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El país caribeño, de solo 2 millones de habitantes y apenas 100.000 musulmanes, fue el que proporcionalmente más luchadores envió a Siria: un total de 130

  • Las autoridades de Trinidad y Tobago arrestaron el 8 de febrero de 2018 a cuatro presuntos yihadistas por planear un atentado en el Carnaval de Puerto España

  • El Departamento del Tesoro de EEUU sancionó en septiembre a dos ciudadanos trinitenses por participar en las actividades de financiación del Estado Islámico

  • El Gobierno insular desarrolló en 2018 un nueva estrategia antiterrorista, urgida por el temor de la Casa Blanca a una fácil exportación de extremistas a EEUU

Yihadistas de Trinidad y Tobago en Siria, en una imagen difundida por la revista Dabiq, del ISIS

▲ Yihadistas de Trinidad y Tobago en Siria, en una imagen difundida por la revista Dabiq, del ISIS

Informe SRA 2019Ignacio Yárnoz [Versión en PDF]

En medio de la preocupación occidental por la desbandada de yihadistas que está suponiendo la pacificación de Siria, donde fueron a luchar elementos radicalizados de muchos otros países, Estados Unidos mira con atención a un pequeño vecino. El 8 de febrero del año 2018, cuatro hombres fueron arrestados en Mohammedville bajo sospecha de que planeaban cometer un acto terrorista. El lugar donde el presunto atentado iba a suceder puede sorprender: el carnaval caribeño de la ciudad de Puerto España. Efectivamente, estamos hablando de una nación caribeña que también es víctima –y exportadora– del fenómeno globalizado del terrorismo yihadista: Trinidad y Tobago. En los últimos años, Trinidad y Tobago ha hecho saltar las alarmas de los analistas occidentales, sobretodo en Estados Unidos por su proximidad geográfica a estas islas y por la posibilidad de que este fenómeno desestabilice su patio trasero, el Caribe.

El fenómeno del radicalismo islamista en Trinidad y Tobago no es algo nuevo teniendo en cuenta que ya en 1990 existían grupos radicales como Jamaat Al Muslimeen, que incluso intentó derrocar al Gobierno mediante un golpe de Estado. Además, también se conocía de existencia de terroristas procedentes de este país como Kareem Ibrahim, quien en 2012 fue sentenciado a cadena perpetua en Estados Unidos por planear un atentado en el aeropuerto internacional JFK de Nueva York.

Sin embargo, el fenómeno terrorista isleño conoció una escalda en 2014 y 2015 con el auge del autoproclamado Estado Islámico (al-Dawla al-Islamiya al-Iraq al-Sham, o Daesh por sus siglas en árabe). Este pequeño país caribeño aportó a la causa yihadista por lo menos 130 combatientes, de acuerdo con las propias autoridades, según datos también avalados por el anuario antiterrorista del Departamento de Estado norteamericano. Esto hace a Trinidad y Tobago el país que proporcionalmente más combatientes envió a Siria a unirse al Estado Islámico (la comunidad musulmana trinitense es de tan solo 104.000 fieles, el 5% de una población que puede alcanzar los 2 millones de habitantes, si bien el ceso oficial es de 1,3 millones). Aunque se calcula que unos 300 combatientes se unieron al ISIS desde EEUU y desde Canadá, la cifra per cápita es mayor en el caso de Trinidad y Tobago, país que además en números absolutos aportó más yihadistas que otras naciones latinoamericanos y caribeños.

Según una investigación de Simon Cottee, profesor de Criminología en la Universidad de Kent. De estos 130 trinitenses, el 34% eran hombres, el 23% mujeres, el 9% adolescentes y el 34% restante menores de 13 años. Esto indica que no solamente eran jóvenes, sino familias enteras las que viajaron al Estado Islámico.

Reacción y vigilancia

Esos datos alarmaron tanto al Gobierno de Puerto España como al de Washington y el de otras naciones vecinas. El hecho mismo de que Trinidad y Tobago no tuviera ninguna ley que prohibiera viajar al “Califato” para unirse a la guerra santa fue considerado por Estados Unidos como una amenaza para su propia seguridad, teniendo en cuenta que un ciudadano trinitense podría cruzar todo el Caribe sin visado hasta llegar a las Bahamas y estar solamente a un salto de Florida.

Al mes siguiente de llegar a la presidencia estadounidense, Donald Trump contactó en febrero de 2017 con el primer ministro de Trinidad y Tobago, Keith Rowley, con quien se reunió en la Casa Blanca. Rowley se comprometió a mayores medidas para combatir la amenaza que suponía la marcha de tantos trinitenses a la yihad.

En primer lugar, se procedió a una enmienda de la ley antiterrorista, que fue aprobada unánimemente, para mejorar las herramientas legales destinadas a detectar, prevenir y perseguir el terrorismo y sus fuentes en Trinidad y Tobago. Las medidas incluyeron también un procedimiento denominado Sistema de Evaluación, Comparación e Identificación Personal (Personal Identification Secure Comparison and Evaluation System, PISCES), acordado con EEUU e implementado en los puestos de entrada de Trinidad y Tobago. Añadida a la acción legislativa, en noviembre de 2017, el Consejo de Seguridad Nacional trinitense aprobó una estrategia comprensiva antiterrorista con el fin de detener aquellos que apoyan al terrorismo o lo ensalzan. Esta estrategia fomenta la estrecha colaboración entre las agencias de inteligencia de Reino Unido, Israel y Estados Unidos para la puesta en común de información.

Como fruto de esa acción decidida y de la especial colaboración con Washington, en septiembre de 2018 el Departamento del Tesoro estadounidense puso sanciones a dos ciudadanos trinitenses por considerar que estuvieron implicados en procurar financiación para el “Califato”. Además, las autoridades nacionales están atentas al regreso de combatientes. La Corte Suprema ha autorizado repatriar y tomar la custodia de algunos menores de edad.

Muchos de los combatientes han fallecido en batalla y los pocos que han querido volver, han sido detenidos o puestos bajo vigilancia, pero la amenaza aún es latente. También porque con su regreso pueden impulsar una nueva radicalización de ciudadanos trinitenses que, dada la imposibilidad de viajar a Siria por la actual situación de debacle del Estado Islámico, decidan actuar dentro de sus fronteras o en países vecinos. Hay que destacar que esta ha sido la estrategia del Estado Islámico durante los últimos años, animando a sus seguidores en Occidente a cometer atentados “low cost” con vehículos o con arma blanca.

 

 

Reclutamiento

Lo que hace a la situación de Trinidad y Tobago una situación excepcional es que no ha habido un patrón claro de reclutamiento, sino que en los últimos años se han dado varias situaciones distintas.

En la página 64 del nº 15 de Dabiq, la revista de propaganda del Estado Islámico, arrancaba una extensa entrevista a un combatiente del “Califato” llamado Abu Sa´ad at-Trinidadi. Este soldado del “Califato”, cuyo verdadero nombre es Shane Crawford, fue uno de los primeros soldados de Trinidad y Tobago en acudir a la llamada de Daesh. Resulta curioso que Dabiq le dedicara diversas páginas, pero es que los combatientes trinitenses suponían un valioso tesoro para esta organización, por dos motivos: 

–En primer lugar, por hablar inglés, lo que mejoraba el radio de difusión de la organización. Como declaró al New York Times el exembajador de EEUU en Trinidad y Tobago John L. Estrada, “a los trinitenses les va muy bien en el ISIS. Están muy arriba en sus filas, son muy respetados y hablan inglés”.

