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Patrimonio e identidad (45). Fiesta e imagen de Santa Águeda

05/02/2021

Publicado en

Diario de Navarra

Ricardo Fernández Gracia |

Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

El culto a algunas mártires como santa Lucía o santa Águeda gozó de gran popularidad en siglos pasados. Santa Águeda poseía, ante los ojos de la sociedad tradicional, todo cuanto una joven podía desear: posición, familia distinguida y belleza extraordinaria, atesorando mucho más que todo eso: su fe en Jesucristo. Así lo demostró cuando el procónsul de Sicilia, Quintiano, “libidinoso, avaro e idólatra”, según las hagiografías de la santa, se aprovechó de la persecución del emperador Decio (250-253) contra los cristianos para intentar poseerla. Sus propuestas fueron resueltamente rechazadas por la joven virgen, por haberse comprometido con su esposo Jesucristo. El tirano no se dio por vencido y la entregó en manos de Afrodisia, una perversa mujer, que regentaba un prostíbulo con sus diez hijas, con la idea de que ésta la doblegase con las tentaciones del mundo. Sus malas artes se vieron contradichas por la virtud y la fidelidad a Cristo que testimonió la joven.  Quintiano entonces, dominado por la ira, la torturó cruelmente, hasta llegar a ordenar que le cortasen los pechos. Es famosa la respuesta que, en aquella ocasión, recibió de Águeda: “Cruel tirano, ¿no te da vergüenza torturar en una mujer el mismo seno con el que de niño te alimentaste?”. La santa fue consolada con una visión de san Pedro quien, milagrosamente, la sanó. Pero las torturas continuaron y al fin mereció la palma del martirio, siendo echada sobre carbones encendidos en Catania. Además, se dice que lanzó un gran grito de alegría al expirar, dando gracias a Dios.

Iribarren, Satrústegui, Idoate, Jimeno Jurío y Usunáriz han aportado numerosos testimonios de la fiesta en el mundo rural navarro en siglos pasados, casi siempre con tres ritos: hogueras, postulaciones y toques de campanas. En Navarra cuenta con dos parroquias (Idoate y Aizoain) y veintitrés ermitas. Este último dato es significativo dentro del número de ese tipo de santuarios dedicados a santas: santa Lucía cuenta con 54 ermitas, santa Bárbara, 45; María Magdalena, 24; santa Águeda, 23; y santa Catalina y santa Engracia, 22. Por lo que respecta a reliquias, la más importante se reseña en los inventarios de la parroquia de San Miguel de Estella, consistente en una canilla de su brazo, remitida desde Nápoles, por don Bernardo de Luquin.

Su fiesta se conmemora con solemnidad en algunas localidades como Legarda. Cáseda la celebra como patrona con campanas, procesión, cohetes, música y la participación del ayuntamiento en los actos religiosos.

Abogada del mal de pecho y contra el fuego

Un año después de su muerte, entró en erupción el volcán de la ciudad de Catania, pero la lava se detuvo ante su sepulcro, por lo que fue declarada patrona de la ciudad, considerándola como abogada contra los incendios, quemaduras, rayos y erupciones volcánicas. Así, en Urzainqui si se producía fuego se echaba sobre el mismo pan bendecido de la santa, al igual que en los tejados de las casas que corrían peligro por las llamas. En Ablitas la noche del día de la santa se llegaban a encender hogueras en el campanario, por ser creencia popular que era en aquellas horas cuando se distribuían las tormentas del verano. En algunos pueblos de la Barranca, el día de la santa era el elegido por las autoridades para salir a la inspección de las chimeneas de todos los vecinos, aprovechando la ocasión para recoger suculentas viandas.

Su cruel martirio hizo que las mujeres la invocasen contra el mal de pecho y en la lactancia, madres y nodrizas. Coplas, como ésta de la Ribera, refieren aquel suceso: “Gloriosísima santa Águeda / de las santas sin rival / que te cuertaron los pechos /igual que se cuerta un pan”.

Campanas, coros y cuestaciones

Protagonismo especial, desde la víspera de la santa, cobraban los toques de campanas, seguramente evocando un pasaje de su vida, recogido en algunas hagiografías de la santa, según el cual, siendo niña se extravió y, al escuchar las campanas, pudo regresar a casa.

Un primer testimonio impreso sobre el uso de campanas en el día de su fiesta se remonta a 1510, cuando el canónigo peraltés Martín de Andosilla escribió en De supersticionibus, estas palabras “tocar las campanas el día de santa Águeda para ahuyentar los maleficios cae en el campo de la superstición”.

