniendo una presencia creciente y sostenida.

En 2025, China ha dado un paso histórico en el Ártico, consolidando su presencia tanto comercial como estratégica en la región. Por primera vez, un portacontenedores chino, el ‘Istanbul Bridge’, completó una travesía regular atravesando la Ruta Marítima del Norte a lo largo de la costa rusa. El viaje, en el que transportó unos 4.000 contenedores, redujo el tiempo de tránsito a 20 días, frente a los 40–50 que se tarda por la ruta del Canal de Suez. Esto no sólo marca un avance logístico, sino que también subraya la estrategia de Pekín de diversificar rutas comerciales y disminuir su dependencia de los canales tradicionales, mientras refuerza su influencia en Europa.

China proyecta expandir servicios en verano y, a partir de 2026, aumentará la flota de buques reforzados para el hielo, con el objetivo de consolidar la Ruta Polar de la Seda como un eje estratégico del comercio global. También recientemente, el despliegue de cinco rompehielos chinos frente a Alaska ha encendido las alarmas en Washington. La presencia simultánea de estas unidades casi triplica la capacidad de la Guardia Costera estadounidense en la región, evidenciando la urgencia de Estados Unidos de modernizar su flota polar y mantener influencia en un Ártico donde la competencia con Rusia y China se intensifica rápidamente. El reciente acuerdo firmado con Finlandia y Canadá para la construcción y adquisición de varios buques ha hecho patente el cambio de mentalidad en Washington, pero aún queda mucho trabajo por delante.

Washington y la OTAN vuelven a mirar al Norte

Desde que Washington pasara a tener territorio en el Ártico fruto de su compra de Alaska en 1867, la visión estadounidense de la región ha variado según las prioridades de las diferentes administraciones. Pese a ello, los intereses climáticos, económicos y de seguridad nacional han sido siempre los más importantes. En la actualidad, los últimos acontecimientos relacionados con el Ártico han sido fruto de las acciones de la Administración Trump.

Al comienzo de su segundo mandato, el presidente manifestó públicamente su interés por comprar Groenlandia, territorio danés. Un interés apoyado en la premisa de la incapacidad de Dinamarca para defenderse de la creciente presencia de China y Rusia en la zona, algo que a ojos de Trump supone una amenaza para la seguridad de Washington. Esta preocupación por la presencia de actores con intereses potencialmente hostiles no es algo nuevo, y el país ha reforzado sus capacidades militares en la última década. Entre otras cosas, se han desplegado cazas, modernizado radares y sistemas de defensa aérea en Alaska (donde también ha instalado dos bases y reforzado la presencia de tropas). No obstante, las pretensiones con Groenlandia tuvieron un efecto negativo dentro de la Alianza, resultando en un cruce de recriminaciones desde ambos lados.

Por otro lado, la entrada en la OTAN de dos países árticos, Finlandia (2023) y Suecia (2024), ha hecho ascender al Ártico en la lista de prioridades de la Alianza. La entrada de estos países, hasta ahora neutrales, en la organización supone más ventajas de las que a primera vista pudiera parecer. Primero, porque ambos añaden una capacidad de disuasión importante con sus capacidades militares, especializadas en las condiciones tan arduas propias de la región. Además, como analiza el investigador de Elcano Félix Arteaga, su adhesión también “facilita el control de las líneas marítimas de comunicación y el refuerzo marítimo del flanco este”. No obstante, como añade el mismo autor, conviene que la Alianza dedique una mayor atención a la región, dado que “el concepto estratégico aprobado en Madrid en 2022 se limitó a constatar que la modernización y acumulación de las capacidades militares rusas también actúan al flanco norte por el riesgo que supone para las líneas de comunicación y de refuerzo del atlántico norte”. Los cambios que han tenido lugar en la región desde entonces sin duda merecen una mayor atención.

Nuevas oportunidades

En definitiva, los cambios propiciados por el cambio climático y sus efectos en el Ártico han derivado en un renovado interés en la región por parte de distintos actores. Al preexistente interés de Rusia y de Estados Unidos se ha sumado la nueva membresía en la OTAN de países árticos como Finlandia y Suecia, así como la entrada de China en la región en búsqueda de nuevas oportunidades comerciales. China ha pasado de ser un actor observador a una potencia con influencia creciente, combinando ciencia, inversión y diplomacia para asegurar su presencia en el Ártico. Su papel, cada vez más visible en la gobernanza y las rutas polares, redefine el equilibrio geopolítico y anticipa un futuro en el que Pekín será un actor con influencia en los asuntos árticos.

En definitiva, el Ártico se ha convertido en un nuevo escenario de competencia estratégica y económica global, donde el deshielo acelera transformaciones profundas. Todo ello ha resultado en una mayor militarización y presencia en la región a la vez que se ha desestabilizado el marco de cooperación de entidades como el Consejo Ártico. El hielo se ha roto, y como bien nos recordaban los inuit, la cooperación tradicional de la región ha dado paso a una clara tensión de consecuencias aún difíciles de prever.