–En segundo lugar, suponen un atractivo para los jóvenes caribeños desencantados con la sociedad, independientemente de su religión.

Por mucho que la revista Dabiq insista con el testimonio de Sa´ad at-Trinidadi –un joven supuestamente desencantado con la religión cristiana, que descubrió en el Islam la verdadera respuesta a sus preguntas– la religión en realidad no fue el motivo fundamental que llevó a los jóvenes trinitenses a unirse al “Califato”. Como indica Simon Cottee en la investigación citada, la mayoría de los 130 trinitenses alistados habían nacido en familias musulmanas de clase media de origen indo-oriental.

Los motivos que pudieron afectar a los jóvenes captados en Trinidad y Tobago probablemente tenían más que ver con la necesidad sociológica de pertenencia a un grupo o banda. Como al respecto declara al diario británico The Guardian el investigador de la Universidad de West Indies Dylan Kerrigan, “una banda proporciona una familia, unos modelos masculinos a seguir, un orden social, y promete acceso a lo que muchos hombres jóvenes creen que quieren: dinero, poder, mujeres, respeto. Un imán me dijo que, en lugar de unirse a una banda local, algunos ven el viaje a Oriente Medio como unirse a otra banda”. Asimismo, unirse a Daesh constituía un medio de escape a aquellos que se enfrentaban a cargos judiciales. De hecho, el idealizado Sa´ad at-Trinidadi (Shane Crawford) ya había sido detenido varias veces por las autoridades y los dos compañeros con los que viajó a Siria habían pasado por la cárcel.

Los jóvenes de Trinidad y Tobago pudieron verse radicalizados en sus visitas a las mezquitas locales, sin olvidar que, como en otros lugares del mundo, la radicalización también pudo darse por medio de la propaganda online, el “Cibercalifato”. En cuanto a posibles agentes de radicalización en primer lugar está quien Sa´ad at-Trinidadi menciona como su mentor, Shaykh Ashmead Choate. Este hombre fue la cabeza de la conspiración que en 2011 planeó el asesinato del primer ministro y otras autoridades y que en última instancia fue frustrado. Ashmead Choate estudió ciencias naturales en su país natal, pero más adelante estudió el hadith (las conductas que provienen de las enseñanzas de Mahoma; son uno de los pilares fundamentales de la Sunna) en la Universidad Islámica de Medina, en Arabia Saudí. Se estima que abandonó el país en 2013 para unirse a las filas de Daesh, como menciona Sa´ad at-Trinidadi en su entrevista: “Hizo la hégira al Estado Islámico y encontró el martirio luchando en Ramadi”. Los motivos de su radicalización no son conocidos, pero podrían tener relación con su viaje a Arabia Saudí, donde podría haber sido atraído por una versión del Islam más salafista.

Del mismo modo, hay indicios que apuntan en otras direcciones. Uno de los nombres que afloran es el de Yasin Abu Bakr, antiguo líder del grupo Jamaat Al Muslimeen, quien al haber sido el precursor de la violencia en los años 90 y el autor del golpe de Estado, puede haber creado indirectamente un modelo a seguir, aunque hoy en día no difunda un claro llamamiento a la violencia. Asimismo, la mezquita Boos de Río Claro, al sur de Trinidad, dirigida por el imán Nazim Mohammed, fue una parada para muchos de los que después fueron a combatir en las filas del ISIS, como Shane Crawford y Fareed Mustapha. En una entrevista con Al Jazeera, el propio imán negó ser precursor de la causa de Daesh, si bien quince miembros de su familia han emigrado a Siria y varios testigos de sus sermones declaran que en alguna ocasión ha enaltecido al Estado Islámico. 

También hay que tener en cuenta a Abdullah Al-Faisal, originario de Jamaica, quien vía internet y redes sociales se había dedicado a la propaganda del Estado Islámico a través de grupos de Facebook y blogs como Authentic Tauheed, donde distribuía la propaganda y publicaba videos de sermones suyos. Su actividad se sospecha que ha ido desde el contacto con Jesse Morton, un ciudadano estadounidense que trabajaba con Zachary Chesser para solicitar el asesinato de los redactores de South Park televisión show hasta la radicalización de Germaine Lindsay, uno de los cuatro británicos que perpetraron el atentado del 7 de Julio de 2007 en el metro de Londres. En septiembre de 2014, Faisal se unió a Mohammed Mizanur Rahman y otros propagandistas islamistas en una plataforma online en la que exhortaron a sus seguidores a unirse a las filas del ISIS. El Gobierno de Estados Unidos ha relacionado a Faisal con otros terroristas como  Umar Farouk Abdulmutallab y sospecha que también ha podido ser uno de los instigadores de la radicalización en Trinidad y Tobago.

Lista elaborada a partir de las sanciones del Departamento del Tesoro de EEUU e información del diario británico The Guardian y de periódicos de Trinidad y Tobago

Lista elaborada a partir de las sanciones del Departamento del Tesoro de EEUU e información del diario británico The Guardian y de periódicos de Trinidad y Tobago

 

Categorías Global Affairs: Norteamérica Seguridad y defensa Artículos Latinoamérica

[Javier Lesaca, Armas de seducción masiva. Ediciones Península, 2017. 312 páginas]

 

RESEÑAAlejandro Palacios Jiménez

¿Qué es lo que le lleva a un joven a abandonar a sus amigos y familia y a despojarse libremente de sus sueños para unirse al Estado Islámico? Con esta pregunta en mente, Javier Lesaca nos sumerge en esta narrativa en la que se disecciona el aparato comunicativo que utiliza el ISIS para ganar adeptos y extender sus ideas e influencia a través del Califato virtual.

Gracias a su amplia trayectoria profesional, el autor muestra en Armas de seducción masiva un alto grado de profundidad y análisis, el cual no está reñido con una narrativa amena y convincente. Javier Lesaca Esquiroz (Pamplona, 1981), licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra, trabaja como investigador en el Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo. Su amplio conocimiento sobre el tema le ha permitido desempeñar labores en organismos como el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo o el Gobierno de Navarra. Experiencias laborales que complementa con la participación en foros como el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) o el Diálogo Euro-Árabe de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).

Su principal hipótesis es que la crisis de credibilidad en las instituciones tradicionales, potenciada por la crisis económica y financiera de 2008 y palpable en el movimiento 15-O, unido a la revolución tecnológica del siglo XXI, ha permitido al Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés; o Dáesh, por su nomenclatura árabe) influir de una manera nunca antes vista en las percepciones de los ciudadanos occidentales, en concreto en las de los millenials. Estos, que no se sienten representados por sus respectivas instituciones estatales, buscan sentirse importantes y participar en un proyecto nuevo que les ayude a dar sentido a sus vidas y a levantarse cada día por una causa por la que valga la pena luchar. Y Dáesh les ofrece justamente eso.

