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[Francis Fukuyama, Identidad. La demanda de dignidad y las políticas de resentimiento. Deusto, Barcelona, 2019. 208 p.]

RESEÑAEmili J. Blasco

Identidad. La demanda de dignidad y las políticas de resentimiento

El deterioro democrático que hoy vemos en el mundo está generando una literatura propia como la que, sobre el fenómeno contrario, se suscitó con la primavera democrática vivida tras la caída del Muro de Berlín (lo que Huntington llamó la tercera ola democratizadora). En aquel momento de optimismo, Francis Fukuyama popularizó la idea del “fin de la historia” –la democracia como instancia final en la evolución de las instituciones humanas–; hoy, en este otoño democrático, Fukuyama advierte en un nuevo ensayo del riesgo de que lo identitario, despojado de las salvaguardas liberales, fagocite los demás valores si sigue en manos del resurgente nacionalismo populista.

La alerta no es nueva. De ella no se movió Huntington, que ya en 1996 publicó su Choque de civilizaciones, destacando la potencia motriz del nacionalismo; luego, en los últimos años, diversos autores se han referido al retroceso de la marea democrática. Fukuyama cita la expresión de Larry Diamond “recesión democrática”, constatando que frente al salto dado entre 1970 y el comienzo del nuevo milenio (se pasó de 35 a 120 democracias electorales) hoy el número ha decrecido.

El último célebre teórico de las relaciones internacionales en escribir al respecto ha sido John Mearsheimer, quien en The Great Delusion constata cómo el mundo se da hoy cuenta de la ingenuidad de pensar que la arquitectura liberal iba a dominar la política doméstica y exterior de las naciones. Para Mearsheimer, el nacionalismo emerge de nuevo con fuerza como alternativa. Eso ya se observó justo tras descomposición del Bloque del Este y de la URSS, con la guerra de los Balcanes como ejemplo paradigmático, pero la democratización de Europa central y oriental y su rápido ingreso en la OTAN llevaron al engaño (delusion).

Han sido la personalidad y las políticas del actual morador de la Casa Blanca lo que a algunos pensadores estadounidenses, entre ellos Fukuyama, ha puesto en alerta. “Este libro no se habría escrito si Donald J. Trump no hubiera sido elegido presidente en noviembre de 2016”, advierte el profesor de la Universidad de Stanford, director de su Centro sobre Democracia, Desarrollo y Estado de Derecho. En su opinión, Trump “es tanto un producto como un contribuidor de la decadencia” democrática y constituye un exponente del fenómeno más amplio del nacionalismo populista.

Fukuyama define ese populismo a partir de sus dirigentes: “Los líderes populistas buscan usar la legitimidad conferida por las elecciones democráticas para consolidar su poder. Reivindican una conexión directa y carismática con el pueblo, que a menudo es definido en estrechos términos étnicos que excluyen importantes partes de la población. No les gusta las instituciones y buscan socavar los pesos y contrapesos que limitan el poder personal de un líder en una democracia liberal moderna: tribunales, parlamento, medios independientes y una burocracia no partidista”.

Probablemente es injusto echar en cara a Fukuyama algunas conclusiones de El final de la historia y el último hombre (1992), un libro a menudo malinterpretado y sacado de su clave teórica. El autor luego ha concretado más su pensamiento sobre el desarrollo institucional de la organización social, especialmente en sus títulos Origins of Political Order (2011) y Political Order and Political Decay: From the Industrial Revolution to the Present Day (2014). Ya en este último apuntaba el riesgo de regresión, en particular a la vista de la polarización y falta de consenso en la política estadounidense.

En Identidad, Fukuyama considera que el nacionalismo no étnico ha sido una fuerza positiva en las sociedades siempre que se ha basado en la construcción de identidades alrededor de valores políticos liberales y democráticos (pone el ejemplo de India, Francia, Canadá y Estados Unidos). Ello porque la identidad, que facilita el sentido de comunidad y pertenencia, puede contribuir a desarrollar seis funciones: seguridad física, calidad del gobierno, promoción del desarrollo económico, aumento del radio de confianza, mantenimiento de una protección social que mitiga las desigualdades económicas y facilitación de la democracia liberal misma.

No obstante –y este puede ser el toque de atención que pretende el libro–, en un momento de recesión de los valores liberales y democráticos estos van a acompañar cada vez menos al fenómeno identitario, de forma que este puede pasar en muchos casos de integrador a excluyente.

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