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El patronato de san Francisco Javier y el monasterio de Fitero


FotoJesús Latorre/Lienzo de san Francisco Javier bautizando del monasterio de Fitero, fines del siglo XVII

La declaración como patrono de Navarra de san Francisco Javier, suscitó gran división entre los pueblos e instituciones del Reino, ya que en numerosos ambientes se vio peligrar el secular patronato de san Fermín, de modo especial, en la ciudad de Pamplona. En 1657, tras más de dos décadas de pleitos, el Romano Pontífice declaró a ambos como “patroni aeque principales”. Fue entonces cuando cesó la lucha entre ferministas y javieristas entre las villas, monasterios y cabildos en pro de uno u otro santo. Javier había sido aclamado, en general, por las villas de la Ribera y la Diputación del Reino, mientras san Fermín había obtenido los apoyos dentro del clero diocesano, bastante receloso frente al poder creciente de la Compañía de Jesús.

Desde el monasterio de Fitero, la respuesta enviada a Pamplona, el 16 de noviembre de 1624, fue de acatamiento a los deseos de las Cortes de Navarra que lo habían ratificado como patrón. En la carta leemos: “Atendiendo a la honra que se debe a los santos y en particular a san Francisco Xavier, como nos lo muestra nuestra Madre la Iglesia y su vida y milagros publican, ha tenido este Real Convento la muy buena suerte que vuestra señoría ilustrísima se acuerde de mandarnos por su carta de 5 de noviembre, y más en cosa tan del servicio de Dios y honra de un tan grande santo al cual, como a hijo de este Reino le es muy debido el título de Patrón, con que Vuestra Señoría Ilustrísima le honra y la elección ha sido también acordada cuanto de su acierto en todo se podía esperar. La guarda de la fiesta del santo rezando dél, se pondrá en ejecución en este nuestro monasterio y villa de Fitero y en esto, como en lo demás que se ofrezca, querríamos dar muestras de lo mucho que deseamos servir a vuestra señoría ilustrísima, a quien guarde nuestro Señor y prospere con todos aumentos de felicidad, por la intercesión de nuestro patrón, como todos estos sus capellanes deseamos”. En esta contestación, el presidente de la comunidad monástica -fray Alonso Díez-, por estar la abadía por proveer, agradeció la carta de la Diputación del Reino, mostrando su satisfacción por entender que la misiva constituía una prueba más de la posesión de la jurisdicción eclesiástica de la villa, frente a las apetencias del obispo de Tarazona.

El ayuntamiento de Fitero, un par de décadas más tarde, concretamente el 12 de diciembre de 1650, en plena contienda del patronato, advertía que había otorgado su poder en pro de san Fermín, con una afirmación no exenta de amargura, ya que era el abad del monasterio quien participaba en las Cortes y no la villa, como hubiese querido. Así se expresa en su contestación a la Diputación del Reino: “Como no tengo voto en Cortes, no he tenido noticia de la pretensión que vuestra señoría tenía sobre el votar por su patrón único al gran apóstol de la India san Francisco Xavier, a cuya causa habrá dos o tres semanas, poco más o menos, la ciudad de Pamplona me escribió enviase poder para pedir ser patrón al glorioso san Fermín y se le envié, con que hoy me hallo con el sentimiento mayor que puedo…, por hallarme imposibilitado de poder servir a vuestra ilustrísima con lo que me manda”

Las sempiternas tensiones entre la abadía y la villa se volvieron a dar cita también en este asunto. A partir de 1657, la celebración de la fiesta de uno y otro santo, se realizó acatando la decisión del Papa y de las autoridades navarras. En aquel mismo año, el día 2 de julio, el abad del monasterio, fray Hernando de Ferradillas, escribía a la Diputación del Reino el siguiente texto, en referencia al cumplimiento del Breve  papal: “haciendo de todo él pareció que es razón y por lo que interesamos de tener tan ilustres santos por patronos en este vuestro Reino, se les hará el festejo en este monasterio y villa de Fitero en la conformidad que su Santidad lo dispone… y por mi parte lo haré saber a los vecinos de la villa con particular despacho que para ello se proveerá para que todos con una boca y un corazón celebremos la fiesta de tan santos patronos que por tantos títulos lo tienen merecido…”.