Esta costumbre se extendió por toda la geografía foral. Diversos mandatos episcopales y de los visitadores eclesiásticos se empeñaron, en vano, en terminar con esa tradición inmemorial, amenazando con penas de excomunión. En Cascante, entre las obligaciones del sacristán se señalan, en 1582, tañer las campanas en las horas de oración de la mañana, mediodía y tarde; en los nublados, para misa y vísperas; en las   procesiones, para los difuntos “y la noche de Santa Agueda toda la noche, aunque de esta noche le dan dos reales y medio”. En Azuelo, a mediados del siglo XVIII, eran los mozos los que tocaban las campanas un rato. En otras localidades como Bargota, Aras, Marañón o Viana hay constancia de que se hacía otro tanto y hasta tiempos recientes se ha perpetuado la costumbre en varios pueblos de Tierra Estella, Salazar, Igal, Roncal, Mélida y Ablitas.   

Según recoge Iribarren en De Pascuas a Ramos, en la localidad de Igal, hasta bien entrado el siglo XX, los mozos subían a la torre y hacían sonar las campanas durante varias horas. El ayuntamiento costeaba el vino, que consumían durante el campaneo. En Mélida, hasta fines del siglo XIX, eran las mujeres las que tocaban y bandeaban de modo frenético. En general, se creía que el sonido de las campanas preservaba de incendios a los pueblos de las tormentas de verano, que podían arruinar las cosechas.

Los cantos y coplas durante las postulaciones de la fiesta dieron paso a los “Coros de Santa Águeda” que, recorren las calles al anochecer con faroles encendidos y varas, cantando y recogiendo un donativo. En Los Arcos y Sesma eran los monaguillos los que, con la imagen de la santa, recorrían las calles. A la vez que se invocaba la protección de la santa con coplillas ingenuas, se recogían viandas por las casas para la merienda. En la capital navarra, la llegada de los coros data de 1964, cuando la peña Muthiko Alaiak comenzó con los cantos a la santa.

Singularidades en Burgui, Alsasua y el Valle de Guésalaz

Un proceso judicial, estudiado por Florencio Idoate, nos da cuenta de cómo a comienzos del siglo XVII, en Burgui había una curiosa costumbre, según la cual, “por santa Águeda de cada un año, le quitan las llaves de las puertas de sus casas y después las revuelven todas juntas y las sacan de dos en dos, para que las llaves que salieran juntas, se junten las dos casas y coman y se huelguen el dicho día de santa Águeda, y tengan sus caridades, y los que están enemistados se pongan en paz”

Jimeno Jurío recogió el “sabor especial” de la fiesta en Alsasua, describiéndola así: “los quintos visten de blanco, adornándose con vistosos pañuelos al cuello y terciados, y portando bandejas petitorias y varas de “korosti” (acebo), decoradas con cintas de colores. Los dos “reyes” administradores presiden los festejos. Uno de ellos recoge las tortas con que son obsequiados por las mozas, ensartándolas en una larga vara enclavijada. Postulan, comen y danzan juntos. Por la noche bailan en la plaza el tradicional zortziko”.

Diversas localidades del Valle de Guesálaz, festejaron el día en siglos pasados con una comida especial. Así se desprende de unos pleitos litigados en los Tribunales Reales, en 1565, en los que Salinas de Oro, Muniain, Izurzu, Muez y Lerate pidieron a los cabildos parroquiales de los citados lugares ciertas cantidades de trigo, vino y de los frutos decimales para la celebración de las comidas concejiles del día de santa Águeda.

Ayuntamiento “por un día en Arróniz”

En Arróniz, la costumbre de elegir un “ayuntamiento por un día” se ha conservado en la fiesta de la santa. La tradición se ha de encuadrar en la línea de las parodias y carnavales invernales protagonizadas por jóvenes y niños. Valentín Galbete Echeverría -con pseudónimo de Ángel Cruz de Ibarrea- dio cuenta con foto de 1968 en este mismo periódico (13 de febrero de 1988) de cómo había evolucionado el festejo. Hasta bien entrado el siglo XX, los tres barrios de la localidad: Milarin, Greta y Barrionuevo, celebraban la festividad rotativamente. Junto a la aurora y los actos religiosos, los elegidos para formar parte de la corporación se ataviaban a la antigua usanza, con chaqués, capas y sombreros. Una fotografía del año 2000, que nos ha proporcionado amablemente el exsecretario municipal Pablo Echeverría, nos muestra a los quintos como alcalde y concejales, en los soportales del ayuntamiento, dando lectura a sus peticiones, a las críticas, sátiras y otras ocurrencias burlescas que pronunciaban ante el resto de los habitantes. En los últimos años, los niños han cobrado protagonismo en tan particular corporación municipal.