Armas de seducción masiva

Pero, ¿qué es Dáesh? Lejos de explicaciones históricas y religiosas, Lesaca nos presenta una respuesta inédita: el Estado Islámico encarna lo que se denomina el terrorismo moderno, el cual utiliza instrumentos propios de las nuevas generaciones para hacer llegar sus mensajes. En otras palabras, Dáesh se presenta como un movimiento social global que utiliza campañas de comunicación locales que se difunden en todo el mundo y cuyos actos terroristas se usan como mera “performance” dentro de toda una estrategia de comunicación más amplia. Así, Dáesh se define como un movimiento sin líderes que, paradójicamente, se aleja de los elementos más puramente religiosos para adecuarse así a las inquietudes de la audiencia juvenil a la que planean seducir.

El hecho de ser un movimiento descabezado no implica que internamente no esté organizado. Al contrario, el ISIS es un grupo terrorista que utiliza las redes sociales de manera muy eficaz y que cuya estructura interna le permite no solo influir, sino también estar en posesión de algunos medios de comunicación. Su estrategia consiste tanto en desarrollar medios propios como en utilizar lo que se llaman los “medios ganados”. Los primeros hacen referencia a la gran estructura comunicativa de Dáesh fundamentada en: notas de prensa, infografías, reportajes fotográficos, revistas en diferentes idiomas, la agencia de noticias Al Amaaq, radio Al Bayan, producciones musicales Ajnabá, la página web Isdarat (clausurada), productoras audiovisuales y el marketing offline en algunos lugares de Irak y Siria (vallas, carteles publicitarios o cibercafés). Por su parte, los medios ganados se miden en función de las veces que el grupo terrorista consigue que sus acciones condicionen la agenda de los medios de comunicación tradicionales.

El uso de tal cantidad de vías de comunicación con el objetivo de crear un mundo paralelo, que sus activistas llaman el Califato, y de segmentar geográficamente a la audiencia para modificar el encuadre del mensaje –todo ello amparándose en torticeras interpretaciones del Corán–, es lo que se conoce como terrorismo transmedia. Para hacer que esta estrategia sea lo más eficaz posible, nada se deja a la improvisación. Un ejemplo que se muestra en el libro es el del control que el todopoderoso productor ejecutivo sirio Abu Mohamed Adnani, amigo del líder del califato, Abu Bakr al Baghdadi, ejercía sobre sus subordinados, a los cuales les supervisaba y aprobaba los contenidos y mensajes que ISIS transmitía a la opinión pública. Tanto es así que Adnani fue considerado por Occidente como el hombre que de facto ejerció el verdadero liderazgo diario dentro de la organización terrorista hasta su muerte en 2016.

Toda esta estrategia comunicativa es desgranada en el libro de manera precisa gracias a la gran cantidad de ejemplos concretos que el autor aporta sobre matanzas que Dáesh ha llevado a cabo desde su existencia y de la manera en que estas han sido transmitidas. En este sentido, Lesaca pone énfasis en la eficacia con la que el ISIS, haciendo uso de los nuevos medios de comunicación, camufla ejecuciones reales entre imágenes de videojuegos (Call of Duty) o de películas de ficción (Saw, Juegos del hambre, Sin City) para así difuminar la línea que separa la realidad de la ficción, creando lo que se denomina una narrativa transmedia. La idea es simple: ¿cómo te van a parecer crueles estas imágenes si son parecidas a las que ves en una sala de cine comiendo palomitas?

En última instancia, Javier Lesaca intenta definir una estrategia útil para hacer frente al terrorismo del futuro. Él asegura que no está claro de qué herramientas se deben dotar los Estados para hacer frente a esta nueva forma de terrorismo. Sin embargo, una buena forma de hacerlo sería poniendo de moda la democracia, es decir, reforzar los valores que han permitido la construcción de la sociedad del bienestar y el desarrollo del mayor periodo de prosperidad de nuestra historia. “El Estado Islámico ha conseguido ganar la victoria de la estética, es por ello que debemos conseguir que valores como la democracia, libertad e igualdad sean productos culturales atractivos”, afirma Lesaca. Pero no sólo basta con esto, dice. Además, “debemos impulsar el fortalecimiento institucional mediante la erradicación de la corrupción y la puesta en marcha de políticas que permitan crear una economía capaz de absorber todo el talento de las nuevas generaciones y conseguir una gestión eficaz de los servicios públicos”.

En resumen, se trata de un libro de conveniente a lectura para todos aquellos que se quieran familiarizar con la organización interna y estructuras del poder de Dáesh, sus objetivos y los medios que este grupo utiliza para su consecución. Además, resulta una guía valiosísima para el estudio y posterior reacción de Occidente a las campañas de comunicación no solo del Estado Islámico, sino también de posteriores organizaciones terroristas las cuales formarán parte de lo que ya se denomina el terrorismo moderno.

Categorías Global Affairs: Seguridad y defensa Oriente Medio Reseñas de libros Terrorismo

▲Trilateral Summit of Russia, Turkey and Iran in Sochi, November 2017 [Presidency of Turkey]

ANALYSISAlbert Vidal and Alba Redondo [Spanish version]

Turkey's response to the Syrian Civil War (SCW) has gone through several phases, instructed by changing circumstances, both domestic and foreign. From supporting Sunni rebels with questionable organizational affiliations, to being a target of the Islamic State (IS), to surviving a coup attempt in 2016, a constant theme underpinning Turkish foreign policy decisions has been the Kurdish question. Despite an initially aggressive anti-Assad stance at the onset of the Syrian war, the success and growing strength of the Kurdish opposition as a result of their role in the anti-IS coalition has significantly reordered Turkish foreign policy priorities.

Relations between Turkey and Syria have been riven with difficulties over the past century. The Euphrates River, which originates in Turkey, has been one of the main causes of confrontation, with the construction of dams by Turkey limiting water flow to Syria, causing losses in agriculture and negatively impacting the Syrian economy. This issue is not confined to the past, as the ongoing GAP project (Project of the Southeast of Anatolia) threatens to further compromise water supplies to both Iraq and Syria through the construction of 22 dams and 19 hydroelectric dams.

Besides resource issues, the previous support of Hafez al-Assad to the Kurdistan Workers Party (PKK) in the 1980s and '90s severely strained relations between the two countries, with conflict narrowly avoided with the signing of the Adana Protocol in 1998. Another source of conflict between the two countries relates to territorial claims made by both nations over the disputed Hatay province; still claimed by Syria, but administered by Turkey, which incorporated it into its territory in 1939.

Notwithstanding the above-mentioned issues between the nations - to name but a few - Syria and Turkey enjoyed a good relationship in the decade prior to the Arab Spring. The response to the Syrian regime's reaction to the uprisings by the international community has been mixed, and Turkey was no less unsure about how to position itself; eventually opting to support the opposition. As a result, Turkey offered protection on its territories to the rebels, as well as opening its borders to Syrian refugees This decision signaled the initial stage of decline in relations between the two countries, and the situation significantly worsened after the downing of a Turkish jet on 22 June 2012 by Syrian forces. Border clashes ensued, but without direct intervention of the Turkish Armed Forces.

