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Ciencia y Felicidad

Autor: Carlos A. Marmelada
Publicado en: Comentario a la obra de Eduardo Punset El viaje a la felicidad en Las nuevas claves científicas

La fórmula de la felicidad

¿Puede existir una ecuación que permita calcular con exactitud matemática el índice de felicidad alcanzable por una persona en un momento dado? ¿Puede establecerse una predicción de futuro (científicamente mesurable mediante el uso de dicha ecuación) de la felicidad que una persona podrá tener en un determinado momento?

Quien esté leyendo estas líneas lo más probable es que se muestre muy sorprendido por el planteamiento mismo de ambas preguntas: ¿Cómo es posible que a alguien se le pueda ocurrir dos preguntas aparentemente tan absurdas –o al menos extrañas- como estas? Podrá cuestionarse el lector. Pero... estos dos, y muchos otros, son los interrogantes que nos plantea el nuevo, y sugerente, libro de Eduardo Punset (1*), titulado: El viaje a la felicidad. Las nuevas claves científicas(2*), de indudable éxito comercial.

En el último capítulo, titulado: La fórmula de la felicidad, Punset nos da su ecuación para poder calcular el grado de felicidad de un ser humano en un momento dado. Aunque podríamos precisar más y decir: "de un sistema biológico", puesto que el autor sostiene que los animales también pueden ser felices, incluidos los unicelulares, como las amebas, por ejemplo.

La fórmula en cuestión es: 

Donde F es la felicidad; E las emociones implicadas en nuestras acciones; M los recursos y el coste energético del mantenimiento de nuestro organismo; B es la búsqueda de nuevos horizontes (intelectuales, emocionales, profesionales, etc.) (3*); P es el parámetro que define las relaciones interpersonales. R sería el símbolo que representaría a los factores externos reductivos de la felicidad, como por ejemplo: no desaprender los conocimientos y las experiencias innecesarias, nefastas o lesivas, el adoctrinamiento grupal (en el que Punset incluye a las religiones), los procesos de aprendizaje automatizados que dejan sin iniciativa al sujeto, y un predominio injustificado del miedo emocional por encima de las exigencias del estado de alerta necesario para la supervivencia. Finalmente, C sería el representante de los factores internos que llevan a la disminución de la felicidad, tales como: las mutaciones genéticas lesivas que producen enfermedades congénitas, el desgaste celular y el envejecimiento que conducen a la muerte, el estrés imaginado y, curiosamente, el ejercicio abyecto del poder. En definitiva, nos recuerda al intento de Baruch Spinoza de demostrar los fundamentos de la ética al estilo de los geómetras (con axiomas, corolarios, etc...) Como simple curiosidad decir que se echa en falta en la ecuación las unidades de medición.

Según el autor, esta ecuación es tan importante que: "dentro de unos años, el sistema educativo enseñará a los niños que el primer paso en la búsqueda del bienestar radica en aligerar el denominador integrado por los factores reductivos y la carga heredada" (4*).

El mesianismo cientificista

El título del nuevo libro de Punset es llamativo: El viaje a la felicidad. Repare bien el lector que se trata de: "El viaje", y no simplemente de: "Un viaje". Es decir: el autor nos da a entender, claramente, con este título que el libro contiene la única forma verdaderamente eficaz para alcanzar la felicidad en las sociedades tecnológicamente avanzadas. No estamos, pues, ante una simple propuesta ("Un viaje"), sino ante el oráculo ("El viaje") que nos desentraña los misterios de nuestro más anhelado deseo natural (alcanzar la felicidad). De este modo el título daría a entender que sólo en este libro (por primera vez en la historia de la humanidad) se contendría los elementos que configuran la única forma posible de alcanzar la felicidad.

Como mínimo es una pretensión exagerada. Podría alegarse que no es ésta la intención del autor. Tal vez, pero, desde luego, es lo que sugiere un título tan cerrado como éste. No obstante, es probable que los tiros vayan por aquí, pues el autor sostiene que hasta ahora el ser humano no ha podido ser feliz de verdad porque se ha dejado influenciar por las tradición platónico-aristotélica que ha hecho primar el predominio de la racionalidad sobre la emotividad, dando mucha más importancia a los factores intelectuales y racionales que a las emociones (5*). Por consiguiente, parece que sólo a partir de la revelación de Punset (según la cual la felicidad tiene que ver más con las emociones que con la razón) podemos empezar a plantearnos el ser verdaderamente felices.

En rigor lo que Aristóteles sostuvo fue que la felicidad era el "fin de todo lo humano" (6*). Y añade que la felicidad está "en las actividades conforme a la virtud" (7*). Concretamente respecto a la virtud más excelente (según el Estagirita) que hay en el hombre: el entendimiento. De las pasiones y las emociones Aristóteles dice que no es humano ni no apasionarse ni no emocionarse.

