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[Bruno Maçães, The Dawn of Eurasia. On the Trail of the New World Order. Allen Lane. Milton Keynes, 2018. 281 págs]

RESEÑAEmili J. Blasco

The Dawn of Eurasia. On the Trail of the New World Order

El debate sobre el surgimiento de Eurasia como una realidad cada vez más compacta, no ya como mera descripción geográfica que conceptualmente era una quimera, debe mucho a la contribución de Bruno Maçães; singularmente a su libro The Dawn of Eurasia, pero también a su continuo proselitismo ante públicos diferentes. Este diplomático portugués con actividad investigadora en Europa constata la consolidación de la masa euroasiática como un único continente (o supercontinente) a todos los efectos.

“Una de las razones por las que tenemos que comenzar a pensar sobre Eurasia es porque así es como China mira cada vez más el mundo (...) China está ya viviendo una edad eurosiática”, dice Maçães. Lo nuevo de esta, afirma, “no es que existan tales conexiones entre los continentes, sino que, por primera vez, funcionan en ambos sentidos. Solo cuando la influencia fluye en ambos sentidos podemos hablar de un espacio integrado”. La Iniciativa Cinturón y Ruta de la Seda, sobre todo su trazado terrestre, muestra que China ya no solo mira al Pacífico, sino que a su espalda contempla nuevas vías para llegar a Europa.

Maçães apremia a Europa a que adopte una perspectiva euroasiática, por tres razones: porque Rusia y China tienen una; porque la mayoría de las grandes cuestiones de política exterior de nuestro tiempo tienen que ve con el modo en que Europa y Asia están conectadas (Ucrania, crisis de refugiados, energía y comercio), y porque todas las amenazas de seguridad de las próximas décadas se desarrollarán en un contexto euroasiático. Maçães añade una razón final por la cual Europa debería implicarse de modo más activo en el proyecto de integración euroasiática: es el modo de combatir las fuerzas de desintegración que existen en el interior mismo de Europa.

De las diversas consideraciones incluidas en el libro, podrían destacarse algunas ideas sugerentes. Una es que los históricos problemas de identidad de Rusia, a caballo entre Europa y Asia –verse diferente de los europeos y a la vez sentir atracción por la modernidad de Occidente–, resultan replicados ahora en el Oriente, donde China está en camino de crear un segundo polo de crecimiento económico y de integración en el supercontinente. Si Europa es uno de los polos y Asia (China y los demás exitosos países del Extremo Oriente) el otro, ¿Rusia entonces qué es, si no responde plenatemente a la identidad europea ni a la asiática?

La Iniciativa Cinturón y Ruta de la Seda otorga importancia geopolítica a Asia central, como repasa Maçães. Así, China necesita un claro dominio de Xinjiang, su provincia más occidental y la puerta a las repúblicas centroasiáticas. La ruta terrestre hacia Europa no puede existir sin el segmento de Xinjinag, pero al mismo tiempo la exposición de este territorio de mayoría uigur al comercio y la modernización podría acentuar sus aspiraciones separatistas. Justo al noroeste de Xinjiang está la república exsoviética de Kazajstán, un extenso país de gran valor agrícola, donde los intentos chinos de comprar tierras están siendo vistos con elevada suspicacia desde su capital, Astaná. Maçães estima que si Rusia intentara reintegrar Kazajstán en su esfera de influencia, con la misma vehemencia que ha hecho con Ucrania, “China no se quedaría a un lado”.

No es solo que la costa Este (península europea) y la costa Oeste (litoral del Pacífico) se aproximan, sino que además las conexiones entre ambas mejoran las condiciones logísticas del interior del supercontinente. Ese es precisamente uno de los objetivos de Iniciativa Cinturón y Ruta de la Seda: a medida que las compañías chinas se han ido alejando de los hubs empresariales de la costa para abaratar los costes de mano de obra, más lejos están quedando de los puertos, por lo que necesitan mejores conexiones terrestres, contribuyendo así al encogimiento de Eurasia.

Categorías Global Affairs: Unión Europea Europa Central y Rusia Asia Orden mundial, diplomacia y gobernanza Reseñas de libros

[Josep Piqué. El mundo que nos viene. Retos, desafíos y expectativas del s. XXI: ¿un mundo post-occidental con valores occidentales? Deusto. Barcelona, 2018. 254 págs.]

RESEÑAIgnacio Yárnoz

El mundo que nos viene. Retos, desafíos y expectativas del s. XXI: ¿un mundo post-occidental con valores occidentales?

Puede que Europa pierda peso económico relativo o, lo que es peor, peso demográfico y competitividad, poniendo en riesgo la sostenibilidad de su estado de bienestar. Puede que sea cada vez menos relevante en el escenario geopolítico global y alejarse del nuevo centro de gravedad del planeta. Sin embargo, sigue siendo un polo indiscutible de atracción para el resto de la humanidad debido a su paz, democracia, libertad, igualdad de género y oportunidades, tolerancia y respeto. Esto es lo que el autor Josep Piqué nos desea transmitir en El mundo que nos viene. Estamos hablando de un economista, empresario y dirigente político –titular de varios ministerios, entre ellos el de Asuntos Exteriores, durante el Gobierno de José María Aznar–, que ha vivido de primera mano la transición de un mundo eurocéntrico hacia un otro que mira más a una pujante Asia.

La obra resulta ser un buen análisis geopolítico del mundo, en el que se destaca una Unión Europea fragmentada, una China muy pujante, una Rusia nostálgica de su pasado imperial, un Oriente Medio dividido en guerras entre bandos irreconciliables y un mundo anglosajón replegado en sí mismo. Divido en diferentes capítulos dependiendo del área geográfica, el libro analiza en profundidad todos y cada uno de los temas.

En primer lugar, el autor recalca la situación que el mundo anglosajón vive, especialmente Estados Unidos y Reino Unido, países que han renunciado a su hegemonía mundial en aras de un repliegue en sí mismos. En el caso de Reino Unido hablamos del divorcio con la Unión Europea y en el caso de los Estados Unidos hablamos de las políticas del presidente Donald Trump, como el abandono del TPP (Trans Pacific Partnership) con Japón, Chile, Canadá, Australia, Brunei, Nueva Zelanda, México, Perú, Malasia, Vietnam y Singapur. Paradójicamente, frente a la actitud de esos dos actores se registra el auge como potencia de una China que ya no disimula en sus acciones, que ya no quiere ser aquella potencia silenciosa que formulaba Deng Xiaoping.

