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[Joseph S. Nye. Do Morals Matter? Presidents and Foreign Policy from FDR to Trump. Oxford University Press. New York, 2020. 254 pag.]

RESEÑAEmili J. Blasco

Do Morals Matter? Presidents and Foreign Policy from FDR to TrumpLa pregunta que sirve de título al nuevo libro de Jospeh Nye, conocido por el gran público por haber acuñado la expresión poder blando, no es una concesión al pensamiento secularizado, como una falta de atrevimiento para aseverar de entrada la conveniencia de la reflexión ética en las decisiones sobre política exterior, una importancia que, a pesar del interrogante, se intuye que es defendida por el autor.

En realidad, la pregunta, en sí misma, es un planteamiento clave en la disciplina de las relaciones internacionales. Un enfoque común es ver el escenario mundial como una conjunción de estados que pugnan entre sí, en una dinámica anárquica donde impera la ley del más fuerte. Internamente, el estado puede moverse por criterios de bien común, atendiendo a las distintas necesidades de sus habitantes y tomando decisiones de ámbito nacional o local a través de procesos democráticos. Pero más allá de las propias fronteras, la legitimidad otorgada por los propios electores ¿no exige al mandatario que sobre todo garantice la seguridad de sus ciudadanos frente a amenazas exteriores y que vele por el interés nacional frente al de otros estados?

El hecho de que el estado sea el sujeto básico en las relaciones internacionales marca, desde luego, una línea divisoria entre los dos ámbitos. Y por tanto la pregunta de si el discernimiento ético que se exige al mandatario en el ámbito interior debe reclamársele también en el exterior es plenamente pertinente.

Solo desde posiciones extremas que consideran que el estado es un lobo para el estado, aplicando al orden (desorden) internacional el principio hobbesiano (y aquí no habría un supraestado que disciplinara esa tendencia del estado-individuo), puede defenderse que la amoralidad rija el todos contra todos. En un escalón más abajo está el llamado realismo ofensivo y, en un peldaño inferior, el defensivo.

Nye, estudioso de las relaciones internacionales, considera que la teoría realista es un buen punto de partida para todo mandatario a la hora de definir la política exterior de un país, dado que debe guiarse especialmente por la ética de la responsabilidad, pues cumple un “papel fiduciario”. “El primer deber moral de un presidente es el de un fideicomiso, y esto comienza por asegurar la supervivencia y seguridad de la democracia que le ha elegido”. Pero a partid de aquí también debe explorarse qué posibilidades existen para la colaboración y el beneficio mutuo internacional, no cerrando de entrada la puerta a planteamientos del liberalismo o cosmopolitismo.

“Cuando la supervivencia está en peligro, el realismo es una base necesaria para una política exterior moral, aunque no suficiente”, afirma Nye, para quien se trata de una “cuestión de grado”. “Dado que nunca hay perfecta seguridad, la cuestión moral es qué grado de seguridad debe ser asegurada antes que otros valores como el bienestar, la identidad o los derechos formen parte de la política exterior de un presidente”. Y añade: “Muchas de las decisiones morales más difíciles no son todo o nada [...] Las decisiones morales difíciles están en el medio. Si bien es importante ser prudente acerca de los peligros de una pendiente resbaladiza, las decisiones morales descansan en ajustar los fines y los medios entre sí”. Llega a concluir que “el mantenimiento de instituciones y regímenes internacionales es parte del liderazgo moral”.

Nye echa mano desde el comienzo del libro a las tres condiciones que tradicionalmente han puesto los tratados de moral para juzgar una acción como éticamente buena: que sean buenos a la vez la intención, los medios y las consecuencias.

Utilizando esos tres baremos, el autor analiza la política exterior de cada uno de los presidentes estadounidenses desde la Segunda Guerra Mundial y establece una clasificación final en la que combina tanto la moralidad de su actuación en la escena internacional como la efectividad de su política (porque puede darse el caso de una política exterior ética, pero que favorezca poco los intereses nacionales de un país).