From a foreign policy perspective, there were two primary reasons for the reversal of Turkey's non-intervention policy. The first was an increasing string of attacks by the Islamic State (IS) in the summer of 2015 in Suruç, the Central Station in Ankara, and the Atatürk Airport in Istanbul. The second, and arguably more important one, was Turkish fears of the creation of a Kurdish proto-state in neighboring Syria and Iraq. This led to the initiation of Operation Shield of the Euphrates (also known as the Jarablus Offensive), considered one of the first instances of direct military intervention by Turkey in Syria since the SCW began, with the aim of securing an area in the North of Syria free of control of IS and the Party of the Democratic Union (PYD) factions. The Jarablus Offensive was supported by Article 51 of the Charter of the United Nations (nations' right to self-defense), as well as a number United Nations Security Council (UNSC) resolutions (Nos. 1373, 2170, 2178) corresponding to the global responsibility of countries to fight terrorism. Despite being a success in meeting its objectives, the Jarablus Offensive ended prematurely in March 2017 , without Turkey ruling out the possibility of similar future interventions.

Domestically, military intervention and a more assertive stance by Erdogan was aimed at garnering public support from both Turkish nationalist parties − notably, the Nationalist Movement Party (MHP) and Great Unity Party (BBP) − as well as the general public for proposed constitutional changes that would lend Erdogan greater executive powers as president. Along those lines, a distraction campaign abroad was more than welcome, given the internal unrest following the coup attempt in July 2016.

Despite Turkey's growing assertiveness in neighboring Syria, Turkish military intervention does not necessarily signal strength. On the contrary, Erdogan's effective invasion of northern Syria occurred only after a number of events transpired in neighboring Syria and Iraq that threatened to undermine Turkish objectives both at home and abroad. Thus, the United States' limited intervention, and the failure of rebel forces to successfully uproot the Assad regime, meant the perpetuation of the terrorist threat but, more importantly, the continued strengthening of the Kurdish factions that have, throughout, constituted one of the most effective fighting force against IS. In effect, the success of the Kurds in the anti-IS coalition had gained it global recognition akin to that earned by most nation states; recognition that came with funding and the provision of arms. An armed Kurdish constituency, increasingly gaining legitimacy for its anti-IS efforts, is arguably the primary reason for both Turkish military intervention today, but also, a seemingly shifting stance vis-à-vis the question of Assad's position in the aftermath of the SCW.

 

▲Erdogan visits the command center for Operation Olive Branch, January 2018 [Presidency of Turkey]

 

Shifting Sand: Turkey's Changing Stance vis-à-vis Assad

While Turkey aggressively supported the removal of Assad at the outset of the SCW, this idea has increasingly come to take a back seat to more important foreign policy issues regarding Turkey and its neighboring states, Syria and Iraq. In fact, recent statements by Turkish officials openly acknowledge the longevity and resilience of the government of Assad, a move that strategically leaves the door open to future reconciliation between the two parties, and reinforces a by now widely supported view that Assad is likely to be part and parcel of any future Syria deal. Thus, on 20th January 2017, Deputy Prime Minister of Turkey, Mehmet Şimşek said: "We cannot keep saying that Assad should leave. A deal without Assad is not realistic." 

This relaxation of rhetoric towards Assad coincides with a Turkish pivot towards Assad's allies in the conflict (Iran and Russia) in its attempts to achieve a resolution of the conflict, yet the official Turkish position regarding Assad lacks consistency, and appears to be more dependent on prevailing circumstances. Recently, a war of words initiated by Erdogan with the Syrian president played out in the media, in which the former accused Assad of being a terrorist.  Syrian foreign minister Walid Muallem, for his part, responded by accusing Erdogan of being responsible for the bloodshed of the Syrian people.

On January 2, 2018, Syrian shells were fired into Turkish territory by forces loyal to Assad. The launch provoked an immediate response from Turkey. On January 18, Mevlüt Çavusoglu, the Turkish foreign minister, announced that his country intends to carry out an air intervention in the Syrian regions of Afrin and Manbij. A few days later, Operation Olive Branch was launched under the pretext of creating a "security zone" in Afrin (in Syria’s Aleppo province) yet has been almost entirely focused on uprooting what Erdogan claims are Kurdish "terrorists", may of which belong to US-backed Kurdish factions that have played a crucial role in the anti-IS coalition. The operation was allegedly initiated in response to US plans of creating a 30.000 Syrian Kurds border force. As Erdogan commented in a recent speech: "A country we call an ally is insisting on forming a terror army on our borders. What can that terror army target but Turkey? Our mission is to strangle it before it's even born." This has significantly strained relations between the two countries, and triggered an official response from NATO in an attempt to avoid full frontal confrontation between the NATO allies in Manbij.

The US is seeking a balance between the Kurds and Turkey in the region, but it has maintained its formal support for the SDF. Nevertheless, according to analyst Nicholas Heras, the US will not help the Kurds in Afrin due to the fact that its intervention is only active in counter-IS mission areas; geographically starting from Manbij (thus Afrin not falling under US military protection).

The Impact of the Syrian Conflict on Turkey's International Relations

The Syrian conflict has strongly impacted on Turkish relations with a host of international actors, of which the most central to both Turkey and the conflict are Russia, the US, the European Union and Iran.

The demolition of a Russian SU-24 aircraft in 2015 caused a deterioration of relations between Russia and Turkey. However, thanks to the Turkish president’s apologies to Putin in June 2016, relations were normalized and a new era of cooperation between both countries has seemingly begun. This cooperation reached a high point in September of the same year when Turkey bought an S-400 defense missile system from Russia, despite warnings from its NATO allies. Further, the Russian company ROSATOM has planned the construction of a nuclear plant in Turkey worth $20 million. Thus, it can be said that cooperation between the two nations has been strengthened in the military and economic spheres.

Despite an improvement in relations however, there remain to be significant differences between both countries, particularly regarding foreign policy perspectives. On the one hand, Russia sees the Kurds as important allies in the fight against IS; consequently perceiving them to be essential to participants in post-conflict resolution (PCR) meetings. On the other, Turkey's priority is the removal of Assad and the prevention of Kurdish federalism, which translates into its rejection of including the Kurds in PCR talks.  Notwithstanding, relations appear to be quite strong at the moment, and this may be due to the fact that the hostility (in the case of Turkey, growing) of both countries towards their Western counterparts trumps their disagreements regarding the Syrian conflict.

The situation regarding Turkish relations with the US is more ambiguous. By virtue of belonging to NATO, both countries share important working ties. However, even a cursory glance at recent developments suggests that these relations have been deteriorating, despite the NATO connection. The main problem between Washington and Ankara has been the Kurdish question, since the US supports the Popular Protection Units (YPG) militias in the SCW, yet the YPG are considered a designated terrorist outfit in Turkey. How the relationship will evolve is yet to be seen, and essentially revolves around both parties reaching an agreement regarding the Kurdish question. Currently, the near showdown in northern Syria is proving to be a stalemate, with Turkey clearly signaling its unwillingness to back down on the Kurdish issue, and the US risking serious face loss should it succumb to Turkey's demands. Support to the Kurds has typically been predicated on their role in the anti-IS campaign yet, with the campaign dying down, the US finds itself in a bind as it attempts to justify its continued presence in Syria. This presence is crucial to maintaining a footprint in the region and, more importantly, preventing the complete political domination of the political scene by Russia and Iran.