Rusia y sus acciones en el exterior también son objeto de análisis desde distintas perspectivas, pero principalmente teniendo en cuenta la obsesión rusa con su seguridad. Como argumenta el autor, se trata de un Estado muy sensible con sus fronteras que procura tener los polos enemigos lo más alejados posible, lo que implica una política de influencia en los Estados colindantes con su frontera. Esto explica sus reacciones ante el cambio de bando de los países de Europa del este y su gradual incorporación a la Unión Europea o la OTAN. Tampoco podemos olvidar el tema del gas, las implicaciones del deshielo del Ártico, los yacimientos de petróleo en el mar Caspio u otros asuntos que el autor repasa.

Si observamos el panorama en Oriente Medio, la situación no parece llegar a una paz duradera. Ni en el panorama del conflicto palestino-israelí, ni en las diferentes guerras proxy entre Irán y Arabia Saudí, sin olvidar el fracaso de las diferentes primaveras árabes. Esta situación lleva al autor a analizar en perspectiva histórica cómo ha sucedido todo ello. Por otro lado, analiza la complejidad de los diferentes intereses cruzados entre Turquía, Siria, Rusia, Arabia Saudí e Irán que completan el tablero que representa Oriente Medio.

Por último, no debemos olvidar el capítulo que Josep Piqué reserva para su tesis principal formulada al principio de este artículo: el futuro de la Unión Europea. Como él mismo indica, Europa representa la síntesis neo occidental en un mundo post-occidental. Sin embargo, debe darse cuenta de este potencial y beneficiarse de ello. Como argumenta Piqué, el atractivo de la Unión Europea tanto como proyecto integrador como por los valores liberales y democráticos que representa debe de ser una carta que la UE debe jugar más a su favor. Sin embargo, también se enfrenta a retos como el auge del nacionalismo y del antieuropeísmo, la injerencia rusa en asuntos internos o la falta de credibilidad de las instituciones europeas. Todo ello en el marco de la fuerte recesión económica de 2007 que también analiza el autor como buen economista de carrera. Por último, no debemos olvidar unas notas finales dedicadas a las implicaciones de las nuevas tecnologías, a Latinoamérica y a las oportunidades que tiene España.

Todo ello en su conjunto representa un completo viaje por el mundo de la geoestrategia –en el repaso de las regiones del planeta únicamente se echa en falta una mención a África–, en el que se detallan todas las claves que una persona con interés en las relaciones internacionales debe de tener en cuenta a la hora de analizar la actualidad.

Categorías Global Affairs: Orden mundial, diplomacia y gobernanza Reseñas de libros Global

[Roberto Valencia, Carta desde Zacatraz. Libros del K.O. Madrid, 2018. 384 págs]

 

RESEÑAJimena Villacorta

Carta desde Zacatraz

La historia de El Directo –un joven salvadoreño al que a sus 17 años se le atribuían 17 asesinatos, que entró y salió de la cárcel y finalmente fue sentenciado por sus compañeros de mara– sirve de lienzo para un cuadro aún mayor: el grave problema social que suponen las pandillas violentas en Centroamérica, singularmente en El Salvador.

Roberto Valencia, un periodista español que lleva casi veinte años residiendo en ese país centroamericano, ha dedicado tiempo y esfuerzo a abordar en profundidad este problema como reportero de “El Faro”, portal informativo salvadoreño galardonado por sus investigaciones. Carta desde Zacatraz (como los medios locales llaman a la prisión de máxima seguridad de Zacateoluca) es un relato periodístico que a través de una historia concreta expone el panorama más amplio de una realidad verdaderamente compleja.

El 11 de septiembre de 2012 fue la primera vez que Valencia se sentó a platicar con Gustavo Adolfo Parada Morales, alias El Directo, alguien que durante años había acaparado la atención de los medios, a pesar de la existencia de otros miles de jóvenes implicados en las maras. Ese contacto personal animó al periodista a buscar otros testimonios, hasta completar un libro que recoge la voz directa de Parada y la de personas que le conocieron, a partir de entrevistas con quienes le querían, como su madre o su esposa, y con quienes se enfrentaron a él, como algunos jueces.

Fruto de un embarazo no deseado, El Directo nació el 25 de enero de 1982 en la ciudad de San Miguel. Apenas dos décadas después era ya el hombre más peligroso y temido de El Salvador, o por lo menos así lo proyectaban los medios. Miembro de la Pana di Locos, clica de la Mara Salvatrucha, se convirtió en el principal enemigo público. Desde los 17 años, acusado de otros tantos asesinatos (de los que solo reconoció seis) y diversos crímenes, El Directo estuvo en tres centros de internamiento de menores y nueve cárceles. Tuvo la oportunidad de empezar una nueva vida en Costa Rica, pero la echó a perder. No logró irse a Estados Unidos. Estuvo libre por varios meses, pero no pasó mucho tiempo antes de que la Policía lo volviera a capturar.

A través de la vida de Parada, el autor proyecta el fenómeno de las maras en El Salvador. Hace un énfasis en cómo este fenómeno afecta sobre todo a las clases más bajas, mientras que el resto de la sociedad no se percata de la completa magnitud del problema y, por tanto, no se interesa en buscar una solución. Cómo es posible, se plantea Valencia, que una sociedad como la salvadoreña, con 6,5 millones de habitantes, tolere un promedio de 10 homicidios diarios, por no mencionar los otros numerosos delitos, en un país en el que el 1% de la población son pandilleros.

Las medidas de represión aplicadas por los gobiernos de la derecha (ARENA) y de la izquierda (FMLN) no han mejorado el problema de las pandillas. Estas han ido creciendo, tanto fuera como dentro de los centros de detención, muchos de los cuales se encuentran en un estado deplorable. Precisamente la condición de las cárceles agrava la situación: la infraestructura está dañada, hay una gran insalubridad y el hacinamiento es extremo. En la mayoría de las prisiones, los dirigentes pandilleros tienen una gran parte del control y desde ellas dominan sus respectivas organizaciones. “El sistema penitenciario de El Salvador es el más hacinado del hemisferio, afirmación certificada por la Organización de los Estados Americanos”, constata Valencia.