Escenas de su vida e imágenes destacadas

De enorme expresividad es la escena de su martirio, que encontramos en el ejemplar de biblia de Sancho el Fuerte, conservada en Augsburgo, obra de fines del siglo XII, en la que se dedican a la santa nada menos que seis pasajes, en tres páginas, lo que supone el mayor ciclo iconográfico de la mártir en el arte navarro. Como es sabido, las llamadas Biblias de Pamplona son dos códices realizados por Ferrando Petri de Funes y su taller, poco antes de 1200, cuyos ejemplares se conservan hoy en Amiens y en Augsburgo. Es en este último ejemplar encontramos mayor énfasis en el santoral femenino, dando cabida a algunos de los más antiguos ciclos narrativos de algunas santas en Occidente. Al respecto, hay que recordar que el citado códice se debió realizar para la hermana de Sancho el Fuerte, doña Berenguela, mujer de Ricardo Corazón de León.

La escena del martirio de santa Águeda también aparece en la portada románica de San Miguel de Estella

Un ciclo con el narrativismo propio del gótico aparece en los frescos de la iglesia parroquial de Olloqui, relacionados con los de Ororbia, obras ambas de gran calidad, realizadas en el segundo cuarto del siglo XIV, en el círculo de Juan Oliver, el autor del mural del refectorio de la catedral de Pamplona, hoy en el Museo de Navarra. Cuatro escenas componen el singular conjunto estudiado por Carlos Martínez Álava y Javier Martínez de Aguirre. Es de gran importancia el ciclo en sí tanto por su autoría, como por el mecenas de las mismas, el canónigo hospitalero de Pamplona Pedro de Olloqui entre 1331 y 1357. Se narran cuatro pasajes en sendos registros, en el superior lo relativo al martirio (la santa ante Quintiano, representado como un rey y con Afrodisia) y en el inferior el entierro y culto.

Otro pequeño ciclo de su vida encontramos en el retablo mayor de la parroquia de Aizoáin, obra de Martín de Elordi y Pedro Moret, tasada en 1597. En el cuerpo principal del retablo, a ambos lados de la talla de la santa, encontramos sendos relieves. Uno narra el martirio con la santa semidesnuda y el verdugo agarrándole un pecho que se dispone a cortar con una gran tijera, parcialmente desaparecida. Si bien el relato resulta atroz, hay otros ejemplos del mismo en Navarra, como el de la parroquia de Mañeru, en donde la saña y fiereza se despliegan con las grandes tenazas del sádico ejecutor con las que se dispone a cortar los senos de la virgen Águeda. La otra escena del retablo de Aizoáin se centra en la visita de san Pedro, identificado por sus llaves, para curar a la santa, siguiendo de cerca la conversación entre ambos, narrada en la Leyenda Dorada, cuando Águeda no se deja curar por pudor, hasta que el príncipe de los apóstoles se identifica como tal.

Resulta usual desde la época tardogótica y todo el siglo XVI y comienzos de la siguiente centuria, encontrar a la santa emparejada con otra mártir (Sangüesa, Cárcar …). En el retablo de los santos Juanes de Muruzábal, obra de comienzos del siglo XVI atribuida a Diego Polo por A. Aceldegui, se encuentra con santa Catalina. En una tabla del maestro de Gallipienzo, identificado por Pedro Echeverría con Pedro Sarasa, la vemos con santa Bárbara; en el retablo mayor de Burlada (Museo de Navarra), con la Magdalena y en el retablo mayor de Etayo con santa Úrsula. Su identificación es siempre fácil por portar los pechos, atributo de su martirio y la palma, que asegura el triunfo y la victoria.

Sus imágenes correspondientes al primer Renacimiento y al Romanismo son abundantísimas a lo largo de la geografía foral y se cuentan por más de un centenar. En torno a 1570 data la tabla de la santa procedente de Sarriguren, que se conserva en el Museo de Navarra, obra de Ramón de Oscáriz, en la que figuran sendas escenas del martirio y la visita de san Pedro para curarle.

Entre la pintura manierista, destacan los ejemplos de Fitero y Cortes. En el primer caso, una sobresaliente tabla del retablo mayor del monasterio, obra contratada por Rolan Mois en 1590, da cuenta de la calidad de un maestro que había estado en Italia y conocía los modelos de aquellas tierras, así como la plasmación en estampas de Cornielis Cort y otros grabadores. La pintura de Cortes, pertenece a comienzos del siglo XVII, es obra de Juan de Lumbier y forma pareja con otra de las mismas características de santa Lucía. Los colores tornasolados y vivos, testimonian el modo de trabajar de aquel pintor, protagonista del manierismo en la Ribera de Navarra. También destacan una tabla de la parroquia de Milagro, realizada en 1619 por el pintor Celedón Pérez -quizás Celedonio Pérez del Castillo-, y un lienzo de mediados del siglo XVII, conservado en las Carmelitas de Araceli de Corella.