[Rory Medcalf, Indo-Pacific Empire. China and the Contest for the World’s Pivotal Region (Manchester: Manchester University Press, 2020) 310 págs.]
RESEÑA / Salvador Sánchez Tapia
En 2016, el primer ministro Abe de Japón y su homólogo indio, Narendra Modi, realizaron un viaje en el tren bala que une Tokio con Kobe para visualizar el nacimiento de una nueva era de cooperación bilateral. Sobre la base de esta anécdota, Rory Medcalf propone al lector una reconceptualización de la región más dinámica del globo que deje atrás la que, por mor del influjo norteamericano, ha predominado por algún tiempo bajo la denominación “Asia-Pacífico”, y que no refleja una realidad geopolítica más amplia.
El título de la obra es un tanto engañoso, pues parece aludir a un eventual dominio mundial ejercido desde la región indo-pacífica, y a la lucha de China y Estados Unidos por el mismo. No es esto lo que el libro ofrece.
Para Medcalf, un australiano que ha dedicado muchos años a trabajar en el servicio exterior de su país, “Indo-Pacífico” es un concepto geopolítico alternativo que engloba a una amplia región eminentemente marítima que comprende los océanos Pacífico e Índico, por los cuales circula la mayor parte del comercio marítimo global, así como los territorios costeros conectados por ambos mares. En el centro de este inmenso y diverso espacio se encuentran, actuando como una suerte de bisagra vertebradora, Australia, y la zona del sureste asiático que comprende el Estrecho de Malaca, vital paso marítimo.
El enfoque geopolítico propuesto sirve de argumento para articular una respuesta regional al creciente y cada vez más amenazador poder de China, que no pase por la confrontación o la capitulación sumisa. En palabras del autor, es un intento, hecho desde un punto de vista liberal, para contrarrestar los deseos de China de capitalizar la región en su favor.
En este sentido, la propuesta de Medcalf pasa por que las potencias medias de la región –India, Australia, Japón, Corea, Indonesia, Vietnam, etc.– logren una mayor coordinación para dibujar un futuro que tenga en cuenta los legítimos intereses de China, pero en el que estas potencias equilibren de forma eficaz el poder de Beijing. Se trata de que el futuro de la región esté diseñado con China, pero no sea impuesto por China. Tampoco por Estados Unidos al que, no obstante, se reconoce como actor clave en la región, y con cuyo apoyo el autor cuenta para dar cuerpo a la idea.
El argumento del libro sigue un guion cronológico en el que aparecen tres partes claramente diferenciadas: pasado, presente y futuro. La primera de ellas expone las razones históricas que justifican la consideración de la indo-pacífica como una región con entidad propia, y muestra las deficiencias de la visión “Asia-Pacífico”.
El bloque referido al presente es de índole descriptiva y hace una breve presentación de los principales actores del escenario indo-pacífico, del creciente poder militar chino, y de cómo China lo está empleando para retornar, en una reminiscencia de la época del navegante chino Zheng He, al Océano Índico, convertido ahora en arena de confrontación geoeconómica y geopolítica, así como en pieza clave del crecimiento económico chino como ruta por la que navegan los recursos que el país necesita, y como en parte marítima del proyecto global de la nueva Ruta de la Seda.
En lo tocante al futuro, Medcalf ofrece su propuesta para la región, basada en un esquema geopolítico en el que Australia, naturalmente, ocupa un lugar central. En una escala que va desde la cooperación hasta el conflicto, pasando por la coexistencia, la competición y la confrontación, el autor hace una apuesta por la coexistencia de los actores del tablero indo-pacífico con China, y plantea acciones en las tres áreas de la promoción del desarrollo en los países más vulnerables a la influencia –extorsión, en algunos casos– china; de la disuasión, en la que Estados Unidos continuará jugando un papel central, pero que no puede estar basada exclusivamente en su poder nuclear, sino en el crecimiento de las capacidades militares de los países de la región; y de la diplomacia, ejercida a varios niveles –bilateral, multilateral, y “minilateral”– para generar confianza mutua y establecer normas que eviten una escalada hacia la confrontación e, incluso, el conflicto.
Estos tres instrumentos deben venir acompañados de la práctica de dos principios: solidaridad y resiliencia. Por el primero se busca una mayor capacidad para gestionar el ascenso de China de una forma que promueva un balance entre el equilibrio de poder y el acercamiento, evitando los extremos de la contención y el acomodo a los designios del gigante. Por el segundo, los estados de la región se hacen más resistentes al poder de China y más capaces de recuperarse de sus efectos negativos.
No cabe duda de que este enfoque geopolítico, que sigue la estela abierta por Japón con su política “Indo-Pacífico Libre y Abierto”, está hecho desde una perspectiva netamente australiana y de que, de forma consciente o no, realza el papel de esta nación-continente, y sirve a sus intereses particulares de definir su lugar en el mundo y de mantener un entorno seguro y estable frente a una China que contempla de una forma cada vez más amenazadora.
Aún reconociendo esta motivación, que no deja de ser consecuencia lógica de la aplicación de los viejos conceptos del realismo, la visión propuesta no carece de méritos. Para empezar, permite conceptualizar a China de una forma que captura el interés por el Índico como algo integral a la visión que de sí misma tiene respecto a su relación con el mundo. Por otra parte, sirve como llamada de atención, tanto a las numerosas potencias medias asiáticas como a los pequeños estados insulares del Pacífico, sobre la amenaza china, ofreciendo el maná de una alternativa diferente al conflicto o a la sumisión acrítica al gigante chino. Finalmente, incorpora –al menos conceptualmente– a Estados Unidos, junto con India y Japón, a un esfuerzo multinacional capaz, por el peso económico y demográfico de los participantes, de equilibrar el poder de China.
Si la intención del concepto es la de fomentar en la región la conciencia de la necesidad de componer un equilibrio al poder de China, entonces puede argumentarse que la propuesta, excesivamente centrada en Australia, omite por completo la dimensión terrestre china, y la conveniencia de incorporar a ese balance a otras potencias medias regionales que, aunque no se cuenten entre las marítimas, comparten con ellas el temor al creciente poder de China. De forma similar, y aunque pueda pensarse que las naciones ribereñas de África y América forman parte integral de la entidad definida por las cuencas indo-pacíficas, éstas están conspicuamente ausentes del diseño geopolítico, a excepción de Estados Unidos y Rusia. Las referencias a África son muy escasas; América Central y del Sur están, simplemente, innombradas.
Se trata, en definitiva, de una interesante obra que aborda una importante cuestión de alcance global desde una óptica novedosa, realista y ponderada, sin caer en escenarios catastrofistas, sino abriendo una puerta a un futuro algo esperanzador en el que una China dominante pero cuyo poder, así se argumenta, podría haber ya alcanzado su pico máximo, pueda dar lugar al florecimiento de un espacio compartido en el corazón de un mundo reconectado de una forma que los antiguos navegantes no habían podido ni siquiera imaginar.