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Relación entre la doctrina teológica de la creación y las teorías biológicas de la evolución

Autor: Santiago Collado González. Subdirector del grupo de investigación "Ciencia, razón y fe" (CRYF) de la Universidad de Navarra
Publicado en: Temas de Actualidad Familiar. Toledo: Movimiento Familiar Cristiano; 2010, pp. 81-92.
Fecha de publicación: 24 de agosto de 2010

Índice

 

Teoría de la evolución

La publicación del "Origen de las Especies" de Darwin en 1859 supuso la consolidación de una visión de la naturaleza que ya se venía fraguando desde hacía más de un siglo gracias a la gran cantidad de datos reunidos por los naturalistas. La concepción fijista de las especies fue siendo sustituida a lo largo del siglo XVIII y XIX por otra de tipo transformista. Esta última postulaba que todas las especies existentes provenían, mediante diversas transformaciones, de otras más primitivas y comunes y, por tanto, no habían permanecido siempre en sus formas actuales como se pensaba entonces.

La novedad aportada por Darwin fue la descripción de un mecanismo que explicaba de una manera sencilla y verosímil el modo en el que esas transformaciones se producían. Lo que parecía haber conseguido era dar cuenta de la variedad que observamos en la naturaleza, así como de su creciente complejidad, con el único recurso de leyes naturales fáciles de comprender. El mecanismo, basado en pequeñas variaciones al azar más la acción de la selección natural, fue considerado por algunos como el descubrimiento que permitía liberar a la biología de las manos de la teología y convertirla en una ciencia del mismo rango que otras ya consolidadas como la física. La propuesta de Darwin parecía ofrecer una explicación del grado de complejidad alcanzado por los seres vivos sin necesidad de recurrir a la finalidad. Esta constituía la base para los argumentos entonces más empleados de la existencia de Dios.

La propuesta de Darwin no sólo afectaba a las diferentes especies animales, sino que también alcanzaba al hombre. Darwin proponía que el hombre tenía también antecesores comunes con el resto de los seres vivos. Esto último fue lo que más polémica causó. Se desencadenó entonces un debate del que todavía no hemos visto el final.

Inicialmente la reacción de los cristianos, en general, fue de rechazo. Las causas de dicho rechazo procedían del tipo de racionalidad filosófica imperante en ese momento y de la aparente incompatibilidad de lo que proponía la nueva teoría con lo que narran las Sagradas Escrituras sobre el origen del mundo, de la vida y, en particular, del hombre. No obstante hubo pensadores que no veían incompatibilidad entre la nueva ciencia y la fe. Por ejemplo, Newman menciona la hipótesis de Darwin en una de sus cartas diciendo que no encontraba en ella nada contrario a la religión.

El mecanismo darwiniano pasó por distintas fases en cuanto a su grado de aceptación por parte la comunidad científica. El mismo Darwin llegó a considerar que no era el único mecanismo causante de la evolución. A lo largo del siglo XX se consiguió hacer una síntesis de las propuestas darwinistas con los principios de la genética descubiertos por Méndel también en la segunda mitad del siglo XIX. A mediados del siglo XX la "Teoría Sintética de la Evolución", que unía las aportaciones de Darwin y Mendel, dominaba completamente el ámbito académico y científico. Los nuevos hallazgos de la genética y la bioquímica han reforzado las líneas generales de la teoría sintética aunque también se han abierto nuevos interrogantes y desafíos que, no obstante, no parecen amenazar lo sustancial de la actual teoría de la evolución.

Nadie discute en el ámbito científico lo que ya se llama "el hecho" de la evolución, es decir, que todas las especies animales, incluido el hombre, no han existido siempre como las observamos sino que proceden de otras anteriores por evolución o transformación. Hoy los biólogos están en condiciones, y la genética moderna está ayudando a hacerlo, de confeccionar un árbol de la vida donde poder colocar desde los primeros seres vivos existentes hace aproximadamente tres mil quinientos millones de años, hasta las especies existentes en nuestros días. Estas últimas, lógicamente, estarían en las ramas extremas del árbol. En la actualidad se sigue debatiendo sobre los mecanismos de la evolución, sobre el papel de la selección natural, o la necesidad de completar la teoría sintética con nuevos elementos que expliquen algunas de las incógnitas actuales. Pero el cuadro general evolutivo es aceptado por prácticamente toda la comunidad científica.