El Directo pasó por diversos encarcelamientos, donde fue gravemente herido en múltiples ocasiones, unas veces por orden de la Mara Salvatrucha, que le declaró traidor y le amenazó de muerte, y otras por policías y empleados de centros penitenciarios. Después de algunos meses en la cárcel decidió reformarse y renunciar a su actividad en la MS. Esto le trajo diversas oportunidades, pero regresó a la prisión. Finalmente fue asesinado en 2013, a los 31 años, por miembros de su nueva mara, La Mirada Locos, pues había sido acusado de mandar matar a alguien de la organización con cuya esposa había tenido un romance.

Es interesante observar cómo en un país donde se registran una gran cantidad de crímenes, durante al menos diez años el caso de El Directo tuvo una absoluta prioridad en los medios, que muchas veces exageraron el historial delictivo de Parada. “Vivimos en un país donde se ha amnistiado a grandes asesinos. La droga circula con relativa libertad y, a pesar de que funcionarios de la Policía han dicho que hay nombres importantes de la empresa, del aparato estatal y del ejército involucrados en el tráfico de droga, no hemos visto ninguna detención a ese nivel”, declara a Valencia el rector de la Universidad Centroamericana, José María Tojeira. Y añade: “La evasión del impuesto sobre la renta es un vicio bastante extendido entre los sectores más pudientes. La policía se maneja todavía con un grado de corrupción significativa. A los diputados se les perdona o se les investiga actos en los que la vida o el honor de otros ciudadanos han sido severamente amenazados”. Por su parte, Fernando Sáenz Lacalle, arzobispo emérito de San Salvador, lamenta que periodistas, comentaristas, analistas y políticos repitieran una y otra vez, “como coro de iglesia, el falso estribillo de los 17 años, 17 asesinatos”. En su opinión, “quizás se les pasó de la mano en exhibición y prepotencia”, según recoge Valencia.

Roberto Valencia concluye que el problema de los medios de comunicación es que al principio se mostraron benevolentes con las maras, y luego magnificaron el fenómeno, sin hablar de las medidas represivas y las políticas utilizadas para combatirlas.

Carta desde Zacatraz no es un libro condescendiente, pero la crítica no ahoga toda esperanza. Advierte de que los salvadoreños se han acostumbrado a vivir con este problema. Hoy en día es más común evitar ciertos lugares que se sabe que son peligrosos, que tratar de luchar por mejorar al país. Pero alienta la confianza en que vidas destrozadas como la de El Directo sirvan para que las nuevas generaciones quieran para ellas algo mejor.

Categorías Global Affairs: Seguridad y defensa Reseñas de libros Latinoamérica

[Robert Kagan, The Jungle Grows Back. America and Our Imperiled World. Alfred A. Knoff. New York, 2018. 179 pag.]

 

RESEÑAEmili J. Blasco

The Jungle Grows Back. America and Our Imperiled World

A estas alturas del siglo queda ya claro que la consagración del sistema liberal en el mundo, tras descomponerse el bloque comunista al acabar la Guerra Fría, no es algo que vaya a ocurrir de manera inexorable, como se pensó. Ni siquiera es algo probable. Los modelos divergentes de China y de Rusia están ganando Estados adeptos. La democracia está en retroceso, también en las propias sociedades occidentales.

Es la jungla que vuelve a crecer allí donde se había conseguido extender un jardín. Esta es la imagen que utiliza Robert Kagan en su nuevo libro para alertar sobre la conveniencia de que Estados Unidos no decline su responsabilidad en capitanear el esfuerzo por preservar el orden mundial liberal. Para Kagan, el sistema liberal “nunca fue un fenómeno natural”, sino una “gran aberración histórica”. “Ha sido una anomalía en la historia de la existencia humana. El orden mundial liberal es frágil y no permanente. Como un jardín, se ve siempre asediado por las fuerzas naturales de la historia, la jungla, cuyas enredaderas y malas hierbas constantemente amenazan con cubrirlo”, afirma. Se trata de una “creación artificial sujeta a las fuerzas de la inercia geopolítica”, de forma que la cuestión “no es qué derrumbará el orden liberal, sino qué puede sostenerlo”.

A Kagan le sobrevive en los medios la etiqueta de neoconservador, por más que sus posiciones se sitúan en la corriente central del republicanismo estadounidense (mayoritaria durante décadas, hasta el surgimiento de Donald Trump; de hecho, en la campaña de 2016 Kagan apoyó a Hillary Clinton) y sus trabajos se desarrollan en la más bien demócrata Brookings Institution. Sí defiende un liderazgo claro de Estados Unidos en el mundo, pero no por autoafirmación, sino como único modo de que el orden liberal internacional sea preservado. No es que, al haberlo patrocinado, Estados Unidos haya actuado de forma desinteresada, pues como decía uno de sus constructores, el secretario de Estado Dean Acheson, para proteger el “experimento de vida americano” hacía falta crear “un entorno de libertad” en el mundo. Pero los demás países occidentales, y otros donde igualmente se extendió el régimen de libertades de las sociedades democráticas, también se han visto beneficiados.

La tesis central de Kagan es que, aunque hubo interés propio de Estados Unidos en crear la arquitectura internacional que ordenó el mundo tras la Segunda Guerra Mundial, esta benefició a muchos otros países y garantizó la victoria de las sociedades libres sobre el comunismo. Crucial para ello, según Kagan, es que si bien Washington en ocasiones actuó contra los valores que predicaba, en general se atuvo a ciertas reglas.

Así, Estados Unidos “no explotó el sistema que dominaba para ganar ventajas económicas duraderas a expensas de las otras potencias del orden. Dicho simplemente: no podía usar su dominio militar para ganar la competición económica contra otros miembros del orden, ni podía tratar la competición como suma cero e insistir en ganar siempre” (esto último es lo que pretende Trump). Es verdad que Estados Unidos se benefició de ser el jugador principal tanto económica como militarmente, “pero un elemento clave para mantener unido el orden internacional fue la percepción de las otras potencias de que tenían razonables oportunidades para tener éxito económicamente e incluso en ocasiones sobrepasar a Estados Unidos, como Japón, Alemania y otras naciones hicieron en varios momentos”.