Beyond the Middle East scene, the US’s refusal to extradite Fetullah Gülen, a staunch enemy that, according to Ankara, was one of the instigators of the failed coup of 2016, has further strained relations. According to a survey by the Pew Research Center, only 10% of Turks trust President Donald Trump. In turn, Turkey recently stated that its agreements with the US are losing their validity. Erdogan has stressed that the dissolution of ties between both countries will seriously affect the legal and economic sphere. Furthermore, the Turk Zarrab has been found guilty in a New York trial for helping Iran evade sanctions through enabling a money-laundering scheme that filtered through US banks. This has been a big issue for Turkey, because one of the accused had ties with Erdogan's AKP party. However, Erdogan has cast the trial as a continuation of the coup attempt, and has organized a media campaign to spread the idea that Zarrab was one of the authors of the conspiracy against Turkey.

With regards the EU, relations have also soured, despite Turkey and the EU enjoying strong economic ties. As a result of Erdogan's "purge", the rapidly deteriorating situation of freedoms in Turkey have strained relations with Europe. In November 2016, the European Parliament voted to suspend EU accession negotiations with Turkey, due to human rights issues and the state of the rule of law in Turkey. By increasingly adopting the practices of an autocratic regime, Turkey's access to the EU will be essentially impossible. In a recent encounter between the Turkish and French presidents, French president Emmanuel Macron emphasized continuing EU-Turkey ties, yet suggested that there was no realistic chance of Turkey joining the EU in the near future.

Since 2017, following Erdogan’s victory in the constitutional referendum in favor of changing over from a parliamentary to a presidential system, access negotiations to the EU have effectively ceased. In addition, various European organs that deal with human rights issues have placed Turkey on "black" lists, based on their assessment that the state of democracy in Turkey is in serious jeopardy thanks to the AKP.            

Another issue in relation to the Syrian conflict between the EU and Turkey relates to the refugee issue. In 2016, the EU and Turkey agreed to transfer 6 billion euros to support the Turkish reception of hundreds of thousands of Syrian refugees. Although this seemed like the beginning of fruitful cooperation, tensions have continued to increase due to Turkey's limited capacity to host refugees. The humanitarian crisis in Syria is unsustainable: more than 5 million refugees have left the country and only a small segment has been granted sufficient resources to restart their lives. This problem continues to grow day by day, and more than 6 million Syrians have been displaced within its borders. Turkey welcomes more than 3 million Syrian refugees and consequently, it influences on Ankara, whose policies and position have been determined to a large extent by this crisis. On January 23, President Erdogan claimed that Turkey’s military operations in Syria will end when all the Syrian refugees in Turkey can return safely to their country. Humanitarian aid work has been underway for civilians in Afrin, where the offensive against Kurdish YPG militia fighters has been launched.

With regards the relationship between Iraq and Turkey, in November 2016, when Iraqi forces entered Mosul against the IS, Ankara announced that it would send the army to the Iraqi border, in order to prepare for important developments in the region. Turkey's defense minister added that he would not hesitate to act if Turkey's red line was crossed. He received a response from Iraqi Prime Minister Haidar Al-Abadi, who warned Turkey not to invade Iraq. Despite this, in April 2017, Erdogan suggested that in future stages, Operation Euphrates Shield would extend to Iraqi territory stating, "a future operation will not only have a Syrian dimension, but also an Iraqi dimension. Al Afar, Mosul and Sinjar are in Iraq."

Finally, Russia, Turkey and Iran have been cooperating in the framework of the Astana negotiations for peace in Syria, despite having somewhat divergent interests. In a recent call between Iranian President Rouhani and Erdogan, the Turkish president expressed his hope that the protests in Iran, which occurred at the end of 2017, would end. The relations between the two countries are strange: in the SCW, Iran supports the Syrian government (Shia), whereas Turkey supports the Syrian (Sunni) opposition. A similar thing occurred in the 2015 Yemen intervention, where Turkey and Iran supported opposing factions. This has led to disputes between the leaders of both countries, yet such tensions have been eased since Erdogan paid a visit to Iran to improve their relationship. The Qatar diplomatic crisis has similarly contributed to this dynamic, since it placed Iran and Turkey against Saudi Arabia and in favor of Qatar. Although there is an enduring element of instability in relations between both countries, their relationship has been improving in recent months, since Ankara, Moscow and Tehran have managed to cooperate in an attempt to overcome their differences for finding a solution to the Syrian conflict.

What next for Turkey in Syria?

Thanks to the Astana negotiations, a future pact for peace in the region seems possible. The de-escalation zones are a necessary first step to preserve some areas of the region from the violence of war, as the Turkish strategic plan has indicated from the beginning. This being said, the outcome is complicated by a number of factors, of which the continuing strength of Kurdish factions remains a significant bone of contention, and source of conflict, for power brokers managing post-conflict transition.

There are two primary factors that have clearly impacted Turkey's foreign policy decisions vis-à-vis the Syrian conflict. The first relates to the long and complex history of Turkey with its Kurdish minorities, and its fixation on preventing the Kurds from achieving a degree of territorial autonomy that would embolden Turkish Kurds and threaten Turkey's territorial integrity. Turkey has unilaterally attacked positions of the Kurdish opposition, including those supported by a NATO ally (the US), effectively demonstrating the lengths to which it is planning to go to ensure that the Kurds are not part of a post-civil war equation. All this fuels uncertainty and increases chances of further conflict erupting in Syria, and elsewhere.

The second relates to the changing nature of governance in Turkey, with a clear shift away from the Western, democratic model to a more authoritarian, quasi-theocratic one; looking more to Russia and Iran as political allies. In its pivot to the East, Turkey plays a careful balancing game, taking into consideration the conflicting goals that both itself and its new friends, Russia and Iran, hold regarding the political outcome in Syria. What current events indicate, however, is that Turkey seems to be moving more towards a compromise over the Assad issue, in return for flexibility in dealing with the Kurdish element of the anti-IS coalition that it deems a threat to its national security.

At the time of writing, Turkey and the US appear to be at a stalemate regarding particularly the US-backed SDF. Erdogan has stated that its operation in Afrin will be followed by a move toward Manbij, and, as such, an agreement to clearly delineating zones where both countries are militarily active is being negotiated under NATO auspices. How long such a partitioning under the pretext of an anti-IS coalition can last before further conflict erupts is uncertain. What seems to be likely however is that one of two possible scenarios must transpire to avoid the potential breakout of war in the Middle East among the major powers.

Either an agreement is reached regarding the future role of the SDF and other Kurdish factions, on which the Turks can agree. Or else the US strategically withdraws its support to the Kurds, based on the mandate that the alliance was limited to the two parties' joint efforts in the anti-IS coalition. In the latter case, the US risks losing its political and military leverage via the Kurds in the region, as well as losing face with their Kurdish allies; a move that could have serious strategic repercussions for US involvement in the region. 