Pero el subtítulo: Las nuevas claves científicas, no le va a la zaga. Aunque parece indicar que se trata sólo de echar un vistazo a los resultados de los trabajos científicos que contribuyen al conocimiento de los factores que pueden incidir en la felicidad humana, en realidad el libro va más allá y plantea la tesis de que sólo en una sociedad guiada por el espíritu positivo de la ciencia podrán ser felices los humanos.

La ciencia al servicio de la humanidad

Aunque Punset declara que el objetivo de este libro: "es muy simple: poner al alcance de los lectores los descubrimientos científicos más recientes sobre la búsqueda de la felicidad" (8*), lo cierto es que el objetivo real es muy distinto, y mucho más complejo. En rigor lo que el autor pretende con este libro es algo mucho más ambicioso, lo que se quiere es hacernos tomar conciencia de que sólo: "ahora la comunidad científica intenta, por primera vez, iluminar el camino" (9*). Ahora bien, por novedoso que pueda parecer, este mensaje tiene ya varios siglos sobre sus espaldas. Es más, incluso la idea de que sólo la ciencia puede darnos las claves para ser verdaderamente felices es una idea trasnochada. En efecto, esta idea arranca, por lo menos, desde los tiempos de la Ilustración en el siglo XVIII y su ya caduca fe en el mito del progreso indefinido tecnológico, pasando por el mesianismo promisorio del positivismo cientificista decimonónico. El proyecto Ilustrado era precisamente éste: convencer a todo el mundo de que sólo a través de la educación (principalmente en los logros de la ciencia) se podría liberar al hombre de todos sus males, posibilitando el llevarlo hasta una vida verdaderamente humana, llena de felicidad. Educación, en el pensamiento ilustrado, significa ciencia. Sólo el conocimiento científico es verdaderamente objetivo. No es que se trate simplemente de la mejor forma de conocimiento objetivo, sino que, en rigor, sería la única forma de conocimiento verdaderamente válido para conocer la realidad. La Primera Guerra Mundial puso punto y final a la idea de que el continuo progreso tecnológico llevaría a la humanidad hasta la felicidad. La dura experiencia de ver a las potencias mundiales de la época invertir todos los recursos nacionales en el máximo desarrollo tecnológico con la única finalidad de causar el mayor número de muertos posibles al enemigo y la máxima destrucción a sus rivales hizo comprender a todo el mundo que la tecnología, por sí sola, podía servir para aumentar el nivel de bienestar de una sociedad, pero también para alcanzar cotas de destrucción (y por tanto de infelicidad) jamás imaginadas anteriormente. La lección se repetiría, con creces, veinte años después durante la Segunda Guerra Mundial, cuyo final nos reveló que la humanidad había sido capaz de abrir la caja de Pandora, proporcionándonos, por primera vez la posibilidad de autodestruirnos.

En su encíclica Sollicitudo rei socialis Juan Pablo II recordaba que si toda la inmensa potencialidad que encierra en sí el desarrollo tecnológico: "no es regida por un objetivo moral y por una orientación que vaya dirigida al verdadero bien del género humano, se vuelve fácilmente contra él para oprimirlo" (10*). Es decir, ha de haber un uso ético de la ciencia y de su epígono, el desarrollo tecnológico, para que ambos sean instrumentos al servicio del hombre, elementos que contribuyan al desarrollo de su bienestar y a facilitar algunos de los medios para alcanzar la felicidad, y no para crear las condiciones que puedan poner en peligro la propia existencia de la especie humana o favorecer las desigualdades entre las naciones ricas y las pobres, o entre unas clases sociales y otras. Es decir: la ciencia y la tecnología, en cuanto tales, no pueden ser, en última instancia quienes determinen cómo alcanzar la felicidad, sino que, han de estar supeditadas a unos valores morales que son quienes han de marcar los límites que permitan que ambas estén al servicio de los seres humanos, del crecimiento de su dignidad como personas.

Cuestiones de forma

La pedagogía del texto de Punset presenta muchos temas mezclados, pero sin profundizar demasiado en ellos. La exposición de las tesis (por ejemplo: todas las religiones, impiden el viaje a la felicidad; o: la felicidad está a lo largo del camino y no al final del mismo) se presentan, sin una argumentación que avale dichas posiciones; en donde el autor, en lo esencial, apela más a factores emotivos que a un discurso racional (algo intrínsecamente espúreo a toda metodología de investigación realmente científica, pero absolutamente normal en el terreno de los discursos ideológicos al uso, incluso naïfs), como por ejemplo cuando nos dice que: "con la mano en el corazón, debo confesar que lo verdaderamente importante es que la felicidad es la ausencia de miedo" (11*).