Kagan admite que la disposición de Washington a grandes dosis de fairplay en el plano económico “no se extendió a todas las áreas, singularmente no se aplicó a los asuntos estratégicos”. En estos, “el orden no se basó siempre en las reglas, pues cuando Estados Unidos lo consideró necesario, correcta o erróneamente, violó las reglas, incluidas las que aseguraba defender, bien llevando a cabo intervenciones militares sin autorización de la ONU, como hizo en numerosas ocasiones durante la Guerra Fría, o implicándose en actividades encubiertas que no tenían respaldo internacional”.

Ha sido un orden que, para funcionar, “tenía que gozar de cierto grado de aceptación voluntaria por parte de sus miembros, no ser no una competición de todos contra todos, sino una comunidad de naciones que piensan parecido actuando juntas para preservar un sistema del cual todos podían beneficiarse”. “El orden se mantuvo en pie porque los otros miembros miraban la hegemonía estadounidense como relativamente benigno y superior a otras alternativas”. Prueba de ello es que los países de Europa Occidental se fiaron de Washington a pesar de su abrumadora superioridad militar. “Al final, incluso si no siempre lo hizo por motivos idealistas, Estados Unidos acabaría creando un mundo inusualmente propiciador de la extensión de la democracia”.

Kagan está en desacuerdo con considerar que tras la disolución de la URSS el planeta entró en un “nuevo orden mundial”. En su opinión, lo que se llamó “momento unipolar” en realidad no cambiaba los supuestos del orden establecido al término de la Segunda Guerra Mundial. Por eso no tenía sentido que, al caer el Muro de Berlín, se pensara que el mundo entraba en una nueva era de paz y prosperidad irrefrenable, y que esto hacía innecesario el papel de jardinero de Estados Unidos. La retirada del mundo llevada a cabo por Trump e iniciada por Obama (Kagan ya en 2012 publicó The World America Made, en defensa de la implicación estadounidense en el mundo), estaría permitiendo el regreso de la caótica vegetación de la jungla.

The Jungle Grows Back tiene formato de libro pequeño, propio de un ensayo comedido que aspira a transmitir algunas ideas fundamentales sin querer llegar a abrumar al lector. A pesar de señalar los peligros del orden liberal, y de constatar que Estados Unidos mantiene una actitud de retirada, el libro ofrece un mensaje optimista: “Esta es una visión pesimista de la existencia humana, pero no es una visión fatalista. Nada está determinado, ni el triunfo del liberalismo ni su derrota”.

Categorías Global Affairs: Norteamérica Orden mundial, diplomacia y gobernanza Reseñas de libros Global

[Pedro Baños, El dominio mundial. Elementos del poder y claves geopolíticas. Ariel. Barcelona, 2018. 366 pág.]

 

RESEÑAManuel Lamela

  El dominio mundial. Elementos del poder y claves geopolíticas

Si su anterior entrega, Las claves de dominio mundial, nos servía como manual para introducirnos en el vasto mundo de la geopolítica y las relaciones internacionales, en su nueva obra, el coronel Pedro Baños Bajo, nos desvela y nos muestra los elementos e instrumentos claves para el dominio mundial y cómo estos son utilizados por los diversos actores en su pugna constante por el poder a escala global. Nos encontramos a las puertas de un cambio de paradigma en la escena internacional, y este proceso, como explica el autor, será liderado por la demografía y la tecnología.

En su empresa por democratizar la geopolítica, Pedro Baños utiliza un lenguaje claro y preciso para facilitar la comprensión de la obra. Serán numerosas las ilustraciones presentes en el libro que irán acompañados de breves explicaciones para conseguir una visión más amplia del tema a tratar.

Los elementos del poder mundial es el nombre que recibe la primera mitad del libro, esta se encuentra dividida en nueve partes diferentes que según el autor son claves a la hora de comprender el juego de poder mundial. En esta primera mitad se tratarán cuestiones de rigurosa actualidad y tremendamente importantes en la escena internacional. Desde la amenaza híbrida, que supone una nueva forma de hacer la guerra, hasta el rol de los servicios de inteligencia en la actualidad pasando por la trascendental importancia de los recursos naturales y la demografía. Sin duda es un análisis bastante completo para aquellos que busquen una breve explicación acerca de los mayores retos y desafíos que amenazan con desestabilizar nuestro actual orden social. Es cierto que algunas de las explicaciones se pueden definir como sencillas, pero esto no se tiene por qué entender como una característica peyorativa. La capacidad de síntesis del autor en cuestiones sumamente complejas, puede incentivar la curiosidad del lector y que este dé el salto a otras grandes obras donde profundizar en temas más concretos.

En la segunda parte de la obra nos encontramos con un análisis más concreto en el que el autor se centra en únicamente dos factores: la tecnología y la demografía. El desequilibrio poblacional, las grandes corrientes migratorias y los que algunos denominan la cuarta revolución industrial son algunas de las cuestiones que el coronel Baños remarca en su análisis. En opinión del autor las transformaciones a las que se verán expuestos estos dos elementos marcará el transcurso de la humanidad en los próximos años. En este estudio más incisivo el autor nos muestra lo vulnerable que se encuentra la sociedad humana ante los futuros cambios que están por venir y cómo esta presunta debilidad hará que los conflictos sean difícilmente evitables en un futuro cercano. Pedro Baños argumenta que pese a la creencia que tenemos de vivir en una sociedad perfectamente organizada y estructurada, la realidad dista mucho de esto último, ya que es un reducido grupo humano el encargado de dirigir y liderar el destino de toda la humanidad en su conjunto.

Pese a destilar cierto pesimismo a lo largo de la obra, Pedro Baños decide concluir su análisis con un mensaje de esperanza abogando por una humanidad unida, responsable y solidaria con su entorno.

Categorías Global Affairs: Orden mundial, diplomacia y gobernanza Reseñas de libros Global

[Justin Vaïsse, Zbigniew Brzezinski. America's Grand Strategist. Harvard University Press. Cambridge, 2018. 505 p.]

 

RESEÑAEmili J. Blasco

Zbigniew Brzezinski. America's Grand Strategist

Zbignew Brzezinski, consejero de Seguridad Nacional con Jimmy Carter, es uno de los grandes nombres de la política exterior estadounidense de las últimas décadas. En ciertos aspectos comparable con Henry Kissinger, que también pasó directamente de la Universidad –donde ambos fueron colegas– a la Administración, el mayor renombre de este último en ocasiones ha tapado la carrera de Brzezinski. La biografía de Justin Vaïsse, escrita con acceso a la documentación personal de Brzezinski y editada primero en francés hace dos años, viene a resaltar la singular figura y el pensamiento propio de quien tuvo una continuada presencia en el debate sobre la acción de Estados Unidos en el mundo hasta su muerte en 2017.