Evolución y cristianismo

En cuanto a la relación de las teorías evolutivas con la fe cristiana se puede decir que se han dado cuatro posiciones básicas por parte de los cristianos:

  1. Incompatibilidad entre la fe revelada y las afirmaciones de la ciencia.

  2. Compatibilidad entre fe y ciencia ya que ambas pertenecen a esferas del conocimiento que son completamente independientes.

  3. Los datos de la ciencia actual no sólo no son incompatibles con la fe sino que la refuerzan y ofrecen elementos para una confirmación científica de tesis propias de la fe.

  4. Ciencia y religión se mueven en ámbitos metodológicos distintos y autónomos pero existe armonía entre ambas.

Estas posiciones son la consecuencia del modo de ver la relación de Dios con el mundo y con el hombre. La primera posición –incompatibilidad- depende de una interpretación literalista de la Sagrada Escritura, es decir, surge como resultado de considerar que la Biblia ofrece datos de carácter científico sobre el mundo y la aparición del hombre. Este tipo de lectura es la que ha llevado a muchos protestantes norteamericanos al creacionismo fundamentalista, al comienzo del siglo XX, y al llamado "Creacionismo Científico" a partir de los años 70. Para ellos la fe y el marco presentado actualmente por la ciencia son irreconciliables. Esta posición ha sido también defendida desde el lado de la ciencia por algunos que, ya desde la publicación del "Origen de las especies", vieron en sus tesis una alternativa a las explicaciones basadas en la noción de creación. En este caso, en el que se defiende la incompatibilidad, unos niegan la evolución, mientras que los otros niegan la acción creadora de Dios, o lo que es equivalente, a Dios mismo.

La segunda opción, compatibilidad desde la completa independencia, ha sido también defendida tanto por creyentes como por científicos no creyentes. Esta es, por ejemplo, la posición del famoso científico agnóstico Stephen Jay Gould, conocida como "Non-overlapping magisteria" (NOMA). También el conocido biólogo Francisco Ayala defiende una posición semejante. Aunque esta tesis puede parecer correcta porque no ve incompatibilidad entre ciencia y religión, en realidad aísla nuestra experiencia del mundo, a la que hoy en día contribuyen de una manera decisiva las ciencias, de nuestro conocimiento de Dios. Este enfoque separa completamente a la creación, que queda recluida en el ámbito de la fe subjetiva, de la evolución. En realidad esta posición es equivalente a la deísta, que pone a Dios en el pasado y deja el presente en manos de los procesos naturales y fuera del alcance de la acción divina. El problema es que si Dios no es necesario para explicar el presente, ponerlo en el pasado acaba siendo una opción basada en preferencias subjetivas o de fe, pero no sustentada por argumentos verdaderamente racionales.

La tercera opción es la que defienden los partidarios del nuevo movimiento conocido como "Diseño Inteligente". Para ellos los recientes descubrimientos de la ciencia, en particular de la bioquímica, ofrecen evidencia empírica de la existencia de un diseño inteligente. Aunque en general no se pronuncian sobre la naturaleza de esa inteligencia, está claro que apuntan, algunos a veces lo dicen de manera explícita, a que dicha inteligencia es la divina. El problema de esta opción no es que defiendan que los procesos y estructuras de la naturaleza remitan a una inteligencia creadora. El peligro que encierra esta posición es el opuesto al de la anterior y consiste en ver a Dios implicado categorialmente en la creación, es decir, se concibe a un Dios que interviene directamente en las transformaciones del mundo natural, las mismas transformaciones que son objeto de estudio de las ciencias. Se da aquí un problema de carácter metódico al no distinguir adecuadamente la actividad del Creador del nivel de la acción propia de los agentes creados.