Así, de los catorce presidentes, considera que los cuatro con mejor nota en esa combinación son Roosevelt, Truman, Eisenhower y Bush I. En el medio sitúa a Reagan, Kennedy, Ford, Carter, Clinton y Obama. Y como los cuatro peores menciona a Johnson, Nixon, Bush II y (“tentativamente por incompleto”) Trump. Hecha la clasificación, Nye advierte que puede haber primado las administraciones demócratas para las que trabajó.

El libro es un rápido repaso de la política exterior de cada presidencia, destacando las doctrinas de los presidentes, sus aciertos y fracasos (además de examinar el componente ético), por lo que también es interesante como historia sucinta de las relaciones internacionales de Estados Unidos de los últimos ochenta años.

Al aspecto de la moralidad quizá le falte un mayor fundamento académico, tratándose de una disciplina especialmente estudiada ya desde la era escolástica. Pero el propósito de Nye no era profundizar en esa materia, sino ofrecer un breve estudio de moral aplicada.

Leer a Nye siempre resulta sugerente. Entre otras reflexiones que realiza podría destacarse la idea de las nuevas perspectivas que se habrían abierto para el mundo si tiempos especialmente propicios hubieran coincidido en el calendario. En concreto, sugiere que si Breznev y su generación gerontocrática se hubieran marchado antes y la URSS se hubiera visto acuciada también antes por los graves problemas económicos, Gorbachov hubiera podido llegar al poder coincidiendo con la presidencia de Carter; lo que hubieran logrado juntos es, no obstante, terreno de la especulación.

Categorías Global Affairs: Norteamérica Orden mundial, diplomacia y gobernanza Reseñas de libros

[I. H. Daalder & James M. Lindsay, The Empty Throne. America’s Abdication of Global Leadership. Public Affairs. New York, 2018. 256 p.]

 

RESEÑASalvador Sánchez Tapia

The Empty Throne. America’s Abdication of Global Leadership

La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos en enero de 2017 ha desatado un importante caudal editorial que llega hasta hoy, y en el que numerosas plumas ponen en cuestión, en fondo y forma, al nuevo inquilino de la Casa Blanca desde ángulos diversos.

En este caso, dos autores del ámbito de los think tanks norteamericanos, próximos a Barack Obama –uno de ellos sirvió durante su presidencia como embajador de Estados Unidos en la OTAN– nos ofrecen una visión muy crítica del presidente Trump y de su gestión al frente del poder ejecutivo norteamericano. Con el sólido apoyo de numerosas citas, declaraciones y testimonios recogidos de los medios de comunicación, y en un lenguaje ágil y atractivo, componen el retrato de un presidente errático, ignorante –en un pasaje se resalta sin paliativos su “ignorancia en muchas cuestiones, su falta de disposición para aceptar consejos ajenos, su impulsividad, y su falta de capacidad de pensamiento crítico”–, arrogante e irresponsable.

Los autores de The Empty Throne sostienen que los hechos y palabras del presidente Trump muestran cómo ha roto con la línea tradicional de la política exterior estadounidense desde Franklin Delano Roosevelt, basada en el ejercicio de un liderazgo orientado a la seguridad colectiva, a la apertura de los mercados globales y a la promoción de la democracia, de los derechos humanos y del imperio de la ley, y que ha resultado muy beneficioso para Estados Unidos. Trump, argumentan, habría abdicado de ese liderazgo, abrazando en su lugar otra política puramente transaccional, hecha por un simple cálculo de interés.

Esta nueva forma de concebir la política internacional, basada en la lógica de la competición y el dominio, se justificaría desde la administración Trump con el argumento de que la antigua ha sido altamente perniciosa para Estados Unidos, pues ha propiciado que amigos y aliados hayan obtenido importantes ganancias a costa de la prosperidad norteamericana.

Parafraseando el lema de campaña de Trump America First, los autores aducen que esta nueva política resultará, más bien, en una America Alone, y que beneficiará en su lugar a China, asumiendo que será a ella a quien miren las naciones en busca de un nuevo líder.