Nacido en Varsovia en 1928 e hijo de diplomático, Brzezinski recaló con su familia en Canadá durante la Segunda Guerra Mundial. De allí pasó a Harvard y enseguida despuntó en la comunidad académica de Estados Unidos, donde se nacionalizó y vivió el resto de su vida. Si en las décadas de 1940 y 1950, las posiciones principales de la Administración se nutrieron de una generación mayor que había conducido el país en la guerra y establecido el nuevo orden mundial, en las décadas siguientes emergió un nuevo grupo de estadistas en muchos casos salidos de las principales Universidades estadounidenses, que en ese momento habían adquirido una preeminencia sin precedentes en la gestación del pensamiento político.

Fue el caso de Kissinger, nacido en Alemania e igualmente emigrado con la guerra, que fue primero consejero de Seguridad Nacional y luego secretario de Estado con Richard Nixon, y también con Gerald Ford. El siguiente presidente, Jimmy Carter, llevó a la Casa Blanca a Brzezinski, quien le había asesorado en cuestiones internacionales durante la campaña electoral. Los dos profesores mantuvieron una relación respetuosa y en muchos momentos cordial, aunque sus posiciones, adscritos a campos políticos distintos, divergieron con frecuencia.

Por razones biográficas, el foco original de Brzezenski –o Zbig, como le llamaban sus colaboradores para superar la dificultad de pronunciación de su apellido– estuvo en la Unión Soviética y el Este de Europa. Desde relativamente pronto llegó a la conclusión que la URSS sería incapaz de mantener el pulso económico con Occidente, por lo que abogó por un “peaceful engagement” (participación o implicación pacífica) con el bloque del Este como modo de acelerar su descomposición. Esa fue la doctrina de las Administraciones Johnson, Nixon y Ford.

Sin embargo, desde mediados de la década de 1970, la URSS afrontó su evidente declive con una huida hacia adelante para tratar de reasentar su poder internacional, tanto en cuestión de armas estratégicas como en su presencia en el Tercer Mundo. Brzezinski pasó entonces a una postura de mayor dureza frente a Moscú, lo que le valió un frecuente enfrentamiento con otras figuras de la Administración Carter, especialmente el secretario de Estado, Cyrus Vance. Carter había llegado a la Casa Blanca en enero 1977 con cierto discurso de apaciguamiento, aunque sin dejar de ser beligerante en términos de Derechos Humanos. La invasión soviética de Afganistán en 1979 reforzó las tesis de Brzezinski.

La corta presidencia de Carter dio poco espacios para que el consejo de Seguridad Nacional se anotara especiales triunfos. El mayor, aunque obra conjunta del equipo presidencial, fue la firma de los acuerdos de Camp David entre Israel y Egipto. Pero el fiasco del intento de rescate de los rehenes en la Embajada de Teherán, que no fue responsabilidad directa de Brzezinski, lastró una Administración que no puedo tener un segundo mandato.

Situado en la derecha del Partido Demócrata, Brzezinski es descrito por Vaïsse como un “compañero de viaje” de los neoconservadores (los demócratas que se pasaron al bando republicano reclamando una defensa más robusta de los intereses de Estados Unidos en el mundo), pero sin ser él mismo un neoconservador (de hecho, no rompió con el Partido Demócrata). En cualquier caso, siempre remarcó su independencia y fue difícil de encasillar. “No fue ni belicista ni pacifista. Fue halcón y paloma en diferentes momentos”, dice Vaïsse. Por ejemplo, se opuso a la primera Guerra del Golfo, prefiriendo extremar sanciones, pero estuvo a favor de intervenir en la Guerra de los Balcanes.

Tras dejar la Administración, Brzezinski se integró en el Center for Strategic and International Studies (CSIS) de Washington y mantuvo una activa producción de ensayos.

Categorías Global Affairs: Norteamérica Orden mundial, diplomacia y gobernanza Reseñas de libros

[Jorge Orlando Melo, Historia mínima de Colombia. El Colegio de México-Turner. Bogotá, 2018. 330 p.]

 

RESEÑAMaría Gabriela Fajardo

Historia mínima de Colombia

Esta historia de Colombia escrita por Jorge Orlando Melo destaca por su evidente esfuerzo de neutralidad política. Se mencionan los procesos, las continuidades y las rupturas históricas de la nación sin traslucir ningún tipo de tendencia partidista. El autor procura mantenerse imparcial al narrar los eventos que han llevado a Colombia a donde hoy se encuentra. Eso convierte la obra de Melo –nacido en Medellín en 1942, historiador de la Universidad Nacional de Colombia y consejero presidencial para los derechos humanos en 1990– en especialmente adecuada para lectores sin un especial conocimiento de la historia colombiana, pues pueden juzgar por ellos mismos el devenir de la creación de una nación donde primero fue el Estado. Ese es justamente el propósito de la colección de “historias mínimas” encargada desde el Colegio de México.

Gran parte de la obra se dedica a la época colonial, remarcando así la importancia de la memoria histórica en el proceso de formación del país y en sus cambios actuales. No se trata, pues, del habitual recorrido lineal a través de acontecimientos políticos, sino que más bien fija la atención en la evolución cultural de aquella memoria forjada tempranamente y que se desarrolla en sucesivas dinámicas sociales.

Por otro lado, el papel de las regiones es un elemento clave en la formación de la sociedad colonial, cuyo legado es un poder central ineficiente, en un país donde hay leyes que parecen ser negociables, la sociedad está dividida en diversos estratos sociales, la tierra pertenece a unos pocos y se da una constante polarización política a manos de gobiernos clientelistas.

Esto sucede en una Colombia en la que el papel de la geografía ha sido determinante para los procesos de desarrollo de la nación. Melo habla de zonas aisladas de difícil acceso, de muy diverso tipo: “islas de prosperidad, seguridad o salubridad en medio de un océano de pobreza, violencia y enfermedad”. Ese océano ha disminuido en la actualidad, pero hay islas que siguen siendo la ruta perfecta para el narcotráfico.