En las posiciones comentadas hasta el momento hay dos problemas fundamentales. El primero tiene que ver con el tipo de lectura que se hace de la Sagrada Escritura. El otro tiene que ver con el tipo de racionalidad imperante en la cultura de la época en la que nacen las teorías evolutivas. En el siglo XVIII y XIX el paradigma de ciencia natural es la mecánica. El éxito de esta física llevó a que en el ámbito filosófico también se impusiera lo que se podría calificar como filosofía mecánica. Una de las consecuencias del dominio de este tipo de racionalidad fue el desprestigio y olvido de la metafísica. Esta carencia hizo que muchos pensadores vieran en el darwinismo una doctrina que, por fin, haría innecesario el recurso a Dios para explicar el mundo. Es decir, se vio la creación y la evolución como alternativas incompatibles.

En realidad en algunos de los grandes pensadores cristianos de la época patrística, y también medieval, se puede ver no sólo la no existencia de incompatibilidad entre evolución y creación sino que incluso se consideran complementarias. Sirva como ejemplo este texto de S. Agustín: «El universo fue creado en un estado no totalmente completo, pero fue dotado de la capacidad de transformarse por sí mismo desde la materia informe a un orden verdaderamente maravilloso de estructuras y formas de vida». Otros padres como S. Atanasio, S. Basilio y S. Gregorio de Nissa hablan también de la creación como un acto divino que se despliega en el tiempo. En la época medieval san Buenaventura y santo Tomás mantienen la misma perspectiva.

El debate provocado por la publicación del "Origen de las especies", cuya raíz ya se ha apuntado, ha llevado, en el ámbito católico, a volver en la filosofía a las inspiraciones de fondo de los pensadores cristianos mencionados, en particular, a una metafísica realista de inspiración Tomista. El debate también provocó que la Iglesia estableciera magisterio en relación con la interpretación de los textos Bíblicos. Se ha podido desarrollar así una teología de la creación en la que las teorías evolutivas no solamente no son incompatibles con la fe sino que están en buena armonía con ella. Dicha teología de la creación sí se enfrenta a doctrinas filosóficas evolucionistas que apoyándose en las teorías evolutivas defienden principios materialistas y ateos. Por tanto la teología de la creación pone límites a las consecuencias de carácter filosófico que legítimamente pueden extraerse de dichas teorías.

Veremos ahora las consecuencias más importantes de la doctrina teológica de la creación en los puntos destacados anteriormente como conflictivos: en la interpretación del génesis y en la propia noción de creación.

Evolución y doctrina teológica de la creación

Evolución y génesis

En relación con la narración de la creación contenida en los primeros capítulos del Génesis hay que tener en cuenta que su lectura debe hacerse a la luz del conjunto de la revelación y, en último término, a la luz de la plenitud de la revelación contenida en el Nuevo Testamento en el que Jesucristo es la clave de interpretación de toda la Sagrada Escritura.

Por otra parte, el mensaje que se trasmite en la Biblia está orientado principalmente a la relación del hombre con Dios, y secundariamente del hombre con el mundo. El mensaje bíblico, también cuando se expresa en términos cosmológicos, es de carácter teológico y antropológico. Las ciencias ofrecen una perspectiva distinta: se centran en las trasformaciones materiales que ocurren en el mundo físico. Olvidar esta distinción tiene graves consecuencias porque lleva a considerar que la ciencia es la única que tiene autoridad para hablarnos de lo que es el mundo. Esto ha llevado a desarrollar otros ámbitos de la teología en detrimento de la teología de la creación. La teología de la creación es muy importante porque de un Dios que no tiene una relación real con el mundo se llega, al final, a una fe que se convierte en mero sentimentalismo. Es importante encontrar la identidad entre un Dios creador y el Dios de la salvación. Esto evita caer en una religión de la superstición o fideísta. Por eso el cristianismo se considera "religio vera".

De acuerdo con los criterios exegéticos establecidos por el magisterio, y lo dicho anteriormente, se podría resumir el mensaje teológico y antropológico contenido en las narraciones yahvista y sacerdotal del Génesis en los siguientes puntos:

  • Todo lo que existe depende de un único Dios.