Para apoyar su tesis, los autores hacen un repaso a la gestión de Donald Trump en el año y medio transcurrido entre su inauguración a comienzos de 2017 y la fecha de publicación del libro en 2018. En su argumentación revisan la gestión de los presidentes que la nación ha tenido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, y la comparan con la puesta en práctica por la administración Trump.

Una parte importante de la crítica va dirigida al controvertido estilo presidencial desplegado por Donald Trump, exhibido incluso desde antes de las elecciones, y que resulta evidente en hechos como el abandono de la etiqueta acostumbrada en el mundo de las relaciones internacionales, especialmente hiriente en sus relaciones con amigos y aliados; la falta de interés mostrada por coordinar con la administración Obama una transición ordenada, o la toma de ciertas decisiones en contra de su equipo de seguridad nacional o, incluso, sin consultar a sus miembros.

No reconocer estos hechos sería negar la evidencia y poner en cuestión la realidad inescapable de la desazón que a muchos produce esta nueva forma de tratar a naciones con las que Norteamérica comparte tantos intereses y valores, como las de la Unión Europea, u otras como Japón, Canadá o Australia, firmes aliados de Estados Unidos desde hace décadas. Cabe, sin embargo, hacer alguna crítica a los argumentos.

En primer lugar, y dejando de lado la falta de perspectiva temporal para hacer una valoración definitiva de la presidencia de Trump, los autores hacen una comparación entre el primer año y medio de mandato del actual presidente y los de todos sus predecesores desde el final de la Segunda Guerra Mundial para demostrar el retorno de Trump a la política del America First imperante hasta Roosevelt. Este contraste requiere ciertas matizaciones pues, sobre la base del común denominador de la estrategia de liderazgo internacional que todos los predecesores de Trump practicaron, el país experimentó en este tiempo momentos de mayor unilateralismo como el del primer mandato de George W. Bush, junto a otros de menor presencia global del país como, quizás, los de las presidencias de Eisenhower, Ford, Carter e, incluso, Obama.

En el caso de Obama, además, las diferencias de fondo con Trump no son tantas como parece. Ambos presidentes tratan de administrar, para mitigarla, la pérdida de poder relativo norteamericano motivada por los largos años de presencia militar en Oriente Medio y por el ascenso de China. No es que Trump considere que Estados Unidos deba abandonar las ideas de liderazgo global e interacción multinacional; de hecho, a la vez que se le acusa de dejar a su suerte a los aliados tradicionales, se le reprocha su aproximación, casi complicidad, con otros como Arabia Saudita e Israel. Más bien, lo que pretende es ejercer el liderazgo, pero, eso sí, dictando sus condiciones para que sean favorables a Estados Unidos. Del liderazgo inspiracional, al liderazgo por imposición.

La pregunta sería ¿es posible mantener un liderazgo en esas condiciones? Según los autores, no. De hecho, como consecuencia de esta “abdicación de liderazgo” norteamericano, ofrecen dos escenarios: el retorno a un mundo en el que ninguna nación lidere, o la irrupción de otra nación –China, evidentemente– que llenará el vacío creado por esa abdicación.

No consideran los autores una tercera opción: la de que los aliados tradicionales se adapten al nuevo estilo de liderazgo, aunque sea a disgusto, por necesidad, y en la confianza de que un día, la presidencia de Trump será historia. Esta idea sería consistente con la premisa expuesta en la obra, y con la cual coincidimos, de que el liderazgo norteamericano continúa siendo imprescindible, y con el propio reconocimiento que se hace al final de la misma, de que hay cierto fundamento en los agravios que Trump presenta y que la actitud del presidente está llevando a muchos de los amigos y aliados de Estados Unidos a reconsiderar sus gastos de defensa, a repensar las reglas del comercio internacional para hacerlas más digeribles para Norteamérica, y a adoptar un papel más activo en la resolución de los desafíos globales más importantes.

El tiempo dirá cuál de las tres opciones prevalecerá. Aún considerando los retos que implica el trato con el actual titular de la Casa Blanca, Estados Unidos continúa unido a sus socios y aliados tradicionales por una tupida red de intereses comunes y, sobre todo, valores compartidos que trascienden a las personas y que perdurarán por encima de ellas.

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