Las luchas ideológicas en Colombia han sido intensas: a la Hegemonía Conservadora, de 32 años, le siguió Hegemonía Liberal, de 13; luego se dio la era del Frente Nacional, durante la cual conservadores y liberales se alternaron en cada periodo, creando un ambiente de equilibrio y relativa tranquilidad por un corto plazo de tiempo. “La pugna entre liberales y conservadores fue, más que un enfrentamiento político por el triunfo electoral, una guerra santa por modelos sociales diferentes”, escribe Melo. Sin embargo, eso generó exclusión política y llevó a la formación de grupos al margen de la ley, levantados contra el Gobierno y financiados por el narcotráfico. El enfrentamiento hizo visibles las debilidades institucionales y apenas dejó espacio para la Justicia. La violencia entonces se volvió rutinaria y acabó siendo el mayor fracaso histórico de Colombia, con responsabilidad especial de aquellos que promovieron la violencia como herramienta eficaz de cambio social. 

Para Melo, es la “agencia humana” –es decir, la manera en que las personas usan sus recursos para adaptarse a las circunstancias­– lo que define la historia; son los hombres y mujeres quienes, en su acción conjunta, generan cambio y son los constructores de su historia. A diferencia la postura más común sobre la historia colombiana, Melo no cae en el determinismo: no hace referencia a una cultura de violencia innata que de forma natural condene a los colombianos a pelearse. Por el contrario, deja claro que eventos como el 6 de abril, el golpe de estado de Rojas Pinilla en 1953 o la sangrienta toma del Palacio de Justicia en 1985, deben verse en perspectiva y ser considerados como momentos de un proceso social. 

El Estado colombiano no logró ser nación propiamente hasta finales del siglo XX, cuando se logró el “sueño de los creadores de la nación” de que todo el territorio estuviera cubierto por la ley, un solo mercado y un sistema político. La historia singular de Colombia arrancó con la Patria Boba, como suele llamarse la etapa entre el grito de independencia y la batalla de Boyacá, cuando los criollos lograron efectivamente la independencia. Desde entonces hubo una gran falta de unidad, manifestada en un sinfín de revoluciones, reformas y constituciones. Colombia vivió un agotador, desgastante y a la vez violento proceso orientado a lograr que todo ese país sumamente diverso, con una geografía que lo segmenta en regiones, con grupos humanos variados y dispersos, pudiera cohesionarse política, jurídica, económica y culturalmente.

Pero ese pasado no prejuzga el futuro. El lector llega al final de esta “Historia mínima de Colombia” con la conciencia de un futuro abierto para el gran país sudamericano. Colombia, que ha llegado a ser uno de los países más violentos, ahora tiene un Nobel de Paz, está en un proceso de postconflicto y ha empezado a ser tenido en cuenta en mayor medida por la comunidad internacional por sus grandes avances.

Categorías Global Affairs: Orden mundial, diplomacia y gobernanza Reseñas de libros Latinoamérica

[Robert Kaplan, The Return of Marco Polo's World. War, Strategy, and American Interests in the Twenty-first Century. Random House. New York, 2017. 280 págs.]

 

RESEÑA / Emili J. Blasco

The Return of Marco Polo's World

Las señales de “fatiga imperial” que está dando Estados Unidos –una menor disposición a proveer orden mundial– contrastan con el destino de proyección sobre el orbe que su naturaleza y tamaño le imprimen. “Estados Unidos está condenado a liderar. Es la sentencia de la geografía”, escribe Robert Kaplan. “No. Estados Unidos no es un país normal (...), sino que tiene obligaciones propias de un imperio”.

Entre la realidad de una gran potencia cuya política exterior ha entrado en una nueva fase –cierto retraimiento en la escena internacional, comenzada por Barack Obama y continuada por Donald Trump– y las exigencias de su interés nacional, que a juicio de Kaplan requiere una asertiva presencia en el mundo, se mueve el nuevo libro de este conocido autor geopolítico estadounidense.

A diferencia de sus anteriores obras –la más reciente es Earning the Rockies. How Geography Shapes America's Role in the World (2017)– esta vez se trata de un tomo que recoge ensayos y artículos suyos publicados en diferentes medios durante los últimos años. El más largo, que da título a la recopilación, fue un encargo del Pentágono; el titular de otro de los textos, también de 2016, encabeza estas líneas.

Eurasia

Cuando Kaplan habla de retorno al mundo de Marco Polo está significando dos cosas. La principal es la nueva vinculación que está surgiendo entre China y Europa gracias al mayor comercio, simbolizado con la nueva Ruta de la Seda, lo que da pie al autor a un largo ensayo sobre la materialización de lo que hasta ahora solo era una idea: Eurasia. El otro significado, que desarrolla más en otras partes del libro, tiene que ver con el nuevo orden internacional al que vamos y que él califica de “anarquía competitiva”: una era de mayor anarquía si la comparamos con el tiempo de la Guerra Fría y el que hemos conocido después (la Edad Media de Marco Polo era también un momento de múltiples potencias).

Kaplan es uno de los autores que más se está refiriendo al surgimiento de Eurasia. La llegada de los migrantes sirios a Europa ha hecho a esta dependiente de las vicisitudes en Oriente Medio, mostrando que las fronteras internas del supercontinente se están desvaneciendo. “A medida que Europa desaparece, Eurasia se cohesiona. El supercontinente ha devenido en una unidad fluida y comprehensiva de comercio y conflicto”, escribe. Y con la cohesión de Eurasia el peso específico del mundo pasa del Asia-Pacífico al Indo-Pacífico o, como también le llama Kaplan, el Gran Índico.

Realismo, moral y valores

De entre los múltiples aspectos estratégicos que Kaplan considera en relación a Eurasia, quizás puede pasar desapercibida una importante advertencia: gran parte del éxito de China en su trazado del Cinturón y Ruta de la Seda depende de que Pakistán actúe como la clave que, en medio del arco, le da compleción y al mismo tiempo lo sostiene. “Pakistán será el principal registrador de la capacidad de China para unir su Ruta de la Seda [terrestre] a través de Eurasia con su Ruta de la Seda [marítima] a través del Océano Índico”, avanza Kaplan. A su juicio, la inestabilidad paquistaní, aunque no acabe provocando el colapso del país, bien podría limitar la efectividad del gran proyecto chino.