Todo esto está aderezado, en ocasiones, con un vocabulario innecesariamente técnico, sobre todo si se trata de un texto de divulgación científica a nivel popular. ¿En tal contexto ha de saber el lector qué es un moho mucilaginoso? Después de precisar que son considerados hongos por los micólogos y animales por los zoólogos, el autor acude en auxilio del lector y le advierte que, sin embargo: "podrían no ser ni lo uno ni lo otro y considerarse, simplemente, protistas" (12*). Aclarada la cuestión el texto prosigue su curso natural exponiendo la diferencia entre mohos mucilaginosos plasmoidales y celulares.

En otras ocasiones nos presenta sus opiniones subjetivas sobre la realidad política española actual como dogmas absolutos. Algunos ejemplos históricos tampoco son un fiel reflejo de lo que realmente sucedió. Un ejemplo lo tenemos cuando habla del uso tétrico "de bosnios musulmanes por las tropas nazis en sus operaciones de conquista, subrayando la eficacia bélica de los que sacrificaban su vida sabiendo que el paraíso después de la muerte sería su recompensa" (13*). La realidad fue bien distinta. Nada más lejos en nuestra voluntad que querer ser políticamente incorrectos, pero lo cierto fue que los musulmanes bosnios que se alistaron en las SS no eran unos ingenuos o incautos que se dejaron manipular, al contrario. Si es correcto lo que cuenta John Keegan (Antiguo profesor de Historia Militar en la Real Academia Militar de Sandhurst, Gran Bretaña, la misma en la que cursan su formación militar los miembros de la casa real británica) en su libro: Waffen SS. Los soldados del asfalto(14*) , dichos soldados se negaron a combatir contra todo aquel enemigo que no fuera el que ellos elegían, dedicándose "principalmente a la matanza de cristianos indefensos" (15*). Tan poco era el caso que hacían de las órdenes de las altas jerarquías de las SS que el propio Himmler ordenó la disolución de la unidad (la 13ª Waffen-Gebirgsdivisionen, kroatische nº 1 –hay que recordar que entre 1941 y principios de 1945 Bosnia formaba parte del estado títere de Croacia, aliado de Alemania-). "También (Himmler) se vio obligado a licenciar, por las mismas razones, a las otras dos divisiones musulmanas" (16*)

En otras ocasiones Punset avala sus tesis en experimentos, como los de las ratas de Seligman, paradójicamente contradichos muchos años antes (concretamente desde 1958) por los de Joseph V. Brady con "monos ejecutivos" (Cf. Úlceras en monos ejecutivos, Selecciones de Scientific American, Ed. Blume, Madrid, 1979, pp. 420-424)

En este contexto, de imprecisiones historiográficas, subjetivismos, tecnicismos, etc. emergen algunas ideas que son auténticos referentes, tales como: el reconocimiento de que mayores índices de bienestar material y consumismo no se traducen automáticamente en mayores niveles de felicidad; o la afirmación de que "un estudio reciente contradice la creencia popular según la cual el divorcio siempre hace más felices a los cónyuges en crisis"; o la cita de alguno de sus amigos científicos (Robert Sapolsky, neurólogo de la Universidad de Standford, USA) entrevistados personalmente por él, en la que se afirma con rotundidad lo equivocado que resulta que "para frenar el sida, se inventa una vacuna, en lugar de intentar cambiar las cosas absurdas que hace la gente con su vida sexual".(17*)

Los límites de la ciencia

Desde muchos ámbitos (la ciencia, la filosofía...) se reconoce que la ciencia tiene sus límites. Que no es ni omnisciente ni omnipotente y que, por consiguiente, no va a poder solucionar todos los males de la humanidad, ni siquiera todas sus necesidades: ni materiales ni espirituales.

Con grades dosis de realismo el afamado biólogo Ernst Mayr afirmaba en uno de sus últimos libros que: "de vez en cuando oímos declarar con excesivo entusiasmo que la ciencia puede encontrar solución a todos nuestros problemas. Todo buen científico sabe que no es verdad (...) Casi todos los problemas del tipo «¿qué?» y «¿cómo?» son, al menos en principio, accesibles a la elucidación científica. Pero las preguntas del tipo «¿por qué?» son otra cosa (...) Existen «cuestiones profundas», en especial las referentes a valores, que nunca tendrán respuesta. Esto incluye las numerosas preguntas sin respuesta que se plantean a veces los no científicos: «¿por qué existo?», «¿qué sentido tiene la vida?» o «¿qué había antes de que se formara el universo?». Todas estas preguntas –y su número es infinito- se refieren a problemas que quedan fuera de los dominios de la ciencia". (18*)

Desde la filosofía Michel Henry (profesor en la Universidad de Montpellier) sostiene una idea similar. Según el filósofo galo, subsiste la creencia "de que el saber científico constituye la única y verdadera forma del saber auténtico, verídico, objetivo; y que, por consiguiente, en él ha de basarse y guiarse la acción humana" (19*). Sin embargo: "la ciencia no fija ningún objetivo a nuestra acción ni pretende en modo alguno asumir el papel de autoridad en este sentido".(20*)

