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El movimiento "slow" en tiempos de metodologías ágiles

“En un mundo adicto a la velocidad, la lentitud es un superpoder” afirma con gran simpatía el escritor Carl Honore, impulsor y portavoz del movimiento ‘Slow’.

DISEÑO ORGANIZATIVO Y ENTORNO / TOMÁS RODRÍGUEZ

Pero ¿qué es esto del movimiento ‘slow’? ¿y el ‘slow work’? El mensaje que predica la filosofía slow es muy simple: hacer las cosas a su velocidad justa. Hay momentos para ir rápido pero también hay otros que precisamos ir lento, y dentro de los dos hay un abanico infinito de velocidades. Priorizar la calidad a la cantidad, ser conscientes de lo que estamos haciendo, estar en el presente, aquí y ahora. 

En la misma línea aparece el concepto de ‘slow work’, es decir, la aplicación de la filosofía slow al ámbito laboral. Propone básicamente la regulación de energías en el trabajo, la realización de una tarea a la vez (en lo posible evitando el tan famoso multitasking) y trabajar con conciencia. Esta filosofía apuesta por un equilibrio, una armonía entre la vida laboral y personal de los trabajadores, lo cual no significa menor productividad. Numerosas investigaciones y expertos afirman con certeza que los trabajos realizados con tranquilidad, consciencia y no estando bajo altos niveles de estrés, son los que mayores y mejores resultados alcanzan. 

Ahora bien, la gran pregunta que surge en el ámbito empresarial es ¿cómo podemos -si es que se puede- ir más lento en un entorno donde se priorizan las metodologías agiles? 

 ¿Cómo saber parar, si se premia el “minuto a minuto”, el valor diario de la acción (en empresas cotizadas), los resultados inmediatos y los beneficios para mañana? 

Como sabemos, el uso de las metodologías agiles (Line, Scrum o Agile) es algo que ha arrasado en los últimos años con el diseño de la experiencia del empleado, los métodos de trabajo y la organización de equipos en las empresas. Los principios y valores en los que se basan las metodologías ágiles tienen como características más importantes el realizar las entregas de forma rápida y continua, generalmente en equipos que sean multidisciplinarios. Se ha vuelto común escuchar en el día a día de las grandes organizaciones palabras como daily, retro, sprints y agile coach, así como también alabanzas al modelo Spotify. Vivimos en un mundo empresarial frenético, y, lo que es más, parece que se ha puesto de moda. 

Pero entonces, ¿podemos armonizar dos conceptos que a priori parecen opuestos? La respuesta es que sí, pero cuidado, no será un camino sencillo. 

Según el estudio Enhancing creativity through mindless work nuestro cerebro para ser más eficaz necesita alternar tareas: entre unas cognitivamente exigentes y otras bastante más sencillas, para que de esta manera podamos rendir mejor cuando sea realmente necesario. 

Dicho articulo destaca que “las cualidades de las piezas musicales no se capturan en la disposición de las notas, sino también en la disposición de los silencios entre notas.” Es decir, así como en necesario ir rápido en diferentes circunstancias que el trabajo amerite, es igual de imprescindible ir despacio y saber frenar. Así como se necesita la velocidad, el ruido y lo complejo, se precisa el respirar, el parar y lo sencillo. Porque ambos hacen al todo, ambos logran el mejor resultado y  juntos logran la mejor versión de la melodía.  Ágil y slow, sonido y silencio, y entre ellos, un abanico infinito. 

No son conceptos opuestos, son conceptos que se complementan, y cada uno tiene su lugar en momentos determinados de las jornadas de trabajo. El reto claro, esta en saber cuando ir despacio y cuando ir más lento, cuando avanzar y cuando parar. 

Lo que si queda claro es lo que a gritos afirma Honore: “la idea de que para tener éxito solo es posible ir a velocidad turbo, es la mentira más venenosa, más tóxica y absurda del mundo”. Esto, porque precisamos parar, porque el parar tiene igual valor que el avanzar, porque el silencio tiene igual valor que las notas, y porque lo ágil es igualmente valioso que lo lento. Como dijimos, se complementan y ambos son necesarios en nuestra vida laboral. No podemos ser agiles todo el tiempo, y he aquí tal vez lo mas complejo de entender para las empresas: un trabajador que sabe parar es un trabajador que sabrá cuando realmente avanzar, y cuando lo haga, será mucho más productivo. 

 

Las metodologías agiles buscan productividad, y el movimiento slow tiene como consecuencia exactamente lo mismo, por lo que, las organizaciones que mejor sepan unir ambas prácticas serán las que mayores beneficios obtengan. Beneficios a nivel de experiencia, de conciliación, y sin dudas, en sus cuentas de resultados. 

La lógica de todo esto es bastante simple: no existe ser humano que trabaje a toda velocidad durante tiempo indeterminado, y si pretendemos que lo haga, sus resultados no serán buenos. Pero si igualmente a través de una metodología totalmente ágil los resultados son “buenos” (o convenientes para la empresa), no hay duda alguna que los mismos serían mucho mejores si existiesen pautas claras de descansos, stops, lentitud, organización, desconexión digital y ‘slow work’ que interactúen de forma armónica con la cultura ágil en el día a día laboral. 

Porque he aquí la gran cuestión: lo planteado no es un idealismo o letra muerta, saber cuando acelerar y cuando parar es una gran virtud (con beneficios tangibles) que lamentablemente escasea por ese concepto erróneo de que “más rápido siempre es mejor”. 

Hay algo que es claro después de todo lo analizado: para triunfar en un mundo veloz, debemos bajar la velocidad, parar y mirar hacia donde vamos. Las empresas tendrán el desafío de entender que “más rápido siempre es mejor, pero no siempre, que la lentitud bien aplicada produce mayores beneficios económicos y que los empleados -más temprano que tarde- exigirán un ritmo de trabajo que sea asumible y que no los haga colapsar.

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