Fuera de ese capítulo euroasiático, el libro es una argumentación, sobria y tranquila, con la prosa siempre elegante de Kaplan, de los principios del realismo, entendido este como “una sensibilidad enraizada en un sentido maduro de lo trágico, de todas las cosas que pueden ir mal en política exterior, de modo que la precaución y el conocimiento de la historia están integrados en la manera de pensar realista”. Para un realista “el orden va antes que la libertad y los intereses antes que los valores”, pues “sin orden no hay libertad para nadie, y sin intereses un Estado no tiene incentivos para proyectar valores”.

Kaplan desgrana estas consideraciones en artículos dedicados al pensamiento de Henry Kissinger, Samuel Huntington y John Mearsheimer, todos ellos realistas de diferente cuño, de los que se encuentra próximo, especialmente del primero: la reputación de Kissinger no hará más que aumentar con los años, asegura. En cambio, rechaza que la política exterior de Trump pueda encuadrarse en la doctrina realista, pues al presidente estadounidense le falta sentido de la historia, y eso es porque no lee.

Kaplan presenta el realismo como una sensibilidad, más que como una guía con recetas para actuar en situaciones de crisis, y ciertamente en diversas páginas entra en el debate sobre si la actuación exterior de un Estado debe guiarse por la moralidad y la defensa de valores. “Estados Unidos, como cualquier nación –pero especialmente porque es una gran potencia–, simplemente tiene intereses que no siempre son coherentes con sus valores. Esto es trágico, pero es una tragedia que tiene que ser abrazada y aceptada”, concluye. “Porque Estados Unidos es una potencia liberal, sus intereses –incluso cuando no están directamente ocupados con los derechos humanos– son generalmente morales. Pero son solo secundariamente morales”.

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[Bruce Riedel, Kings and Presidents. Saudi Arabia and the United States since FDR. Brookings Institution Press. Washington, 2018. 251 p.]

 

RESEÑAEmili J. Blasco

Petróleo a cambio de protección es el pacto que a comienzos de 1945 sellaron Franklin D. Roosevelt y el rey Abdulaziz bin Saud a bordo de USS Quincy, en aguas de El Cairo, cuando el presidente estadounidense regresaba de la Conferencia de Yalta. Desde entonces, la especial relación entre Estados Unidos y Arabia Saudí ha sido uno de los elementos claves de la política internacional. Hoy el fracking hace menos necesario para Washington el petróleo arábigo, pero cultivar la amistad saudí sigue interesando a la Casa Blanca, incluso en una presidencia poco ortodoxa en cuestiones diplomáticas: el primer país que Donald Trump visitó como presidente fue precisamente Arabia Saudí.

Los altos y bajos en esa relación, debidos a las vicisitudes mundiales, especialmente en Oriente Medio, han marcado el tenor de los contactos entre los distintos presidentes de Estados Unidos y los correspondientes monarcas de la Casa de Saúd. A analizar el contenido de esas relaciones, siguiendo las sucesivas parejas de interlocutores entre Washington y Riad, se dedica este libro de Bruce Riedel, quien fue analista de la CIA y miembro del Consejo de Seguridad Nacional estadounidense como especialista en la región, y ahora dirige el Proyecto Inteligencia del think tank Brookings Institution.

En esa relación sorprende la posición central que ocupa la cuestión palestina. A veces podría pensarse que la invocación que muchos países árabes hacen del conflicto palestino-israelí es retórica, pero Riedel constata que en el caso de Arabia Saudí ese asunto es fundamental. Formó parte del pacto inicial entre Roosevelt y Abdulaziz bin Saud (el presidente estadounidense se comprometió a no apoyar la partición de Palestina para crear el Estado de Israel sin contar con el parecer árabe, algo que Truman no respetó, consciente de que Riad no podía romper con Washington porque necesitaba a las petroleras estadounidenses) y desde entonces ha aparecido en cada ocasión.

Kings and Presidents. Saudi Arabia and the United States since FDR

Los avances o estancamientos en el proceso de paz árabe-israelí, y la distinta pasión de los reyes saudís sobre este asunto, han marcado directamente la relación entre las administraciones estadounidenses y la Monarquía saudí. Por ejemplo, el apoyo de Washington a Israel en la guerra de 1967 derivó en el embargo petrolero de 1973; los esfuerzos de George Bush senior y Bill Clinton por un acuerdo de paz ayudaron a una estrecha relación con el rey Fahd y el príncipe heredero Abdalá; este, en cambio, propició un enfriamiento ante el desinterés mostrado por George Bush junior. “Un vibrante y efectivo proceso de paz ayudará a cimentar una fuerte relación entre rey y presidente; un proceso encallado y exhausto dañará su conexión”.

¿Seguirá siendo esta cuestión algo determinante para las nuevas generaciones de príncipes saudís? “La causa palestina es profundamente popular en la sociedad saudí, especialmente en el establishment clerical. La Casa de Saúd ha convertido la creación de un estado palestino, con Jerusalén como su capital, en algo emblemático de su política desde la década de 1960. Un cambio generacional es improbable que altere esa postura fundamental”.

Además de este, existen otros dos aspectos que se han mostrado disruptivos en la entente Washington-Riad: el Wahabismo impulsado por Arabia Saudí y el requerimiento de Estados Unidos de reformas políticas en el mundo árabe. Riedel asegura que, dada la fundacional alianza entre la Casa de Saúd y esa estricta variante suní del Islam, que Riad ha promovido en el mundo para congraciarse con sus clérigos, como compensación cada vez que ha debido plegarse a las exigencias del impío Estados Unidos, no cabe ninguna ruptura entre ambas instancias. “Arabia Saudí no puede abandonar el Wahabismo y sobrevivir en su forma actual”, advierte.

Por ello, el libro termina con una perspectiva más bien pesimista sobre el cambio –democratización, respeto de los derechos humanos– que a Arabia Saudí le plantea la comunidad internacional (ciertamente que sin mucha insistencia, en el caso de Estados Unidos). No solo Riad fue el “principal jugador” en la contrarrevolución cuando se produjo la Primavera Árabe, sino que puede ser un factor que vaya contra una evolución positiva de Oriente Medio. “Superficialmente parece que Arabia Saudí es una fuerza de orden en la región, alguien que está intentando prevenir el caos y el desorden. Pero a largo plazo, por intentar mantener un orden insostenible, aplicado a la fuerza por un estado policial, el reino podría, de hecho, ser una fuerza para el caos”.