▲Cumbre trilateral de Rusia, Turquía e Irán en Sochi, en noviembre de 2017 [Presidencia de Turquía]

ANÁLISISAlbert Vidal y Alba Redondo [Versión en inglés]

La respuesta de Turquía a la Guerra Civil Siria (SCW) ha pasado por varias fases, condicionadas por las circunstancias cambiantes del conflicto, tanto a nivel nacional como a nivel internacional: desde dar apoyo a los rebeldes sunitas con afiliaciones cuestionables, hasta ser uno de los objetivos del Estado Islámico (ISIS), pasando por un intento fallido de golpe de estado en 2016, y condicionando siempre sus decisiones de política exterior a la cuestión kurda. A pesar de una postura inicialmente agresiva contra Assad al comienzo de la guerra en Siria, el éxito y la fuerza creciente de la oposición kurda, como resultado de su papel en la coalición anti-ISIS, ha influido significativamente en la política exterior de Turquía. 

Las relaciones entre Turquía y Siria estuvieron plagadas de dificultades durante el siglo pasado. El río Éufrates, que nace en Turquía, ha sido una de las principales causas de enfrentamiento entre ambos países. La construcción de presas por parte de Turquía limita el flujo de agua a Siria, causando pérdidas en su agricultura y generando un impacto negativo en la economía siria. Este problema no se limita al pasado, ya que en la actualidad el proyecto GAP (Proyecto de Anatolia Suroriental) amenaza con comprometer aún más el suministro de agua de Irak y de Siria a través de la construcción de 22 presas y 19 presas hidroeléctricas en el sur de Turquía .

Además de las disputas por los recursos naturales,  el apoyo de Hafez al-Assad al Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) en las décadas de 1980 y 1990 dificultó enormemente las relaciones entre los dos países. Sin embargo, el conflicto se evitó por completo con la firma del Protocolo de Adana en 1998. Otra fuente de discordia entre Siria y Turquía han sido las reclamaciones territoriales hechas por ambas naciones sobre la provincia de Hatay, todavía reivindicada por Siria, pero administrada por Turquía, quien la incorporó a su territorio en 1939.

A pesar de las cuestiones mencionadas, Siria y Turquía disfrutaron de una buena relación durante la década anterior a la Primavera Árabe y a las revoluciones del verano de 2011. La respuesta internacional a la reacción del régimen sirio ante los levantamientos fue variada, y Turquía no estuvo segura de qué posición tomar hasta que, finalmente, optó por apoyar a la oposición rebelde. Así, Turquía ofreció protección en su territorio a los rebeldes y abrió sus fronteras a los refugiados sirios. Esta decisión señaló la etapa inicial del declive de las relaciones entre Siria y Turquía, pero la situación empeoró significativamente después del derribo de un avión turco el 22 de junio de 2012 por parte de las fuerzas sirias. Esto dio lugar a enfrentamientos fronterizos, pero sin la intervención directa de las Fuerzas Armadas turcas.

Desde la perspectiva de la política exterior, hubo dos razones principales para revertir la política de no intervención de Turquía. El primer motivo fue una serie creciente de ataques del Estado Islámico (ISIS) en julio de 2015 en Suruc, la Estación Central en Ankara y el Aeropuerto Atatürk en Estambul. La segunda razón, y posiblemente la más importante, fue el temor de Turquía a la creación de un protoestado kurdo en sus países vecinos: Siria e Irak. Esto condujo al lanzamiento de la Operación Escudo del Éufrates (también conocida como Ofensiva de Jarablus), considerada una de las primeras acciones militares directas de Turquía en Siria desde que comenzó la SCW. El objetivo principal era asegurar un área en el norte de Siria libre de control de las facciones ISIS y del Partido de la Unión Democrática (PYD). La Ofensiva de Jarablus fue apoyada por el Artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas (el derecho de las naciones a la legítima defensa), así como varias resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (Nos. 1373, 2170, 2178) correspondientes a la responsabilidad global de los países para luchar contra el terrorismo. A pesar de ser un éxito en el cumplimiento de sus objetivos, la ofensiva de Jarablus terminó prematuramente en marzo de 2017, sin que Turquía descartase la posibilidad de intervenciones futuras similares.

Internamente, la intervención militar y la postura asertiva de Erdogan apuntaban a obtener el apoyo público de los partidos nacionalistas turcos, especialmente el Partido del Movimiento Nacionalista (MHP) y el Partido de la Gran Unidad (BBP), así como el respaldo general del público para los cambios constitucionales que entonces se proponían. Eso le daría a Erdogan mayores poderes ejecutivos como presidente. Consecuentemente, una campaña de distracción en el extranjero fue más que bienvenida, dado el malestar interno creciente y el descontento general, tras el intento de golpe en julio de 2016.

A pesar de la asertividad que Turquía muestra hacia Siria, la intervención militar turca no indica fortaleza. Por el contrario, la invasión efectiva de Erdogan en el norte de Siria ocurrió tras las disputas (entre Siria e Irak) que amenazaban con socavar los objetivos turcos, tanto en el interior como en el exterior. Por ello, la injerencia limitada de Estados Unidos (EE.UU.) y el fracaso de las fuerzas rebeldes para derribar el régimen de Assad significó la perpetuación de la amenaza terrorista; y, lo que es más importante, el continuo fortalecimiento de las facciones kurdas, que suponían la fuerza más efectiva contra el ISIS. En efecto, el éxito de los kurdos en la coalición anti-ISIS les había ayudado a obtener un reconocimiento mundial similar al de la mayoría de los estados-nación; reconocimiento que supuso un mayor apoyo financiero y el aumento de provisión de armas. Una región kurda, armada y ganando legitimidad por sus esfuerzos en la lucha contra el ISIS, es sin duda la razón principal de la intervención militar turca. De todos modos, la creciente influencia kurda ha dado lugar a una actitud cambiante y ambigua de Turquía frente al Assad a lo largo de la SCW.

 

▲Visita de Erdogan al comando de la Operación Rama de Olivo, en enero de 2018 [Presidencia de Turquía]

 

Postura cambiante de Turquía frente a Assad

Mientras que Turquía apoyó agresivamente la destitución de Assad al comienzo de la SCW, esta postura ha ido quedando relegada, cada vez más, a un segundo plano; con respecto a otras cuestiones más importantes de la política exterior de Turquía con sus estados vecinos, Siria e Irak. De hecho, declaraciones recientes de funcionarios turcos reconocen abiertamente la resiliencia del gobierno de Assad, un hecho que abre la puerta a la futura reconciliación entre ambas partes. Estas declaraciones también refuerzan una opinión muy profusa, según la cual, Assad será una pieza clave en cualquier futuro acuerdo sobre Siria. Así, el 20 de enero de 2017, el vice-primer ministro de Turquía, Mehmet Şimşek, dijo: "No podemos seguir diciendo que Assad debería irse. Un acuerdo sin Assad no es realista".

Esta relajación de la retórica hacia Assad coincide con un cambio positivo en las relaciones de Turquía con los aliados del régimen sirio en el conflicto (Irán y Rusia), en sus intentos por lograr una resolución del conflicto. Sin embargo, la posición oficial turca respecto a Assad carece de consistencia, y parece ser muy dependiente de las circunstancias.