  • Lo creado tiene como origen el Logos, su Palabra, y no una especie de emanación ("y dijo Dios").

  • Lo creado es distinto de Dios, expresa un proyecto libre suyo que se despliega en el tiempo con orden y gradualmente, participando este proyecto de la bondad y perfección divina.

  • El hombre y la mujer se asemejan a Dios más que ninguna otra criatura y su creación se presenta como un nuevo acto divino rodeado de una especial solemnidad y trascendencia (triple bará).

  • Dios se empeña en la creación del hombre con una acción que indica la donación de su propio espíritu. Hombre y mujer están llamados a una especial intimidad con Dios, pero una relación en la que el ser humano es libre y responsable de sus propias acciones.

  • La creación no nace en un contexto de lucha o conflicto entre fuerzas contrarias sino como acto de la voluntad creadora de Dios.

  • Pertenece a la verdad originaria la creación de hombre y mujer a imagen y semejanza de Dios. El hombre no procede enteramente de ninguna de las realidades creadas previamente, no es el fruto de un proceso necesario sino que Dios actúa de una manera directa pero sirviéndose de materia preexistente.

  • Existencia de una prueba originaria. Caída moral con consecuencias para todo el género humano: en la relación con uno mismo, del hombre con la mujer y del hombre con Dios. Hay como una herida de origen.

  • En relación con el ser humano se destaca la dependencia especial que éste tiene para con Dios. Dicha relación se interpreta como una creación directa del alma.

En estos puntos nada hay que se oponga o entre en contradicción con lo que dice la ciencia sobre la evolución. Incluso, teniendo en cuenta los géneros literarios, se invita a pensar en una "creación evolutiva" y se rechaza una "evolución creativa" como defienden las doctrinas de carácter materialista.

Noción de creación

El dato revelado de que el mundo ha sido creado "ex nihilo" ha impulsado el desarrollo de una auténtica filosofía sobre la creación, es decir, un discurso sustentado sobre principios exclusivamente racionales. Es de fe que la contemplación del mundo natural constituye una vía para remontarnos racionalmente hasta su Creador. La doctrina filosófica y teológica de la creación pone de manifiesto dónde se encuentran los puntos de fricción que han surgido y todavía surgen a la hora de conciliar creación con evolución, y destaca la coherencia, e incluso conveniencia, de la existencia de evolución en la naturaleza.

La noción de creación, en el ámbito metafísico y teológico, no expresa otra cosa sino la peculiar relación de Dios con el mundo físico, y de Dios con el hombre. Su comprensión es difícil porque tendemos a pensar la realidad física en términos productivos y la creación es una relación que escapa a las categorías ordinarias de nuestro pensamiento. Esa dificultad está presente en todos los debates que se mantienen actualmente en torno a la relación entre ciencia y fe. El lenguaje usual, la misma palabra "relación", puede despistar y dificultar la comprensión de la peculiaridad del acto creador.

La creación no es producción, no es generación, sino que es un acto más radical que afecta la "totalidad" del ser (totalidad entendida aquí en un sentido intensivo más que extensivo).

Algunas propiedades que se derivan de este acto peculiar son:

a) El Creador no sufre cambio o modificación alguna por haber creado, no se hace más perfecto o se completa de alguna manera. El ser divino no es afectado por la creación. Dios no se entiende en dependencia o respecto a su criatura, es decir, ésta no modifica el ser de Dios en absoluto.

b) La criatura depende del creador y no de cualquier manera, sino de una manera radical, depende de Dios en su mismo ser, como principio de su existencia. No se trata de dependencia en cuanto a que se es esto o lo otro en sentido predicativo, sino que se trata de dependencia en el ser en el sentido más radical: "acto de ser". Crear no implica movimiento, sí donación del ser. Al crear ocurre una novedad radical. Pero esa novedad no es respecto de Dios sino respecto de la nada, porque Dios no se ve modificado al crear. La dependencia de la criatura respecto al creador es por tanto real en el sentido más radical de la palabra. El creador, en cambio, no depende de la criatura, por eso se dice, a veces, que su relación con respecto a la criatura no es real sino de razón: hay que entender esto en ese sentido.

