Mapa del área de competencia del Comando para el Indo-Pacífico del Pentágono estadounidense [USINDOPACOM]
JOURNAL / Juan Luis López Aranguren
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INTRODUCCIÓN
El cambio tectónico internacional que se está produciendo con la cristalización del Indo-Pacífico como uno de los principales ejes globales no es algo que pasase desapercibido a los internacionalistas de los últimos 150 años. Ya a finales del siglo XIX, el historiador y estratega naval Alfred Thayer Mahan predijo que “quien domine el Océano Índico dominará Asia y el destino del mundo se decidirá en sus aguas”. Tiempo después, en 1924, Karl Haushofer predijo la llegada de lo que llamó “la Era del Pacífico”. Posteriormente, Henry Kissinger afirmó que uno de los cambios más drásticos a nivel global que se producirían en este siglo sería el desplazamiento del centro de gravedad de las relaciones internacionales del Atlántico al Índico y Pacífico. Y fue en los ochenta, durante la mítica reunión entre Deng Xiaoping y el primer ministro indio Rajiv Gandhi, cuando se produjo la declaración por parte de Deng indicando que sólo cuando China, India y otras naciones vecinas colaboren se podría hablar de un “siglo de Asia-Pacífico”.
En cualquier caso, la experiencia histórica indica que la unidad y la colaboración entre diferentes estructuras sociales (sean estas naciones, ideologías o civilizaciones) pueden coexistir con relaciones competitivas entre ellas provocando que el escenario donde interactúan y rivalizan se convierta en uno de los ejes geopolíticos del planeta. El Mediterráneo fue el punto de unión, comunicación y comercio de las culturas clásicas a las que regaban sus aguas durante milenios, pero también un espacio de competición diplomática y lucha por recursos, influencia y expansión de colonias, tal y como describió Tucídides en su Guerra del Peloponeso. De la misma forma, desde el siglo XV, el Atlántico también fue el campo de competición estratégica en la proyección progresiva de las ballenas o potencias marítimas europeas hacia América y África occidental, solapándose las dimensiones política, económica, religiosa y cultural. Y el siglo XVIII fue testigo del intenso conflicto desatado en el océano Índico entre Francia, Reino Unido y el Imperio maratha indio por el control de sus aguas y sus costas.
En última instancia, los mares y los océanos son el vector que permite a las potencias terrestres expandirse y proyectar su poder fuerte o blando más allá de las limitaciones de su ámbito territorial. El mar se convierte así en el ámbito donde el árbol de posibilidades de las naciones se maximiza. Ya lo explicó Ian Morris destacando que la razón por la que Europa se había convertido a partir del siglo XV en un poder global, expandiendo su civilización por todo el planeta, era precisamente que Europa era una península de penínsulas, y esto ofrecía un fácil acceso al mar a cualquier idea, producto, fuerza militar y revolución que se quisiera exportar e importar. El mar ha sido, por lo tanto, un acelerador de la evolución social en aquellas civilizaciones que contaban con la ventaja estratégica de un fácil acceso al mismo. Por ello, el planteamiento de la futura evolución de las dinámicas globales desde una perspectiva marítima en lugar de terrestre puede resultar más práctico a la hora de definir los futuros escenarios posibles. Esto nos lleva a la conclusión de que quizá resulta más adecuado hablar de una Era del Indo-Pacífico antes que de un siglo terrestre asiático, ya que estos océanos se asemejan a un lienzo donde los poderes antiguos y nuevos, regionales y globales, colectivistas e individualistas, se disputan la proyección de sus intereses, sus esferas de influencias y sus identidades, hasta lograr un alcance global.