Recientemente, tuvo lugar una guerra de palabras iniciada por Erdogan con el presidente sirio, en la que el presidente turco acusó a Assad de ser un terrorista. Además, Erdogan rechazó cualquier tipo de negociación con Assad sobre el futuro de Siria. Por su parte, el ministro de Asuntos Exteriores sirio, Walid Muallem, respondió acusando a Erdogan de ser responsable del derramamiento de sangre del pueblo sirio. El 2 de enero de 2018, fuerzas leales a Assad dispararon proyectiles hacia territorio turco. Dicho lanzamiento provocó una respuesta inmediata de Turquía. El 18 de enero, Mevlüt Çavusoglu (ministro de Exteriores turco) anunció que su país tenía la intención de llevar a cabo una intervención aérea en las regiones sirias de Afrin y Manbij.

Unos días más tarde, la Operación Rama de Olivo fue lanzada, con el pretexto de crear una "zona de seguridad" en Afrin (en la provincia siria de Alepo); aunque se ha centrado casi totalmente en expulsar lo que Erdogan llama "terroristas" kurdos, que en realidad se componen de facciones kurdas respaldadas por EE.UU. Estos grupos kurdos han desempeñado un papel crucial en la coalición anti-ISIS. La operación se inició, supuestamente, en respuesta a los planes de EE.UU. de crear una fuerza fronteriza de 30.000 kurdos sirios. Erdogan declaró en un discurso reciente: "Un país al que llamamos aliado insiste en formar un ejército del terror en nuestras fronteras. ¿A quién puede atacar ese ejército terrorista sino a Turquía? Nuestra misión es estrangularlo antes de que nazca". Esto ha empeorado significativamente las relaciones entre ambos países, y ha desencadenado una respuesta oficial de la OTAN, en un intento por evitar la confrontación entre aliados de la OTAN en Manbij.

EE.UU. está buscando un equilibrio entre los kurdos y Turquía en la región, pero ha mantenido su apoyo formal a las SDF. Sin embargo, según el analista Nicholas Heras, EE.UU. no ayudará a los kurdos en Afrin, ya que solo intervendrá en las áreas de misión contra  el ISIS; comenzando por Manbij y hacia el Este (por lo tanto, Afrin no está bajo la protección militar de los EE. UU.).

Impacto del conflicto sirio en las relaciones internacionales de Turquía

El conflicto sirio ha tenido un fuerte impacto en las relaciones turcas con un amplio abanico de actores internacionales; de los cuales, los más importantes tanto para Turquía como para el conflicto son Rusia, Estados Unidos, la Unión Europea e Irán.

El derribo de un avión ruso SU-24 en 2015 provocó un deterioro de las relaciones entre Rusia y Turquía. Sin embargo, gracias a las disculpas del presidente turco a Putin en junio de 2016, las relaciones se normalizaron, dando comienzo a una nueva era de cooperación entre ambos países. Esta cooperación alcanzó su culmen en septiembre del mismo año cuando Turquía compró un sistema de misiles de defensa S-400 a Rusia, a pesar de las advertencias de sus aliados de la OTAN. Además, la empresa rusa ROSATOM ha planificado la construcción de una planta nuclear en Turquía por un valor de 20 mil millones de dólares. Así, la colaboración entre ambas naciones se ha fortalecido en la esfera militar y la económica.

Sin embargo, a pesar del acercamiento, aún existen diferencias significativas entre ambos países, en particular con respecto a las perspectivas de política exterior. Por un lado, Rusia ve a los kurdos como aliados importantes en la lucha contra ISIS; y los considera miembros esenciales en las reuniones de resolución pacífica del posconflicto (PCR). Por otro lado, la prioridad de Turquía es llevar la democracia a Siria y prevenir el federalismo kurdo, lo que se traduce en su rechazo a incluir a los kurdos en las conversaciones de PCR. No obstante, los lazos entre Turquía y Rusia parecen ser bastante fuertes en este momento. Esto puede deberse al hecho de que la hostilidad (en el caso de Turquía, en aumento) de ambos países hacia sus contrapartes occidentales supera a sus diferencias con respecto al conflicto sirio.

La relación entre Turquía y Estados Unidos es más ambigua. Como miembros importantes de la OTAN, ambos países comparten importantes lazos de trabajo. Sin embargo, observando los acontecimientos recientes, se puede ver cómo estas relaciones se han ido deteriorando. El principal problema entre Washington y Ankara ha sido la cuestión kurda. EE.UU. apoya a las milicias de las Unidades de Protección Popular (YPG) en el SCW, sin embargo, las YPG son consideradas un grupo terrorista por Turquía. Aún no se sabe cómo evolucionará su relación, pero posiblemente ambas partes lleguen a un acuerdo con respecto a la cuestión kurda. A día de hoy (enero de 2018), el enfrentamiento en el norte de Siria está en punto muerto. Por un lado, Turquía no piensa dar su brazo a torcer en la cuestión kurda, y por otro lado, EE.UU. perdería su prestigio como superpotencia si decidiera sucumbir a las exigencias turcas. El apoyo a los kurdos se ha basado, tradicionalmente, en su papel en la campaña anti-ISIS. Sin embargo, a medida que la campaña va terminando, EE.UU. se está viendo en un compromiso intentando justificar su presencia en Siria de cualquier manera. Su presencia es crucial para mantener su influencia en la región y, lo que es más importante, para evitar la dominación del escenario en conflicto por parte de Rusia e Irán.

La negativa de los EE.UU. a extraditar a Fethullah Gülen, un enemigo acérrimo que, según Ankara, fue uno de los instigadores del fallido golpe de estado de 2016, ha tensado aún más sus relaciones. Según una encuesta del Pew Research Center, solo el 10% de los turcos confía en el presidente Donald Trump. A su vez, Turquía declaró recientemente que sus acuerdos con los EE.UU. están perdiendo validez. Erdogan subryaó que la disolución de los lazos entre ambos países afectaría seriamente el ámbito legal y económico. Además, el turco Zarrab fue declarado culpable en un juicio en Nueva York, por ayudar a Irán a evadir sanciones al permitir un plan de lavado de dinero, que se filtraba a través de bancos estadounidenses. Este ha sido un gran problema para Turquía, puesto que uno de los acusados ​​tenía vínculos con el partido AKP de Erdogan. Sin embargo, Erdogan ha calificado el juicio como una continuación del intento de golpe de estado, y ha hecho frente a las posibles críticas organizando una campaña mediática para difundir la idea de que Zarrab fue uno de los autores de la conspiración contra Turquía en 2016.

Con respecto a la Unión Europea, las relaciones también se han deteriorado, a pesar de que Turquía y la UE mantienen fuertes lazos económicos. Como resultado de la "purga" de Erdogan después del fallido golpe de estado, el continuo deterioro de las libertades en Turquía ha tensado las relaciones con Europa. En noviembre de 2016, el Parlamento Europeo votó a favor de suspender las negociaciones de adhesión a la UE con Turquía, justificando su decisión en el abuso de  los derechos humanos y el declive del estado de derecho en Turquía. Al adoptar, cada vez más, las prácticas de un régimen autocrático, el acceso de Turquía a la UE se está volviendo imposible. En un reciente encuentro entre los presidentes turco y francés, el presidente francés, Emmanuel Macron, hizo hincapié en los lazos entre la UE y Turquía, pero sugirió que no había posibilidades realistas de que Turquía se uniese a la UE en un futuro cercano.