La distinción entre el ser de Dios y de la criatura está en la identidad originaria de uno y la inidentidad o composición metafísica del otro. En términos tomistas se trata de la "distinctio realis" en las criaturas. La dependencia de la criatura con respecto a su creador es la que se corresponde con su inidentidad. En términos neotomistas se denomina a esto ser por esencia o ser por participación.

Es más propio decir que la criatura se distingue de la nada a decir que se distingue de Dios. Lo último parece establecer una relación de la criatura con Dios entre iguales, relación que no sería tan radical como la propia del ser creado. Esto no significa que se confunda Dios con su criatura. Precisamente ocurre lo contrario porque Dios no depende en ningún sentido de su criatura y la criatura depende de Dios en el sentido más radical. Esa radicalidad es la que lleva consigo trascendencia. Dios crea sin movimiento y por esto es trascendente a lo intramundano. Es propio de lo creado el movimiento en virtud de su inidentidad original, o su limitación. La dependencia de la criatura respecto al creador trasciende el movimiento propio de lo intramundano.

Se rechaza de esta manera tanto el panteísmo, en el que se confunden Dios, mundo y hombre, como el panenteísmo en el que el mundo es como una emanación de Dios: Dios es más que el mundo pero el mundo forma parte de Dios. Esta comprensión de la creación establece un doble nivel de actividad que hay que situar en planos radicalmente distintos pero en el que una, la acción creadora, es fundamento de la otra, la acción propia de las criaturas, que es descrita parcialmente mediante leyes. La filosofía de tradición tomista habla de causalidad primera y segunda. Los ámbitos metódicos en los que se mueven la doctrina filosófica y teológica de la creación (metafísico) y las teorías evolutivas (científico) hacen que no sea posible demostrar directamente la una desde la otra. La relación entre ambas no es inmediata como pretenden algunas de las posiciones descritas anteriormente. Pero sí se pone de manifiesto su compatibilidad e incluso su coherencia y complementariedad. Refiriéndonos al ámbito físico, Dios es el fundamento de un mundo en el que se pueden estudiar con el método científico, y consiguientemente de una manera parcial, las causas de sus transformaciones y evolución. Es muy significativo el siguiente texto de S. Tomás:

"La naturaleza es, precisamente, el plan de un cierto arte (concretamente, el arte divino), impreso en las cosas, por el cual las cosas mismas se mueven hacia un fin determinado: como si el artífice que fabrica una nave pudiera otorgar a los leños que se moviesen por sí mismos para formar la estructura de la nave".

Resulta patente que un Dios que crea un mundo capaz de dar lugar por sí mismo a la riqueza y variedad de los seres naturales, y la racionalidad por la que se rigen, es mucho más poderoso que un dios que tuviera que intervenir continuamente para conseguir esos mismos efectos. Esto no significa que Dios crea y abandona el Mundo al imperio de las leyes que El mismo ha establecido, sino que constituye el fundamento del Mundo y de las leyes por las que se rige. Dicho fundamento trasciende el tiempo y, por tanto, no se puede entender propiamente en términos científicos. Pero las ciencias constituyen una gran ayuda para desarrollar una filosofía que profundice más y mejor en el conocimiento de Dios.

Bibliografía

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  • Comisión Teológica Internacional, Comunión y servicio. La persona humana creada a imagen de Dios, 23-VII-2004, nn. 62-70.
  • Carlos Pérez (diapositivas) y Héctor L. Mancini (texto), El Origen del Universo, Departamento de Física, Universidad de Navarra,http://www.unav.edu/web/ciencia-razon-y-fe/saber/origen-del-universo.
  • Collado González, Santiago, Teoría de la Evolución, en Fernández Labastida, Francisco – Mercado, Juan Andrés (editores), Philosophica: Enciclopedia filosófica on line, URL: http://www.philosophica.info/voces/evolucion/Evolucion.html