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También hay que leer en el belén: algunos aspectos simbólicos (I)


FotoCedida/Nacimiento en figuras murcianas de barro policromado de fines del siglo XIX del antiguo convento de Dominicas de Tudela

Si visitamos un belén actual, encontraremos delicadas representaciones tridimensionales del nacimiento de Cristo a escala, con arquitecturas frecuentemente orientalizantes y figuras de pretendido corte historicista. Sin embargo, el belén tradicional discurrió, hasta hace algo más de un siglo, entre otros presupuestos: el portal con unas ruinas clásicas, grandes roquedos y peñascos y figuras ataviadas según los usos y costumbres de distintas regiones.

El gran cambio, respecto a las figuras, se produjo a fines del siglo XIX y comienzos de la pasada centuria, cuando la Iglesia y las nacientes Asociaciones de Belenistas –especialmente las catalanas-, impulsaron la realización de un nuevo estilo. A partir de entonces, comenzaron a entrar en declive las antiguas figuras de barro policromado, fabricadas en los talleres murcianos o granadinos, exponentes y síntesis de una tradición secular. Todo ello fue favorecido aún más por algunas directrices que, después de la Guerra Civil, se dirigieron desde Falange Española a los belenistas y sus asociaciones para desterrar los anacronismos del belén popular.

Detrás de aquellas innovaciones había unas causas. En primer lugar, la costumbre de la Iglesia de no bendecir imágenes de barro. Las nuevas figuras de la escuela de Olot eran de pasta de madera y de una apariencia digna y, sobre todo, de pretendida fidelidad histórica, al vestir sus personajes con atuendos atemporales. Precisamente por su propiedad e historicidad, la estética de Olot cautivó a clientes personales e instituciones con su particular visión histórica, derivada del grupo de los nazarenos, pintores alemanes que reaccionaron contra el Neoclasicismo imperante, en base a los descubrimientos arqueológicos en Palestina. En la misma sintonía, los artistas de la calle parisina de Saint Sulpice influyeron decisivamente en Cataluña en la escuela olotina con un estilo correcto, algo dulzón y con influencia de la escuela nazarena. Con esos presupuestos, parroquias, conventos y colegios, así como aficionados se decantaron por aquellas figuras, uniformizando todo lo relativo al belén, siempre desde la perspectiva orientalista. De momento, las figuras salidas de los talleres de Olot convivieron con las tradicionales de barro cocido, pero acabarían por imponerse a estas últimas, que también sufrieron su propia evolución para adaptarse a la moda con túnicas, mantos, turbantes, que con el tiempo incorporarían las telas encoladas.


Gran vitrina con belén compuesto por figuras murcianas de fines del siglo XIX: Colección particular

Frente al panorama de los últimos cien años, dominado por el historicismo, los antiguos belenes poseían un carácter mucho más simbólico en todos sus elementos, ya que en una sociedad iletrada era más fácil catequizar mediante unos mensajes sencillos que especular sobre la realidad de la Judea del siglo I. No se trataba tanto de conjeturar, ni de organizar perspectivas y escalas, sino de transmitir mensajes en torno a lo inefable, mediante unas ideas.

La cueva y sus personajes

Si en la cueva se colocaban unas ruinas clásicas era para significar que con la venida de Cristo se superaba el Antiguo Testamento. Si se insistía en la colocación de peñas y rocas era para insistir en que el nacimiento del Salvador había tenido lugar entre bestias, en una cueva, fuera del lugar habitado, tras ser rechazada la Sagrada Familia por las gentes. Todo ello daba lugar a reflexionar sobre cómo se podía expulsar a Jesús de los corazones de los hombres. Junto al portal se colocaban velas y faroles y el suelo se sembraba con cristales triturados y conchas para que reflejasen la luz, ya que los belenes estaban concebidos para admirarse por la noche, para acercarse con los sentidos y el espíritu a contemplar la “luz del mundo”.

Las figuras de José y María vestían de unos colores precisos y simbólicos. Ella de rojo o rosa en su túnica, para indicar el color de la carne por la Encarnación, y el azul en el manto que la identificaba como reina del cielo. Frecuentemente, la túnica era blanca, para evidenciar su pureza. José, por su parte, combinaba el morado del sufrimiento y sacrificio y el marrón, color con el que se identificaba a los carpinteros. A veces, luce manto amarillo, por su pertenencia al pueblo judío. De ordinario y siguiendo las recomendaciones de las visiones de Santa Brígida, ambos estaban ante el Niño “hincados de rodillas, lo adoraban con inmensa alegría y gozo”.


Virgen con el Niño fajado del belén de Mendigorría, obra de Juan José Vélaz, 1825, actualmente en el Museo Diocesano de Pamplona

El Divino Infante era de grandes proporciones, en sintonía con las viejas normas de tamaño jerárquico, y solía estar en una cuna de contenido trinitario, pues se adornaba con un triángulo y la Paloma del Espíritu Santo, junto a una gloria de cabezas de ángeles. En algunas ocasiones el Niño aparece fajado, de acuerdo con una costumbre aún presente en algunos países hispanoamericanos. Así lo referencian los documentos de la “belenera” de las Agustinas Recoletas de Pamplona y se esculpió en el belén de Mendigorría, obra de Juan José Vélaz en 1825.

Respecto a los animales, la mula se identifica con el pueblo judío, de ahí que aparezca en algunos casos arrodillada ante el misterio, dando paso a la Nueva Ley, mientras que el buey se asimila con los paganos y la gentilidad.


Mula adoradora en madera policromada, siglo XVIII. Colección particular

El agua del río o de la fuente también poseía un contenido simbólico, puesto que donde no hay agua no hay vida. El nacimiento de Jesús se convertía en verdadera fuente de vida.

Para saber más

ARBETETA MIRA, L., “Metodología y cuestiones previas para el estudio de los Nacimientos españoles”, Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, t. 48 (1993), pp. 169-212
ARBETETA MIRA, L., Oro, incienso y mirra. Los belenes en España. Madrid, Telefónica. Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 2000
FERNÁNDEZ GRACIA, R., ¡A Belén pastores! Belenes históricos en Navarra, Pamplona, Gobierno de Navarra-Ayuntamiento de Pamplona, 2007
PEÑA MARTÍN, A., La Navidad en España en el siglo XIX. El Nacimiento y sus tradiciones, A. Peña Martín, 2016

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