Riedel ha tratado personalmente a destacados miembros de la familia real saudí. A pesar de una estrecha relación con algunos de ellos, especialmente con el príncipe Bandar bin Sultan, que fue embajador en Estados Unidos durante más de veinte años, el libro no es condescendiente con Arabia Saudí en las disputas entre Washington y Riad. Más crítico con George W. Bush que con Barack Obama, Riedel también señala las incongruencias de este último en sus políticas hacia Oriente Medio.

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[Simon Reich and Peter Dombrowski, The End of Grand Strategy. US Maritime Operations In the 21st Century. Cornell University Press. Ithaca, NY, 2017. 238 pages]

 

RESEÑA Emili J. Blasco [Versión en inglés]

El concepto de Gran Estrategia no es unívoco. En su sentido más abstracto, utilizado en el campo de la geopolítica, la Grand Strategy se refiere a los imperativos geopolíticos de un país y determina aquello que necesariamente debe hacer un Estado para conseguir su propósito primario y fundamental en su relación con otros, normalmente en términos de poder. En un menor grado de abstracción, la Gran Estrategia se entiende como el principio que debe regir el modo con que un país afronta los conflictos del escenario internacional. Es lo que, en el caso de Estados Unidos, suele denominarse Doctrina de un presidente y aspira a crear una norma para la respuesta, especialmente la militar, que deba darse a los retos y amenazas que se presenten.

Este segundo sentido, más concreto, es el utilizado en The End of Grand Strategy. Sus autores no cuestionan que haya imperativos geopolíticos que deban marcar una determinada actuación de Estados Unidos, constante en el tiempo, sino que se pretenda dar una respuesta estratégica única a la variedad de riesgos de seguridad con los que se enfrenta el país. “Las estrategias deben ser calibradas de acuerdo con las circunstancias operacionales. Existen en plural, no en una singular gran estrategia”, advierten Simon Reich y Peter Dombrowski, profesores de la Universidad de Rutgers y del Naval War College, respectivamente, y ambos expertos en asuntos de defensa.

Para ambos autores, “la noción de una gran estrategia supone la vana búsqueda de orden y coherencia en un mundo cada vez más complejo”, “la misma idea de una sola gran estrategia que sirve para todo tiene poca utilidad en el siglo XXI. De hecho, a menudo es contraproducente”.

A pesar de las doctrinas que en ocasiones se invocan en algunas presidencias, en realidad a menudo coexisten diferentes aproximaciones estratégicas en un mismo mandato o incluso hay específicas estrategias que trascienden presidencias. “Estados Unidos no favorece una estrategia dominante, ni puede hacerlo”, advierten Reich y Dombrowski.

The End of Grand Strategy. US Maritime Operations In the 21st Century

“El concepto de gran estrategia se debate en Washington, en la academia y en los medios en 'singular' en lugar de en 'plural'. La implicación es que hay un camino para asegurar los intereses de Estados Unidos en un mundo complicado. Los que debaten incluso tienden a aceptar una premisa fundamental: que Estados Unidos tiene la capacidad de controlar acontecimientos, y que de esta forma se puede permitir no ser elástico ante un entorno estratégico cambiante y cada vez más desafiante”, escriben los dos autores.

El libro examina las operaciones militares estadounidenses en lo que va de siglo, centrándose en las operaciones navales. Como potencia marítima, es en ese dominio donde la actuación de EEUU tiene mayor expresión estratégica. El resultado de ese examen es una lista de seis estrategias, agrupadas en tres tipos, que EE.UU. ha operado de modo “paralelo” y “por necesidad”.

1. Hegemonía. Se apoya en el dominio global de Estados Unidos: a) las formas primacistas están comúnmente asociadas al unilateralismo estadounidense, que en el siglo XXI ha incluido la variante neoconservadora del nation building (Irak y Afganistán); b) estrategia de liderazgo o “seguridad cooperativa” está basada en la coalición tradicional en la que Estados Unidos asume el papel de primer inter pares; busca asegurar una mayor legitimidad a las políticas estadounidenses (ejercicios militares con socios de Asia).

2. Patrocinio. Implica la provisión de recursos materiales y morales en apoyo de políticas básicamente defendidas e iniciadas por otros actores: a) estrategias formales, que están específicamente autorizadas por la ley y los protocolos internacionales (colaboración contra piratas y terroristas); b) estrategias informales, que responden a la petición de una coalición laxa de estados u otros emprendedores en lugar de estar autorizadas por organizaciones intergubernamentales (capturas en el mar).

3. Atrincheramiento: a) el aislacionismo quiere retirar las fuerzas estadounidense de las bases exteriores, reducir los compromisos de EEUU en alianzas internacionales y reasegurar el control estadounidense mediante un estricto control de la frontera (barrera contra el narcotráfico procedente de Sudamérica); b) contención, que implica participación selectiva o equilibrio desde fuera (Ártico).

La descripción de todas esas distintas actuaciones demuestra que, frente al enfoque teórico que busca un principio unificador, en realidad hay una variedad de situaciones, como saben los militares. «Los planificadores militares, por el contrario, reconocen que una variedad de circunstancias requiere un menú de elecciones estratégicas”, dicen Reich y Dombrowski. “La política estadounidense, en la práctica, no replica ninguna estratégica única. Refleja todas ellas, con la aplicación de aproximaciones estratégicas diferentes, dependiendo de las circunstancias”.

Los autores concluyen que “si los observadores aceptaran que ninguna gran estrategia es capaz de prescribir respuestas a todos las amenazas a la seguridad de Estados Unidos, reconocerían necesariamente que el propósito primario de una gran estrategia es solo retórico –una declaración de valores y principios a los que les falta utilidad operacional”. “Por definición, el diseño arquitectónico de cualquier estrategia única y abstracta es relativamente rígido, si no estático de hecho –intelectual, conceptual, analítica y organizacionalmente. Y sin embargo se espera que esa única gran estrategia funcione en un contexto que reclama una enorme adaptabilidad y que rutinariamente castigo la rigidez (...) El liderazgo militar es mucho más consciente que los académicos o los políticos de este problema inherente».

¿Cuáles son los beneficios de una pluralidad de calibradas estrategias? Según los autores, subraya a los políticos y los ciudadanos los límites del poder de Estados Unidos, muestra que EEUU también está influido por fuerzas globales que no puede dominar del todo y atempera las expectativas sobre lo que puede conseguir el poder militar estadounidense.

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