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La pieza del mes de marzo de 2006

UN LIENZO INÉDITO DE SAN FERMÍN

Pilar Andueza Unanua
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

El culto a San Fermín, copatrono del Navarra desde 1657, se extendió a lo largo de la Edad Moderna por todo el mundo merced al fervor religioso que manifestaron numerosos navarros que, habiendo abandonado su reino natal, emigraron y se asentaron fundamentalmente en Madrid, en las Indias y en ciudades comerciales ligadas al Nuevo Mundo como Cádiz y Sevilla. El máximo exponente de la devoción hacia el que fuera obispo de Pamplona llegó con la fundación en Madrid de la Real Congregación de San Fermín de los Navarros, erigida el 7 de julio de 1683, bajo el reinado de Carlos II. Con fines religiosos y de beneficencia, agrupó a los naturales del Navarra, primero en el convento de los Mínimos de la Victoria y, posteriormente, en sede propia en el Prado de los Jerónimos, en un edificio adquirido a los herederos del conde de Monterrey. Tanto desde Pamplona, donde a partir de 1696 se erigió una magna capilla en honor al santo en la parroquia de San Lorenzo, como desde la mencionada cofradía de Madrid se enviaron misivas a los paisanos residentes en Indias con el fin de obtener recursos económicos con los que sufragar las obras constructivas de ambas empresas. Todas aquellas peticiones fueron remitidas acompañadas de estampas del santo patrono, haciendo de este modo de los grabados un vehículo de primordial importancia en el desarrollo de las devociones de la época. Una de las estampas más sobresalientes fue encargada por la Junta de la Real Congregación en 1732 al que poco tiempo después llegaría a ser grabador de Cámara y profesor de la Real Academia de San Fernando, Juan Bernabé Palomino, quien abrió plancha siguiendo un dibujo del destacado tratadista, pintor y grabador madrileño fray Matías de Irala y Yuso.


San Fermín

San Fermín
Escuela quiteña, tercer cuarto del siglo XVIII 
Óleo sobre lienzo, 90,5 x 72,5 cms
Pamplona. Colección particular

Y precisamente este grabado sirvió como modelo de la pintura que ahora analizamos. En efecto, la trascendencia que alcanzaron este tipo de estampas queda de manifiesto en este lienzo, pues, salido del pincel de un artista de la escuela quiteña, copia fielmente el ejemplar grabado por Palomino. San Fermín aparece de manera totalmente centrada, revestido de pontifical, con báculo, mitra y capa pluvial. Porta además en su mano derecha un Crucifijo, como símbolo de evangelización, mientras que a sus pies se sitúa un acetre. Este elemento, junto a una mujer postrada a sus pies que porta una venera y abraza a un niño, simboliza también la cristianización por medio del bautismo. Frente a otras imágenes del santo, se acompaña también de una rica iconografía formada por las figuras de un tullido y un enfermo a su derecha. Se completa la composición con dos soldados romanos a la izquierda y dos ángeles que en la parte superior derecha portan los atributos del martirio. Como es propio del Barroco se incluye también, en un segundo plano, la invención del cuerpo del santo, cuyo sepulcro queda resaltado por rayos luminosos que atraen a varios enfermos.

En este cuadro anónimo, de buena factura, priman los colores azulados que contrastan con el rojo de algunas indumentarias como una túnica, un manto, las quirotecas del santo o los penachos de los soldados.

El lienzo fue encargado, según nos informa la inscripción situada en la parte inferior, encerrada en una cartela de claro gusto dieciochesco y acompañada de los emblemas de Pamplona y Navarra -el autor erró al aplicar el color al campo de los escudos- por el navarro don Juan Antonio Zelaya y Vergara. Nacido en la villa de Miranda de Arga, sirvió a la monarquía borbónica en el ejército. Pasó a las Indias, concretamente al virreinato del Nuevo Reino de Granada, donde ocupó cargos de alta responsabilidad política y militar. El 11 de octubre de 1763 el virrey fray Pedro Messía de la Cerda lo nombró gobernador militar de Guayaquil, cargo que ostentó hasta 1771. De aquella provincia realizó un completo informe que en 1765 remitió al virrey dándole noticias de su geografía así como de su población, clero y comercio. Su fama como militar debía de ser bien conocida pues fue llamado a Quito para acabar con la "sublevación de los Barrios o de los Estancos", motín que estalló el 7 de mayo de 1765 como protesta popular ante las drásticas reformas administrativas y económicas aplicadas por las autoridades. El navarro, al frente de un batallón de 600 hombres reclutados en Guayaquil, Panamá y Lima, entró en la ciudad como capitán general el 1 de septiembre de 1766 y logró someter el levantamiento. Desde entonces y hasta julio del año siguiente desempeñó la presidencia interina de su audiencia. Pacificada la zona regresó a Guayaquil donde permaneció en sus cargos de gobierno hasta 1771, momento en que fue nombrado gobernador de la provincia de Popayán (Colombia), a cuya capital llegó el 2 de octubre de aquel año.

Como fue habitual en muchos de los indianos navarros de siglo XVIII, Zelaya plasmó sus devociones particulares a través de este lienzo de San Fermín pero también por medio de los legados que envió a su localidad natal. Tal y como narra el Padre Janáriz, este militar remitió varias dádivas a la patrona de Miranda de Arga, la Virgen del Castillo quien, invocada por Zelaya, le había librado de un disparo enemigo. Como agradecimiento a la protección prestada envió varias alhajas a su basílica y encargó en Sevilla una nueva talla, una imagen de candelero, que preside en la actualidad el retablo mayor, que vino a sustituir a la imagen románica.