Desde 2017, después de la victoria de Erdogan en el referéndum constitucional a favor del cambio de sistema (de un sistema parlamentario a uno presidencial), las negociaciones de acceso a la UE han cesado. Además, varios órganos europeos, que se ocupan de cuestiones de derechos humanos, han colocado a Turquía en lista "negra", basándose una evaluación, según la cual el estado de la democracia en Turquía está en grave peligro debido al AKP.

Otro tema relacionado con el conflicto sirio entre la UE y Turquía son los refugiados. En 2016, la UE y Turquía acordaron transferir 6.000 millones de euros para apoyar la recepción turca de cientos de miles de refugiados sirios. Aunque esto pareció ser el comienzo de una cooperación fructífera, las tensiones han seguido aumentando debido a la capacidad limitada de Turquía para acoger a tal número de refugiados. La crisis humanitaria en Siria es insostenible: más de 5 millones de refugiados han abandonado el país y solo un pequeño número de ellos ha recibido suficientes recursos para recomenzar sus vidas. Este problema continúa creciendo día a día, y más de 6 millones de sirios han sido desplazados dentro de sus fronteras. Turquía acoge, a día de hoy, a más de 3 millones de refugiados sirios y, por consiguiente, las políticas de Ankara han resultado influenciadas en gran medida por esta crisis. El 23 de enero, el presidente Erdogan afirmó que las operaciones militares de Turquía en Siria terminarían cuando todos los refugiados sirios en Turquía pudieran regresar sanos y salvos a su país. La ayuda humanitaria está siendo enviada a los civiles en Afrin, en donde Turquía lanzó la última ofensiva contra los milicianos kurdos del YPG.

Con respecto a la relación entre Irak y Turquía, en noviembre de 2016, cuando las fuerzas iraquíes llegaron a Mosul para luchar contra el Estado Islámico, Ankara anunció que enviaría el ejército a la frontera iraquí, para prepararse ante los posibles desenlaces en la región. El ministro de Defensa turco agregó que no dudaría en actuar si se cruzaba la línea roja de Turquía. Este recibió una respuesta inmediata del primer ministro iraquí, Haidar Al-Abadi, quien advirtió a Turquía que no invadiera Irak. A pesar de esto, en abril de 2017, Erdogan sugirió que en etapas futuras, la Operación Escudo del Eufrates se extendería al territorio iraquí: "una operación futura no solo tendrá una dimensión siria, sino también una dimensión iraquí. Al Afar, Mosul y Sinjar están en Irak "

Finalmente, Rusia, Turquía e Irán han cooperado en el marco de las negociaciones de Astana por la paz en Siria, a pesar de tener intereses algo divergentes. En una reciente llamada entre el presidente iraní Rouhani y Erdogan, el presidente turco expresó su esperanza de que las protestas en Irán, que ocurrieron a fines de 2017, terminen. Las relaciones entre los dos países son extrañas: en la SCW, Irán apoya al gobierno sirio (chiíta), mientras que Turquía apoya a la oposición siria (suní). Algo similar ocurrió en la intervención de 2015 en Yemen, donde Turquía e Irán apoyaron a las facciones opuestas. Esto ha llevado a disputas entre los líderes de ambos países, sin embargo, tales tensiones se han aliviado desde que Erdogan realizó una visita a Irán para mejorar su relación. La crisis diplomática de Qatar también ha contribuido a esta dinámica, ya que colocó a Irán y Turquía contra Arabia Saudí y a favor de Qatar. Aunque existe un elemento duradero de inestabilidad en las relaciones entre ambos países, su relación ha ido mejorando en los últimos meses, ya que Ankara, Moscú y Teherán han logrado cooperar en un intento de superar sus diferencias para encontrar una solución al conflicto sirio.

¿Qué le espera a Turquía en Siria?

Gracias a las negociaciones en Astana, un futuro acuerdo de paz en la región parece posible. Las zonas de “cese de hostilidades” son un primer paso necesario, para preservar algunas áreas de la violencia de la guerra, como señalaba el plan estratégico turco desde los inicios. Dicho esto, el resultado se complica por una serie de factores: la fortaleza de las facciones kurdas es un elemento de discordia importante, así como una fuente de conflicto para los poderosos que manejarán la transición en el posconflicto.

Hay dos factores principales que, claramente, han impactado las decisiones sobre política exterior de Turquía, en relación con el conflicto sirio. El primero tiene que ver con la larga y compleja historia de Turquía y sus minorías kurdas, así como su obsesión por evitar que los kurdos alcancen un grado de autonomía territorial. De conseguirse, ello envalentonaría a los kurdos turcos y amenazaría la integridad territorial de Turquía. Turquía atacó unilateralmente posiciones de la oposición kurda, incluidas algunas respaldadas por un aliado de la OTAN (los EE.UU.), demostrando así hasta donde es capaz llegar para asegurarse que los kurdos no formen parte de la solución al finalizar la guerra civil. Todo esto produce incertidumbre y aumenta las posibilidades de que surjan nuevos conflictos en Siria.

El segundo factor está relacionado con la naturaleza cambiante del gobierno en Turquía, con un alejamiento del modelo occidental-democrático hacia un modelo más autoritario y cuasi teocrático, tomando a Rusia e Irán como aliados políticos. En su pivote hacia el este, Turquía mantiene un frágil equilibrio, teniendo en cuenta que sus objetivos difieren de los de sus nuevos amigos (Rusia e Irán), con respecto al resultado político en Siria. Los acontecimientos recientes indican, sin embargo, que Turquía parece estar llegando a un acuerdo sobre la cuestión de Assad, a cambio de obtener más flexibilidad para tratar con la cuestión kurda (parte de la coalición anti-ISIS), que considera una amenaza para su seguridad nacional.

Actualmente, en enero de 2018, la relación entre Turquía y EE.UU. parece estar en un punto muerto, especialmente en relación al grupo SDF respaldado por EE.UU. Erdogan ha declarado que, después de su operación en Afrin, continuará con un movimiento hacia Manbij. Por tanto, bajo los auspicios de la OTAN, se está negociando un acuerdo para delinear claramente las zonas en las que ambos países están militarmente activos. Existe una gran incertidumbre, con respecto a cuánto tiempo pueden durar tales acuerdos de partición (bajo el pretexto de una coalición anti-ISIS), antes de que estalle un nuevo conflicto. Sin embargo, parece probable que uno de los dos escenarios posibles ocurrirá para evitar el posible estallido de la guerra entre las grandes potencias en Medio Oriente.

Existen dos opciones. O se llega a un acuerdo con respecto al futuro papel de las SDF y otras facciones kurdas, con el consentimiento de Turquía, o bien, de lo contrario, EE.UU. retirará su apoyo a los kurdos, basándose en el mandato según el cual su alianza se limitaba a la lucha conjunta en la coalición anti-ISIS. En este último caso, EE.UU. se arriesga a perder la ventaja política y militar que le otorgan los kurdos en la región. También se arriesga a perder la confianza de sus aliados kurdos, un hecho que podría tener serias repercusiones estratégicas en la implicación de EE.UU. en esta región.

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