A día de hoy, todavía se conservan los versos de la aurora, cuyo texto es un testimonio que demuestra cómo la figura del santo fue calando en el imaginario popular, afirmándose como un auténtico prodigio y atlante, así como en un signo de identidad de Navarra. Si en la literatura barroca era definido como tal, incluso con paralelismos con las deidades del panteón greco-romano, en los versos populares que se le cantaban en el rosario de la aurora, al despuntar el día, se le saludaba, en sintonía con las letras de los gozos, con versos como estos de Fitero, datados en fecha imprecisa del siglo XVIII: “Amanece el sol este día/ que llena este Reino/ de gozo y placer / contemplando dio a luz un apóstol / que a millares de almas / convirtió a la fe. / Hizo al mar que diera agua dulce / y al sol en su turno hizo detener”. Se trata de una plasmación popular de una idea que había calado tras más de un siglo de propaganda y culto desde los púlpitos y los coros de los templos navarros, a los que llegaron distinguidos jesuitas a cantar las glorias de una de sus figuras más queridas y populares.

Además del día de su fiesta, la novena de la Gracia se celebró hasta tiempos recientes, interpretándose los famosos gozos. El texto más difundido para el ejercicio de la novena en Navarra y en otros lugares de España e Iberoamérica fue el que publicó el padre Francisco García, nacido en Vallecas en 1640 y autor de una de las biografías del santo, publicada en Madrid en 1672. Se conocen ediciones de la novena de García realizadas en Pamplona en 1700, 1721, 1744, 1767, 1847, 1865, 1876 y otras muchas sin año. El modo de realizarla fue el usual en ese tipo de práctica, siempre ante una imagen o altar del santo, con un acto de contrición, unas oraciones comunes para todos los días y unas deprecaciones para cada uno de ellos. Se incluían también unas letanías o florilegios que cantan las virtudes del santo y, sobre todo los gozos.


Escultura de san Francisco Javier del retablo de santa Teresa, en el curcero norte del monasterio de Fitero, obra de José Serrano, 1730. Foto J. L. Larrión

Éstos últimos tuvieron un gran predicamento en pueblos y ciudades por dos razones fundamentales. De una parte, constituían una forma muy sencilla de aprendizaje y catequización, junto a los sermones, sobre la significación, la vida y obra del santo. De otra, al ser cantados, bien con pequeña orquesta de cámara, con acompañamiento de órgano, o simplemente con las voces humanas, se convertían en la parte que más expectación despertaba en los muchos asistentes al acto, como momento más significativo de la función litúrgica.

Al igual que en Corella, ya en época post-abacial, se interpretaron los gozos con una melodía muy dinámica, en conexión con las alegres músicas de Eslava y su época, para voces masculinas con acompañamiento de órgano. Las partituras de Corella y las copias de Fitero, recogen la fecha de 1885. El autor se silencia, pero por otras copias, sabemos que lo fue el organista y compositor navarro Mariano García (1809-1869).

En cuanto a representaciones figurativas, existieron en el monasterio un lienzo del santo bautizando de finales del siglo XVII, así como la escultura de madera policromada del retablo de Santa Teresa, obra de José Serrano de 1730. Ante esta última se le rezaba en sus fiestas, colocándole luminarias, mediante unos candelabros, en forma de jaula, que se elevaban hasta la peana de la imagen mediante unas poleas. Ambas iconografías sirvieron para catequizar, junto a los sermones y los gozos, en una sociedad iletrada, en la que los medios de difusión de la cultura eran, fundamentalmente, orales y plásticos.

Para saber más

FERNÁNDEZ GRACIA, R., San Francisco Javier Patrono de Navarra. Fiesta, religiosidad e iconografía, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2006

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