Pero nuestras vidas precisan puntos de referencia. Nuestra acción necesita marcarse objetivos. Todos, por naturaleza, queremos ser realmente felices (a Aristóteles le sobraba la razón en este punto), y ya en esta vida (como sostiene el cristianismo), cierto. Pero también aspiramos, con un anhelo natural, a alcanzar una felicidad plena y, nos guste o no, hemos de reconocer que la ciencia no puede colmar dicha ansia, por mucho que sus logros puedan contribuir a un aumento del bienestar material. Necesitamos fines que gobiernen nuestra existencia, y algunos de esos fines han de ser objetivos, no el simple producto de nuestra voluntad (subjetiva o histórica). Precisamos, también, hallar un sentido objetivo a nuestra existencia, para guiarla en función de él. Y la ciencia no puede darnos estos referentes. La filosofía y la teología son quienes, con un discurso objetivo y susceptible de ser analizado críticamente por la razón, nos han de proporcionar los elementos que permitan guiar nuestra acción dentro del marco del deber moral, a fin de que podamos alcanzar la máxima felicidad objetiva ya en esta vida y la plenitud de los justos en el futuro.

Notas

  1. Abogado, economista, exdiputado y antiguo Ministro de Relaciones para las Comunidades Europeas; fue Conseller de Finances de la Generalitat de Catalunya y Presidente de la delegación del Parlamento Europeo para Polonia. Participó en la tutela del proceso de transformación económica de los países del Este, tras la caída del muro de Berlín. Ha sido representante del Fondo Monetario Internacional en el área del Caribe. También ha sido profesor universitario, periodista colaborador en cuestiones económicas en la BBC y en The Economist; ha publicado numerosos libros y en la actualidad es uno de los divulgadores científicos más populares y mediáticos de nuestro país, gracias, sobre todo, a su programa televisivo: Redes.
  2. Editorial Destino, Barcelona, 2005, 207 páginas.
  3. A la que Punset tiene en alta estima y de la que dice: "En la búsqueda y la expectativa radica la felicidad" (p. 190); o: "El placer, el bienestar y la felicidad residen en el proceso de búsqueda y no tanto en la consecución del bien deseado" (p. 191). Actitud que podríamos llamar: Complejo de Don Juan; o sea: el placer está en el proceso de conquista y no en el goce tras el logro de la misma. Lo que significa que la felicidad está a lo largo del camino y no al final del mismo. Es decir: la felicidad está en esta vida y no en un Cielo situado en el más allá, por ejemplo. Vendría a ser algo así como si alguien disfrutara más planificando unas vacaciones y realizando el viaje que en la estancia propiamente dicha en el lugar de destino.
  4. Eduardo Punset: El viaje a la felicidad; Ed. Destino, Barcelona, 2005, pp. 195-196.
  5. En efecto, Punset insiste en que: "Conviene echar por la borda todo el pensamiento aristotélico que ha plagado la cultura occidental insistiendo en la irracionalidad y la perversidad de las emociones", op. cit. p. 182.
  6. Aristótles: Ética a Nicómaco, X 6, 1176a 32-33.
  7. Ibidem, X 6, 1177a 10-11.
  8. Op. cit., p. 10.
  9. Op. cit., p. 9.
  10. Sollicitudo rei socialis; nº 28. La carta encíclica: Preocupación por la cuestión social, fue la séptima escrita por Juan Pablo II. Ésta se publico el 30 de diciembre de 1987 al conmemorarse los veinte años de la carta encíclica: Populorum progressio. El texto citado está extraído del capítulo cuarto titulado: El verdadero desarrollo humano.
  11. E. Punset: op. cit. P. 39.
  12. E. Punset: op. cit. P. 29.
  13. E. Punset: op. cit. P. 18.
  14. Ed. San Martín, Madrid, 1979.
  15. J. Kegan: op. cit. p. 105.
  16. Ibidem. Kegan se refiere a dos divisiones de infantería de montaña. Concretamente la 21ª Waffen-Gebirgs Divisionen der SS (Skanderberg, Albanische Nr. 1) formada por tropas de montaña albaneses. Y la 23ª Waffen-Gebirgs Divisionen der SS (Kama: Kroatische Nr. 2) formada por tropas de montaña de origen musulmán pero croatas.
  17. E. Punset; op. cit., p. 135.
  18. Ernst Mayr: Así es la biología; Ed. Debate, Barcelona, 2005, pp. 123-124.
  19. Michel Henry: Lo que la ciencia no sabe; Mundo Científico, nº 91, p. 512.
  20. Ibidem, p. 513.